Punto al Arte: 04 La pintura del Renacimiento tardío
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Retrato ecuestre de Carlos V

El Retrato ecuestre de Carlos V, ejecutado por Tiziano en 1548, por encargo de la Reina María de Hungría, hermana del emperador, es uno de los más célebres de la historia y el único retrato a caballo pintado por el artista.

El emperador escogió a su pintor favorito para que perpetuara con su arte el gran triunfo conseguido sobre los protestantes. Tiziano, con la negación de venir a España, pintó al monarca en Augsburgo, en conmemoración de su victoria sobre la Liga de Smalkalda, acaecida en Mühlberg, el 24 de abril de 1547.

Precisamente, el pintor veneciano lo retrata momentos antes de la victoria, cuando Carlos V detiene su caballo frente al río Elba, tras el cual los protestantes se han hecho fuertes. Después de un momento de reflexión, reflejado en e rostro envejecido del monarca, éste decide atravesar el río y vencer.

Situado en medio de un vasto paisaje, el anciano monarca, montado en su caballo negro, lleva una armadura guarnecida de oro y con una banda roja con franjas doradas, los colores de la casa de Borgoña. En el peto aparece una imagen de la Virgen con el Niño, muy habitual en las armaduras de los emperadores desde 1531. La armadura es una valiosísima pieza labrada en oro y plata que se conserva actualmente en la Real Armería de Madrid.

La vivacidad de los colores del metal de la coraza, junto con la manta del caballo y el penacho que remata el casco del emperador, contrastan con la palidez y la cierta melancolía del rostro del protagonista.


Carlos V aparece sereno con la lanza tendida hacia delante con la que crea una diagonal, y con la que indica su necesidad de avanzar. La lanza adquiere en este retrato un doble significado. Por un lado, hace alusión a Longinos y por otro al arma de San Jorge, caballero cristiano por excelencia. En cambio, también es símbolo del poder del emperador como general victorioso. Las connotaciones políticas y religiosas se entrelazan, aunque la primera es significativamente impactante. Carlos I de España y V de Alemania utilizó el arte como propaganda política, ningún otro monarca lo había hecho antes con tanto ímpetu.

Este tipo de representaciones venía de una larga tradición dentro de la iconografía imperial clásica. Tiziano presentó al emperador en un magnífico retrato ecuestre imitando a los grandes emperadores romanos. Cabe mencionar el retrato de Marco Aurelio y, más reciente en el tiempo, el de condottiero Colleoni de Andrea de Verrocchio.

El artista veneciano consiguió una de las mejores realizaciones y uno de los espléndidos retratos a caballo de la Historia del Arte. Él fue el responsable de fundar una iconografía dentro del género pictórico del retrato que alcanzaría su plenitud en el Barroco, con artistas como Rubens y Velázquez.

A pesar de que el cuadro sufrió el incendio del Alcázar de Madrid en 1734, por fortuna pudo restaurarse, pasando en el siglo XIX, con el resto de la colección real española, al Museo del Prado. Es en esta institución donde sigue albergado este óleo sobre lienzo, de 332 x 279 cm de altura.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los últimos años de Tiziano

Estas obras nos conducen a la actividad última de Tiziano. Continúa la participación de los alumnos que, en algunas obras, termina por imponerse, pero prosigue no obstante la capacidad creadora del viejo maestro, que ahora parece meditar sobre la aproximación de la muerte pintando casi para él solo, abandonándose cada vez más a la alquimia del color y a la magia de la luz. Las obras antes recordadas, y aún más las del postrer período de su vida, constituyen extraordinarias anticipaciones e increíbles presentimientos de momentos futuros del arte. No tanto de las repentinas iluminaciones que relampaguean en la oscuridad de Tintoretto, quien lógicamente desciende de Tiziano, ni tampoco de aquellas soluciones luministas que constituirán una de las grandes novedades de Caravaggio, sino más bien nos recuerdan, con un adelanto de aproximadamente cien años, a Rembrandt, que creará esa pintura suya, penetrante y hechizada, en la cual la luz es la evocadora mágica del hombre.

Se ha llegado a las obras finales que acompañan gloriosamente los años de la extrema vejez, cuando, una vez más, el gran anciano halla en sí mismo y en la meditación más íntima una voz nueva para su pensamiento, aun permaneciendo siempre en la línea de los mágicos momentos luminísticos del Santo Entierro y del Martirio de San Lorenzo. Aproximadamente de hacia 1570, quizás algo posterior, es el San Sebastián, hoy en el Museo del Ermitage de San Petersburgo, procedente de la familia Barbarigo que, tal vez, lo adquirió de los herederos de Tiziano. El joven héroe cristiano parece realmente llamear como una milagrosa antorcha viviente, consumida por su dolor lancinante que aferra y retuerce a la naturaleza circundante, la cual estalla prodigiosamente en la oscuridad de la más sombría atmósfera.

