Punto al Arte: 04 La pintura del Renacimiento tardío
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Moisés hace manar agua de la roca


En Venecia, la gran escuela iniciada por Giorgione y Tiziano es continuada por Veronese y Jacopo Robusti, más conocido como Tintoretto, autor de grandes retratos, de alegorías mitológicas, pero principalmente de temas religiosos. En sus obras se aleja completamente del arte clásico para devenir un artista con clara identidad, al dotar a sus escenas de composiciones complejas y abigarradas.

En su Moisés hace manar agua de la roca (Mosé che fa sea turire l’acqua) encontramos su mayor énfasis narrativo. La pintura aparece cargada de un acentuado componente expresivo y un elevado dinamismo, que acerca o antecede al gusto del barroco. Tintoretto se inició en el estudio de Tiziano y seguramente allí aprendió su pintoresca técnica.

En este espacio, casi como un horror vacui, las figuras se agitan, abalanzándose y retrocediendo en posturas que vienen determinadas, no tanto por la acción que se supone deben representar, sino por la voluntad del propio artista que las maneja a su antojo.

Su afición por los bruscos y a menudos irracionales efectos de perspectiva, los violentos escorzos y las gesticulantes figuras en un agotador movimiento muscular, revelan quizás la pretensión del artista en combinar el colorido de Tiziano con el dibujo de Miguel Ángel.

En general, las obras de Tintoretto manifiestan perspectivas forzadas, al mismo tiempo que espectaculares. Los paisajes se elevan, los escenarios arquitectónicos se hunden verticalmente. Incluso en algunas estructuras se alzan oblicuamente sobre el espectador, induciéndolo hacia el interior de la escena.

El tratamiento que da a la luz, un claroscuro complejo y lleno de contrastes, es otra de las características atribuidas a su lenguaje pictórico. Hay que señalar que Tintoretto creció en el ambiente de devoción de la Contrarreforma y, por tanto, sus pinturas religiosas tienen la fuerza emocional de una revelación.

Sus obras se adecuaron como pocas en su tiempo a las nuevas exigencias de la imagen religiosa. La luz, lejos de ser un estimulante cromático de sensualidad, se traduce en una referencia de contrastes y efectos dramáticos. Su pintura se orienta a conmover más que a agradar.

Partiendo, pues, de una interpretación libre, Tintoretto crea una manera de presentar su universo figurativo en el que se unen las formas distorsionadas de sus figuras con el clasicismo arquitectónico palladiano. Este planteamiento puede observarse claramente en su Última Cena, conservada en el presbiterio de la iglesia de San Marcuola en Venecia.

Moisés hace manar agua de la roca se conserva en Städelsches Kunstinstitut de Francfort y su ejecución puede datarse hacia 1555-1560.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Tiziano

Tiziano Vecellio nació en Pieve di Cadore, probablemente en 1488. Esta fecha es más convincente que la de 1477, justificada durante mucho tiempo por noticias tradicionales, siendo una de las principales la declaración del escribano de su parroquia que lo anotó en el libro de los muertos “a la edad de ciento tres años”. De familia muy conocida e importante en los valles de Cadore, de muchacho fue enviado a Venecia con su hermano Francesco a la escuela de pintura del mosaísta Sebastiano Zuccato. Poco o nada se sabe de su infancia, embelesada tal vez por la belleza de sus montañas que reaparecerán con frecuencia, más tarde, en los admirables paisajes de fondo de sus cuadros de amplios horizontes.

Pero quizá sintió pronto vocación por la pintura, aunque no sea del todo cierta la anécdota narrada por Ridolfi de que muy joven aún pintó una Virgen “en un capitel… con jugo de flores”, a la vista de sus Alpes rosados por los apacibles atardeceres y arropados de bosques y prados de un verde esmeralda.

No había otra razón, sino la vocación que sentía, para justificar el ingreso en un taller de pintura del hijo de una familia notable y rica. Y Venecia, con su opulencia, sus mármoles, sus mosaicos y su laguna, aviva en sus ojos y en su corazón ese gusto apasionado del color que hace de Tiziano el pintor por excelencia, casi por antonomasia.

La pintura, en Venecia, vivía aún de las últimas esplendorosas historias de Vittore Carpaccio, de la obra de Gentile Bellini, de los espacios dilatados, abiertos a las figuras sólidas y a los colores sonoros y suaves del claroscuro de GiovanniBellini, y del mundo nuevo del joven Giorgione deCastelfranco en su atmosférica, dulcísima languidez, toda hecha de delicadeza de tonos y colores, vibración de sentimientos y apaciguamiento de los sentidos y de los dramas. Del mosaísta Sebastiano Zuccato “el muchacho, Tiziano, fue enviado a Gentile Bellini, hermano de Giovanni”, y luego “…le fue dicho por Gentile que no iba a ser de provecho en la pintura, viendo que se apartaba mucho de su camino. Por eso Tiziano, al dejar ese torpe Gentile, tuvo ocasión de acercarse a Giovanni Bellini; pero al no gustarle plenamente tampoco esa manera, eligió a Giorgio de Castelfranco” (Dolce).
 
Giambellino en verdad resumía en sí, para Tiziano, toda la pintura véneta del Quattrocento que con él se cerraba, mientras que con Giorgione, el de Cadore entra en el Cinquecento más esplendoroso y triunfante. Tiziano Vecellio, según se verá, tuvo una larga vida y trabajó continuamente, desde los años de su juventud a los de su extrema vejez, sin repetirse jamás, sobre todo en las expresiones y en el lenguaje, esbozando y abandonando sus obras para reanudarlas al cabo de meses, incluso de años. Resulta difícil y problemática una sucesión cronológica de sus pinturas y tampoco es posible, en estas breves páginas, reseñarlas todas, al igual que la división en períodos de su extensa vida es aproximativa y, en alguna ocasión, los tiempos se dilatan y se confunden.

Concierto campestre de Tiziano (Musée du Louvre, París). Es una obra maestra de tonalidad y atmósfera. Con ella, el artista abre un capítulo de la pintura que habrá de cerrar Manet. La composición está concebida como una visión de ensueño, en la que los desnudos se funden con el paisaje a la luz del crepúsculo. 

