Punto al Arte: 05 Arte oceánico
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Polinesia

Las múltiples islas y archipiélagos (de ahí el nombre de esta parte de Oceanía) que forman Polinesia constituyen la última de las regiones del mundo en ser poblada por el hombre. Esta población se formó mediante varias migraciones procedentes de las grandes islas de Indonesia. Según parece, la primera de estas migraciones debió de producirse unos mil años antes de Cristo y llegó hasta las islas de Melanesia, pero las condiciones de vida eran poco aptas para estos emigrantes, que fueron lentamente absorbidos por la población primitiva. Una segunda oleada de migraciones debió de establecerse en Micronesia, desde donde iniciarían su dispersión por el Pacífico.

Se establecieron primero en las islas Tonga, en las que encontraron poblaciones melanesias mezcladas con sus propios parientes de la primera migración. Los recién llegados se impusieron sobre los antiguos ocupantes y así se fue creando una simbiosis cultural que mil años más tarde sería llevada por nuevas migraciones a los más remotos confines del Pacífico; primero alcanzaron las islas Samoa, luego las Marquesas y las islas de la Sociedad y, por fin, entre el 700 y el 1000 d.C. llegaron hasta las islas Hawai, Nueva Zelanda y la isla de Pascua. En estos últimos puntos, la ocupación no se hizo estable hasta una posterior migración, probablemente en el siglo XIII d.C.

Los polinesios son gentes de elevada estatura, piel de color claro, algo oliváceo, cabello negro, liso u ondulado, y facciones bastante parecidas a las europeas. A pesar de las vicisitudes sufridas a lo largo de sus migraciones, y de las enormes distancias que separaban a las esparcidas islas, la cultura polinesia, al contrario que la melanesia, posee una gran unidad y una extraordinaria capacidad de adaptación a las condiciones que les imponía la naturaleza, desde los cálidos archipiélagos de la Polinesia central a las frías latitudes de Nueva Zelanda y a la aridez de la isla de Pascua. Por otra parte, su espíritu abierto a cualquier novedad les ha impulsado a asimilar todo aquello que les ha parecido positivo de la cultura occidental, desechando rápidamente su propia cultura.

En realidad, su cultura material era muy simple. Vivían de la pesca y de la recolección de moluscos, así como de la agricultura, del ñame y el taro.

Altar del santuario de Marae Taputapuatea (Raiatea, Islas Sociedad). En esta ara de
piedra se cree que los antepasados tahitianos oficiaban sacrificios humanos cuando
el lugar presumió de los privilegios que tenía como centro cultural, político y reli-
gioso de la civilización Maori.

Plataforma ceremonial del templo (atolón de Tetiaroa, Islas Sociedad). A 12 km de Tahití se reúne un conjunto de pequeños islotes que rodean una laguna natural. El lugar fue escogido como terrenos de recreo por la realeza antes de ser propiedad del actor Marlon Brando.

Cuando sus antepasados partieron de Indonesia conocían los procedimientos para obtener metales, pero como en las pequeñas islas no existían yacimientos utilizables, se vieron obligados a hacer sus instrumentos cortantes con piedra tallada; aunque habían conocido el telar, la falta de vegetales que produjeran fibras les llevó a aprovechar la parte interior de la corteza de las moreras para obtener un material suave que, una vez batanado, proporcionaba grandes piezas de una especie de tela (la tapa), que se utilizaba tanto para vestir como para protegerse del frío de la noche, usándolo como cobertor. Por carencia de una arcilla maleable en las islas pequeñas, dejaron de hacer cerámica, y cocían los alimentos en hornos de piedra recubiertos de tierra. 

En cambio, tenían una organización social muy compleja, conceptos religiosos muy profundos y un arte espléndido y variado que incluía una rica literatura, transmitida oralmente.

Tiki (Museo Gauguin, Tahití). Esta escultura de piedra es una de las manifestaciones
artísticas más primitivas de la isla de Tahití, aunque también pueden encontrarse otras
figuras totémicas sedentes talladas en madera. La mayoría son de pequeño tamaño 
generalmente representa a los difuntos o a los dioses, con formas toscas y muy simila-
res a las de otras culturas. Estas coincidencias estilísticas responden a la estrecha rela-
ción geográfica existente entre las islas vecinas, anclándose algunos tipos durante si-
glos.