Venus vendando al Amor de Tiziano (Galería Borghese, Roma). Dice Vasari que en esta obra Tiziano logra "que la pintura parezca viva". Es en realidad una obra de su vejez y en ella asoma el extraordinario deseo de vivir del extraordinario pintor de setenta y cinco años. Su impaciencia le lleva a un acabado impresionista en que la pincelada parece descuidada y gruesa, de modo que el espectador ha de alejarse de la tela para apreciarla en todo su esplendor. El incendio del cielo resulta doblemente intenso por contraste con esas montañas de perfil azulado. La belleza del color, que se amplía en grandes zonas cromáticas, es absolutamente inefable. 

De 1570 es también la Coronación de espinas, de Munich, procedente de la Galería del Elector de Baviera a la que probablemente llegó procedente de la dispersión de la herencia de Tiziano. Parece que ahora toda tensión exasperada se borra en un secreto y contenido dramatismo, en la fusión de claridades y de sombras que crean la ilusión de llamas que crepitan en la oscuridad. Y en estos resplandores, como por arte de magia, se mueven las grandes masas de los esbirros que casi disolviéndose en contornos desenfocados parecen gigantescos fantasmas, visiones nocturnas ondeantes casi en un rito secreto, alrededor del Cristo doliente, bañado en sangre, estremecido en su humano dolor, pero ya espiritualizado por una luz que parece emanar de su propio cuerpo martirizado, por esa mágica transfiguración que volveremos a encontrar más tarde en la pintura de Rembrandt.

⇦ Autorretrato de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Un ejemplo de sobriedad de color en el conjunto de su obra. Todo él aparece dominado por un fuego interior que emana prácticamente de los ojos y confiere al personaje un aire de indomable energía. No parece ser éste, sino el de Berlín, el autorretrato que Vasari califica de "naturalísimo" al verlo en 1566 en Venecia y en el que describe a Tiziano "con el pincel en la mano, a punto de pintar".



La misma magia de luces que dan vida al color, descomponiéndolo en mil preciosismos, se repite en el Muchacho con perros, del Museo Boijmans de Rotterdam, fragmento tal vez de una pintura de mayor tamaño y adscribible al lustro final de la vida del pintor.

Es como un instante de paz serena en el dramatismo de las últimas meditaciones el que acompaña la delicada imagen de la Virgen con el Niño, de Londres, en el que el color parece descomponerse en múltiples ascuas de luz, dando a las imágenes la delicada apariencia de luminosos vidrios soplados, aunque suaves y cálidos gracias a la claridad argéntea de la atmósfera. Estos repentinos retornos a más tranquilas claridades juveniles y a intimidades de afectos ya lejanos parecen milagrosos rejuvenecimientos y ayudan a comprender la maravillosa capacidad creadora de Tiziano en una constante, infatigable evolución que puede llegar a parecer obra de magia. Y mientras la Ninfa y el Pastor, de Viena (hacia 1570), en la suavidad de las formas que son ahora únicamente color palpitante en el más tierno ambiente, parecen como una nostálgica despedida de la felicidad terrenal y del mundo de sus “poesías” juveniles, reanuda la meditación sobre la trágica verdad de la vida en sus obras más postreras, hallando variadas expresiones en la diversidad de los temas.

⇦ Jacopo Strada de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Realizado entre 1567 y 1 568, es posible que esta pintura sea la última de la larga serie de retratos que Tiziano hizo a lo largo de su vida. El personaje fue un pintor y coleccionista de antigüedades, de ahí la figura de una Venus que sostiene con ambas manos y los diversos objetos que hay sobre la mesa. 



Una trágica brutalidad se percibe en el Turquino y Lucrecia, de Viena, donde el color candente se vuelve casi grumoso en los golpes sanguíneos trazados no ya con el pincel, sino con los dedos enérgicos, expresando casi angustiosamente la violenta pasionalidad del hombre y el rechazo desesperado de la mujer.

Resulta en cambio algo espectral la visión del Castigo de Marsias, de Kromieriz, en el cual el color violento, impregnado de luz, se convierte en expresión evocadora de fantasmas que aparecen de las sombras para luego perderse en el luminoso palpitar del cielo.

Tiziano, el testigo más elocuente y verídico de la sensibilidad de su tiempo, llega al final de su larga vida y de su obra infatigable que lo ha conducido a renovar incesantemente su lenguaje poético, con su plena participación en la evolución artística “desde el mediodía del Renacimiento al crepúsculo de la Contrarreforma”.