Por otra parte, ya desde los primeros años de colaboración con Giorgione en el Fondaco dei Tedeschi, Tiziano aparece distinto de su maestro predilecto. La vida de sus imágenes ya tiene un latir más humano, terrenal y “terrible”, y las figuras se sitúan casi en prepotencia en el espacio, en actitudes desenvueltas y seguras, en un giro nuevo de luces que abre infinitas e increíbles posibilidades de expresión al color. Color que será la gran magia de Tiziano en todo momento de su actividad, en todo género al que dedicará su prestigioso pincel.

Los retratos, las pinturas religiosas, las alegorías paganas, las que él llama sus “poesías”, se entrelazan cotidianamente en su producción infatigable y prodigiosa. Pintor, se mantiene por encima de todo, durante toda su vida tan rica en honores, alejado siempre de los acontecimientos históricos, políticos y religiosos que le fueron contemporáneos. Su espíritu casi no percibió ni las luchas de las potencias extranjeras por el predominio en Italia ni las contiendas entre Reforma y Contrarreforma, Cristiandad y mundo musulmán. Podrán, todo lo más, ser pretexto y objeto de retratos famosos o altisonantes alegorías.

En el fondo, tampoco siente demasiado la atracción del poder papal que emana de Roma, a la que llegará en edad ya madura. Y, sobre todo, para siempre hablarán a su corazón Venecia y su ambiente, su familia y el Cadore. Perdidos los frescos en la fachada del Fondaco dei Tedeschi, realizados en el período de su colaboración con Giorgione, hacia 1508, desgastados en el Setecientos por la salobridad marina, las primeras obras de completa y verdadera autografía de Tiziano son las Tres historias de San Antonio, pintadas al fresco en la Escuela del Santo de Padua. Se las puede fechar entre 1510 y 1512 y ya en ellas triunfa el hombre, con la fuerza de su sentir, vivo y apegado a la vida que le rodea, en un coloquio pleno y continuo. Son imágenes claras e historias abiertas al espectador, ceñidas al hilo conductor de una lógica equilibrada y segura.

⇨ Gentilhombre de Tiziano (National Gallery, Londres). En este retrato se quiso reconocer a Ariosto, ya que probablemente les unía la amistad.



Parecen como episodios de la vida cotidiana que sólo en el vibrante cantar de los colores ya plenos revela el desarrollo de los tres milagros: el del recién nacido que testimonia a favor de su madre, el del pie curado y el de la mujer herida. Por otra parte, ya en el Concierto campestre del Louvre, iniciado quizá por Giorgione, pero ciertamente ejecutado por el jovencísimo Tiziano, se presentía esa viva realidad que une al hombre y la naturaleza en un canto feliz a la belleza, a la belleza entendida en el sentido del clasicismo más ideal e incorruptible.

En 1512 tal vez su fama empieza a rebasar los confines del Véneto, siendo invitado a Roma por Pietro Bembo. Rehúsa la invitación y prefiere ofrecer sus servicios a la Serenísima República veneciana. Regresa a Venecia. El momento es propicio para él. Giorgione ha muerto de la peste en 1510, Carpaccio vive aislado en el lúcido mundo de sus fantasías, fuera del tiempo, Sebastiano del Piombo está en Roma y Lorenzo Lotto, inquieto y humilde, se ha alejado para siempre del Véneto. Sólo Giovanni Bellini, ya anciano, puede contender la palma del primado a Tiziano, que en aquel momento cuenta veinticuatro años de edad nada más.

En 1513 se compromete a pintar para la sala del Consejo Mayor, en el Palacio Ducal, una obra, terminada muchos años más tarde, de la batalla de Cadore, en la que también luchó su padre contra el emperador Maximiliano. Iba a ser una gran empresa que “ningún hombre hasta hoy ha querido realizar”, y a cambio pide la contaduría del Fondaco dei Tedeschi, que fue de Giorgione, y algunos beneficios gozados por Giovanni Bellini. El artista abre su taller en San Samuele e inicia así sus relaciones con la Serenísima, a menudo contrastadas y contrastantes, pero que perdurarán ininterrumpidamente hasta su muerte. La Gran Batalla fue destruida por un incendio en 1577 y sólo se conoce a través de los dibujos y de algunas copias antiguas. Son de estos primeros años venecianos varias obras excelsas en las que Tiziano parece evocar, con su regreso a la laguna, el espíritu y el mundo de su maestro recién fallecido a tan temprana edad. Son: el pequeño retablo de la iglesia de la Salud, el Retrato de dama y el llamado Ariosto.

Noli me tangere de Tiziano (National Gallery. Londres). Aquí aparece el protagonismo que tiene el paisaje en sus obras, quizás las montañas y valles de su tierra natal, y que en esta composición enmarca y realza los personajes. 

En el primero, que antes estaba en Santo Spirito in Isola, es evidente el vínculo con el retablo giorgionesco de Castelfranco, “retablo que, como dice Vasari, muchos creyeron que fuera debido a la mano de Giorgione”; vinculación visible en la construcción monumental que sitúa a San Marcos en alto, sobre su basamento, perfectamente centrado entre los cuatro Santos laterales en “conversación”. Pero en el cielo hay una amplia abertura agrandada por el viento que aparta las nubes. En la Schiavona y en el Ariosto (tal vez aquel gentilhombre llamado Barbarigo, amigo suyo que le había proporcionado los favores ducales), ambos en Londres, ya se afirma, inconfundible, la energía creadora de Tiziano en el seguro, casi temerario planteamiento, y en el vibrante color, sonoramente desplegado y abierto al juego triunfante de la luz. En el Gentilhombre de Londres se quiso reconocer al Ariosto, a modo de confirmación de la amistad que probablemente unió al pintor y al poeta.

Concierto de Tiziano (Palacio Pitti, Florencia) La expresión del monje casi permite oír la melodía que le embriaga, al mismo tiempo que demanda de sus acompañantes que sientan el mismo goce por la música. 

