Punto al Arte

El rollo de los Trece emperadores



Entre los nombres de los numerosos y grandes pintores de la dinastía T’ang (618-907) destaca el de Yan Lipen, cuya reputación se debe al llamado Rollo de los Trece emperadores.


Yan Upen fue un pintor especializado en el género de personajes, que ocupó distintos cargos en la corte de los T’ang. A su muerte, acaecida en el 673, desempeñaba el cargo de Primer Ministro. Desde su puesto en la esfera política tuvo la ocasión de retratar a los principales dignatarios y embajadores que visitaban la capital. Sin duda, su obra más importante es el Rollo de los Trece emperadores, una antigua copia de verdadero valor artístico y una auténtica galena de antepasados imperiales, entre los que hay retratados dos emperadores del período Han, seis de la casa de Nankín y tres emperadores del norte, con los dos de la dinastía Sui, que precedió inmediatamente a la T’ang.

El largo rollo está dividido en trece grupos, cada uno de los cuales comprende tres personajes, al menos en la mayoría de los casos. El personaje central de cada grupo corresponde a un retrato de cuerpo entero de un emperador de la serie de los que reinaron entre el siglo II a.C. y el final de la breve dinastía de los Suei.

Los grupos son independientes, y todos, salvo dos, parecen componer un gran desfile. No hay tentativa alguna para ligar una escena con otra. Una de las partes más interesantes es la que muestra a los altos dignatarios sentados. Citamos la escena que representa al emperador Wen-ti de la dinastía Tch’en. El dignatario ocupa un asiento bajo y dos servidoras están de pie detrás de él. Una de ellas mira por encima de su propio hombro, como dirigiendo su mirada hacia el grupo precedente. La perspectiva del asiento y la desproporción entre el emperador y sus sirvientas corresponden a las concepciones arcaicas.

De igual manera, cabe señalar el que representa al emperador Ch’en Hsüanti, que reinó en Nankín desde 569 a 582, llevado por criados y acompañado por dos cortesanos. El emperador, al igual que sus acompañantes, está retratado con una espléndida precisión. Incluso los portadores de la silla están individualizados, captados en movimientos diversos.

El artista fue sin duda un gran dibujante que se esmeraba en representar la apariencia de sus nobles modelos. Sus personajes tienen la calma y la dignidad que corresponde a sus imperiales funciones. Su expresión es variada con sutileza. En sus rostros, Yan Lipen se ha preocupado sobre todo de mostrar el carácter de los diferentes emperadores, revelando un gran poder psicológico.

Ha sabido pintar con precisión las vestimentas. Los ropajes cuelgan con naturalidad en torno al cuerpo. La utilización de una densa sombra para subrayar mejor los pliegues de las telas en las rodillas de las figuras sentadas es particularmente interesante. 

Los retratos asombran por su elevado detallismo, casi hasta el punto de reproducir los pelos de la barba uno a uno.

A pesar del estado precario de la obra, ésta se mantiene como uno de los documentos más importantes de la pintura china primitiva. Este magnífico rollo de seda policromada, con unas dimensiones de 51 x 531 cm, se halla en la actualidad en el Museum of Fine Arts de Boston.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte del sudeste asiático

La potente y rica civilización de la India de la época gupta no pudo extender su influencia hacia Occidente. A pesar de que se trataba de una cultura poderosa que probablemente hubiera sido capaz de llevar su influjo mucho más allá de los territorios que dominó, se encontró con un pueblo no menos importante que frenó sus deseos expansionistas. De este modo, la India gupta tropezó con la barrera del Irán que se encontraba en su período de máximo esplendor bajo el estado militarizado de los sasánidas. El Irán sasánida actuó como un tapón que obligó a que el comercio hindú se viera obligado a tomar la ruta marítima del Sudeste, y el resultado de ello fue la propagación de la cultura de la India en aquella zona del continente asiático. Seguramente, de no haber existido una dinastía sasánida tan eficiente en la defensa de sus intereses, hoy se hablaría de la influencia gupta en la zona que es conocida como Oriente Medio. A partir del siglo IV, pues, se constituye poco a poco una especie de “Magna India”, un inmenso territorio, que abarca prácticamente todo el sudeste de Asia. Asimismo hay que destacar un hecho que puede parecer sorprendente por el modo en que tradicionalmente se han expandido otros imperios a lo largo de la historia. De este modo, jamás los reinos hindúes practicaron una colonización política; la religión, la cultura y la lengua de la India se difundieron al ritmo de los contactos comerciales y de los viajes de sus mercaderes. La poderosa influencia intelectual de la cultura hindú, sin que nunca fuese utilizada la fuerza, impuso el sánscrito como lengua sagrada, de la literatura y de la corte de esos países, mientras el pueblo seguía hablando las lenguas locales.