Todo drama, toda conmoción humana y terrenal se transforman ahora en una dolorida meditación de piedad cristiana, en esa espléndida oración que es el Descendimiento de Cristo, de la Academia de Venecia. El gran lienzo lleva debajo la inscripción quod Titianus inchoatum reliquit. Palma reverente absolvit. Deo dicavit opus. En la esquina de abajo son visibles, a la derecha, el escudo de los Vecellio y una falsa tablilla votiva con los retratos de Tiziano y de su hijo en oración ante la Virgen. La obra había sido destinada por Tiziano a la capilla de la Crucifixión, de los Frari, donde deseaba ser enterrado. Debido a divergencias con los frailes, el lienzo permaneció inacabado en el estudio del pintor y después de su muerte fue concluido por Palma el Joven y colocado en la iglesia de Sant’Angelo, donde permaneció hasta la destrucción del edificio.

El Santo Entierro de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Es una de las más sentidas y originales composiciones de Tiziano. El dramatismo procede más del color que de las expresiones de los personajes, entre los que el rostro de José de Arimatea se ha dicho que pudiera ser un autorretrato. La lividez de Cristo se contrapone al manto azul de la Virgen, y ambas notas de color son las únicas voces que se oyen en el silencio aterrador. 

La luz palpita misteriosamente en la atmósfera, se detiene en la poderosa arquitectura de la hornacina que encierra a la Virgen con el Hijo muerto, se hace esplendorosa en la bóveda del ábside, para luego consumir en estremecimientos las figuras vivas de los dolientes y las marmóreas de los lados. En virtud de la luz vive la trágica violencia de la Magdalena, que parece aplacar la vehemencia de su dolor en la serenidad luminosa del Cristo y en la congoja maternal de María, con la mirada fija en el Hijo divino para captar su postrer aliento.

⇦ Santa Margarita de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). La luz es la que da vida a la imagen de la santa, que corre sosteniendo una cruz. Al fondo, un gran incendio domina con su resplandor. 



El 27 de febrero de 1576 está fechada la última carta de Tiziano al rey de España. El 27 de agosto de este mismo año el anciano pintor muere en su casa de Birri Grandi, mientras en Venecia arrecia la peste. Recibe sepultura en los Frari el día siguiente. Al poco tiempo muere también Horacio, su hijo predilecto, y la casa abandonada es saqueada por los ladrones. El gran Descendimiento de la Academia cierra “con un canto doliente de piedad cristiana” la obra secular de Tiziano, obra destinada a la eternidad, en una sufrida pacificación de los dramas, de los fastos, de los mitos paganos que constituyeron la espléndida trama y el tejido fantástico de su creación.

Al iniciar esta rápida reseña de la vida y el arte de Tiziano, ambos tan estrechamente vinculados, se ha señalado la imposibilidad de enumerar y describir todas las obras de su larga y fecundísima producción. Se ha hablado con cierta extensión de las pinturas más célebres que a lo largo de los años, en el cambio casi continuo de sus designios y de su gusto, representan cumplidamente al Tiziano pintor y al Tiziano hombre. Al Tiziano pintor por ser las expresiones más perfectas de su arte mágico y al Tiziano hombre, ya que, por lo general, revelan las relaciones del artista con los más importantes clientes: la Serenísima República de Venecia en primer lugar, el emperador, Carlos V y su hijo Felipe II, rey de España; el pontífice Paulo III, el duque de Ferrara y el de Mantua, y hasta él mismo, particularmente en las obras de los últimos tiempos.

⇦ La Religión socorrida por España de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Concebida para Alfonso I de Este, duque de Ferrara, era una alegoría del "Triunfo de la Virtud sobre el Vicio" tal y como Vasari la describió en 1566. Al parecer, muerto el duque y tras la victoria de Lepanto en 1571, Tiziano dio ciertos retoques a la tela y la ofreció a Felipe II. Neptuno adoptó un turbante convirtiéndose en pirata, la Virtud tomó el escudo de España y el desnudo que había simbolizado al Vicio pasó a representar la Religión. 



Son escenas sagradas y alegorías y, en gran número, retratos. Pero también las obras no citadas son numerosas y atribuibles a todos los momentos de su vida, pertenecientes a todos los géneros tratados por el gran cadorino y, muchas de ellas, no menos famosas que las descritas. Ha sido difícil hacer una selección y a menudo, tal vez, se ha cedido al gusto personal y al sentimiento que una obra despierta en el ánimo. Todas ellas son como un inmenso coro que el arte de Tiziano ha compuesto, en el arco de su larga existencia, a la religión, a la naturaleza, a la humanidad que lo ha acogido, rodeado y amado cotidianamente, en un aliento tan amplio como el alma de su pintura.