Los polinesios divinizaban y personalizaban las fuerzas de la naturaleza -dioses del cielo, del mar, de la tierra, de las tempestades- y también tenían divinidades que personalizaban conceptos abstractos -dios de la guerra-. Estos dioses podían ser representados y se ofrecía culto a sus imágenes en lugares sagrados, a los que era tabú acercarse para el pueblo común. También se veneraba al espíritu de los antepasados.

La sociedad polinesia estaba dividida en clases cerradas. Las más elevadas eran las que se entroncaban con los ancestros que formaron parte de las primeras migraciones. Los miembros de esta clase se casaban siempre entre ellos para no perder la fuerza -el mana- que provenía de sus antepasados; para ellos era tabú el contacto con las clases inferiores, mientras que para los individuos de estas clases era asimismo tabú rozarse con las clases elevadas, cuyo mana era tan poderoso que podía aniquilarlos.

Canoa maorí. En esta embarcación se puede apreciar la típica decoración orna-
mental de las canoas varadas en las playas de Nueva Zelanda. Algunas proas pre-
sentan representaciones de divinidades como las de Karemanua para protegerse 
de los tiburones y de otras amenazas marinas. Artistas como André Breton y Paul
Gauguin acumularon una importante colección de estas tallas de madera poli-
cromada esculpida artesanalmente con técnicas secretas y herramientas que pasa-
ban de generación en generación.

Un miembro de la clase superior, probablemente el descendiente directo de un ancestro sagrado ostentaba la jefatura, que, en algunos archipiélagos, como en las islas Hawai, llegó a ser una monarquía absoluta.

Otras clases importantes eran las de los artesanos, especialmente la de los constructores de canoas. Las embarcaciones polinésicas estaban construidas con planchas ensambladas, perfectamente unidas y calafateadas; su navegabilidad era extraordinaria gracias al uso de flotadores, o balancines, que podían colocarse a ambos lados de la canoa, o a un solo lado. Para las largas migraciones por el Pacífico, como las que les llevaron hasta Nueva Zelanda o las Hawai, que podían durar varios meses sin apenas avistar tierras, se usaban dos grandes canoas unidas entre sí por una serie de largos maderos, dispuestos transversalmente entre ambas. Sobre estos maderos se colocaban plataformas, gracias a las cuales podían transportar un elevado número de hombres, animales y los útiles para la pesca y el cultivo.

Casa ceremonial maorí (Rotorua, Nueva Zelanda). En la Isla del Norte neozelandesa se pueden encontrar edificaciones que responden a formas apropiadas del mundo occidental pero que mantienen la decoración escultórica en las vigas de la entrada y su función social originaria como centro de reunión de toda la aldea. En horario de almuerzo se puede disfrutar de un clima de cálida acogida con degustaciones, música y juegos populares. 

Puerta de un antiguo poblado indígena (Rotorua, Nueva Zelanda). La magnífica 
decoración tallada en madera en la entrada de un poblado de la Isla del Norte re-
presenta a los antepasados que habitaron el lugar. Creado por entero a partirde la 
tala sistemática de todo un bosque de pinos kauríes, este poblado creció alrededor 
de una vivienda principal destinada a las ceremonias rituales, también de fina ma-
dera esculpida.

Este sistema social aparece con ligeras variaciones en toda Polinesia. Lo mismo sucede con los conceptos religiosos básicos, si bien, curiosamente, en ciertas islas prácticamente no se rendía culto a los dioses, porque, al invocar su ayuda en alguna ocasión, se había comprobado su ineficacia, por lo cual se consideraba que habían perdido su mana.

Tótems del Te Hau ki Turanga (Museo Nacional de Nueva Zelanda, Wellington). Estas 
abigarradas esculturas halladas en la entrada del templo maorí de Manutuke, construido 
en 1842, simbolizan indistintamente una amalgama polimórfica compuesta por rasgos
humanos, divinos, animales y monstruosos, ya que entre los maoríes se extendió la cre-
encia de que entre el cielo la tierra se desplegó una gigantesca parentela que relacio-
naba a todos los seres vivos del mundo.

