Punto al Arte: 02 Los orígenes del arte
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La Venus de Laussel


Entre todo el conjunto de descubrimientos de yacimientos prehistóricos que se han conseguido realizar hasta la fecha, puede parecer complicado, incluso temerario, señalar un hallazgo que suponga toda una iluminación para comprender mejor el arte de aquellos tiempos tan lejanos.

La Venus de Laussel resulta ser una de las obras esenciales para conocer el arte de las sociedades prehistóricas, una obra que sí supone un auténtico hito para los investigadores. Se descubrió en el 1911 en el departamento francés de la Dardoña, por el equipo del Dr. Lalanne. Actualmente, forma parte de la colección del Museo de Saint Germain-en-Laye, al oeste de París. La Venus de Laussel, esculpida en relieve sobre la roca caliza en época solutrense, mide unos 46 cm de altura, dimensiones mayores que las presentes en las Venus de bulto redondo. La figura femenina se halla plasmada desde una perspectiva frontal, desnuda, y sostiene un cuerno de bisonte con su mano derecha. Como es habitual en las representaciones de este tipo, la cabeza aparece tan sólo esbozada, mirando al cuerno, mientras el resto del cuerpo presenta una exageración respecto a sus caracteres genéricos.

Se piensa que esta escultura presentaba pigmentos rojizos en el momento de su ejecución. Fue tallada en un bloque de piedra, probablemente el elemento central de un santuario que se cree relacionado con los ritos de fecundidad.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat


El artista, cazador y chamán

Como se acaba de explicar la caza era una de las actividades fundamentales de este hombre del Paleolítico, de forma que casi todos sus esfuerzos se dirigían para llevarla a buen puerto, y de entre ellos, la pintura cumplía una función ritual. Es por este motivo que era necesaria la presencia de alguien que fuera especialmente hábil a la hora de pintar. Así, se procuraba buscar a aquél que sobresaliera en su talento para imaginarse figuras en las formas geomórficas de las rocas de las grutas y, después, que tuviera la facultad de pintarlas. A esta figura se le conoce como el mago-artista.

Cabeza de bisonte en negro, pintura de la cueva de Rouffignac (Dordoña, Francia). En 1956 se descubrió en esta cueva un importante conjunto de pinturas rupestres. Cronológicamente las pinturas deben situarse en el magdaleniense medio y reciente, aunque la ocupación de la cueva se alargara hasta la Edad del Hierro. La tonalidad negra y la rojiza de estas pinturas se explica por el hecho de los materiales empleados: tierras o minerales mezclados con agua, resinas, etc.

Un caballo de la cueva de Pech-Merle (Lot, Francia). El hombre del Paleolítico, esencialmente cazador, dejó numerosos ejemplos de los animales existentes en las distintas épocas y zonas, a través de las pinturas en las cuevas. Este ejemplo de la cueva de Pech-Merle forma parte del llamado "Fresco de los caballos punteados", de más de tres metros de longitud. Presenta como particularidad el curioso punteado de su cuerpo, así como las impresiones en negativo de manos humanas.

A este binomio anterior le tendríamos que añadir otro término más, el del cazador, desde el momento en que el hombre paleolítico, por antonomasia, es ante todo eso: un cazador. Y esta tríada iba indisolublemente unida siempre. Así pues, la caza era su actividad principal. Para ello, se organizaban en hordas poco numerosas, haciendo uso de armas fabricadas en muchas ocasiones a partir de lo que les proporcionaban esas mismas criaturas, así como de trampas. Con el tiempo, todo esto se iría complementando con la pesca y la recolección de frutos silvestres.

Debido a ello, de entre todos los cazadores de la tribu, se escogía como líder aquél que tuviera más facilidad para ser a la vez artista y chamán, es decir, que tuviera el suficiente poder para ejecutar pictóricamente, y de la forma más naturalista posible, la representación de sus futuras presas. Para ello, y siguiendo con su mentalidad de mímesis en relación a la posesión - anteriormente comentada-, no sólo se dedicaban a pintar animales de forma realista, sino incluso el mismo mago-artista intentaba aprehender esos rasgos animales.

