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Artistas de la A a la Z

Giacometti, Magritte, Dalí

Arp, DuchampPicabia y Man Ray han sido objeto de análisis en el estudio precedente sobre el movimiento Dadá. A excepción de Man Ray, que casi no abandonó París entre los años los años 1921 y 1940, los demás únicamente retornaron de modo intermitente, apartados de querellas, poco inclinados a luchas doctrinales y refractarios a la disciplina colectiva, pero, a pesar de ello, o, quizás, gracias a ello, fueron grandes aliados. Picasso, admirado y reconocido por Breton a partir de 1922 como el "desencadenador" de todo el arte moderno, estuvo presente en todas las revistas surrealistas, hasta Minotaure "Usted ha dejado colgar de cada uno de sus cuadros una escalera de cuerda, léase una escalera hecha con las sábanas de su cama, y es probable que, tanto usted como nosotros, no deseemos más que bajar, que subir de nuestro sueño". Así es como Breton se dirigía a Picasso en 1929, con estas elogiosas palabras, en Le Surréalisme et la Peinture. Este, que había adornado, a guisa de frontispicio, la recopilación de Breton titulada Clair de Terre con un admirable retrato del autor, no escatimó su simpatía por un movimiento de cuya importancia global se había hecho cargo inmediatamente.


Cadáver exquisito de André Breton, Georges Sadoul y Robert Desnos (Colección particular). Estos tres personajes vinculados al movimiento surrealista crearon esta obra en 1929, pintada con la técnica del gouache.





Alberto Giacometti nació en 1901 y con apenas 28 años se presentó en París atraído por el esplendor de una ciudad que bullía como pocas en el plano artístico. Desde pequeño ya conoció lo que era vivir en un ambiente artístico pues su padre, Giovanni, era un notable pintor impresionista en la Suiza de aquellos tiempos. La pulsión artística que vivió en su infancia le llevó a seguir estudios de dibujo y pintura en la Escuela de Artes y Oficios de Ginebra, que después se le quedaría pequeña, del mismo modo que Suiza, para sus deseos de convertirse en un artista importante. Así, llegado de Stampa, su ciudad natal, Alberto Giacometti se unió al llegar a París a Georges Bataille, quien dirigía en el año 1929 la revista Documents, donde volvían a encontrarse Michel Leiris, Georges Lirnbour, Robert Desnos y Roger Vitrac, que habían roto con Breton. Se aproximó a éste algo más tarde y sus intercambios fueron lo bastante privilegiados como para que fuesen objeto de uno de los capítulos de Amour fou, donde Breton describe la génesis de la escultura de Giacometti titulada Ahora, el vacío, pero más frecuentemente conocida bajo el nombre de Objeto invisible. Las obras de Giacometti del período 1929-1935, principalmente Jaulas, Objetos desagradables, Mesa en un corredor, Mujer degollada y Palacio a las 4 de la mañana, respondían a la nueva concepción del "objeto de funcionamiento simbólico", tan apreciada en aquel momento por los surrealistas. Estas obras aparecían como la materialización de objetos soñados, cuyo oscuro sentido parecía preñado de premoniciones y presagios. De ellas emanaba una fascinación singular, algo parecida a la de ciertos objetos sin edad hallados misteriosamente y de los que se desconoce su función y su uso. Más adelante, ya en la década de 1940, Giacometti daría por superado su paso por el surrealismo y regresaría al arte figurativo. No se abre para él una época de mediocridad o de ostracismo, pues en los años siguientes habría de dar a la luz algunas de las obras que con mayor merecimiento han pasado a los anales de la Historia del Arte. De este modo, durante su período figurativo crea sus conocidas figuras humanas alargadas, que aparecen sacudidas a veces por un espasmo nervioso que les recorre todo el cuerpo. Por otro lado, también sería justo señalar las no menos interesantes incursiones de Giacometti en el terreno de la pintura. Sus obras pictóricas, aparte del indudable valor artístico con el que merecen ser juzgadas, cobran especial importancia porque se convirtieron en una especie de señal de la llegada del que quizá es la corriente filosófica que define el siglo XX: el existencialismo. Efectivamente, el mismo Jean Paul Sastre afirmaba reconocer en las obras del escultor y pintor suizo algunas de las ideas que serían propias y definitorias del surrealismo. Por ejemplo, así escribía el pensador francés: "Giacometti por igual niega la inercia de la materia y la inercia de su nada pura; el vacío es lo pleno, flujo desplegado; lo pleno en el vacío orientado. Lo real fulgura".


