Punto al Arte: 05 El arte griego del Siglo IV a.C.
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El arte griego del Siglo IV a . C.

Ahora, se ha dejado atrás la Atenas monumental que imaginó y construyó Pericles para estudiar la evolución del arte griego tras la figura poderosa de aquel carismático gobernante. Desaparecido Pericles, no es época de obras monumentales, que sólo un espíritu grande y pleno de energía como el suyo podría poner en marcha, sino que es el momento para que tengan parte de gloria los grandes artistas, como Apeles, pintor y retratista de Alejandro Magno.

Monumento sepulcral de Beocia.
Fragmento de un bajo relieve
funerario del siglo IV a.C. 
Aunque es en la escultura el ámbito en el que Atenas continúa brillando, gracias a artistas como Praxíteles, que tiene el mérito de haber revolucionado el arte de su tiempo con obras impregnadas de una sensualidad y una extraña nostalgia que no tenían precedentes en Grecia. Contrapuesto a Praxiteles, pero tan brillante como éste, se muestra Scopas, con su intenso sentido dramático, que sacude al espectador con representaciones agitadas y nerviosas. Por su parte, Lisipo tuvo la suerte de ser el escultor preferido de Alejandro Magno, lo que otorga una dimensión histórica a su revolucionario estilo naturalista, de una técnica magistral, presentando unas figuras tan bellas como personales.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La crisis de la polis griega y su incidencia en el arte

Políticamente considerado, el gobierno de Pericles tuvo fatales consecuencias para toda Grecia. La hegemonía espiritual que proponía para Atenas despertó los recelos de Esparta y provocó la lucha civil conocida con el nombre de guerra del Peloponeso, que no fue, en el fondo, sino una repercusión del antiguo dualismo de jonios y dorios. Atenas pretendió herir a sus rivales atacándolos en las colonias de Sicilia, pero tuvo que levantar a toda prisa el sitio de Siracusa, y por fin los atenienses fueron humillados en el desastre naval de Egospótamos. Esparta y las demás ciudades del Peloponeso, que constituían la Liga doria, celebraron este triunfo levantando en el santuario nacional de Delfos un monumento conmemorativo, con los retratos en bronce del almirante victorioso Lisandro y de sus generales. Para esta obra se acudió a los escultores de la escuela doria en Argos y Sicione, lo que prueba que quedaban todavía varios discípulos de Policleto capaces de competir con los escultores atenienses de la escuela de Fidias. Incluso más: el resultado de la guerra atrajo al Peloponeso a alguno de los artistas de Atenas. El mismo Ictinos, arquitecto del Partenón, recibió encargos de las ciudades dorias, como el templo de Apolo, en Figalia. Otro artista asimismo formado en Atenas, Scopas, se verá más adelante que dirigió el templo de Tegea, también en el Peloponeso; por último, en tierra dórica el santuario de Asclepios, en Epidauro, se reedificó rodeado de un períbolo, como los santuarios de Delfos y Olimpia; debía de ser riquísimo por los regalos de los enfermos, pues por multitud de inscripciones consta que allí encontraban algunos la curación. Poca cosa se ha descubierto del gran templo de Asclepios: tan sólo restos de los frontones; pero en cambio aparecieron multitud de fragmentos arquitectónicos de un tholos, o edificio circular que debía de servir para realizar sacrificios.

Tholos del santuario de Atenea Pronaia, en Delfos. Los templos redondos, o tholos, no fueron frecuentes en Grecia, y los pocos hallados se sitúan, cronológicamente, en las épocas más arcaicas. Reproducían el tipo de cabaña circular, característica de los pueblos pelásgicos, y estaban destinados al culto del fuego, o a una tumba. De ahí el interés del templo, obra El arte griego del siglo IV a C. 173 de gran belleza que tenía dos columnatas circulares concéntricas: la exterior, de veinte columnas dóricas; la que rodeaba el interior de la celia, con diez columnas alineadas contra el muro, era de orden corintio. En la parte oeste del recinto está el santuario de Atenea Pronaia, de orden dórico. Fue construido en piedra caliza, en el siglo IV a.C. 
Linterna de Lisícrates. En este monumento ateniense, destinado a sostener el trípode simbólico que se concedía al poeta vencedor en las competiciones musicales (Lisícrates lo fue en el año 334 a.C.), por primera vez aparece la columna corintia en la parte exterior de un edificio. El capitel corintio, totalmente florecido de acantos, remata las columnas. Por su forma redondeada, sostenida por un zócalo cúbico, este monumento puede relacionarse con las tumbas-mausoleos asiáticos, como, por ejemplo, el de las Nereidas de Xantos.