Caballo y bisonte, pintura de la cueva de Pech Merle (Lot, Francia). Se atribuye a la cultura perigordiense, de principios del Paleolítico superior que convivió con el auriñaciense. La combinación de estos dos animales constituía un tema central en el arte en la época prehistórica. En el este de la cueva son visibles caballos, un felino y la evocación imaginaria de ciervos; al oeste se extiende una red más vasta y más rica, el único accesible en el momento de las visitas.

Por este motivo, iba vestido con pieles animales, llevaba máscaras y cornamentas, y se movía imitando los movimientos de los mismos -ritmo en el que se ha visto el origen de la danza-. Y es que se tiene la necesidad de asumir la forma de ciertos seres, ya que de esta manera se obtienen mayores facultades cercanas a esos animales, o sus características.

Con todo, la asociación a un animal determinado resulta difícil de averiguar en estas representaciones, aunque destaca el grupo de figuras ornitocéfalas. Aparte, como líderes dotados de ese don que les diferenciaba del resto, llevaban un bastón de mando, generalmente realizado sobre hueso o marfil, y que presentaba decoraciones animales en grabado, como el hallado en la Cueva del Pendo, en Escobedo (Camargo, Cantabria). Ahora eran ellos la obra de arte, sin necesidad de pasar por la creación de un "objeto".

Bisonte herido con una flecha en el costado, pintura de la cueva de Niaux (Ariege, Francia). El artista cazador tiene necesidad de representar la caza como quehacer cotidiano de supervivencia. Esta cueva, además de reunir distintas representaciones de mamíferos, tanto bajo la técnica del grabado como de la pintura, permite contemplar signos ideomorfos o signos pintados en rojo. 

En algunas ocasiones, aparte de representar la presa de caza, ellos mismos se "autorretrataron", en una serie de figuras antropomorfas, híbridos entre seres humanos y animales, que constituyen manifestaciones de las primeras tentativas humanas de dar forma a conceptos religiosos y la actitud del hombre frente a lo sobrenatural. Con todo, en estas pinturas aparecen con bastantes deformaciones, en un deseo de acercarse a la fisonomía animal.

Bisonte herido con flechas, pintura de la cueva de Niaux (Ariége, Francia). El análisis de los pigmentos utilizados en las pinturas de esta cueva ha dado como resultado el uso de la combinación del pigmento con talco para dotar de más cuerpo a la pintura y con aceites vegetales para plasmarla. Destacan los dibujos de caballos y bisontes que, como es esta imagen, se ha plasmado con la silueta negra.

Hay una escena al respecto -una de las primeras composiciones de la "Prehistoria" del Arte-, en las cuevas de Lascaux, que ilustra a la perfección todo lo que se está comentando: en la llamada escena del "pozo" se representa a un chamán con los brazos extendidos y la cabeza animal, a su lado el bastón de mando -cuya parte superior también ostenta la forma de un ave-, mientras que frente a él está el bisonte herido, atravesado por una lanza.

De cualquier forma, dejando a un lado la cuestión iconográfica, la diferencia de estilo entre el esquematismo de la figura humana y el detallismo del rostro y del pelaje de la bestia son evidentes. El hombre paleolítico intentaba pintar de la misma forma que cuando cazaba, empleando un estilo simple, pero seguro y dinámico, y que recuerda a las características de la cinegética. No obstante, algunos historiadores y antropólogos defienden la hipótesis  de que en realidad pintaban sólo animales -y figuras humanas con rasgos zoomórficos-, ante su incapacidad de representar seres humanos.