Si la religión y la estructura social se manifestaban de modo semejante en toda la zona, el arte, en cuanto venía en cierto modo determinado por la abundancia o escasez de ciertos materiales, en los cuales se expresaba, variaba bastante de un punto a otro, siendo en general los archipiélagos compuestos por islas de un tamaño considerable, los creadores de estilos artísticos de mayor interés. Por este motivo, será a esas islas a las que se dirigirá la atención en las siguientes páginas, en la imposibilidad de estudiar en tan breve espacio las innumerables variaciones que ofrecen las pequeñas islas.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Savat.

Nueva Zelanda

Según las tradiciones orales de los polinesios, hacia el 900 d.C. algunos exploradores llegaron a las costas de una gran isla, de clima frío, regresando luego a sus tierras de origen. Hacia finales del siglo XII, o principios del XIII, se produjo una gran migración desde las islas Cook y de la Sociedad, en la Polinesia central, que llegó hasta allí gracias a la utilización de grandes canoas dobles.

Maza de piedra antropomórfica (Bowers Museum of Cul-
tural Art, Santa Ana). Esta muestra de artesanía demuestra
el gusto del pueblo maorí por la ornamentación de sus ob-
jetos de lucha, finamente labrados como esta maza que re-
presenta la figura de un guerrero de cuerpo abombado y 
perfil estilizado. Su naturaleza bélica obligó en parte a de-
sarrollar una elaborada técnica de artesanía solamente ex-
clusiva para las armas y las piezas pequeñas más ligeras.
Las nuevas tierras ocupadas por los polinesios, que se denominaban a sí mismos maoríes, tenían condiciones muy distintas a las conocidas hasta entonces, el clima era mucho más frío y la vegetación muy diferente. Gracias a su gran capacidad de adaptación, pronto fueron variando su tipo de vida.

Los grandes bosques de enormes pinos kauríes, de tronco muy grueso y gran altura, les proporcionaban una excelente madera; abandonaron, pues, las canoas de planchas y construyeron embarcaciones que alcanzaban hasta 20 metros de largo, vaciando los troncos de kaurí. Los bordes de estas canoas fueron cubiertos de ondulantes motivos en relieve que sugerían las olas del mar, y en las proas y popas se colocaron tablas talladas con motivos calados formando espirales y círculos concéntricos, y pequeñas figuras de tikis, divinidades marinas protectoras.

Las casas de la Polinesia central, construidas de modo que circulase el aire para ventilar su interior, sin más paredes que ligeras colgaduras a modo de persianas, se convirtieron en refugios cerrados para preservarse del frío. Una vez más, los maoríes utilizaron las grandes posibilidades que les ofrecían sus bosques para construir grandes casas ceremoniales de forma oblonga con un porche proyectado al exterior. Los gabletes que formaban el techo, los dinteles de las puertas, los marcos de las ventanas, las vigas, e incluso los entrepaños de las paredes interiores, eran esculpidos con motivos geométricos en los que predominaban las líneas curvas y entre los que se tallaban representaciones de los antepasados.

Los maoríes eran extraordinariamente belicosos, y las diferentes tribus vivían en perpetuo estado de guerra. Los poblados se establecían en lo alto de pequeñas colinas, protegidos con empalizadas y trincheras. El arma más común era una corta maza de piedra, hueso de ballena, o maderas muy duras, cuidadosamente tallada con motivos alusivos al clan de sus poseedores. Como es lógico, la lucha era siempre cuerpo a cuerpo; se practicaba el canibalismo ritual y los parientes del enemigo devorado estaban obligados a vengar la afrenta, lo cual, lógicamente, conducía a un encadenado de luchas por venganza. Generalmente sólo los jefes eran devorados; los demás enemigos derrotados eran sometidos a esclavitud.
Amuleto protector en forma de diminuto
monstruo antropomorfo (Museo de Saint-
Germain-en-Laye).