De la misma forma circular eran el edificio de los misterios, en Samotracia, y el templo que construyó Filipo en Olimpia, llamado el Filipeion; parece ser la forma preferida. Circular es también el gracioso edículo conmemorativo de un triunfo dramático en Atenas, conocido por "linterna de Lisícrates".

Pero, sobre todo, Atenas mantuvo la supremacía artística por sus escultores. Pericles logró crear en Atenas una sociedad elegante y refinada que dio la nota del buen gusto a toda Grecia, aun durante el siglo IV a.C. No era éste, tampoco en Atenas, tiempo para nuevos edificios, ya que para levantar un monumento como el Partenón se necesitaban un vigor en el cuerpo social y una voluntad directora como en la época de Pericles. Pero en los momentos de calma que dejaba la guerra se acabaron las obras empezadas en la Acrópolis, en Eleusis y en el Pireo. En general, los artistas trabajaban aislados, en su propio taller, y el pueblo de Atenas participaba en sus rivalidades y triunfos.

No se necesitaban entonces grandes conjuntos decorativos de escultura para adornar los frontones de los templos, y la técnica de la fundición en bronce parecía relegada, pues se preferían las suavidades de la escultura en mármol. Asimismo, ya no se trataba de representar exclusivamente a las divinidades superiores, sino a los dioses que estaban más en contacto con los humanos: Afrodita, el Amor, las divinidades del campo y de los bosques o personificaciones intelectuales como las figuras simbólicas de la Virtud, la Democracia o la Paz. Empezaron a prodigarse los retratos individuales, y en lugar del tipo del atleta vencedor, o del auriga, o del corredor, se instalan los del poeta dramático o del orador.

Filipeion en Olímpia. Restos del templo circular mandado a construir por Filipo II en el siglo IV a.C., después de la batalla de Queronea (338 a.C.). Allí hizo colocar las estatuas de sus familiares, incluida la de su hijo Alejandro, para asegurarse de que estuvieran cerca de los dioses. 
Joven efebo de Maratón (Museo Nacional de Atenas). Cabeza de una gran escultura en bronce, hallada en 1925 con los restos de un naufragio. Sus rasgos muestran la poesía, el ensueño de la escuela praxitélica. Pero los brazos se lanzan al espacio con audacia y en los ojos, incrustados de nácar, un nuevo sentimiento de emoción empieza a despertar (hacia el año 325 a.C.).



Atenas, a pesar de su derrota militar, acabó por triunfar espiritualmente, pero de otro modo menos político, menos filosófico, del que deseaba Pericles. Aún en el siglo IV, las escuelas de escultura griegas tienen que hacerse derivar del tiempo de las grandes construcciones de la Acrópolis. Porque si Fidias tuvo que emigrar, por el proceso del robo del marfil para la estatua del Partenón, sus discípulos continuaron trabajando en aquel templo, que todavía no estaba concluido. Ciertos principios fundamentales de su estilo, como el arte maravilloso de ejecutar los pliegues, y la técnica afinada, al mismo tiempo que grandiosa, perduraron en la escultura ática durante todo el siglo IV a. C.

 Diómedes de Crésilas (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Estatua en mármol, hallada en Cuma, que es la copia romana del original griego datado hacia el año 430 a.C.



Poco se sabe de la primera generación que trabajó directamente a las órdenes de Fidias y continuó su escuela después de desterrado el maestro. De Crésilas, por ejemplo, no se conoce con seguridad más que el retrato de Pericles y la Amazona. De Calícrates únicamente que fue el colaborador de Ictinos. De Calímaco sólo es posible imaginar algo de su estilo a partir de las referencias a una lámpara que trabajó para el Erecteo y parece que fue el más personal de la escuela. De otro artista de esta escuela, Alcamenes, se cree que sean suyas varias copias de su famosa "Afrodita de los Jardines", renombrada en la antigüedad. Va vestida con finísima túnica que descubre uno de los pechos; lo restante del cuerpo se revela por la transparencia acentuada de los pliegues. También pasa por ser obra de Alcamenes otra escultura famosa que representa a Ares desnudo e imberbe, con la cabeza tocada con asco (el Ares Borghese, del Louvre).