De los mismos años, anteriores a 1516, son el Noli me tangere de Londres y el Concierto de Pitti. En el primero, predomina el amplio panorama de la naturaleza y, tal vez, es el primer ejemplo válido de la inclinación de Tiziano por el paisaje que se enciende en ricos colores, en la luz gozosa de las reverberaciones del ocaso. Es la primera notación de esos grandes paisajes que se abrirán en el Tiziano maduro sobre amplios valles, sobre imponentes montes, sus valles cadorinos, las montañas de su infancia, el Antelao, el Pelmo, las Marmarole que están encerradas en su corazón y que recobran vida de su nostalgia en las suaves atmósferas de sus retablos y que en sus alegorías se convertirán, a veces, en protagonistas. En el Concierto, el éxtasis musical predomina en el arrobamiento del monje, aun cuando, con espíritu nuevo, llama a coloquio a los otros dos personajes, prisioneros ya como él, del círculo mágico de la música y del color tizianescos.

El Bautismo de Cristo de Tiziano (Museo Capitalino, Roma). Una de las primeras obras del pintor fechada hacia 1512. En ella revela ya el acentuado gusto por el paisaje real, en el que flotan las cabecitas con alas típicas del barroco. Las figuras se recortan sobre el fondo, bañadas en una luz crepuscular. 

Algo posterior, pero partícipe del gusto paisajista del Noli me tangere, es el Bautismo de Cristo de los Museos Capitolinos de Roma. Aquí, mientras el paisaje se vuelve cada vez más amplio y más verdadero, especialmente en la poesía de una dorada atmósfera crepuscular, la luz embiste impetuosa las figuras, haciendo suaves las carnes y otorgando brillos de seda a los ropajes, lo cual anticipa, en ciertos rasgos, los resplandores fulgurantes del Tiziano más tardío. Pero ahora parece lanzar una última mirada, como un adiós al mundo de Giorgione, en la Virgen del Kunsthistorisches Museum de Viena llamada la Zingarella, todavía belliniana en la composición y giorgionesca en el desgarrador idilio del paisaje lejano.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Nuevas experiencias

Cerca de 1515, Tiziano abandona todo vínculo con el pasado y de su obra mana entonces una sensación de vida alborozada, en el componerse de amplias formas, desenvueltas en un holgado y fluido movimiento, ricas de colores suntuosos y de ritmos armoniosos que las hacen al mismo tiempo opulentas, puras y humanas, mientras el paisaje a su alrededor se abre en una visión real, vibrante de luces o cargada de atmosféricas penumbras.

El amor sagrado y el amor profano de Tiziano (Galería Borghese, Roma) Composición sumamente imaginativa en la que el pintor funde elementos reales y mitológicos en la extraordinaria luz de un atardecer de verano. Su forma parece la de un friso clásico en el que cada Venus tiene un fondo de paisaJe contrapuesto, el de la derecha, apacible luminoso, y el de la izquierda, agreste y sombrío. Las interpretaciones sobre estas dos bellezas rubias de formas opulentas han sido varias. Por un lado, se han creído inspiradas en la Argonáutica de Flacco, en la que Venus persuade a Medea, y, por otro, se ha supuesto ver un doble retrato de su amada Violante. 

Es de estos años la alegoría de la Galería Borghese de Roma, llamada El amor sagrado y el amor profano, realizada quizá para Niccolo Aurelio, cuyo tema le fue sugerido a Tiziano por Pietro Bembo. La obra marca un momento de particular fortuna colorista que se difunde de lleno en las dos hermosas imágenes femeninas, acogidas y acariciadas por la armoniosa disposición del paisaje de fondo, casi con un ritmo de friso a la manera clásica. Las dos mujeres son opulentas, suaves, plasmadas en una perfección de colores, con una paleta voluntariamente reducida de tonalidades: el rosado dorado de las carnes, el rojo intenso de un manto, el blanco mórbido de un ropaje. La rubia opulencia de las dos jóvenes las hermana a la llamada Flora de los Uffizi, asimismo fechable hacia 1515, y a la Muchacha peinándose del Louvre. Tanto una como otra representación, casi de una belleza ideal, se realizan en suaves formas sensuales, acariciadas por una luz dorada que se desliza serena sobre las carnes, los ropajes y las cabelleras, encendiendo algunos tonos rosas o rojos y rozando unas pocas flores en una mano o un objeto brillante en la otra. Ambas hallan resplandores en el fondo o en el rubio encendido de la cabellera suelta.

Virgen de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Óleo de 65,8 cm de altura por 83,5 cm de longitud. En esta obra, también llamada la Zingarella, el autor parece acusar aún la influencia de Giorgione, al respaldar la figura con un idílico paisaje, y seguir el tipo de composición de Bellini. Bacanal de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Obra pintada para el pequeño estudio de Alfonso 1 en el castillo de Ferrara. En esta escena sensual y pagana, llena de luz, destaca en primer término Ariadna, que duerme voluptuosamente y también en el centro la doncella rubia que es Violante, amor juvenil de Tiziano, en cuyo escote firmó el pintor. Sobre la página de música puede leerse: "Qui boit et ne reboit, ne sait que boire soit". Es tradición que para esta alegre bacanal Tiziano se inspiró en un pasaje de las Imágenes, de Filostrato el Viejo, en que Dionisos celebra su llegada a la isla de Andros.

Son representaciones ideales o, tal vez, retratos, al ir dilatándose el arte de Tiziano con espléndidas imágenes vivas de personajes que constituirán a lo largo de toda su actividad una riquísima colección de tipos, rostros, caracteres, sentimientos y fastuosos ropajes. Entre otros: la llamada Violante, de Viena; el Hombre del guante, del Louvre, y Tommaso Mosti, de la Palatina de Florencia. Se percibe ahora, en el pintor, una voluntad de ahondar en el estudio y la representación psicológica del individuo y, por un momento, el color se vuelve más sobrio en la gama reiterada de grises y pardos. Mosti era un gentilhombre de Ferrara, muy importante en la corte de los Este. Su retrato es una prueba más de que alrededor de 1516 Tiziano entabla una relación con Alfonso I de Este.

⇨ Muchacha peinándose de Tiziano (Musée du Louvre, París). Sus dos personajes han sido identificados como Alfonso de Este y Laura Dianti, y también como Federico Gonzaga y su amante lsabella Boschetti, pero ello no es probable porque la obra parece anterior a la relación de Tiziano con las cortes de Mantua y Ferrara.