No ha existido, en toda la actividad de Tiziano, un período de cansancio o de estancamiento, un momento de desalentado abandono, así como tampoco en su vida conoció esos tormentos angustiados que constituyeron para Leonardo y sobre todo para Miguel Ángel dramas latentes. No conoció, por ejemplo, la tragedia de la tumba miguelangelesca de Julio II o de la Capilla Sixtina, debidas a las incomprensiones entre el Papa y el artista. Su vida se desenvuelve con regularidad, repartida entre Venecia, Ferrara, Mantua, Roma, Augsburgo y regresando siempre a Venecia, en una actividad feliz, en la amistad serena con hombres como Pietro Aretino, Jacopo Sansovino, Pietro Bembo y otros, posiblemente sin enemistades ni envidias. “A su casa de Venecia han acudido todos aquellos príncipes, literatos y prohombres que en su tiempo fueron o estuvieron en Venecia ya que él, además de la excelencia de su arte, fue amabilísimo, de gran humanidad y de costumbres y modales muy afables” (Vasari).

Adán y Eva de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). La escena bíblica interpretada por Tiziano muestra una grácil Eva cediendo a ·la tentación de comer la manzana, mientras Adán intenta disuadirla.  

Su dedicación a la pintura fue absoluta y hasta quizá humilde. No obstante, Tiziano era hombre de su tiempo aferrado también fuertemente al interés. Es éste un aspecto de su carácter que no debe descuidarse y que lo revela humanamente apegado a la vida. Tuvo siempre el sentido de los negocios, incluso de muy joven, cuando, al solicitar los favores ducales, no se contentó con importantes encargos artísticos como la Gran batalla de Cadore, sino que pidió además la contaduría del Fondaco dei Tedeschi, que había sido de Giorgione, y más tarde la de la Sal. Así en 1531 obtuvo del duque de Mantua, para su hijo Pomponio, el saneado beneficio de Medole y para sí, de Carlos V, en 1541, una pensión de cien ducados.

 San Sebastián de Tiziano (Museo del Erm1tage, San Petersburgo). Obra de la vejez del pintor (1570), que muestra al héroe cristiano acusando el dolor del martirio en un entorno sombrío. 



Con insistencia, en 1547, Tiziano solicitará a Alejandro Farnesio, sobrino de Paulo III, el cargo del Piombo, que se concederá en cambio, más tarde, a Girolamo della Porta. Por otra parte, con gran sagacidad, Tiziano hallaba una fuente de ganancias, además de en la venta de sus cuadros y de las tierras que poseía en Cadore, en los derechos de reproducción de los grabados que Cornelio Cort y Niccoló Boldrini tiraban de algunas de sus obras. Y durante el regreso de su segunda estancia en Augsburgo, al detenerse en Innsbruck, el pintor, con buen acierto, pidió y obtuvo del rey Fernando de Austria la concesión para la tala de un gran bosque en el Tirol. Más tarde, en 1564, volviéndose improvisado comerciante en madera, vende el bosque al duque de Urbino.

A menudo, en sus cartas a los varios clientes, pero sobre todo en las dirigidas a Felipe II, solicita respetuosa pero firmemente el pago de las obras entregadas y de las pensiones concedidas. Por otra parte, su misma amistad con Pietro Aretino pudo haber sido consolidada y justificada, en parte, por un interés práctico común en la vida y por un fuerte apego al dinero que, tal vez, estimuló la acrimonia de Jacopo Bassano que representó a Tiziano en una escena de la expulsión de los mercaderes del templo, bajo la figura de un usurero. Su avidez de riquezas no significa desde luego avaricia o mezquindad, sino que más bien contribuyó al bienestar de su vida.

⇦ Coronación de espinas de Tiziano (Aite Pinakothek, Munich). Una de las últimas obras del pintor, que presenta zonas con pinceladas de dist1nta intensidad y calidad, porque probablemente en su ejecución hayan intervenido discípulos y ayudantes, y que además se halla inacabada.



Le permitió esa abierta hospitalidad que demostró con numerosos personajes de la época, venecianos y extranjeros, en su casa de Birri Grandi, donde “… antes de que se pusieran las mesas, ya que el sol, a pesar de que el lugar fuera sombreado, aún dejaba sentir sus fuerzas…””y se iba pasando el tiempo en la contemplación de las vivas imágenes de sus excelentísimas pinturas…” y desde donde, al ponerse el sol, se disfrutaba de la vista del mar abierto y animado “… por mil pequeñas góndolas, adornadas con hermosas mujeres y resonantes de diversas armonías y música de voces y de instrumentos que hasta la medianoche…”alegraban las veladas de los huéspedes. Bienestar y música vuelven a entrar en el círculo de la vida de Tiziano, hermanándose con su actividad y con su amor por la pintura. De todo ello emana un clima de serenidad y de plenitud de vida que justifican la acertada definición de Vasari acerca de la gran personalidad del pintor: “Tiziano fue sanísimo y afortunado como ningún otro igual suyo lo ha sido nunca; y no recibió del cielo más que favores y felicidad”.

⇦ Tarquinio y Lucrecia de Tiziano (Akademie der Bildenden Künste, Viena). Aquí es notable la exasperación del anciano pintor que le lleva a atacar la tela materialmente con los dedos, abriendo nuevas vías a la técnica pictórica. Existen varias versiones de este tema y al parecer el que consta documentalmente como enviado por Tiziano a Felipe II en 1571 se halla en Cambridge. El expresionismo obsesivo capta la trágica brutalidad del hombre y la impotente desesperación de la mujer, convirtiéndolos en eternos prototipos. 