 Afrodita de Fréjus de Calímaco (Musée du Louvre, París). Copia romana del original griego, cuyo autor era discípulo de Fidias. El gran escultor griego siguió imponiendo los cánones de belleza por él creados, incluso después de su muerte. Los continuadores de su escuela introducen, sin embargo, en la noble arquitectura del drapeado partenoico, nuevos efectos de transparencia, de ropajes "mojados" que se adhieren a las formas del cuerpo, revelando sus bellezas secretas. A esta nueva tendencia escultórica pertenece esta estatua. 






 Ares Borghese (Musée du Louvre, París). Copia en mármol, fechada hacia el año 125 d.C., del original griego que se remonta hacia los años 430-415 a.C. En su técnica escultó rica se advierten las nuevas tendencias aplicadas por los continuadores de la escuela ateniense de Fidias.






   Mas para comprender cómo las enseñanzas de Fidias pasaron de una generación a otra, el ejemplo más elocuente es el de una familia que durante cuatro generaciones fue transmitiéndose de padres a hijos los secretos del arte de la escultura. La dinastía empieza con un primer maestro llamado "el viejo Praxíteles", compañero de Fidias, que trabajó con él en la Acrópolis. La tradición señalaba como suya una Hera o Juno, del templo de Platea, la cual es probable que fuera el original de un tipo del que se conocen varias copias romanas. Es una estatua cuyo porte majestuoso y los pliegues del ropaje, há­bilmente dispuestos, delatan la escuela de Fidias. La túnica, algo caída, muestra las bellas formas de los hombros. Es verdaderamente un tipo magnífico de madre de los dioses; con gesto solemne apoya un pie en el suelo, mientras el otro pie se halla situado hacia atrás, dando a todo el cuerpo de la diosa una postura basculante, de solemne contención de movimiento, frecuente en las estatuas griegas del siglo V. 

Juno Ludovisi (Museo de las Termas, Roma).
La cabeza de Hera, cuya copia en mármol es
la que se muestra aquí, es la representación
de la El arte griego del síglo IV a.C. 179 ma-
trona. Hera, hija de Cronos y esposa de Zeus,
la Magna Mater de los cultos prehelénicos,
simbolizó siempre la fidelidad matrimonial y 
la castidad.
Este tipo de Hera, algo modernizado, debió de servir de modelo para la estatua colosal a que pertenecía la famosa cabeza de la colección Ludovisi, hoy en el Museo de las Termas. La Juno Ludovisi presenta como un adelgazamiento de espíritu; es una copia romana muy libre, y esto explica que algunas veces haya sido tomada equivocadamente como el retrato de una emperatriz divinizada. Con todo, sus dimensiones colosales le devuelven algo de la grandiosidad que en las obras clásicas deriva sólo del estilo.

Del viejo Praxiteles aprendió su hijo Cefisodoto, y es interesante ver ya un estilo de transición en la única obra que con toda seguridad de él se conserva: el grupo de Eirene y Plutos, las dos personificaciones de la Paz y la Riqueza. Los pliegues rectos del  peplo que viste Eirene recuerdan a las cariátides del Erecteo, y el gesto de la estatua, apoyada sobre una pierna, es el gesto de la Hera de Platea y de otras obras que Fidias inspiró directamente; pero se advierte ya una ternura más moderna en la expresión maternal de la diosa, la cual acaricia con la mirada al pequeño Plutos que lleva en brazos. Como se ve, tanto en la Hera atribuida al viejo Praxiteles como en la Eirene de Cefisodoto, no hay ningún cambio trascendental en la composición de los tipos: las figuras, apoyándose en la pierna izquierda, marcan hacia este lado los pliegues rectos, miéntra que la otra pierna, ligeramente doblada, alterna asimétricamente con unas líneas inclinadas. La expresión más tierna, más delicada y más sensible es lo único que hace esperar el nuevo estilo, el cual tenía que venir muy pronto. La cabeza de Eirene ya no es una de aquellas excelsas e impersonales divinidades de los frontones del Partenón, sino una mujer madre que ha sufrido y llorado durante la guerra.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El Imperio de Alejandro Magno 1606

Estatua ecuestre en bronce, hallada en las ruinas de Herculano, que representa a Alejandro Magno durante la batalla del Gránico. A orillas de este pequeño río de Asia Menor, que desemboca en el mar de Mármara, Alejandro logró en 334 a.C. su primera victoria contra el ejército persa.
Alejandro Magno, rey de Macedonia nacido en Pella en el año 356 a.C. y educado por Aristóteles, llevó a cabo una política expansionista tan rápida como exitosa. Nada más convertirse en el máximo gobernante de su pueblo dejó bien patentes sus intenciones de extender las fronteras de Macedonia. La lista de sus méritos militares es harto extensa, así que en estas líneas mencionaremos simplemente que conquistó Tracia e Iliria, dominó Tebas, venció a su gran enemigo Darío III, rey de los persas, conquistó Egipto, fundó Alejandría y siguió ampliando los límites orientales de su vasto imperio hasta llegar a la cuenca del Ganges, territorio que ya no pudo conquistar debido a la negativa de sus tropas a continuar con tal empresa.