En ese mismo año muere Giovanni Bellini y fray Germano, prior del convento de Santa Maria Gloriosa dei Frari, encarga a Tiziano el gran retablo de la Asunción para el altar del ábside mayor del templo. La obra será inaugurada el 20 de marzo de 1518 y resultará increíblemente nueva y revolucionaria. Se convierte en el centro mismo del gran coro y de la iglesia, y no puede ser objeto de recogida oración. Se impone por su vertiginoso dinamismo de masas y su fulguración impetuosa de colores. La imagen de María destaca en primer plano, en un audaz escorzo de abajo arriba, iluminada por una luz palpitante que se convierte en claridad en el fondo del cielo, iluminando en lo alto al Eterno y a la nube de sus querubines, y apaciguándose en la parte baja en suaves y profundas penumbras, en el agitarse inquieto de los Apóstoles que, por la energía de las líneas y la solidez de las masas, parecen salir del plano. Esta obra, tras algunas iniciales disensiones debidas a la audacia del nuevo planteamiento, marcó la fama del artista “desvinculado desde ahora de los anteriores lazos con el giorgionismo”.

⇦ Violante de Tiz1ano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Retrato de su amada, uno de los numerosos personares que pintó a lo largo de su v1da Su intensa mirada parece responder al amor que le profesaba el pintor. La rubia cabellera y el suntuoso ropaje enmarcan su rostro juvenil.  



En los años que van de 1516 a 1520 Tiziano trabajaba también para Alfonso I de Este. Los libros de cuentas del Castillo Estense hablan, en 1516 justamente, de ensalada, carne salada, aceite, castañas, naranjas, velas, queso y vino que se entregaban cada semana al pintor, y no de obras particulares a él encomendadas. Aunque unos años más tarde, hacia 1518, encontrándose confirmación de ello en una carta suya al duque, Tiziano añadía un paisaje al Festín de los dioses de Giovanni Bellini y realizaba las dos Bacanales, actualmente en el Prado, que, junto con el Triunfo de Baco y Ariadna, ahora en Londres, estaban destinados al pequeño estudio de Alfonso I en el castillo de Ferrara.

Son cantos de alegría pagana, en los cuales los mitos antiguos parecen renovarse en la dulce suavidad del paisaje que acoge y acompasa el movimiento, a veces desenfrenado, de las imágenes, de una sensualidad natural y serena, casi purificada por la felicidad del cromatismo que armoniza espléndidamente la naturaleza con el hombre. Las gamas cálidas de los rojos, de los amarillos, de los azules, se entrelazan con el verde dorado de los bosques y se suavizan con el azul del cielo, haciendo de las figuras estatuarias antiguas y de las miguelangelescas verdaderas “poesías”.

⇦ Tomasso Mosti de Tiziano (Galería Palatina del Palacio Pitti, Florencia). Hacia 1520 pinta este retrato de un miembro de la corte. Aquí se nota una tendencia del pintor por plasmar los caracteres psicológicos de la personalidad del personaje, que hace establecer una conexión directa con el espectador.



“Poesías” es como Tiziano llama a sus mitologías paganas, hasta las Dánae, las Ledas, las Venus y todas las diosas de sus últimos años. Entre uno y otro de estos alegres cantos paganos, Tiziano realiza importantes obras religiosas, como el Políptico de Bresda, que le fue encargado en 1522 por el legado pontificio Altobello Averoldi, y, en este mismo año, la Virgen con los santos Francisco y Alvise y el donante para la iglesia de San Francisco de Ancona, que es la primera obra fechada del maestro. En el políptico de Brescia, Cristo triunfa a plena luz en la oscuridad de la noche, quebrada por relámpagos de tempestad al fondo. A los lados emergen pesadamente de la sombra el San Sebastián “atado a una columna con un brazo en alto y otro abajo”, y los santos Celso y Nazario con el donante, en un reposo de colores casi monocromos en las tonalidades densas y profundas. En lo alto, la Virgen de la Anunciación y el ángel parecen resplandecer con una luz plateada, en el amanecer inminente que romperá la atmósfera nocturna.

Asunción de Tiziano (iglesia de Santa María Gloriosa dei Frari, Venecia). Retablo pintado por encargo del prior del convento en el altar de la capilla mayor. Los casi siete metros de altura proporcionaron al pintor la oportunidad de crear una composición de gran formato en sentido ascendente. Este hecho le proporciona un gran dramatismo, acentuado también por el color rojo y los cambios lumínicos empleados. Con esta obra, Tiziano establece los precedentes del barroco. 

En 1519, es decir un año antes, le había sido encargada a Tiziano por Jacopo Pésaro, obispo de Pafos, para la iglesia dei Frari, el retablo Pésaro, que, sin embargo, será terminado en 1526. Es ésta otra obra famosa y capital de la actividad del maestro cadorino. En ella el pintor, con una grandiosidad nueva e inusitada, desarrolla el principio de la composición arquitectónica vista en diagonal, ya esbozada por él en el pequeño retablo de la Salud. Los ritmos dinámicos resultan vivos en la disposición escalonada de las figuras arropadas con ricos mantos, sobre las cuales, a destellos, juega la luz en un contraste de jaspeados, casi tallados, en los rostros y los mantos. El planteamiento resultará ejemplar para los retablos venecianos de los siglos posteriores, desde Paolo Veronés hasta Tiépolo. Estas imágenes del retablo Pésaro, hasta el más joven distraído y vuelto con desenvoltura hacia el espectador, anticipan el importante papel que adquiere de ahora en adelante el retrato en la producción de Tiziano.

Bacanal de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Obra pintada para el pequeño estudio de Alfonso I en el castillo de Ferrara. En esta escena sensual y pagana, llena de luz, destaca en primer término Ariadna, que duerme voluptuosamente y también en el centro la doncella rubia que es Violante, amor juvenil de Tiziano, en cuyo escote firmó el pintor. Sobre la página de música puede leerse: "Qui boit et ne reboit, ne sait que boire soit". Es tradición que para esta alegre bacanal Tiziano se inspiró en un pasaje de las Imágenes, de Filostrato el Viejo, en que Dionisos celebra su llegada a la isla de Andros. 