Objeto desagradable, para echar de Alberto Giacometti (Colección particular). Entre los años 1925 y 1930, la obra de este artista es una expresión plástica surrealista como manifestación del mundo irracional de los sueños. 



⇦ La mesa de Alberto Giacometti (Museo Nacional de Arte Moderno, París) Escultura en yeso dorado realizada en 1933, que corresponde a la concepción surrealista del "objeto de funcionamiento simbólico" o de la "materialización de objetos soñados". Es una de sus obras más extrañamente fascinantes.




Aproximadamente al mismo tiempo que Giacometti, el surrealismo se enriqueció con un reclutamiento de peso, consistente en la persona de René Magritte, que vivía en Bruselas rodeado por los poetas E. L. 'T. Mesens, Paul Nougé, Louis Scutenaire, Camille Goemans y André Souris.


Juntos habían constituido una Sociedad del Misterio en cuyo seno los acontecimientos de la vida ordinaria y los elementos de la percepción cotidiana eran objeto de una glosa poética que la pintura de Magritte traducía en imágenes. "Magritte - escribe Breton- es el primero que, a partir del objeto más humilde, apostó ... sobre su "punto de fuga" y quiso abarcar todo lo que se descubre más allá. Fue así como se situó en óptimas condiciones para hacer que el analogon de Constantin Brunner hiciera constantes viajes de ida y vuelta entre la" realidad relativa", percibida por los sentidos, y la "realidad absoluta", deseada por el espíritu". Las imágenes de Magritte, hechas al estilo de las "lecciones de cosas"; sin buscar en absoluto efectos plásticos, ofrecían entre 1926 y 1930 cierto aspecto de soledad, como si el pintor se hubiera prohibido a sí mismo ir más allá de la simple representación de la idea, y contrastaban vivamente con el barroquismo suntuoso de las composiciones de Max ErnstMasson o Miró. Su técnica se refinó considerablemente entre 1932 y 1940 y, más aún, en los últimos diez años de su vida, pero siempre en el sentido de otorgar mayor precisión al objeto representado. La pintura de Magritte hace pensar en algún magisterio iniciático cuyas enseñanzas se dirigieran a las nociones de identidad y de propiedad de las cosas. Dos textos relativamente recientes de Henri Michaux, En révant á partir de peintures énigmatiques, y de Michel Foucault, Ceci n 'est pas une pipe, han subrayado la proyección psicológica y filosófica de esta obra que, difamada durante mucho tiempo, es hoy objeto de constante aumento de valoración internacional. El verdadero resorte de la pintura de Magritte, tal como él mismo quiso hacer que lo comprendiéramos, fue su deseo de suscitar el equivalente del sentimiento de misterio experimentado por él en distintos momentos de su infancia y juventud, y sobre todo el experimentado ante películas mudas de episodios, como Judex, Fantomas o los Misterios de Nueva York.



Las cómplices del mago de René Magritte (Colección Lizzola, Milán). Obra pintada en 1927 por uno de los más interesantes representantes del surrealismo. Este pintor belga dio una de las posibles claves para la lectura de su obra al afirmar: "No hay duda de que un sentimiento puro y vigoroso, llamado erotismo, me ha salvado de caer en la búsqueda tradicional de una perfección formal. Mi interés reside particularmente en provocar un choque emocional". Esta extraña composición, a base de elementos perfectamente realistas, ejerce una fascinación mágica, a la vez que abre posibilidades a la imaginación.  


El mundo perdido de René Magritte (Galería Milano, Milán). Data de 1929. Si bien en su obra realizada con una técnica pictórica deliberadamente descuidada, el artista pinta las cosas tal como son, pero en situaciones imposibles; en cambio aquí insiste en poner de relieve la absurda relación que se establece entre los objetos, su imagen visual y el término que los designa. Porque en esta tela, si el nombre del objeto ha reemplazado a la imagen, quizás sea para indicar que su función en este paisaje imaginario nada tiene que ver con lo que su nombre o su imagen puedan indicar. 