Pero si Alejandro Magno merece ocupar un lugar destacado en la historia no es sólo por sus logros militares, que, por sí solos, ya le colocarían entre los más grandes personajes de todos los tiempos. Desde un primer momento, mostró gran interés por la cultura persa y una progresiva orientalización que si bien fue beneficiosa para su imperio le hizo cosechar no pocas antipatías entre su propia gente.

Ciertamente, la adopción del ritual persa en la corte y la ejecución de Filotas por haber criticado su acercamiento a Oriente nos muestran un Alejandro Magno demasiado fascinado por los símbolos del poder -no olvidemos que a su entrada en Egipto se hizo consagrar como hijo de los dioses-, aunque hemos de señalar que, gracias a él, los griegos recorren comarcas en otro tiempo hostiles y los orientales se dirigen a Grecia y dan a conocer directamente su civilización. Ello da inicio a una época de intercambio cultural, comercial y social como nunca había conocido la humanidad, una época sin duda de gran vigor que podría haberse prolongado si Alejandro no hubiera muerto a la edad de treinta y tres años.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La batalla de lssos


El mosaico conocido con el nombre de La batalla de lssos es una magnífica réplica de una obra maestra pictórica griega que se suele atribuir a Filoxeno de Eretria, aunque durante algún tiempo se apuntó a Apeles como su autor. El maestro tebano-ático debió pintar el fresco, una de las más admiradas obras de arte de la Antigüedad, hacia la época en que murió su protagonista, a finales del siglo IV a.C., por encargo del rey Casandro.

El precioso ejemplar se encontró en una de las más opulentas residencias de Pompeya, la casa del Fauno. La célebre copia pompeyana, de casi 3,5 metros de longitud y datada en el siglo III a.C. quedó protegida por las cenizas y la lava del Vesubio siendo descubierta en 1831.

La hermosa copia muestra la victoria de Alejandro sobre el rey persa Darío en la batalla de lssos, acaecida en el año 333 a.C. El triunfo del macedonio en esta batalla le abrió las puertas a la conquista de Asia.

Los enfrentamientos militares entre Darío III y Alejandro Magno fueron utilizados por los escultores, ceramistas y mosaístas de la época. La figura del rey macedónico ejerció gran fascinación a lo largo del tiempo: su representación en la iconografía bélica adquirió tanto éxito que perdurará hasta la Roma imperial.

Llama la atención los magníficos logros técnicos que nos muestra esta réplica romana, muy especialmente, la sensación de profundidad, reforzada por las lanzas, y los fabulosos cruces de escorzos de animales y figuras que resultan verdaderamente abrumadores.

Las figuras representadas alcanzan un doble efecto. Por un lado, las líneas oblicuas de las lanzas, dirigidas hacia la derecha, indican el sentido de la huida y la persecución, mientras que por otro hay un valor espacial conseguido a través del suelo que se adentra hacia el fondo teniendo, en primer plano, armas perdidas, representadas en perspectiva. El grupo que forma el carro de Darío penetra profundamente hacia el interior por la línea que marca el escorzo del caballo y por el movimiento del rey persa, inclinado hacia delante.

Es una composición de extraordinario dinamismo, que da una idea de las antiguas pinturas griegas. Los guerreros, revueltos en un vasto tumulto, junto a caballos y armas, transmiten unas intensas miradas dramáticas. Los movimientos de los personajes, cuya multitud es sugerida por medio del bosque de lanzas que se levantan por encima de sus cuerpos, son logrados con gran mérito.

La utilización de las sombras y de los colores es muy completa. La perfección del dibujo tiene como complemento una iluminación que refleja las caras de los combatientes y los músculos de los caballos. Por primera vez, la luz procede de una fuente determinada, que proyecta largas sombras hacia la derecha. Pero el cielo está ausente y el marco paisajístico no se halla representado más que por un árbol de ramas desnudas.