El tatuaje era una práctica muy común. Los hombres solían llevar tatuada la cara y las nalgas; los diseños de los tatuajes eran del mimo tipo curvilíneo que la decoración en madera, pero para cada hombre eran distintos. Los diseños eran marcados con la punta de un cuchillo de piedra sobre la piel, y luego se los frotaba con excrementos de perros, alimentados con materias muy grasas, lo cual provocaba en el animal una gran secreción de bilis, que ennegrecía las deposiciones; el tinte negro así obtenido penetraba en las heridas, que al cerrarse producían negras cicatrices de gran contraste con la piel clara.

En Nueva Zelanda abunda el jade, y los maoríes pronto lo consideraron como su tesoro más preciado. Lo tallaban con gran esfuerzo debido a su dureza, y lo utilizaban especialmente para hacer tikis, amuletos protectores, que se usaban como adorno.

Curiosamente, los maoríes tenían dos tipos de diseño: junto a los fluidos motivos curvilíneos descritos hasta ahora, que eran siempre hechos por los hombres, había motivos geométricos angulares aplicados a la cestería, las esteras y los paneles de fibras entretejidas, que adornaban el interior de las casas de reunión; este tipo de diseños estaba reservado a las mujeres.

Aunque los maoríes lucharon bravamente contra los colonizadores ingleses, cuando al fin fueron derrotados aceptaron rápidamente la cultura de los vencedores, y en la actualidad se han adaptado a ella perfectamente. Su arte tradicional se conserva en los museos, pero los descendientes de los guerreros maoríes siguen tallando, con la misma destreza, interesantes objetos, que conservan los diseños tradicionales.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Las islas Hawai

El arte de las Hawai está vinculado estrechamente a las pequeñas cortes de tipo feudal de los reyezuelos de aquellas islas y también a la veneración al dios de la guerra.

Templo del Refugio (isla Hawai). Tradicionalmente, a todos aquellos que rompían los tabús o las normas socialmente establecidas por una comunidad, eran expulsados y exiliados a este recinto sagrado custodiado por una empalizada de tótems, a la espera de su absolución.

Las imágenes relacionadas con el culto a este dios son realmente terroríficas, con enormes bocas abiertas, mostrando hileras de dientes de tiburón y grandes ojos de redondas pupilas de amenazadora expresión.
Dios de la guerra (British Museum, Londres). Esta escultura presenta una notable cabeza tallada con una feroz expresión en su rostro. En sus continuos viajes a las islas Hawai durante los últimos años del siglo XVIII, el capitán Cook compiló numerosas tallas en madera que veneraban tanto a los reyes y gobernantes como a divinidades de todo tipo, con un interés protector o como tributo a un linaje aristocrático. Antiguamente se tenía mucha consideración por este tipo de esculturas, no sólo por su difícil elaboración y la escasez de materiales, sino por requerir de la intervención de todo un colectivo privilegiado, compartiendo su manufactura como una experiencia comunal. 

Las más interesantes piezas del arte de las Hawai las constituyen los grandes lienzos y cobertores de finísima tapa, bellamente decorada, y las capas de plumas de vivos colores, insertadas en finas redes de fibras; las plumas estaban dispuestas en hileras solapadas unas sobre otras, como aparecen en el plumaje de las aves y formando decorativos diseños de gran simplicidad y elegancia. Los jefes y reyezuelos, además de estas capas, llevaban espléndidos yelmos, semejantes en la forma a los que usaron los griegos de la Antigüedad, coronados por una cresta y hechos de cestería, en la que también se insertaban plumitas de pájaro.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

La isla de Pascua

En el más lejano confín de Polinesia, a unos 3.500 kilómetros de las costas de Chile, se halla la isla de Pascua, a la que llegaron las migraciones polinésicas probablemente por la misma época que a Nueva Zelanda.
Moai de la Isla de Pascua (British Museum, Londres). Las enormes figuras antropomórficas de esta isla del Pacífico están hechas de toba volcánica muy blanda y cinceladas suavemente con los toscos instrumentos de piedra que poseían los primeros habitantes de las islas. Estas estatuas monolíticas esculpidas en recuerdo de los antepasados polinesios presentan generalmente cabeza poliédrica, una frente protuberante, ojos hundidos, narices alargadas y prominentes y mejillas lisas talladas en planos largos. 