Hembra de bisonte muerta, pintura de la cueva de Niaux (Ariege, Francia). Por la posición extraña que toma esta figura y las fechas clavadas, se la ha interpretado como de una hembra muerta. Localizada en el "Salón negro" de la cueva donde se animan centenares de bisontes, ciervos, caballos, ' gamuzas ..., claras muestras del arte paleolítico del magdaleniense.

Como se puede comprobar, aquellos antepasados ya tenían un cierto sentimiento religioso. Se sabe que procedían a la inhumación de los muertos, que los enterraban cerca de donde estaban los vivos -no se distinguía aún claramente entre la vida y la muerte-, y existía un culto a los cráneos. Aparte de esto, existían diferentes tipos de ritos (de iniciación, de antropofagia ...). Pero los más importantes, una vez más, iban dirigidos hacia la caza.

En este sentido, más que hogares, las grutas donde se han encontrado todas estas pinturas tenían antes una consideración de santuarios. Es por ello que se cuidaban de que las pinturas estuvieran bien protegidas y en un lugar más próximo y en comunión con el centro de la Tierra. En este sitio, rodeados de todas estas pinturas, tenían lugar los diferentes rituales. En las cuevas de Niaux, por ejemplo, se han encontrado huellas de niños que intentaban acceder a la categoría de cazador.

Felinos, pintura de la cueva de Combe d'Arc (Ardeche, Francia). El cazador que tuviera más. facilidad para ser artista y chamán, para retratar de la forma más naturalista posible las presas o los animales que le rodeaban, se constituía en el líder. En esta imagen los felinos son representados con motas en el cuerpo y una gran cabeza, en un deseo por acercarse a la fisonomía animal.

La aparición de la llamada "Revolución neolítica" supuso la introducción de la agricultura -cultivo de la tierra-, de la ganadería - domesticación de animales-, de una vida más sedentaria, así como la aparición de nuevas actividades, tales como la alfarería o la tejeduría. Por todo ello, la caza ya no lo era todo para este nuevo hombre. En consecuencia, la finalidad de sus pinturas ya no era la misma. De ahí que el naturalismo presente hasta entonces dejara paso a un estilo mucho más simbólico y esquemático, como se puede ver en el arte levantino.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Las diosas primitivas

Desde finales del pleistoceno y sobre todo a principios del Neolítico, empiezan a proliferar las esculturas femeninas de pequeño formato, que hoy en día se conocen bajo la denominación de Venus. Se las encuentra esparcidas por una amplia zona geográfica, pues están presentes desde el Midi francés hasta Siberia.

Manos humanas en rojo y negro, en la cueva de Gargas (Altos Pirineos,Francia). Más de doscientas impresiones de manos se han encontrado en esta cueva. Muchas veces han quedado impresas al apoyar simplemente la mano manchada, otras rodeándola con pintura; ésta última era la opción pictórica más común y su sentido puede ser místico, de invocación. El color y las formas conseguidas daban una gran fuerza al conjunto.

Mano en la cueva del Castillo (Puente Viesgo, Cantabria). En todo el arte paleolítico existen solamente cuatro cuevas que presentan amplios conjuntos de manos como protagonistas, siendo una de las más representativas la del Castillo, con una cincuentena de ejemplos. Seguramente, la plasmación de la mano respondería a un cierto significado religioso asociado a la protección. Se relacionan con ideomorfas y animales, sirviendo como antesala a los "santuarios de animales". Lo único que se conoce con seguridad es que la mano izquierda tiene un mayor número de representaciones que la derecha y que el tamaño de ellas se asociaría al de la mano femenina o de niño. En algunas ocasiones se puede apreciar la falta de las falanges de los dedos, como si se tratara de mutilaciones, quizá rituales.