La isla del tesoro de René Magritte (Colección particular, Bruselas). Obra pintada en 1942, en la que el artista parece cuidar sobre todo su técnica y su paleta, intentando matizar la luz al modo de Renoir, quizás para evadirse de la vida precaria que ofrecía la Bélgica de la II Guerra Mundial. Magritte, como Ernst, demuestra auténtica obsesión por las aves: palomas o águilas aparecen frecuentemente en su obra. Aquí la incongruencia de unos seres entre aves y plantas, con alas inútilmente desplegadas y raíces clavadas en la tierra, simboliza el angustioso contrasentido de la naturaleza humana. 


Manía de grandezas de René Magritte (Galería Alexander lolas, París). Una de las más fascinantes proposiciones de la obra del primer surrealista belga es solucionar el enigma, por lo tanto vale la pena saber lo que él mismo dijo de este desnudo seccionado en tres partes, pintado en 1961: "Se trata de un sueño sobre el presente y cada sección de torso representa una generación pasada". El fondo de arquitectura y nubes presta a la figura la aureola de un gran monumento.  

Un inventario de los primeros promotores del surrealismo no resultaría completo sin la mención de Salvador Dalí. Participó en las actividades del movimiento entre 1929 y 1936. Además, fue el único surrealista que magnificó la gloria personal, el oro, la monarquía y Dios. Sus referencias plásticas a Picasso, ChiricoMax Ernst, Miró, Tanguy y Magritte caracterizan sus obras de los primeros tiempos, a la vez que su constante empleo de la técnica académica de los contemporáneos de Meissonier. El resultado sorprende con una colección de imágenes que se pretende delirante y chocante: relojes blandos, personajes con párpados sostenidos por muletas y atrofia o hipertrofia de los miembros. Todo este carnaval para-freudiano, acomodado a una teoría llamada "paranoico-crítica", sirvió de trampolín a una gloria comercial que se apoyaba en la extravagancia de la vestimenta y la exuberancia de los bigotes. En 1941, André Breton puso en su lugar a la obra de Dalí en estos términos: "A despecho de una innegable ingeniosidad en la realización de su propio escenario, la obra de Dalí, desfavorecida por una técnica ultrarretrógrada (vuelta a Meissonier) y desacreditada por una indiferencia cínica con respecto a los medios de imponerla, ha dado desde hace mucho tiempo signos de pánico y no se ha salvado más que organizando su propia vulgarización. Hoy cae en el academicismo -un academicismo que por su sola autoridad se declara clasicismo- y desde 1936, por otra parte, ha dejado de tener la menor relación con el surrealismo".


Aparato y mano de Salvador Dalí (Museo Salvador Dalí, San Petersburgo, Florida). Con esta obra, de 1927, el joven Dalí entra de lleno en el movimiento surrealista al presentar este cuadro en el Saló de Tardar de Barcelona. Es la época en que está muy vinculado a Larca, Buñuel y Paul Éluard. 


La vejez de Guillermo Tell de Salvador Dalí (Colección Mme. Natalie de Noailles, París). Obra pintada en 1931 sobre el célebre episodio de la historia suiza que aquí se interpreta no como un acto de heroica piedad filial, sino más bien como la anécdota erótica de un incesto. Ello corresponde al método paranoico-crítico definido por el mismo Dalí como "método espontáneo de conocimiento racional basado en una asociación interpretativacrítica del delirio".   


Caballero de la muerte de Salvador Dalí. El tema de la muerte ha obsesionado a los pintores desde siempre, y su tratamiento e interpretación han sido muy variados. En este caso, el artista ha optado por un cadáver en descomposición montando un caballo en el mismo trance. El paisaje de fondo con un arco iris pareciera aportar un atisbo de recuperación y de retorno a la vida después de la tormenta. La obra es de 1935.



El rostro de la guerra de Salvador Dalí (Museo Boymans van Beuningen, Rotterdam). Realizada en 1940, en esta obra el artista parece expresar todo el horror de la guerra civil española y de la guerra mundial que se iniciaba. Sin embargo, Breton, que no compartía las ideas políticas de Dalí, calificó repetidamente de retrógrada la obra del pintor catalán y negó la validez de su propuesta de sistematizar la confusión para desacreditar el mundo de la realidad.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

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