El historiador del arte R. Bianchi Bandinelli hace un parangón entre ésta y otras célebres batallas de la pintura europea, comentando como aquí hay un preludio de las obras de Paolo Uccello y de Piero Della Francesca, aunque éstas presentan menor complejidad y menor libertad de composición. El alto nivel de La batalla de lssos no se encuentra hasta La rendición de Breda de Velázquez.

La copia romana en mosaico de La batalla de lssos, realizada en torno al año 325 a.C., se conserva hoy en el Museo de Nápoles.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte de Apeles: la pintura

Al mismo tiempo que disminuye el interés por el gran arte monumental, la pintura desciende también de los frescos decorativos a los cuadros de caballete. La evolución de la pintura griega es más rápida que la de la escultura. Es interesante recordar en este sentido, que Polignoto, hijo y discípulo de un pintor de Taso, Aglaofón, y que es el maestro característico de los grandes frescos de Delfos, Atenas y Platea, ya pintó cuadritos de género sobre tablas a las que se había dado previamente una ligera capa de estuco; en el fondo, la técnica continuaba siendo la misma de la pintura al fresco, y los colores utilizados eran los cuatro fundamentales.

El Sacrificio de lfigenia (Museo Nacional de Nápoles). El drama de la hija de Agamenón cuyo sacrificio pidieron los oráculos para aplacar la cólera de los dioses y a quien Artemisa sustituyó, en el último momento, por una cierva, era un tema propicio a la representación pictórica por el dinamismo y el grave y noble aliento que de ella se desprendía. En esta supuesta réplica de un original de Timantes, discípulo de Parrasio, hallado en una casa de Pompeya, se ve a Agamenón, a la izquierda, cubriéndose el rostro "porque la pintura no alcanza a expresar tamaño dolor". lfigenia, sostenida por Ulises y Diomedes, está presta al holocausto. Pero en el cielo, Artemisa aparece ya con la cierva que la sustituirá. Todo está detenido en la composición, que expresa la espera angustiosa.

Sacrificio de lfigenia (Museo Arqueológico, Barcelona). Con breves variantes, este tema se repite a lo largo de los siglos. Se lo vuelve a encontrar en un mosaico de época tardía, hallado en las excavaciones de Ampurias, con los mismos elementos: la columna de Palas Atenea la cierva de Artemisa volando en el cielo conducida por la diosa cazadora, lfigenia en el centro. El velo le cubre la cabeza en señal de duelo y los personajes se concentran en torno a ella. Es una escena mucho más compuesta, pero que ha perdido la frescura ingenua y lírica.

Los asuntos y el estilo, sin embargo, debían de variar profundamente. De dos ilustrísimos pintores de la primera generación después de Fidias se han conservado muchas anécdotas, y hasta sus opiniones en materia estética, por los dichos atribuidos a Sócrates, que cultivaba su amistad. Son los rivales Zeuxis y Parrasio. Aristóteles, que había conocido los grandes progresos del arte realizados por Scopas y Lisipo, se quejaba de que las figuras de Zeuxis, si bien eran bellas, no tenían carácter personal. La célebre Helena de Zeuxis, en Cortona, podría considerarse como obra típica de este género; debió de ser un icono, imagen de una mujer bella, pero inexpresiva. También de Zeuxis eran muy celebrados un Amor coronado de rosas y varios cuadros con algunas figuras, entre ellas una familia de centauros y un Hércules pequeño ahogando las serpientes. 

Batalla de lssos (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Detalle que encuadra a Alejandro Magno, rey de Macedonia. Este gran mosaico que representa al rey macedonio venciendo a Darío III, rey de los persas, fue hallado en la Casa del Fauno de Pompeya. Obra datada hacia el año 170 a. C., se tiene por copia de una famosa pintura realizada por Filoxeno de Eretria, pintor de la escuela ática, para el rey Casandro de Macedonia. Alejandro, montado sobre el famoso caballo Bucéfalo, ataca a Darío, figura central de la composición. La sensación de profundidad se obtiene mediante la cuidadosa delimitación de los planos. Un primer plano lo constituyen las armas y los escudos tirados sobre el terreno de combate; el caballo de perfil forma el segundo plano, donde se desarrolla el encuentro. Las lanzas entrecruzadas, el tercero, telón de fondo de la escena a la que, con su verticalidad agresiva, le proporcionan un aura heroica.
Parrasio, que debió de ser más elegante y delicado que Zeuxis, se complacía en detallar en grado sumo la expresión y el carácter de sus figuras, así en la fisonomía como en el gesto. Esto se le criticaba tanto como la inexpresiva frialdad de Zeuxis. Su Teseo, excesivamente tierno, parecía" alimentado con rosas". Se han conservado descripciones del cuadro de uno de los discípulos de Parrasio, Timantes. Representaban el sacrificio de Ifigenia, y lo admiraban los antiguos por la manera de expresar el dolor en los personajes. Agamenón aparecía velado, para esconder así su desesperación de padre; los demás héroes de la guerra de Troya manifestaban con viveza sus sentimientos: Ulises, Menelao, Néstor. En lo alto se veía a Diana con una cierva, que tenía que sustituir a Ifigenia en el sacrificio, salvada por la diosa según tradición recogida también por Eurípides.