Buda en actitud de meditación

Esta escultura típica del perío-
do khmer muestra a Buda sen-
tado con las manos en la posi-
ción denominada mudra.
A lo largo de este capítulo se centrará la atención, sucesivamente, en la civilización khmer que se desarrolló en el territorio de la actual Kampuchea (Camboya) desde fines del siglo VI hasta principios del siglo XIV, en el arte de la isla de Java, por las mismas fechas, y en el arte de Tailandia, país de los tai, a partir del siglo XIV.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte y cultura de los khmer

El arte del pueblo khmer, que se desarrolló hasta la invasión de los tai llegados desde el Norte hacia el año 1300, es dividido por los especialistas en tres períodos denominados arcaico, clásico y barroco. De este modo, la primera de estas épocas se afirma antes de la mitad del siglo VII, bajo el reinado de Ishavarman I, que fundó la capital del reino en Sambor. Allí, en esta antiquísima urbe, existen restos de templos de planta cuadrada, la mayoría de ellos construidos en ladrillo, con torres poligonales que recuerdan los sikhara que se encuentran en la India. Pero la influencia más clara del arte hindú, especialmente de la India gupta, se aprecia en la escultura, que ofrece estatuas de Buda sumamente parecidas a las gupta de Sarnath y una célebre figura de Lakshmi, conservada en el Museo de Phnom Penh, que se la puede considerar el prototipo de las figuras femeninas que se esculpieron durante el primer estilo khmer. Esta estatua deriva directamente del canon indio de belleza femenina, y la serenidad y sonriente plenitud del rostro hacen de ella una visión inolvidable.

⇦ Lakshmi (Museo de Phnom Penh). Creada probablemente a mediados del siglo XI d.C.. esta representación de la diosa de la buena fortuna presenta una sonrisa típica de la escuela khmer y una turgente desnudez, enaltecida por la esbeltez de la figura. Esta escultura responde perfectamente al canon de belleza khmer por la serena plenitud que se le ha conferido a la estatua.




Hacia el final del período arcaico se sitúan las construcciones de Jayavarman II (802-854), príncipe que había vivido en la corte de los Sailendra, de Java, y que regresó a su país impregnado de cultura javanesa (su reinado es contemporáneo de la obra maestra del arte de Java, el templo de Borobudur al que se hará referencia más adelante) y seguramente deseoso de imitarla. El reinado de este príncipe se muestra especialmente relevante desde el punto de vista artístico porque al parecer se inventó durante su época de gobierno la fórmula que constituye el rasgo más característico de la arquitectura khmer: el templo-montaña. En efecto, el magnífico templo de AkYum, en el Baray occidental, es como una pirámide de ladrillo de tres pisos, de tamaño cada vez más reducido, coronada por cinco torres dispuestas al tresbolillo.



Llegamos ahora al período clásico, que se inició a finales del siglo IX, bajo el reinado deYashovarman I (889-910), y se prolongó hasta mediados del siglo XII. Jayavarman II (h. 800-850) y Yashovarman I (899-900) fundaron Angkor, la mundialmente célebre capital del reino khmer descubierta en la jungla de Camboya por el explorador Mouhot el año 1860, y construyó un gigantesco lago artificial, el Baray oriental, de siete kilómetros de largo por 1.800 metros de ancho, para aprovisionamiento de la ciudad y regadío de sus arrozales. En el centro de esta gran superficie de agua había una colina, el Phnom Ba-kheng, sobre la que se erigió un templo-montaña de cinco terrazas superpuestas en forma de pirámide de 13 metros de altura, coronada por cuatro torres en los ángulos y una en el centro.

Escalera de los Leones. Templo de Phnom Bakheng, Angkor. Estas representaciones escultóricas dan la bienvenida a los fieles antes de su ascenso por la pirámide escalonada, idóneamente integrada en el medio vegetal de la zona hasta recortarse en el cielo como si se tratase de una montaña creada expresamente para llegar a él.

Templo de Banteay Srei, en Angkor. Al noroeste se erige uno de los complejos sagrados mejor conservados de la arquitectura del siglo x d.C. Protegido por una muralla, miles de figuras escultóricas que se retuercen entre sí, trabajadas sobre arenisca roja, decoran fachadas, frontones, tímpanos y dinteles de todo el templo. Al pie de las escalinatas suelen encontrarse representaciones de seres fantásticos cuya función simbólica era la de guardar el lugar sagrado.