De la dinámica del retablo Pésaro deriva la que mueve y compone las figuras en el Descendimiento de Cristo, del Louvre, terminado en 1525. Las imágenes son enlazadas magníficamente por el paisaje del fondo, presente con sus árboles en primer término, iluminado aquí y allá por las luces de un tempestuoso ocaso.

Mientras tanto, en 1523 había iniciado sus relaciones con la corte de los Gonzaga de Mantua y tal vez había realizado para el dux Andrea Critti el San Cristóbal una pintura al fresco en la escalera de su apartamento privado, en el que afloran elementos derivados quizá de estampas nórdicas. Y precisamente en la corte de Mantua, hacia 1524, encuentra a Julio Romano, gracias al cual entró por vez primera en contacto directo con el mundo clasicista y manierístico de la Italia central. Se puede fechar hacia 1525 el hermoso retrato de Federico Gonzaga con un perro, hoy en el Prado, que presagia ya las nuevas formas que en la década sucesiva adquirirán definitivamente todos los retratos tizianescos. El personaje está representado de pie, algo más que a media figura, en la esencialidad de su imagen, recortada con contornos netos sobre un fondo oscuro, carente de antepechos o apoyos, casi frontal, palpitante el rostro, cuya luminosidad se debe a luces doradas que después siguen jugando sobre el raso del traje o el preciosismo de los ornamentos.

Triunfo de Baco y Ariadna de Tiziano (National Gallery, Londres) Una pintura mitológica de aquellas que el propio autor llamaba "poesías". Estuvo destinada a los camerinos de alabastro del duque Alfonso I de Ferrara y al parecer el tema se inspira en Catulo. Esta sugestiva composición justifica que se haya dicho que nadie en el siglo XVI supo evocar con tanta pasión y gracia el mundo fabuloso de la Antigüedad. 

Retablo Pésaro de Tiziano (iglesia de Santa Maria Gloriosa dei Frari, Venecia) La Virgen tiene a su izquierda a San Antonio de Padua y a miembros de la familia Pésaro; a su derecha está San Pedro y, tras él, arrodillado, Jacopo de Pésaro. Los prisioneros turcos son una clara alusión al victorioso combate naval de Santa Maura, que tuvo lugar en 1502. La composición arquitectónica, vista en diagonal, confiere tal grandiosidad a la escena, que la influencia de esta obra se notará en los retablos venecianos durante el transcurso de los dos siglos siguientes. 

⇨ Federico Gonzaga con un perro de Tiziano (Museo del Prado). Primer cuadro de Tiziano para la corte de Mantua. Se fecha hacia 1 523 y es uno de los más soberbios retratos de su vasta galería. La fuerza varonil que revela la expresión del rostro y la actitud del marqués adquieren mayor relieve por contraste con la gracia blanda y sumisa del can. Un ardid, por cierto, heredado de la pintura medieval. Quizá, sin embargo, sea la perfecta matización del color el máximo logro de la tela: ese fino y estudiado equilibrio entre roJO, blanco, azul y el oro de los ribetes sobre un fondo opaco, neutro. 



En 1525, Tiziano se casa con Cecilia, la mujer “gentil y de bien” que le había seguido desde el Cadore natal y que le había dado dos hijos, Pomponio y Horacio. Cecilia morirá en 1529 al dar a luz a la predilecta Lavinia. Bajará entonces a Venecia desde sus montes su hermana Orsa para cuidar a los tres niños, en un renovarse de esos vínculos familiares tan arraigados en Tiziano, con su apego al pueblo natal, hasta el punto de constituir un elemento esencial de su humanidad.

⇨ Hipólito dei Medici, con uniforme húngaro de Tiziano (Palacio Pitti, Florencia) Hijo del duque de Nemours y perteneciente a una Influyente familia de banqueros florentinos, en este retrato aparece con uniforme militar. En esta obra, Tiziano parece haber apelado al estilo manierista romano para retratar al personaje en actitud serena y melancólica, manejando a la perfección los tonos de la vestimenta que resaltan la iluminación de su rostro.



Hacia 1527 inicia la ejecución del políptico de San Pedro Mártir para la iglesia veneciana de los Santos Juan y Pablo. El políptico será ultimado en 1530 y, desgraciadamente, fue destruido en el siglo XIX por un violento incendio. Esta obra marcará un ulterior y definitivo progreso en el arte de Tiziano y un nuevo paso hacia ese “naturalismo” que ya se presentía en las dos Sacras Conversaciones del Louvre y de Londres y en el San Jerónimo, también en el Louvre, cuyo incandescente paisaje se convierte casi en protagonista. Para Tiziano se ha modificado ahora la relación entre hombre y paisaje; el primero ya no domina al segundo, sino que se acopla a él en una íntima y emotiva unidad. En el Martirio de San Pedro había además una verdad cruenta y terrible, en la que participan todos, incluso el paisaje, y no encerrada en un interior sufrimiento individual, como en Miguel Ángel.

Estaba Tiziano trabajando en esta obra cuando en 1527 llegó a Venecia Pietro Aretino, en exilio tras la muerte de su protector Giovanni delle Bande Nere. Le siguen al poco tiempo, huyendo del saqueo de Roma, SansovinoSebastiano del Piombo. Una firme amistad nace entre Tiziano, Aretino y Sansovino, pero sobre todo el pintor y el literato establecerán lazos fraternales. A fortalecer este vínculo contribuye tal vez una simpatía instintiva y ciertamente un recíproco interés. La fama de Tiziano podía beneficiar a Pietro y la pluma fácil de éste, que se definía “secretario del mundo”, al cantar alabanzas no podía dejar de dar alas a la fama de Tiziano. Pero, además, el delicado gusto artístico de Aretino, procedente de la refinadísima Florencia y de la fastuosa Roma, hallan correspondencia en la naturaleza soberana del arte de Tiziano que fue felizmente interpretado por su pluma.

⇨ Carlos V de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). El pintor realiza este retrato durante la segunda estancia del emperador en Bolonia, a finales de 1533. Vestido con el traje de seda y piel ribeteada de oro que se dice llevaba en el momento de ser coronado en Lombardía, con la mano izquierda sobre el collar de su can, Carlos V aparece con toda gallardía. Con toda la decisión rápida, la osadía y el valor que recuerda la historia. 