Una vez más tuvieron que adaptarse a circunstancias ambientales totalmente distintas a las de los archipiélagos de la Polinesia central. La isla de Pascua está totalmente desprovista de árboles; la única vegetación son arbustos y matorrales que, evidentemente, no proporcionan madera suficiente para construir nuevas embarcaciones que permitieran emprender el viaje de regreso a los lugares de origen, ni buscar ambientes más propicios.

La madera es tan escasa, que se la considera como un material precioso, y los objetos que se tallaban con ella (siempre de pequeño tamaño) estaban relacionados con las divinidades que adoraban los isleños, o representaban a los espíritus de los antepasados, aunque estas imágenes, más que objetos de culto, constituían una muestra de riqueza para su poseedor, que las ostentaba y exhibía como signo de magnificencia y poder.

Moais del santuario de Ahu Nau Nau (playa de Anakena, Isla de Pascua). Sobre los altos acantilados de la isla se erigieron estas enormes figuras antropomorfas de hasta diez metros de altura, realizadas en toba volcánica y tocados con unos cilindros de toba roja sobre la cabeza. Restaurados en 1980 por el arqueólogo que catalogó los restos de Rapa Nui, Sergio Rapu Haoa, los monolitos fueron colocados mirando al mar como recuerdo de los primeros seres humanos que desembarcaron en sus orillas, que llegaron desde las islas Marquesas alrededor del año 400.

Estas figuras suelen ser de extrañas formas, retorcidas, distorsionadas, ya que se aprovechaba el mínimo fragmento de madera que podía obtenerse de los arbustos, o mejor aún de los árboles o maderos que llegaban hasta las playas, flotando en el mar, y desde muy lejanas tierras. Las más interesantes de estas figuras se relacionan con los espíritus de los difuntos, a los que parecen representar, ya que presentan una extraordinaria delgadez, con el costillar protuberante y el vientre rehundido, ojos desorbitados y rostro emaciado. Otras imágenes tienen forma de hombre pájaro y se relacionan con la principal divinidad venerada en la isla.

Pero el gran misterio de la isla de Pascua lo constituyen las gigantescas figuras (casi siempre cabezas humanas) talladas en piedra volcánica, que en ocasiones alcanzan hasta 10 metros de altura y aparecen situadas al borde de los acantilados, de cara al mar, y sobre plataformas escalonadas, también de piedra tallada. Además, muchas de estas figuras llevan sobre la cabeza, y a modo de tocados, cilindros de toba roja, que fueron colocados una vez emplazadas las figuras en su lugar.

El enorme tamaño de las cabezas prismáticas, de ojos hundidos en las órbitas, que parecen mirar al infinito, ha provocado las más peregrinas hipótesis, entre las que se incluye considerarlas obra de gigantes o de extraterrestres.

Plataforma ceremonial de Ah u Akivi (Isla de Pascua). Las colosales esculturas moai se situaban en la primera línea de costa formando grandes monumentos arquitectónicos que servían para contener y preservar el maná sagrado del pueblo que protegían. Estas toscas representaciones de los primeros grandes héroes de la tribu se solían colocar en un lugar estratégicamente visible para acumular la máxima energía espiritual de las fuerzas naturales y atemorizar y dominar a otras tribus de las islas vecinas. El sitio arqueológico Ahu Akivi, en el centro de la isla, fue restaurado en 1960 y se cree que las siete estatuas que lo presiden representan a los exploradores que rastrearon la isla a las órdenes del legendario rey Hotu Matu'a.

Aunque la piedra en que están talladas es muy blanda, no deja de constituir un arduo problema, si no se cuenta con la ayuda de herramientas metálicas; sin embargo, los pascuenses las tallaban en la misma cantera, con la ayuda de instrumentos líticos. Esa cantera se halla en las laderas del más elevado volcán de la isla, el Rano-Raraku, donde todavía pueden verse algunas esculturas abandonadas, seguramente por no haber podido llevarlas hasta el lugar deseado. Hay que tener en cuenta que esas cabezas llegan a pesar hasta 20 o 30 toneladas.