Batalla de lssos (Museo Arqueológico Nacional, Nápoles). Detalle del mosaico que encuadra a Darío III, rey de los persas, en una actitud decidida en el ataque a su legendario rival, el rey de Macedonia, Alejandro Magno.
Admira de qué pobres materiales hay que valemos para reconstituir las grandes obras pictóricas desaparecidas del arte griego, y ello a menudo hace caer en la incertidumbre. Así, el sacrificio de Ifigenia ha sido transmitido por un mosaico romano hallado en Ampurias y por una pintura del Museo de Nápoles; ambas interpretaciones pueden conservar algo del cuadro de Timantes, pero divergen tanto en la composición general como en los detalles. A la diferencia de interpretación contribuyen la edad y la técnica; el fresco que se custodia en el Museo de Nápoles debe de ser más cercano al original que el mosaico de Ampurias, porque la figura de Agamenón, tal como está allí a un lado y totalmente cubierta por el manto, reaparece a menudo en relieves de sarcófagos romanos con el mismo asunto.

Bodas Aldobrandinas (Biblioteca Vaticana). Dentro del espíritu helenístico hay que situar este fragmento de la llamada copia romana de principios del Imperio de un original griego de Etión. Posiblemente simbolizaba las bodas de Alejandro Magno con la princesa oriental Roxana. Peitos, la diosa de la persuasión, habla dulcemente a la esposa, pálida y conmovida, cubierta aún con sus galas nupciales. Mientras, sentado al pie del lecho, coronado de pámpanos como un joven Baco, el novio espera impaciente el final de la conversación. El cromatismo, claro y alegre, potencia la tierna espera de la escena, fuertemente plástica, donde prevalece el gusto por el detalle propio de. lo helenístico. La alegoría es, sin embargo, reminiscencia clásica.
A otra generación pertenece ya Apeles, un pintor griego de Asia, nacido en Colofón, pero que pintó en Efeso y murió en Cos. Su fama determinó a Alejandro a concederle el privilegio de pintar sus retratos. En Éfeso se admiraban sus cuadros más famosos, entre ellos una Afrodita Anadiómena, o Venus saliendo del mar, que en pintura venía a ser lo que la Venus de Cnido en escultura. No se conserva ninguna copia de esta pintura, pero hay varias estatuas de una Venus joven escurriendo sus trenzas todavía húmedas y llenas de algas, que acaso reproduzcan la Afrodita pintada por Apeles. Es otro caso de traducción en escultura de una obra maestra originariamente pintada.

Ritual de iniciación, Villa de los Misterios, Pompeya. En este fresco se representa con gran sentido escénico una ceremonia de iniciación en los misterios del culto a Dionisos. Se muestra una mujer portando ofrendas y otra enseñando a leer a su hijo.
Existen asimismo varias referencias escritas de otras pinturas de Apeles, que representaban a Alejandro en coloquio con los dioses o ya francamente divinizado; en sus pinturas él y sus discípulos debían de perpetuar asimismo los hechos capitales de la vida del gran conquistador. A Apeles o a su discípulo Filoxeno hay que atribuir el original de un mosaico de Pompeya, que puede admirarse en el Museo de Nápoles. Representa la batalla de Issos, cuando Alejandro ataca personalmente al grupo de mil lanceros llamados los inmortales, que forman la invencible escolta de Darío. El héroe macedonio, con la cabellera revuelta, embiste a caballo a los temidos guerreros persas y lleva la confusión hasta el mismo carro de Darío. La célebre batalla se ha resumido hábilmente en aquel episodio; en una sola escena están expresadas la gloria de Alejandro y la victoria de los griegos. No hay otra indicación del lugar más que un extraño tronco de árbol; sin embargo, la profundidad del espacio está hábilmente sugerida por la diversa inclinación de las lanzas, que se entrecruzan indicando que entre ellas queda cierto espacio.