“…Tiziano, en cuyo estilo vive oculta una nueva naturaleza.” escribe Aretino. Asimismo, habla de las cosas pintadas por el cadorino, y de la luz que se transfigura en “materia artificiosa” al cambiar del aire entre el “verde azul” y el “azul verde”, y de las nubes semejantes a llamas de fuego “con un ardor de minio no tan encendido”. Quizá gracias al interés de Aretino, o más fácilmente por obra de Federico Gonzaga, en 1530, con motivo de la coronación de Carlos V en Bolonia, Tiziano es presentado al emperador y realiza su primer retrato, por el cual recibirá un solo escudo del soberano y ciento cincuenta del señor de Mantua.

Sin embargo, al cabo de dos años, en el invierno de 1532-1533, durante su segunda estancia en Bolonia, el emperador y el pintor, al volverse a encontrar, se apreciaron. Tiziano fue entonces nombrado retratista oficial, conde del palacio de Letrán, Conde Palatino y Caballero de la Espuela de Oro. Ahora el pintor, que ya hace años goza de la confianza de los Este de Ferrara, los Gonzaga de Mantua y, desde 1532, de los Della Rovere de Urbino, mantiene cordialísimas relaciones con el emperador. Su fama y su fortuna ya están consagradas fuera de Venecia y de Italia y es un personaje entre los más eminentes de la sociedad italiana y europea, considerado al mismo nivel que esos nobles señores que su pincel retrata cada vez con mayor frecuencia. Pertenecen a estos años algunos de sus retratos más célebres, como el de Carlos V, de pie, con un perro, el del cardenal Hipólito dei Medici, con uniforme húngaro, del Pitti, y el denominado del padre de Tiziano, de la Ambrosiana de Milán.

El planteamiento y la composición traducen a la perfección la actitud típicamente real del soberano, en la armoniosa fusión del pardo dorado y de los claros grisáceos del traje. Espléndidas son las entonaciones del suave terciopelo morado del uniforme “a la húngara” que viste Hipólito, melancólicamente sereno. Sencillo, en posición frontal, es el medio busto del viejo guerrero de la Ambrosiana, encerrado en la roja casaca militar. Nuevos elementos asoman ahora en el arte de Tiziano, como sintiendo la llamada del estilo manierista que desde la Italia central resonaba en el Norte, siguiendo la estela de la dinámica energía miguelangelesca y de la belleza serenadora de Rafael.

Presentación de María en el Templo de Tiz1ano (Galería de la Academia, Venec1a) Obra pintada entre 1534 y 1538 para la sala del Albergue de la Scuola della Carita, en la suave armonía de color destaca la aureola que envuelve a María niña, al subir con candorosa gracia infantil las gradas del Templo.  

Estas inquietudes manieristas afluyen en Tiziano en la Virgen con el Niño y San Antonio, de los Uffizi, y en la Alegoría, del Louvre, pero se templan en la suave luminosidad de la Presentación de María en el templo, realizada de 1534 a 1538 para la sala del Albergue de la Scuola della Carita, actualmente en la Academia de Venecia. Parece revivir el espectáculo ciudadano de Vittore Carpaccio, aunque la narración pictórica adquiere una amplitud solemne y abierta. La luz se vuelve clara y se extiende hacia las figuras y los fondos, acompañando en una aureola dorada la imagen azul de María niña que sube la grandiosa escalinata. Venecia la rodea con sus construcciones y sus personajes retratados del natural, en la muchedumbre que sigue y presencia la escena. Al fondo se dilatan en una claridad matinal los valles nativos, y la realidad se afianza en la anciana sentada al inicio de la escalera, la vendedora de huevos, que ciega con la blancura luminosa de su chal.

Venus con el perrito de Tiziano (Gallería degli Uffizi, Florencia). También llamada la Venus de Urbino; aquí el personaje mitológico está convertido en una gran dama veneciana a la que atienden dos doncellas, que le están preparando los vestidos en un ambiente suntuoso. La sensual belleza de la Venus resalta por el blanco de la sábana sobre la que está tendida. 

De 1538 es la Venus con el perrito, de los Uffizi, realizada para el duque de Urbino. Una sensual y perezosa indolencia emana del espléndido desnudo femenino, envuelto en la ola dorada de sus tiernas carnes, recostada entre los pliegues de la sábana que resalta blanca sobre el rojo aterciopelado de la cama. Dos doncellas, al fondo, preparan los vestidos en el ambiente fastuoso de una señorial casa veneciana, mientras al otro lado del ajimez que se abre sobre el mar se despliegan los colores de la laguna, con el rojo dorado y el azul del cielo en el ocaso. Son posiblemente el aire y la luz que Tiziano tenía a su alrededor y que gozaba en su nueva casa de Birri Grandi, en el barrio de San Cancian y desde el jardín “… está situado en la parte extrema de Venecia, sobre el mar, desde donde se contempla la placentera islita de Murano y otros lugares bellísimos” (de una carta del gramático Prisciano, de 1540).

⇨ Isabel de Este de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Realizado entre 1536 y 1538, el retrato de la marquesa de Mantua la presenta con lujosas vestiduras y un elegante tocado, que contrastan con la juventud del personaje.



Los retratos contemporáneos no reflejan jamás el menor retorno de Tiziano a la cultura manierista y constituyen una de las páginas más bellas y famosas de su biografía.

Entre 1536 y 1538 se sitúa la fecha del retrato de Isabel de Este, de Viena, representada como una evocación de la juventud perdida, en el lujoso fasto de sus vestiduras y su tocado. Del mismo mundo antiguo y deslumbrante participan los Duques de Urbino, en los Uffizi: Francesco María, que no posó nunca para este retrato, sino que se limitó a enviar a Tiziano su armadura, en heroica y reluciente postura; Eleonora Gonzaga, presente en Venecia en aquellos años, suntuosa con su traje de gala negro y oro, pero triste, con el rostro ajado, envuelta en la luz crepuscular que tiembla y se oscurece en el cielo que se cubre de nubes.