Al estudiar la actividad de Tiziano, se llega a una conclusión acerca del pintor que, partiendo de una definición de su época, se amplía en el tiempo y en la estimación. En efecto, a mediados del siglo XVI, Lodovico Dolce escribía: “Sólo a Tiziano debe atribuirse la gloria del perfecto colorear que no tuvo ninguno de los antiguos o, si alguno la tuvo, faltó en cambio a quien más y a quien menos, a todos los modernos: por ello, como dije, camina a la par con la naturaleza; de modo que cada figura suya está viva, se mueve y sus carnes se estremecen” y también “… tan sólo con esa minúscula chispa que descubrió en las obras de Giorgione, vio y conoció la idea del pintar perfectamente”.

Sin duda con Tiziano nace un arte distinto, nuevo, que es el antecesor absoluto y necesario de Rubens, de Rembrandt, de Velázquez e, incluso, de Delacroix y de Renoir. Por medio de expresiones siempre renovadas en las cuales las amplitudes cósmicas, la naturaleza y el hombre se compenetran, y todo objeto, aunque sea un trozo de tejido o el mármol de una columna, se transforman en realidad viviente, el color se hace para Tiziano el elemento primario, creador por sí mismo de imágenes y de naturaleza. En su arte todo se convierte en pintura, dibujo y relieve se pierden en el color y se transmutan sólo en color.

Descendimiento de Cristo de Tiziano (Galería de la Academia, Venecia). Obra también conocida como Piedad, que el pintor dejó inacabada. A su muerte fue concluida por Palma el Joven, pero, al parecer, sólo se dedicó a terminar la figura del ángel que lleva una antorcha. La expresividad de los rostros es muy intensa, indicando el dramatismo de la situación representada.

Esto es lo que no comprendieron ni Miguel Ángel, quien dijo que”… era lástima que en Venecia no se aprendiera desde un principio a dibujar bien y que aquellos pintores no dominaran mejor el estudio. Siendo así que si este hombre fuera asistido por el arte y por el dibujo como lo es por la naturaleza…”, ni Vasari, que expresó reservas acerca de su “forma de pintar sólo con los colores mismos, sin más estudio dibujado en el papel”.

Este color suyo se vuelve suave, a veces rico y suntuoso, de una riqueza casi material, otras leve, evanescente, en las claridades luminosas que con él crean inolvidables atmósferas.

En la creación fantástica de su cromatismo, Tiziano es decidida y conscientemente un hombre del Renacimiento al que pertenece por gusto y por cultura. Cultiva nobles ensueños, pero al propio tiempo crea realidades terrenales robustas y que participan de violentas sensualidades. Ciertamente, no es inmune a la crisis espiritual que atormenta a esa intelectualidad renacentista, crisis que florecerá en las manifestaciones del manierismo, pero la supera en la búsqueda de espléndidos mitos que serán más tarde y durante muchos años un himno a la belleza y a la serenidad de la vida y que, junto con los retratos y los maravillosos retablos, serán exclusivamente expresiones de pura pintura. No es éste un límite a su naturaleza y a su arte, sino más bien la confirmación de que, por ser pintor y nada más que pintor, se convirtió en uno de los más prestigiosos personajes no sólo en Venecia sino del mundo de su tiempo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Un nuevo ímpetu creador

Acaso estas dos obras, Diana y Acteón y Diana y Calisto, actualmente en la National Gallery of Scotland de Edimburgo, cierran ese mágico período de los años cincuenta, en los que su lenguaje está compuesto sobre todo de luz y de color, y que está espléndidamente representado por la Crucifixión de San Domenico de Ancona, iniciada en 1558, y por la Anunciación de San Domenico Maggiore de Nápoles, que se puede fechar hacia últimos del decenio. Las imágenes dolientes del Gólgota y los protagonistas de la Anunciación a María son casi apariciones irreales, hechas de luz y de colores que afloran de cielos tempestuosos, en una atmósfera lunar, siguiendo una dinámica plena de efectos de claroscuro que los transmuta, entre resplandores flameantes, en evanescentes fantasmas.

⇦ Retrato de Isabel de Portugal de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Una de las más célebres telas del pintor. La emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, parece reflexionar sobre un pasaje de su lectura entre una soberbia cortina de damasco y una ventana abierta al paisaje. El color se matiza en una suave gradación de tonos dorados. Fue pintado en 1548, durante la primera estancia de Tiziano en Augsburgo y parece que se valió de un retrato anterior. 