Se trata, generalmente, de esculturas de bulto redondo (exentas, no como parte fija de un conjunto), aunque a veces se las ha encontrado aplicadas en relieve sobre superficies rocosas. Las Venus de bulto redondo forman parte de lo que se denomina "Arte mobiliar", o "Arte mueble", ya que se trata de piezas de dimensiones reducidas y se pueden transportar con facilidad. Éstas, habitualmente, miden entre los 3 y los 22 centímetros, y estaban concebidas para caber en la palma de una mano; por lo que se cree tienen su origen en colgantes o amuletos que aquellos antepasados más remotos llevaban para protegerse, o bien como parte de sus rituales cotidianos.

Las Venus prehistóricas son especialmente características debido a las proporciones con que se las representa. Por lo general, sus atributos sexuales están muy enfatizados, con senos, vientre, nalgas y caderas abultados sobremanera. Por otra parte, a medida que fueron evolucionando, las Venus se vieron sometidas a un proceso de esquematización, cosa que actuaba en detrimento de los otros rasgos del cuerpo, en especial el rostro, que con frecuencia aparece tan sólo esbozado, o simplemente no existe.

En la cueva del Castillo (Puente Viesgo, Cantabria), se hallaron numerosos ideomorfos de color ocre rojizo, de unos 30 a 60 cm de longitud, seguramente de la misma época que las manos pintadas o posteriores a ellas. Algunos de ellos están realizados a base de trazos paralelos en forma de escalera (los más primitivos), de parrilla, en aspa, zigzag, rombos, a modo de chozas ("tectiformes") o a base de puntos. No se conoce exactamente su significado, aunque se apunta la posibilidad de que los cuadrangulares sean de esencia femenina y los de las filas de puntos, sus complementarios masculinos. Son más abundantes en las cuevas de la región cantábrica que en la zona del Levante español.

Las Venus son objetos conectados con el estilo de vida y las creencias de las comunidades humanas prehistóricas. En este contexto, la fertilidad era un elemento fundamental, ya que su función era la de ser madres, y perpetuar la vida en un mundo lleno de hostilidades para el hombre.

La representación de los órganos reproductivos de la mujer fue una constante en el mundo antiguo, desde la época del hombre de Neandertal. La vulva es, sin lugar a dudas, el símbolo más utilizado, a diferencia del falo masculino, que aparece plasmado en contadas ocasiones. La vulva sería, así pues, una plasmación física de la necesidad de perpetuación de la especie humana. Generalmente, ésta no aparece sola, sino representada junto a otros símbolos relacionados con la abundancia, como figurillas zoomorfas, muestras del deseo de sus creadores de obtener más ejemplares del animal esculpido.

Pintura rupestre de la cueva de la Pasiega (Puente Viesgo, Cantabria). En esta cueva, descubierta en 1911 por Obermaier y Wemert, se encuentran numerosas figuras. Contiene un gran número de animales pintados y signos al final de un largo pasillo, siendo el color ocre y la línea ancha las características que predominan en la composición. Ciervos, caballos, bisontes, caprinos y bóvidos son los animales que se repiten con más frecuencia.

Durante el período magdaleniense, se empiezan a destacar las zonas púbicas de las Venus, mediante una incisión triangular. Esta manera de poner de relieve los genitales femeninos durará hasta la aparición de las primeras manifestaciones artísticas griegas, influyendo en su génesis y posterior desarrollo. A medida que la ejecución de las Venus fue evolucionando, perdiendo su inicial tendencia por el naturalismo, la plasmación de la vulva también varió, volviéndose cada vez más esquemática.

Pintura rupestre de la cueva de las Chimeneas (Puente Viesgo, Cantabria). La cueva, descubierta en 1953, tiene este nombre porque se llegó a ella bajando a través de unos pozos naturales, que desde la bóveda alta conducen a la entrada. Las pinturas son naturalistas y aunque esquemáticas y sencillas, son muy expresivas. Pueden distinguirse tres zonas: la última de ellas, la tercera, contiene un panel con ciervos en pintura negra.