Otro de los misterios de la isla de Pascua son unas tablillas planas, oblongas, en las cuales aparecen hileras de pequeños motivos incisos, que parecen caracteres de una escritura desconocida. Al parecer, las conservaban los rongo-rongo, hombres sabios que conservaban las narraciones acerca de los antepasados y sus conocimientos. Las tablillas serían signos pictográficos que servían para recordar -o "leer"- tales narraciones.

Desgraciadamente, a fines del siglo pasado gentes procedentes de Perú arribaron a la isla y se llevaron consigo a los hombres adultos para que trabajasen como esclavos en las islas guaneras. Sólo quedaron las mujeres, los niños y los viejos. De esta brutal manera se perdió la memoria de los conocimientos de aquel pueblo que, en tan difíciles condiciones, realizó tan extraordinarias obras.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

El arte de los aborígenes australianos


Churinga australiano (Colección Tara, Nueva 
York). Estos objetos totémicos realizados por los
aborígenes se remontan hasta un presunto origen 
prehistórico. Los dibujos simbólicos con que a-
dornan guijarros o cortezas de madera contienen 
al espíritu de un antepasado. Dichos fetiches se 
solían guardar en lugar sagrado y se empleaban, 
entre cantos y narraciones orales, en todo tipo de 
liturgias sociales y religiosas por contener en sus 
muescas las antiguas crónicas del pasado. 
En el norte de Australia, en la denominada Tierra de Arnhem, y en algunos puntos del desértico centro del continente, sobreviven los aborígenes australianos, uno de los grupos humanos de cultura más primitiva de la Tierra. Son además bastante distintos físicamente de los demás habitantes de Oceanía, constituyendo un grupo racial independiente, del que se desconoce el origen, si bien se supone que pudieran estar emparentados con los veddas de Sri Lanka.

Los australianos desconocen la agricultura, viven de la recolección, la caza y la pesca. Sus armas, usadas exclusivamente para la caza, ya que no guerrean entre ellos, son hachas de piedra tallada, y lanzas, dardos y bumeranes de madera; también utilizan mazas y escudos de madera.

Hasta hace pocos años iban enteramente desnudos, y sólo ostentaban pequeños cintos, taparrabos de corteza o conchas, y tocados y adornos corporales. Desconocen la cerámica y, por supuesto, los metales. Como recipientes utilizan bateas de madera y corteza; para guardar los alimentos hacen bolsas de fibras retorcidas que no llegan a constituir verdadera cestería.

No construyen casas ni chozas; antiguamente habitaban en cuevas y, más tarde, empujados por el hombre blanco a lugares cada vez más inhóspitos, hicieron pequeños paravientos de corteza, fácilmente transportables, cosa imprescindible para su vida nómada siempre siguiendo las pistas de la caza.

Actualmente, el gobierno australiano intenta protegerlos, ha creado zonas acotadas, en las que se ven libres del constante acoso de los agricultores y ganaderos blancos, y donde, si lo desean, pueden acceder a las ventajas que ofrece la vida occidental. No obstante, esas ventajas muchas veces consisten en la posibilidad de comer sin hacer nada, con lo que se embrutecen lentamente, o lo que es aún peor, acceden a las bebidas alcohólicas que los aniquilan rápidamente. Y aun en el mejor de los casos, la vida en las reducciones supone la irremisible desaparición de su cultura tradicional lo cual es, evidentemente, lastimoso.

Porque, en efecto, junto a una vida material tan extraordinariamente limitada, los aborígenes australianos poseen bien desarrollados conceptos sobre un mundo sobrenatural sabias leyes de conducta, una organización social muy compleja y, sobre todo, un arte de incomparable originalidad, cuyas realizaciones revisten gran belleza.
Espíritus mimis australianos (Sala Santa Cata-
lina del Ateneo, Madrid). Las finas figuras ta-
lladas por los aborígenes australianos poseen 
rasgos de marcado primitivismo, reflejando las
escarificaciones y las subincisiones tribales con
que marcaban su cuerpo. Algunas de estas an-
cestrales esculturas presentan la peculiaridad de 
mostrar externamente la parte no visible del 
cuerpo, destacando el esqueleto y las vísceras. 
Los seres espectrales denominados mimis eran 
siempre representados tipológicamente como
muy altos y delgados, ya que se creía que vi-
vían debajo de las grandes piedras.