En contraste con la áulica solemnidad de los retratos principescos, sonríe la tranquila figura de la Bella, del Pitti, con la suave armonía de sus colores, negro, oro y morado, iluminados por la sedosa blancura de las mangas. Y la misma modelo retorna en la Muchacha con pelliza, de Viena, toda ella suavidad de tintes rosados en las carnes desnudas y contrastadas con el rojo leonado del manto que resbala de los tiernos hombros.

⇦ Francesco Maria della Rovere de Tiziano (Galleria degli Uffizi, Florencia). Al parecer, el duque de Urbino nunca posó para el pintor que sólo contó con su armadura como modelo. 



En esta misma época, Tiziano lleva a término la Batalla de Cadore, comenzada hacía muchos años. La obra ya no existe, pero de los dibujos, de las derivaciones y de las copias parciales se capta su excepcional novedad en el convulso agitarse de los caballos y de los jinetes y en aquellos fantásticos juegos de luz que dan vida y forma a las figuras. Tal vez se manifiesta en ella una nueva adhesión y un nuevo homenaje a la cultura manierista, que vuelve a encontrarse en los techos de la iglesia del Santo Spirito in Isola, realizados entre 1542 y 1544, con una riqueza de escorzos y ciertos claroscuros de gusto algo enfático, por lo general desconocidos en Tiziano. Este mismo espíritu, en el fondo, se encuentra en la Alocución de Alfonso de Ávalos, de 1541, del Prado, y en el Ecce Homo, de Viena, fechado en 1543.

Sin embargo, las formas del manierismo no se limitan en la interpretación de Tiziano a convertirse en academia de escorzos audaces, de plásticas agitadas y de movimientos en violenta y exasperada rotación, vistos en un áspero contraste de luces, sino que se convierte, por el contrario, en fuente de búsqueda y objeto de una realizada consciencia, plenamente humana y heroica. Con el San Juan Limosnero, de Venecia, fechado en 1545, Tiziano supera toda la crisis manierista y, sintetizando maravillosamente la luz y el color, crea a su manera la forma y el espacio. Y su realidad natural, una vez más, se traduce en una ideal medida clásica. No obstante, en su espíritu aparecen una sombra inquieta y cierta congoja, desconocidas antes para la límpida serenidad de su alma.

Eleonora Gonzaga de Tiziano (Galleria degli Uffizi, Florencia). La esposa de Francesco Maria della Rovere, duque de Urbino aparece con suntuosas vestiduras, pero con cierto aire de tristeza, y acompañada de un perro; en la ventana asoma el paisaje que rodea la mansión. Según algunos eruditos, la duquesa no es otra que la Venus con el perrito que se reproduce en páginas anteriores. 

La bella de Tiziano (Galería Pitti, Florencia). Espléndidamente ataviada para una fiesta, en la regia sobriedad de esta dama en quien se ha creído descubrir la expresión inefable de la célebre duquesa de Urbino. 

⇦ San Jerónimo de Tiziano (Santa Maria della Salute, Venecia). Tondo realizado para la iglesia del Santo Spirito in lsola. 



Y nuevamente es el color, con todos sus valores expresivos, el que se impondrá y vivirá siempre en su obra, por encima de toda polémica. Son de estos años varios retratos importantes: la Clarice Strozzi, de Berlín, fresca en su gracia juvenil y en sus suaves colores; el retrato de Paulo III, de Nápoles, realizado probablemente en 1545, en Bussetto. Y también el Joven inglés, del Pitti, acaso Ippolito Riminaldi que, pese a su frontalidad y a las sombrías tonalidades del traje negro, palpita en suaves luces doradas que rozan su rostro e imprimen una misteriosa intensidad a sus grandes ojos claros.

Alocución de Alfonso de Ávalos de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). En este cuadro, el pintor representa al marqués del Vasto, gobernador del Milanesado, dirigiéndose a sus soldados en una de las campañas militares que llevó a cabo. 

Ecce Homo de Tiziano (Kunsthistorisches Museum, Viena). Fechado en 1543, este cuadro pertenece a la época en que el pintor está bastante influido por el manierismo, que le lleva a abusar de los escorzos y los claroscuros.

Por último, documentado en 1545, está el retrato de Pietro Aretino. El literato escribió de él al duque Cósimo: “Es cierto que respira, le laten las sienes y reacciona de la forma que yo lo hago en la vida”. Se reconoció en la “terrible maravilla” que, en la fastuosidad roja del ropaje sedoso, destaca por su carácter cínico y violento, con una verdad punzante, felizmente alcanzada gracias a la vertiginosa velocidad del pensamiento que con el rostro y los sentimientos completa la prepotente amplitud de su cuerpo macizo.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El pintor de Augsburgo

En 1547, Tiziano es invitado por Carlos V a Augsburgo donde se ha establecido la Corte tras la victoria obtenida en Mühlberg contra la liga protestante y Juan Federico de Sajonia. En enero de 1548, acompañado de su hijo Horacio y de su sobrino César, Tiziano emprende el viaje, llevando consigo como obsequio para el emperador un Ecce Homo, en la actualidad en el Prado, y una Venus, que ha desaparecido. Su estancia en la Corte le proporcionó la magnífica ocasión para retratar a los personajes más importantes y fastuosos de la época y del mundo imperial. Para él posó el emperador Carlos V. El Retrato ecuestre de Carlos V, del Prado, tiene un carácter casi simbólico en la exaltación de su realeza. La figura encerrada en una resplandeciente armadura, en contraste con la desolación algo lívida del campo de Mühlberg, parece haber perdido toda humanidad para convertirse en mito del poder real.

⇦ El joven inglés o El hombre de los ojos glaucos de Tiziano (Galería Pitti, Florencia). Este retrato se ha considerado de Howard, duque de Norfolk, también como retrato del Jurista lppolito Riminali di y asimismo retrato de Guidobaldo da Montefeltro. Sea quien sea el personaje, es indiscutible su gran fascinación, el equilibrio sorprendente entre la tonalidad acuosa de la mirada y la sobriedad esencial de su personalidad. o en que fue pintado.