Unos años más tarde de la construcción de la citada ciudad de Angkor, se construyó el templo de Banteay Srei, en el año 967, que, hecho que constituye toda una excepción en el arte khmer, no está ligado al nombre de un rey. Efectivamente, en este caso, el templo recuerda con su nombre la figura de un importante personaje del pueblo khmer, el brahmán Yajnavaraha, Sivaíta ferviente, cuya inmensa cultura estuvo sostenida por una curiosidad insaciable. Situado a 20 kilómetros al noroeste de Angkor, el templo de Banteay Srei revela la personalidad de su fundador en cada detalle. Formado por varios recintos cuadrangulares concéntricos en los que se abren los típicos pabellones de acceso, fascina sobre todo por las mil pequeñas figuras que se retuercen entre el follaje de los arquitrabes y la decoración. Los muros cincelados como joyas en la piedra arenisca rosada sostienen frontones de un perfil originalísimo. Estos frontones contienen relieves narrativos con personajes que ilustran episodios de la leyenda sagrada.

Templo de Banteay Srei, en Angkor. Construido por el brahmán Yajnavaraha, las paredes del templo están cubiertas de relieves esculpidos sobre la piedra arenisca, como el que se reproduce aquí, que representan las epopeyas religiosas con el fin de ponerlas al alcance del pueblo.

⇦ Cabeza de Jayavarman VII (Museo Real, Phnom Penh). Las características estéticas del fin del arte khmer quedan sintetizados en este retrato del último de los monarcas, de finales del siglo XII, en el que se mantiene y se potencia la serenidad de la mirada y la sonrisa plácida del representado. De 41,5 cm de estatura, fue realizado en piedra cincelada con extremada finura y sensualidad para incitar a sus seguidores a acariciarle el rostro para dejarse impregnar por los sentimientos del soberano.



Pero el momento culminante del segundo estilo khmer, el que corresponde al período clásico, lo constituye el reinado de Suryavarman II (1113-1150), el rey que edificó Angkor Vat, el enorme templo de inspiración visnuísta que cubre una superficie de 200 hectáreas. Aparte de la monumentalidad del templo y de los ricos detalles decorativos que lo adornan, como se verá seguidamente, éste sirve simultáneamente de sepulcro a su fundador, razón por la que está orientado hacia el sol poniente. Su recinto exterior, de forma rectangular, mide 1.000 metros de largo por 800 de ancho. Las puertas, cubiertas por pabellones monumentales, se encuentran en los extremos de los ejes de cada uno de los rectángulos que constituyen los sucesivos recintos. Las torres de Angkor Vat son sikharas parecidos a los del norte de la India, pero cuya planta cuadrada se convierte en una sección estrellada antes de iniciarse la curvatura de sus aristas que confiere a estas torres el característico perfil en forma de obús.


Las molduras y elementos horizontales que las componen se superponen armoniosamente. Aunque quizá lo más sorprendente de Angkor Vat es la enorme cantidad de bajorrelieves que suman varios kilómetros de representaciones de hombres y mujeres, animales, genios, titanes y dioses reflejando el gran drama de la manifestación cósmica.

Templo de Angkor Thon, Camboya. En mitad del palacio del Bayon se levanta el monasterio, que fue redescubierto casualmente por un grupo de expedicionarios que perseguían una especie exótica de mariposa. Desde entonces, el templo ha sufrido incontables saqueos antes de ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


Cabezas del templo de Angkor Thom, Camboya. El rey Jayavarman VIl, mecenas, filántropo y principal promotor del arte khmer en el siglo XII, plagó el templo del Bayon de retratos escultóricos de Suda, colocados en la base de cada una de las cincuenta y cuatro torres que completan el conjunto.


Se trata de un inacabable tapiz de piedra, un elemento decorativo realmente original y sorprendente y de una gran potencia de sugestión mágico-religiosa. La extraordinaria calidad de su acabado recuerda ciertos marfiles preciosos. En los relieves de Angkor Vat se combina el delicado modelado de la carne viviente con la grandiosa inmovilidad hierática que evoca la escultura egipcia del Imperio Antiguo.


La escultura exenta del período clásico khmer no llega ni con mucho a la belleza única de los relieves de Angkor Vat. Las características de este tipo de escultura son, por regla general, mucho más sencillas. Así, los rostros aparecen casi cuadrados, el cuerpo tiene un modelado convencional y los labios están apretados en una mueca característica que lo que consigue es uniformizar en exceso las representaciones. Por otro lado, son típicas de esta época las estatuas de Buda sentado en actitud de meditación, protegido por la serpiente Naga.