El arte de los aborígenes está perfectamente adaptado a las condiciones de vida, y los materiales utilizados son los que la naturaleza les ofrece. Así, los que vivían en las cuevas pintaron las paredes de sus refugios, grabaron dibujos en los suelos rocosos o practicaron surcos en los terrenos arenosos, hicieron motivos en relieve en la corteza de los árboles y decoraron, en fin, los objetos que constituían su ajuar: escudos, lanzas, bumeranes, etc.

Cuando se vieron forzados a abandonar los abrigos rocosos y se refugiaron en las zonas septentrionales, por las que todavía no se interesaba el hombre blanco, y en las que había grandes bosques de eucaliptos, tomaron la corteza de estos árboles y con gran ingenio elaboraron suaves, amplias y planas superficies en las que pintaron escenas relacionadas con sus creencias religiosas y su vida cotidiana. El acceso a unos materiales blandos, como son la madera y la corteza, les permitió realizar pequeñas esculturas, bateas para la recolección, gorros, bolsas, etc. La piedra, más difícil de encontrar en estas tierras, fue reservada para las hojas de las hachas y para sus objetos más sagrados, las churingas, piedras planas, oblongas, cuidadosa y penosamente talladas y en cuya superficie se trazaron diseños de tipo geométrico relacionados con los tótems de los antepasados; en estas churingas se supone que se halla concentrada la fuerza espiritual de los ancestros.

En cualquier caso, el arte era un elemento esencial en la vida del hombre australiano, ya que constituía la expresión de sus creencias religiosas, la fuente de la fertilidad, el medio que les permitía transmitir a sus descendientes los conocimientos del grupo del que formaban parte, para describir sus hazañas y, también, que quedara memoria de ellas.

En las paredes de las cavernas que habitaron en el pasado se pueden contemplar sus narraciones acerca de la creación del mundo, que se inician con el relato de cómo era la tierra cuando estaba vacía, cuando no había vegetación ni animales, ni por supuesto hombres; entonces, de algún lugar desconocido surgieron los héroes; éstos, al caminar, fueron creando los caminos de la Tierra, los ríos, el mar, que pronto se poblaron de animales. Más tarde fueron creados los hombres. En las paredes de las cuevas aparecen representados esos héroes; son los denominados wandjina, figuras antropomorfas de gran tamaño, cuyos cuerpos están pintados de blanco y contorneados de rojo: los colores de la fertilidad, del agua y de la sangre.

Otro tema que aparece en las cuevas son figuras de seres mágicos -los mimis- que tienen forma de hombres delgadísimos, casi filiformes, y aparecen siempre en movimiento, en escenas llenas de espontaneidad.

Aunque todas estas pinturas fueron realizadas hace mucho tiempo, frecuentemente acuden aborígenes para "renovarlas"; las repintan y a veces les añaden motivos. Hasta la década de 1960 perduró esta práctica, para mantener contacto con los espíritus de la creación.

Corteza decorada. Sobre corteza de eucalipto los aborígenes australianos pintaban escenas mitológicas y de carácter mágico, animales y espíritus de los antepasados. El acto creativo de la pintura se hacía en secreto mientras el artista recitaba cantos sagrados durante la realización de la obra.

Aunque no son tan antiguas como las pinturas realizadas en las cuevas, o los petroglifos, se sabe que los primeros colonos europeos que se establecieron en Australia dejaron constancia de que los indígenas pintaban escenas de animales y hombres en piezas de corteza. Hacia 1850 todos los grupos indígenas que habitaban en el continente realizaban este tipo de pinturas; posteriormente, al ir retrocediendo el hábitat indígena ante el avance de los blancos, esta producción quedó reducida, como ya se ha dicho, a la zona de la Tierra de Arnhem, ya que los indígenas que vivían en el centro de Australia (en 1960 todavía había grupos arunta en las zonas desérticas centrales) carecían de árboles de los que extraer la corteza.