La flagelada y la bacante, Villa de los Misterios, Pompeya. Este es otro fresco de la misma serie hallado en el mismo lugar. La mujer desnuda, perseguida por los flagelantes, se refugia en la falda de una compañera. A la derecha, una bacante baila vertiginosamente tocando los platillos metálicos. La mujer del fondo sostiene un tirso. Inspiradas en el segundo clasicismo (siglo IV a.C.), en las representaciones de iniciación ritual y mitos dionisíacos, la figura humana, ya sea aislada, ya animando grupos palpitantes de vida, domina de modo absoluto. La expresiva plasticidad de este arte sonoro agudiza la comprensión del clímax en que se mueven las figuras, subrayadas por un cromatismo cálido y denso, casi sensual, como si tratara de acomodarse al espíritu de los ritos.
Si bien no se conoce con seguridad al autor de este cuadro de la batalla de Issos, en cambio ha llegado hasta hoy el nombre de otro pintor de la época: Etión, autor de un cuadro también famoso que representaba las bodas de Alejandro y Roxana. Queda de él una detalladísima descripción de Luciano, quien, alabando el conjunto, describe las figuras de los esposos y de los pequeños amorcillos que juegan con las armas del conquistador.  

Como un eco del cuadro de Etión es probable que se perciba en el fresco descubierto en Ostia, que enriqueció la colección Aldobrandini y actualmente se halla en la Biblioteca Vaticana. Se trata de una copia muy pequeña; las figuras, mucho menores del natural, están todas en un mismo plano, lo que revela que el original de la composición databa, por lo menos, de principios del siglo III a.C. En el centro descuella el grupo hermosísimo de la esposa, velada aún, pálido el rostro, y escuchando los últimos consejos de Peitos semidesnuda.

Iniciación al culto dionisiaco. Villa de los Misterios, Pompeya. Gravemente deteriorada su fe en los dioses, el griego recurre a otras manifestaciones para colmar su sed de misterio y maravilla. Estos sucedáneos, precisamente conocidos por el nombre de "misterios", proliferaron en los santuarios de toda Grecia bajo la advocación de Dionisos. Los ritos iniciáticos eran distintos, pero en todos se daban unas mismas características: nocturnidad, acceso directo al dios a través del sufrimiento y la orgía tomados como experiencia mística. A causa del secreto que los envolvía, no se tiene una idea clara acerca de ellos, pero es indudable que su impacto fue grande en la formación de una nueva mentalidad. Este fresco representa los ritos de iniciación a este culto.
Del mismo estilo del siglo IV a. C., o a lo sumo de principios del siglo III, es el modelo de una gran composición descubierta en una quinta de los suburbios de Pompeya, la llamada Villa de los Misterios. Son los más hermosos frescos de la antigüedad recobrados hasta hoy; los únicos de grandes dimensiones, con numerosas figuras mayores del natural. La fecha de su ejecución material es conocida, porque las obras de construcción de la quinta que decoraban fueron interrumpidas por el cataclismo que destruyó la ciudad; pero los modelos son muchísimo más antiguos, griegos seguramente, y repetidos en Pompeya, como nosotros decoramos a veces nuestras casas con copias de pinturas del Renacimiento italiano. Los temas representados son extraordinariamente interesantes: a un lado se halla el cuadro del gineceo con la madre de familia, la cual enseña a leer a un niño y recibe la visita de las amigas; probablemente se conciertan para ir a la fiesta de iniciación de algún nuevo tipo de misterios. A continuación hay un largo plafón con curiosas representaciones de las ceremonias: varias jóvenes se muestran poseídas del frenesí o delirio báquico, propio de un rito extraño; perseguidas por unas figuras negras, aladas, ejecutan una danza completamente desnudas; una de las muchachas cae anonadada sobre las rodillas de su compañera, la cual, sin duda alguna, procura reanimarla. Evidentemente se trata de una liturgia que exige el paroxismo de una gran emoción. Entre terrores y revelaciones de frases extrañas de doble sentido, las almas de las personas candidatas a la cofradía reciben algo que era exclusivo de los iniciados y que les haría contemplar el mundo con otra realidad de la que veían con sus ojos naturales. Es de todo punto imposible hacer suposiciones acerca de la clase de misterios de que participan las figuras representadas en los frescos de la Villa de los Misterios, pero es muy dudoso que fueran una imitación diluida y provinciana de los misterios de Eleusis. Tampoco representan el delirio báquico de la orgía.