El San Jerónimo de El Escorial y el Descendimiento del Prado, también realizados en esos años para Felipe II, participan de este mismo espíritu. La pincelada traza veloz las figuras de los personajes, casi con exasperación, y las ambienta en amplios paisajes profundos, de sombras a veces desgarradas por luces fulgurantes que parecen dar vida a la naturaleza y a los colores. Y la naturaleza, entre estos resplandores incandescentes, se vuelve cósmica, inmensa, partícipe y protagonista al mismo tiempo, como en la espléndida Oración en el Huerto en las dos versiones, una en El Escorial y otra en el Prado, realizadas para el Emperador.

⇦ Juan Federico de Sajonia de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). El pintor representó en este cuadro al gran derrotado de la batalla de Mühlberg, el elector de Sajonia que lideraba la liga de príncipes protestantes. 


Los colores están en ellas tan impregnados de luces y de sombras que se convierten casi en asombrosas monocromías luminosas, palpitantes en un dramático contraste de claroscuros. Mirando estas obras y el contemporáneo gran retablo de los Estigmas de San Francisco, en Ascoli Piceno, el espectador se siente sacudido por repentinos estremecimientos que dan la neta sensación del ímpetu creador de Tiziano que, caminando hacia la vejez, parece abandonarse a su arte, extraviando su espíritu en el color y en la luz, encerrándose en la pintura, apartado de toda contingencia humana, olvidándose de honores y encargos. Posiblemente en esta ocasión más que nunca pinta sólo para sí mismo, encontrando en su labor una plenitud de sentimientos y de pensamientos.

Los acontecimientos alegres y tristes de su vida parecen no afectarle ya. Esta transfiguración y transposición suya en el arte es testimoniada por el Autorretrato de Berlín, fechable hacia 1562, donde la luz modela su hermoso rostro de anciano, vivo en los ojos y vibrante de energía en los rasgos ahondados por los años.

Y a su alrededor, al otro lado de las paredes de su casa, se percibe Venecia, con sus iglesias, sus palacios, el color, la luz, los ruidos de la laguna, que lleva dentro de sí transformándolos en latidos, en estremecimientos, en materia espléndida que se convierte en espíritu gracias a su luz y a sus colores. Son años de febril actividad y, forzosamente, Tiziano tiene que recurrir cada vez más a la ayuda de los numerosos colaboradores que frecuentan su taller en Birri Grandi. Allí se reelaboran lienzos iniciados hace muchos años, se aportan variantes a obras cuya ejecución ya está adelantada, se efectúan copiaos que se difundirán por todo el mundo para llevar la palabra de Tiziano. Resulta, pues, verdaderamente difícil interpretar la producción tizianesca de este momento.

Venus con el organista de Tiziano (Museo del Prado, Madnd). Se identifica con la obra documentada en 1 548 Venus sobre un lecho con un tañedor de órgano, pintada en Augsburgo para Carlos V y que el emperador regaló a Granvela. Como es característica de Tiziano, el desnudo se adorna de joyas y de suntuosas ropas que lo enmarcan. Venus dirige su atención a Cupido, que le acaricia el seno mientras el músico se vuelve para contemplarlos. En la perfecta armonía de la composición destaca la delicadeza del dibujo del rostro, manos y pies de Venus. 

Ticio de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). El pintor realizó este cuadro para la serie de las Furias encargada por María de Hungría. Junto con el cuadro de Sísifo, son las dos únicas obras de esta serie que han llegado hasta la actualidad. 

Sísifo de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). En 1 548 Tiziano recibe el encargo de María de Hungría de pintar una serie sobre las Furias. Este cuadro es uno de los dos que se conservan. 

⇦ Felipe II (Museo del Prado, Madrid). Este retrato fue realizado por Tiziano durante su segunda estancia en Augsburgo, en 1550, cuando Carlos V le encargó el retrato de su hijo, que contaba entonces veinticuatro años. Este mismo año fue enviado a los Países Bajos para que lo viera María, reina de Hungría, y luego remitido a Londres para que María Tudor pudiera conocer a su futuro esposo. La armadura que viste el joven príncipe se conserva íntegra en la armería del Palacio Real de Madrid. Además de la esbelta silueta del que había de ser rey de España, Tiziano supo captar su austeridad triste, dura y melancólica.



La presencia de los ayudantes es a veces evidente, incluso en pinturas importantes, como en la Transfiguración de San Salvatore de Venecia y en el retablo de San Sebastián, para la capilla votiva de Niccolo Crasso. Hasta en la Ultima Cena, para El Escorial, enviada a España en 1564, se observa con evidencia el trabajo del taller en las figuras de Cristo y de los Apóstoles, de tono casi académico, en contraste con el magnífico paisaje de fondo, abierto a atmosféricas lejanías, de emotiva poesía.