Espíritus mimis australianos (Yirrkalla, Tierra de Arnhem). En la región nordeste de la Tierra de Arnhem, en Australia, se halló un curioso estilo escultórico de figuras antropomorfas que representan a los espíritus ancestrales de los aborígenes. Si bien lo habitual es encontrarlas en zonas rocosas, los hay también pintados en rojo u ocre en las cavernas o esculpidas en madera. El destacado detalle de las extremidades responde al fuerte sentimiento por la composición que compartían los antiguos artesanos por las imágenes en movimiento.

Una vez obtenida la plancha de corteza, arrancadas las rugosidades, y ablandada al fuego, se procede a dejarla perfectamente plana y lisa; luego se confecciona la materia pictórica con colores naturales: blanco (obtenido de piedras calizas), negro (de carbón o de piedras ferrosas), y rojos y ocres (procedentes de arcillas), que se mezclan, una vez reducidos a polvo, con el jugo de unas orquídeas o con miel de abejas, a modo de aglutinante.

La realización de la pintura propiamente dicha se efectúa en secreto, sin espectadores; a veces trabajan en la misma corteza dos o tres pintores, que mientras realizan su tarea van salmodiando sus cantos sagrados.

Las pinturas tienen temas diversos: las hay de carácter sagrado en las cuales se reflejan temas míticos referentes a los wandjina y a los mimis. Otras son de carácter puramente narrativo, en las que puede explicarse, por ejemplo, una expedición de caza o pesca. En este caso, la escena suele estar dividida en diversos compartimientos, en cada uno de los cuales se representa una secuencia de una acción (como en un cómic).

Pintura rupestre (Parque Nacional Kakadu, Tierra de Arnhem). Realizada con una mezcla especial de pigmentos naturales, las figuras rupestres que se reparten por los acantilados australianos suelen representar escenas del mundo mítico y elementos de la naturaleza, relacionando íntimamente la fauna, la flora y la mitología del lugar.

En otro tipo de pinturas se plasma la figura de un animal que ocupa toda la corteza; en esa figura aparece representado no solamente el aspecto externo del animal, sino también lo que el pintor sabe que tiene dentro (columna vertebral, corazón, intestinos). A este tipo de pinturas se las ha denominado de rayos X o radiografías.

Por fin, hay un cuarto tipo de pinturas conocidas como abstractas, aplicando abusivamente una terminología propia del arte occidental a un arte completamente ajeno a los parámetros modernos. Son pinturas que aparentemente no guardan relación alguna con objetos reales; sin embargo, los aborígenes las interpretan rápidamente como "el arco iris", "pozo de agua con lanzas alrededor", o "la luna deslizándose sobre las olas".

La pintura sobre corteza ha sobrevivido con toda su autenticidad hasta hace pocos años, e incluso su producción se acrecentó, puesto que misioneros, sociólogos y la misma administración gubernamental animaban a los aborígenes a realizarlas; pues, a medida que era conocido en Occidente este arte, se acrecentaban las peticiones de pintura, que proporcionaban buenas ganancias a sus creadores.

Espíritu maligno Nabulwinjbulwinj (Roca Nourlangie, Tierra de Arnhem). Entre las pinturas rupestres halladas en el interior de una cueva del Parque Nacional de Kakadu se encuentra esta representación de un ser mitológico que se alimentaba con la carne de las mujeres que previamente raptaba y violaba. Muchas de estas pinturas son narraciones que cuentan la creación del mundo, con la presencia sistemática de los mimis mitológicos.

Mas, para lograr ese incremento, primero se procedió a facilitar la tarea del arranque de la corteza mediante herramientas metálicas, luego se proporcionaron a los artistas pinceles industriales, e incluso pinturas químicas. Más tarde se les propuso la realización de nuevos temas. Actualmente apenas usan la corteza y las pinturas las hacen sobre lienzo, bien tensado y enmarcado. 

No obstante, hay que reconocer que las muestras recientes que ha sido posible estudiar, aunque poco o nada tengan que ver con la antigua pintura, son de elegante y refinado trazo, y sus sutiles combinaciones de colores permiten augurar que los artistas jóvenes aborígenes, con toda seguridad, influirán eficazmente en el arte australiano del futuro con su personalísima contribución.

Fuente: Historial del Arte. Editorial Savat.

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