Pero su humanidad cansada y doliente se redime en el retrato, ahora en Munich, del anciano emperador recostado en la butaca, con expresión casi ausente, sombrío en el fondo negro del traje, sobre el rojo de la alfombra y el amarillo del damasco. Homenaje al regio protector es tal vez el retrato póstumo de la Emperatriz Isabel, hoy en el Prado. Espléndido el traje de brocado morado, palpitante bajo la luz que al otro lado de la ventana vaga sobre los montes lejanos y juega sobre las joyas regias, acariciando el rostro exangüe, empañado de melancolía, casi en un presentimiento de muerte. La vida, por el contrario, vibra en la figura carnosa de Juan Federico de Sajonia, el vencido de Mühlberg, hoy en Viena. Se transluce en él la personalidad violenta y tenaz del hombre, poderoso en su ancho cuerpo envuelto en una pelliza leonada, y de intensos sentimientos que se reflejan en el rostro grave y sanguíneo.

⇨ Pietro Aretino de Tiziano (Galería Pitti, Florencia). Este retrato resume el arte de Tiziano en su extraordinario fasto de color. No en vano se ha dicho que después de él la pintura ya no podría seguir siendo la misma. A Pietro Aretino pareció no gustarle del todo este retrato, que captaba su personalidad con rara agudeza, y lo regaló a Cosme I de Médicis en 1545, el mismo año en que fue pintado.



Se puede fechar en este momento la Venus con el organista (hacia 1548) del Prado, de la que derivarán más tarde la otra del Prado, la de Berlín y, sin el organista, la del amorcillo, de los Uffizi, en Florencia. La poesía de Tiziano se expresa sobre todo en el paisaje crepuscular, amplio y abierto al fondo, y en el rostro atento y arrobado del joven músico. La presencia del instrumento nos recuerda el órgano que Tiziano recibió como regalo en 1540, a cambio de un retrato de Alessandro degli Organi, y nos confirma el interés por la música, tradicional entre los pintores venecianos, empezando como es bien sabido por Giorgione. Una fuerte consonancia entre música y pintura se suele reconocer en el Cinquecento veneciano y ahora resulta espontánea la comparación entre “la humana suntuosidad de Tiziano y el arte ya polifónico de Andrea Gabrieli” (Dell’Acqua).

Dánae de Tiziano (Museo y Galería Nacional de Capod1monte, Nápoles). Ésta es una de las versiones del pintor sobre el personaje mitológico, en la que vuelve al clasicismo de la escultura antigua. Sin embargo, no deja de apelar, en la desnudez de la figura, a aquella sensualidad tan típica de épocas anteriores.  

⇦ Paulo III con sus sobrinos Alejandro y Octavio de Tiziano (Museo y Galería Nacional de Capodimonte) Cuando Tiziano debió de pintar este cuadro, al poco de llegar a Roma, tenía cincuenta y ocho años y era su primer viaje, emprendido no por razones artísticas, sino para conseguirle una abadía a su hijo Pomponio. Vasari, que le sirvió de guía, escribiría: "Tanto como es excelente en su arte, es agradable Tiziano en su trato". En esta tela contrasta la astucia que brilla en el rostro del Papa con la actitud aduladora de su sobrino Ottavio. 



Al regresar a Venecia en 1549, pasando por Innsbruck, Tiziano realiza una serie de pinturas llamadas “de las Furias” o “de los Condenados” para María de Hungría, hermana del emperador. En el Sísifo y en el Ticio, del Prado, únicos lienzos conservados de esta serie, estalla un ímpetu desesperado y salvaje, raro en la actividad de Tiziano, expresado sobre todo por medios pictóricos. La masa plástica de los dos gigantes es mitigada por las dominantes tonalidades monocromas de pardos que se truecan, aquí y allá, en resplandores repentinos de sombras y luces.

Carlos V vuelve a llamar al pintor a Augsburgo en 1550, con el encargo un tanto exclusivo de retratar a su hijo y sucesor Felipe II, el futuro principal cliente de Tiziano. El Retrato de Felipe II, del Prado, es casi una imagen heráldica. El joven, a sus veinticuatro años de edad, está representado de pie, tensas sus gráciles piernas, enfundado en la fastuosa armadura sobre la que bate la luz que crea espléndidos reflejos y pone aún más preciosos los damasquinados y dorados. Palpitan, en la penumbra, los rojos amoratados del tejido, los grises plateados de las plumas sobre la cimera del yelmo, los perfiles de las arquitecturas. Numerosos fueron los retratos ejecutados por el maestro durante su segunda estancia en la Corte imperial: unos de carácter oficial, como otro de Felipe II, ahora en Nápoles; otros más sencillos e inmediatos, como el de Antonio Anselmi, del Louvre, el llamado Benedetto Varchi, de Viena, y el Obispo Ludovico Beccadelli, de los Uffizi.

Ecce Homo de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Fue un cuadro que pintó para obsequiárselo al emperador Carlos V, cuando le invitó a la corte de Augsburgo, con el fin de que hiciese los retratos del emperador y de otros miembros importantes de la corte.

A su regreso a Venecia en 1551, Tiziano, aun cuando seguía vinculado a los compromisos adquiridos en Augsburgo por los encargos imperiales, reanudó sus trabajos para la Serenísima y aceptó nuevos encargos eclesiásticos. Para Felipe II de España realiza algunas “poesías” mitológicas: Venus y Adonis y las Dánae del Prado, entre otras, en las que se expresa principalmente por medio del color, como si la libre fantasía del tema se tradujera en él en libertad de expresión poética que alcanza mágicas fusiones de figuras y ambiente, en una gama cromática entretejida de luz. Las figuras parecen no tener peso y casi flotar en la sombra dorada, donde se armonizan los más ricos tonos de marrones, rojos y grises en un centellear de cielos de un azul intenso.

Unos años más tarde, en una carta de 1559 dirigida a Felipe II, que mientras tanto había sucedido a su padre retirado en Yuste desde 1555, Tiziano alude a otras dos pinturas alegóricas realizadas para él: “Ya he entregado las dos poesías dedicadas a Vuestra Majestad; una de Diana en la fuente a la que se une Acteón, y otra de Calisto preñada por Júpiter… después de mandar éstas, me dedicaré a terminar el Cristo en el Huerto y otras dos poesías ya comenzadas: una de Europa sobre el toro, y otra de Acteón despedazado por sus perros”.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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