Pero indudablemente Tiziano pinta muchas obras solo, casi en un orgulloso aislamiento, y su pujante personalidad sigue dejándose sentir con nuevas facultades creadoras y poéticas. Se encuentran incluso retornos repentinos a motivos de su primera madurez, inspiraciones en el afortunado mundo poético de las alegorías y de los temas mitológicos de sus ya lejanas “poesías”, como en la Venus vendando al Amor, de la Borghese de Roma, fechable hacia 1565. Sin embargo, ya no existe el espíritu sereno de antaño, y tampoco la contemplación estática de bellezas clásicas. Asimismo, aquí el color se oscurece en tonalidades rojizas, algo quemadas por una luz de ocaso estival: “mezcla de pinceladas macizas de color a veces rojo, turquesa y negro, aquí y allá también grisáceo y azul” (Cavalcaselle). Ahora Tiziano se acerca al mundo de los dioses del Olimpo casi con el ansia de realizar con la mayor rapidez sus visiones, buscando y alcanzando admirablemente una fusión entre inspiración y naturaleza. Y este su último canto que está entre la alegría y el drama, lo ejecuta con esas pinceladas suyas “realizadas a golpes, aplicadas a brochazos, y con manchas (que) de cerca no se pueden ver y de lejos resultan perfectas” (Vasari).

⇦ Obispo Ludovico Beccadelli de Tiziano (Galleria degli Uffizi, Florencia). Durante su segunda estancia en la corte imperial de Augsburgo, el pintor realizó u na serie de retratos de personajes, como el de este obispo. 



A propósito de la última técnica de Tiziano, nos confirman su pintar inmediato y rápido algunos testimonios directos de Palma el Joven, relatados por Marco Boschini. Ciertos “estregar de los dedos” que le servían para avivar los “extremos claros”; sus “acentos oscuros” y las rayas de carmín que constituían el “condimento de los últimos retoques”. Como todos los viejos, Tiziano se aparta ya de todo vínculo terrenal, olvidando casi el dolor sentido por las muertes recientes de Carlos V, de Vasari, de Sansovino, y las alegrías, como la reconciliación con su hijo Pomponio y las bodas de su predilecta Lavinia. Se encierra, con la poesía que siente en el corazón, en el refugio seguro de sus recuerdos. Es el Tiziano del pequeño retablo realizado para la iglesia de su pueblo natal, para la capilla de su familia, en el que se ha retratado a sí mismo haciéndose partícipe, también físicamente, de ese mundo de entrañables afectos y de familiar adoración que rodea a la Virgen y al tierno Niño, que parecen cobrar vida y aliento de la suave luz que todo lo impregna y que palpita sobre la oscuridad del fondo. Es el Tiziano del espléndido Autorretrato del Prado, el último de la serie, en el que su rostro, consumido por los años y devorado por el ansia creadora, parece salir del fondo oscuro por obra de una magia luminosa.

De estos mismos años, realizado entre 1566 y 1568, es el retrato de Jacopo Strada, hoy en Viena, el último quizá de la maravillosa galería de personajes eternizados por Tiziano durante su larga vida. El gentilhombre emerge con aplomo de un fondo fastuoso, como él mismo, bajo el abrazo de la blanda pelliza. Los tonos rojos, verdes, violáceos y negros se sumergen en la sombra para brillar de repente en los resplandores luminosos de la atmósfera dorada que, en su vibración temblorosa, da inestabilidad a la postura y una continua y voluntaria articulación al ambiente. Anciano ya, sin preocupaciones económicas y cada día más famoso, miembro desde 1566 de la Academia Florentina de Dibujo, honrado en su taller veneciano por artistas como Giorgio Vasari y por soberanos como Enrique II de Francia, Tiziano no cede a la vejez y a la ambición, abandonándose al goce de sus bienes materiales y morales.

Venus y Adonis de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Para este cuadro el autor halló inspiración en las Metamorfosis de Ovidio. Cumplidos ya los sesenta años, el pintor vuelve a su primera temática de desnudos y mitologías: la diosa del amor trata de retener al joven cazador, que se muestra esquivo. La luz y el color, que más parecen emanar del interior de los seres que envolverlos exteriormente, se fusionan en una atmósfera cálida y sugestiva. Fue pintado para el príncipe Felipe en 1553.

Viejo verdaderamente terrible, entendiéndose por terrible el ímpetu creador, que ni abandona su actividad ni se reclina en los moldes de probada validez, sino que, cerca de los ochenta años, se encamina hacia una nueva expresión, hecha de atmósferas llameantes y de figuras casi sin peso que cobran vida y viven sobre todo en virtud de la luz, alcanzando los límites extremos de toda expresión pictórica. El Martirio de San Lorenzo de El Escorial, iniciado para Felipe II en 1554, pero aún sin terminar en 1564 cuando Vasari lo vio en casa de Tiziano en Venecia, es ya expresión de la última manera tizianesca.