Templo de Borobudur, Java. La obra maestra de los Sailendra, también denominados reyes de la montaña, fue esta impresionante construcción del siglo IX d.C. realizada en andesita cortada en enormes bloques uniformes que eran esculpidos tras su colocación. Su composición mantiene la estructura del stupa, que culmina cada una de las terrazas escalonadas y circulares que contiene el conjunto del templo. El peregrino puede ascender desde cualquiera de los cuatro puntos cardinales para ir adentrándose paulatinamente en las sucesivas esferas de espiritualidad, que representa cada una de las partes del complejo arquitectónico. Un total de más de dos mil altorrelieves decoran los muros a lo largo de más de 6 kilómetros con escenas de la vida de Buda.


Por último, el tercero de los períodos khmer citados anteriormente, el período barroco, está centrado en el reinado de Jayavarman VII (1181-1219). Este soberano se trata, sin lugar a dudas, de uno de los personajes mas fascinadores que se conocen de la civilización khmer. Jayavarman VII era un budista ferviente que hizo campaña activa en contra del brahmanismo que profesaron todos sus antecesores. De este modo, durante su reinado hizo escribir en una estela que” sufría de las enfermedades de sus súbditos más que de las propias, pues es el dolor público la causa del dolor de los reyes y no del suyo propio”. Las estatuas que se han conservado de este hombre expresan la fuerza y energía que irradian de su frente y de sus labios apretados, pero fuerza y energía parecen veladas tras los párpados caídos como en meditación.


Templo de Prambanan, Java. Dedicado a Shiva, este monasterio es una imponente muestra de la arquitectura hindú de Indonesia anterior a la conquista musulmana. Los pináculos de las torres crecen apuntando hacia el cielo para permitir a los fieles alcanzar el Nirvana prometido, hasta una altura de 50 m por encima del nivel del suelo. Tras sufrir varios terremotos se comenzó a reconstruir en el siglo xx con fines turísticos.

Entre las aportaciones que hizo Jayavarman VII al arte de su pueblo es preciso señalar que reconstruyó Angkor, que había sido asolada y destruida en buena parte por la invasión de los cham, y además llevó a cabo una ambiciosa y costosa de restauración de la mayoría de los monumentos del país. Al mismo tiempo, recubrió su reino de templos budistas, monasterios, refugios para los peregrinos y hospitales para sus súbditos. Por tanto, se trata éste de uno de los períodos más fecundos desde el punto de vista artístico de la historia del pueblo khmer. Pero su obra más extraordinaria fue el conjunto urbanístico de Angkor Thom (“La Gran Capital”), ceñido por un recinto cuadrado de tres kilómetros de lado y centrado por el hoy mundialmente famoso templo del Bayón con sus torres enormes que llevan esculpidas caras humanas que representan al rey como bodhisattva, dominando las cuatro direcciones del espacio.

Esferas de la No-Forma del templo de Borobudur, Java. En las terrazas circulares abiertas, situadas en la cima del monumento arquitectónico se hallan 72 stupas de paredes perforadas por cuya celosía se pueden observar las estatuas del Buda sedente con las manos entrelazas que se custodian en su interior. Situadas sobre otros muchos pisos de base cuadrada, estas terrazas circulares simbolizan la unión entre el mundo terrenal y el celestial.

Son cuatro rostros gigantescos en cada torre que aparecen como protectores apacibles del universo. Angkor Thom era un templo-monasterio de grandes dimensiones en el que vivían millares de monjes, y cuyos inmensos recintos concéntricos contenían los palacios del rey y los centros administrativos del gobierno. Por tanto, era algo más que un simple edificio religioso, pues se trataba de un centro social y también religioso que concentraba el poder de la civilización khmer. En estos edificios del período barroco se encuentran las estatuas y relieves de temas budistas en los que figura la famosa sonrisa khmer. Son rostros con los ojos entornados que expresan la serenidad tranquila y fuerte del que está desligado de todas las cosas y siente una dulce compasión por el sufrimiento de todos los seres.

Al llegar al final del estudio de la civilización khmer que, como se ha tenido ocasión de comprobar, se prolongó durante más de seis siglos y ha dejado excelentes muestras de su arte. En el siglo XIV los tai saquearon Angkor, que fue abandonado por sus habitantes. El clima tropical ayudó a que la selva recubriera todas las construcciones hasta el extremo de perderse memoria del lugar. Su descubrimiento en 1860 atrajo la atención de la Escuela Francesa de Extremo Oriente, que inició su restauración.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.