Iniciación al culto dionisíaco, Villa de los Misterios, Pompeya. A la derecha, una mujer a la espera de la ceremonia de purificación.
Los misterios eran muchos y muy variados, casi tantos como lugares reputados santos había en Grecia y en las islas. Es seguro que nunca llegaremos a conocer el valor, seriedad y trascendencia mística e la mayoría de ellos, pero todos tenían en común el hecho característico de la experiencia religiosa, universal en el mundo entero; esto es, el cambio radical en el alma del myste o catecúmeno después de la iniciación. En otras religiones se llama "salvación, conversión, segundo nacimiento". El alma, cambiada, casi no se reconoce a sí misma: detesta aquello que amaba y ama lo que detestaba. Por esto en la escena de la Villa ltem se presenta un espejo a las personas que han recibido la iniciación, para demostrarles que son otras y que hasta su aspecto físico se ha transformado. Es posible que después de haber sufrido las pruebas que exigía la ceremonia, con terrores y castigos que acaso duraran toda la velada, las caras de los iniciados reflejasen en el espejo la congoja y los sufrimientos, y no fueran capaces de reconocerse a sí mismos.

No es extraño que las ideas y ceremonias de los misterios influyeran en el arte. Debían de ser tremendamente impresionantes y algunos casi exclusivamente estéticos. Heródoto, tan sarcástico y escéptico en materias religiosas, no puede disimular la impresión que le causó el misterio de Osiris, que pudo presenciar en Menfis.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Estelas funerarias

Estela funeraria con escena de banquete. Escultura del periodo de ático (del griego)
La influencia del arte de los grandes maestros de Atenas del siglo IV se percibe en las numerosas estelas funerarias de esta época. El cementerio de Atenas estaba fuera de la ciudad, y las tumbas decoraban, a cada lado, una de las vías principales, que salía al campo atravesando el suburbio del barrio del Cerámico. Generalmente estaban formadas por un pequeño zócalo arquitectónico sobre el que se apoyaban graciosos edículos con un relieve conmemorativo. Es probable que hubiera en Atenas talleres especializados en aquel tipo de monumentos. Los antiguos romanos ya debieron de sentir gran entusiasmo por las estelas funerarias áticas, puesto que algunas de ellas fueron arrancadas de las tumbas y llevadas a Roma.

Estela funeraria de mármol. Beocia
Las estelas funerarias nos procuran una galería de retratos idealizados, una especie de "visión de conjunto" de la sociedad ilustrada de la Atenas del siglo IX, la que platicaba y discurría con los filósofos, visitaba los talleres de los artistas y se apasionaba por las nuevas producciones dramáticas. Las estelas representan con preferencia tiernas escenas de familia, en el momento de separarse los parientes de un difunto querido, en plácida intimidad, apenas turbada por una ligera sombra de tristeza. El muerto, generalmente, está sentado para indicar mejor la impresión de reposo; los individuos de su familia le rodean, y uno de ellos le estrecha cariñosamente la mano.




Estela de Ilissos (Museo Arqueológico Nacional de Atenas). Esta obra ha sido atribuida a Scopas, aunque ha sido imposible certificar tal autoría, porque reúne algunas de las características más personales de este artista griego. La figura de la izquierda que se encuentra de pie tiene una expresión de dolor, más un dolor espiritual, quizá la angustia de la culpa, mientras que abajo a la izquierda aparece otra figura, empequeñecida probablemente por el sufrimiento.

Estela funeraria de Mymno


Otras veces, la difunta se despide por última vez de las joyas que habían adornado su hermoso cuerpo, y una joven sirvienta abre la arquilla en que las tenía celosamente guardadas. Las estelas repiten con mucha frecuencia ciertos asuntos preferidos; siguen en esto la ley general del arte griego, o sea de sujeción a un reducido número de tipos. Sin embargo, algunas estelas se apartan del tipo común y se hacen personales: una niña se despide de sus palomas besándolas tiernamente; una muchacha está representada con una jarrita de perfumes en una mano; un joven intelectual lee a su autor predilecto; dos hermanas apartan los velos funerales que cubren sus caras.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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