Las grandes figuras que se agitan en la rojiza profundidad de un templo pierden todo peso en la intensa profundidad nocturna que, rasgada por el destello de las antorchas humeantes, las hace semejantes a fantasmas que vagan en la oscuridad, privando a la escena representada de casi todo valor y significado. Parece un juego mágico que, en el alternarse de claridades y de sombras, da forma y vida a la luz. El Santo Entierro del Prado, asimismo fechado en 1566, vibra de dramáticos sentimientos en el aflorar de los colores desde la oscuridad, en un agitarse fantástico de imágenes luminosas, creadas en un descomponerse de colores en la luz que se pierden casi en una sombra y en un espacio indefinidos.

Dánae de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Es posible que éste sea el más bello desnudo realizado por el pintor. Esta nueva versión de Dánae, recibiendo la lluvia de oro, fue ofrecida por Tiziano a Felipe II junto con otras "poesías m itológicas". El buscado contraste entre las dos figuras no hace sino resaltar la sensual belleza de Dánae, toda candor y abandono. La insólita lluvia de oro confiere una atmósfera irreal a la escena, y en ella Tiziano se adelanta temática y técnicamente a su época. 

Diana y Acteón de Tiziano (National Gallery of Scotland, Edimburgo). En esta alegoría realizada para Felipe II entre 1556 y 1559, el pintor representa a Diana junto a la fuente, a la que se le une Acteón.  

San Jerónimo de Tiziano (Monasteno de El Escorial, Madrid). En las obras de esta época (1560), el pintor utiliza unas pinceladas rápidas para representar al personaje y lo ambienta en paisajes sombríos, en los que a veces irrumpen luces fulgurantes. 

Una vez más es la luz, como recogida en un haz, la que da vida y cuerpo a la Santa Margarita del Prado, en la que predomina un impresionante silencio nocturno, roto por los resplandores de un incendio y subrayado por los sanguíneos reflejos del agua y por el pardo suave de las rocas. También la alegoría conocida con el nombre de La religión socorrida por España, del Prado, es una sucesión de figuras luminosas que nacen y se pierden en la oscuridad del paisaje.

Transfiguración de Tiziano (iglesia de San Salvatore, Venecia). Fechado en 1560, cuando el pintor era muy mayor, en el cuadro se advierte la intervención de los discípulos que trabajaban en su taller. Una explosión de luz envuelve a Jesucristo ante el asombro de los apóstoles que lo rodean.  

Esta obra realizada para Felipe II es la readaptación de una “poesía” iniciada para Alfonso de Este y abandonada en el lejano 1534 debido a la muerte del cliente. Vasari la vio en vías de transformación en 1566, durante la visita que hizo a Tiziano. El original planteamiento de las figuras se convierte ahora sobre todo en un espléndido juego de luces y colores, hecho más vivo y más libre por la ligereza del toque casi impalpable de la rápida pincelada de Tiziano. Y las figuras, con el esplendor cromático de sus ropajes, parecen continuar y perderse en la abertura suave del gran paisaje que se difumina sobre el azul pálido del mar y el rosa tenue del cielo, apenas manchado por las nubes grises y por los árboles oscuros. Todo él es un lírico abandono a un acorde musical de tonos azules, grises, amarillos, rosas, verdes, en las caducas claridades de la tarde que rememoran una vez más la sensibilidad musical de Tiziano y que hermanan esta obra con otra, asimismo en el Prado, que representa el Pecado original y con la Anunciación de San Salvatore de Venecia.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El influjo imperial de Carlos V

Retrato de Carlos V sentado de Tiziano (Aite Pinakothek, Munich) 
Carlos de Habsburgo (1500-1558) heredó en 1516 el imperio más grande de toda la historia: los ducados austríacos, los Países Bajos, el ducado de Borgoña, el Franco Condado, España, los dominios españoles en Italia y el imperio español en América y ultramar, y se convirtió, de este modo, en Carlos I de España y V del Sacro Imperio Germánico (Alemania).

Educado por su tía Margarita de Austria, mujer culta que intentó inculcar a Carlos el interés por la cultura y las artes, el monarca nunca tuvo gran interés por aquello que no le llevara a ampliar y mantener los límites de su imperio. Sin embargo reunió a varios artistas en su corte, entre los cuales destaca Tiziano, pintor que le realizó diversos retratos.

En política exterior tuvo varios problemas debido a la gran extensión de su imperio. Ello se tradujo en guerras de religión, entre las cuales destaca la batalla de Mühlberg, en la que derrotó a los protestantes y que fue inmortalizada por el pincel de Tiziano. Sin embargo, sus principales conflictos los tuvo con el rey Francisco 1 de Francia -quien también aspiraba a la corona imperial-, con el Papado y con el emperador turco Solimán II el Magnífico.

Ello no impidió que fuera nombrado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1529 por el papa Clemente VII, aunque debido a las fuertes presiones abdicó en 1556 a favor de su hijo Felipe II y se recluyó en el monasterio de Yuste, donde murió en 1558.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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