Los khmer: desde el reino de Funan a la actualidad



A pesar de lo lejana que queda ya la época de esplendor de la civilización khmer, ésta ha podido conservar sus principales signos de identidad, y, en especial, su lengua, que hoy día es el idioma oficial de Camboya. La historia de este pueblo está ligada al antiguo reino de Funan, que ocupaba parte de la actual Camboya, pues éste era una importante zona de tráfico comercial entre la India y China, lo que provocó que, a falta de un poder militar que garantizara el supervivencia de Funan, los khmer se hicieran con el control del territorio.


Ya en tiempos de Jayavarman II (circa 800-850) y Yashovarman I (899-900), la capital khmer quedó establecida en Angkor, y prácticamente desde los inicios de su andadura como estado independiente los conflictos con los pueblos vecinos se convirtieron en una constante. Tras unos años de práctica inamovilidad de las fronteras, Jayavarman Vil consiguió un importante éxito al conquistar el estado de Champa; se alcanza así el siglo XIII, época de esplendor de los khmer, aunque posteriores gobernantes quisieron realizar una serie de transformaciones religiosas que buena parte de la población no aceptó, provocando una serie de revueltas populares que aprovecharon otros estados, como el reino de Siam, para asediar a los khmer y acelerar su ya inevitable decadencia.

En la actualidad, prácticamente el 90% de la población de Camboya desciende de los khmer. Y este país ha conocido en las últimas décadas largos períodos de conflictos debido a una sangrienta guerra civil, la barbarie represiva de Pol Pot y los khmer rojos y una democracia con evidentes deficiencias.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Angkor Vat



Desde el siglo IX y hasta el siglo XV, durante más de 600 años, el Imperio khmer constituyó una gran cultura, cuyo centro, la capital, era la ciudad de Angkor. La civilización khmer alcanzó su cénit con la construcción del palacio funerario de Angkor Vat, o Monasterio de Angkor, dedicado para honrar a su divinidad predilecta, el dios hindú Vishnu.


El rey Suryavarman II, quien reinaría entre 1113 y 1150, fue el soberano más poderoso de este Imperio. A pesar de su corto tiempo como monarca, levantaría maravillosas y misteriosas estructuras en lo más profundo de la selva camboyana.

La fama del arte khmer está ligada en gran parte al complejo de Angkor Vat, considerada la ciudad de los dioses, cuyo templo fue construido en un período de más de treinta años y es el mejor conservado de todos los que integran el conjunto. Alzado en grandes bloques de piedra, evitando así los materiales perecederos como la madera, se yergue todavía hoy como símbolo de su pasada grandeza.

El templo, levantado en la parte sudoriental de Angkor, es de grandes proporciones y combina estanques, jardines, galerías hipóstilas y edificios torreados cuyos muros se cubren de exquisitos altorrelieves figurativos. Se sitúa sobre un área rectangular delimitada por una fosa de 200 metros de ancho, que probablemente servía tanto como depósito para abastecer la población, como para el palacio, que albergaba el interior del recinto sagrado.

El complejo está delimitado por una acequia a la que llegaban las aguas del Siemreap por medio de una canal. Un camino flanqueado por balaustradas adornadas con motivos de serpientes (naga) conduce a la puerta principal, orientada hacia Occidente, del recinto, que reproduce, a escala reducida, la fachada del templo. La torre central tiene a los lados dos alas de galerías que terminan en una torre más pequeña. Las galerías están sostenidas por columnas que se reflejan en el agua.

Dentro del recinto se encuentra el templo, una pirámide de tres terrazas superpuestas, cada una de las cuales está cercada por una galería animada con torres y pabellones. Tres escalinatas sobre el lado occidental desembocan en tres galerías sostenidas por pilares, y conducen, a cubierto, hacia las tres escalinatas de la segunda terraza.

La forma escalonada simboliza el monte Meru, el lugar tradicional de los dioses de la India. La obra está construida con un estudio perspectivo extraordinario, por lo que la altura de las tres terrazas parece aumentar a medida que se sube, y cada una de ellas está desplazada de modo tal que la estructura no cause la impresión, de estar inclinada hacia el espectador que se decide a subir.

El gigantesco templo, compuesto por la galería escalonada presidida por cinco torres, resalta por su nivel artístico y viene a ser la culminación de todo el desarrollo arquitectónico de la zona de Angkor, que en 1992 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Realizada en granito, esta obra maestra de la arquitectura camboyana constituye una de las muestras de arte khmer más maravillosas de la primera mitad del siglo XII.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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