Venus localizada en Dolni (Moravia). igura femenina esculpida en colmillo de mamut, de unos ocho centímetros deltura, hiperestilizada, que procede de un matadero de mamuts en Dolni. En esta región se han encontrado otras figuras femeninas, objetos conectados con el estilo de vida y la creencia prehistórica, donde la fertilidad y la función de madre de la mujer era un elemento fundamental.


Otro de los símbolos relacionados con el culto a la fertilidad son los senos femeninos. Aunque en contadas ocasiones se encuentran de forma exenta, por lo general nunca se hallan desvinculados del resto del cuerpo humano. Resultan atípicas las representaciones de mujeres con más de dos mamas, peculiaridad que se da también en elementos pertenecientes a otras culturas y épocas.

Las Venus, aún sin ser esculturas de bulto redondo y estar ideadas para poder ser manipuladas y observadas desde varios puntos de vista, presentan dos tipologías diferentes. Por un lado, las hay frontales, cuyos rasgos sexuales están acentuados para ser contemplados por su parte anterior. En este caso, se enfatizarían principalmente las caderas. Un ejemplo paradigmático de esta tipología es la Venus de Lespugue.

Por otro lado, estarían las Venus de perfil, cuyos atributos se destacarían al ser vistas de lado. Éste es el caso de la Venus de Savignano, que junto con la Venus de Willendorf y la de Lausel son las más famosas de todas las representaciones de divinidades primitivas relacionadas con el culto a la fertilidad.

La Venus de Savignano, por su parte, es la mayor de las Venus halladas hasta el presente. Mide unos 22 centímetros y fue hallada en 1925 por un obrero de la construcción en Savignano sul Punaro, en las cercanías de la ciudad italiana de Módena. Esta pieza, realizada con piedra serpentina verdosa, ha llegado hasta la actualidad en buen estado de conservación. Aunque no se encontró acompañada de otros materiales que facilitaran su datación, se cree que es del período auriñaco-perigordiense, y que fue realizada alrededor del 25000 a.C. Su cabeza y sus piernas, meramente esbozadas, presentan forma triangular. Esta disposición concentra toda la fuerza de la composición en pechos, vientre y nalgas, si bien las caderas no están ensanchadas, muy probablemente debido a la forma de la piedra sobre la cual se esculpió.

La Venus de Willendorf fue descubierta en 1908, por el arqueólogo Josef Szombathy, cerca de la localidad austríaca de la que la Venus tomó su nombre. Pertenece al auriñaciense tardío, por lo que se podría fechar en torno al 22000 a. C. Esta pieza, que mide unos 11 centímetros, fue realizada con un tipo de piedra no presente en las inmediaciones de Willendorf, por lo que se cree que, o bien se importó el material, o bien fue hecha en otra región y posteriormente llevada a la zona.

Venus de Kostienki (Museo del Ermitage, San Petersburgo). Descubierta en 1908 por el profesor Szobarhy, está datada en 23000 a.C. De diez centímetros de altura, constituye una de las figuras femeninas más famosa de la Prehistoria. De aspecto naturalista y representando a una mujer obesa, está esculpida en piedra caliza eólica. Sus senos, sus caderas y su vientre, en relación con sus brazos, son exagerados, formándose una figura redonda y pequeña, maciza. 

De proporciones gruesas, esta Venus posee un plasticismo notable, y una particular exuberancia, relacionada con los ritos de fertilidad con los cuales estaba relacionada.

Las Venus podían presentar policromía. Recientes estudios creen que estos pigmentos, por lo general rojizos, añadían una función al simbolismo inherente a las Venus. El rojo estaba vinculado con la existencia de los hombres y los animales, pudiendo aludir también a la menstruación.

Estas esculturas femeninas han sido relacionadas con el culto a las divinidades naturales, anteriores a la aparición de las religiones organizadas. Las Venus podrían, entonces, ser consideradas como el origen de las representaciones de la Madre Tierra.

La Venus de Mentan (Museo de Saint-Germainen-Laye, Francia), es una estatuilla femenina producto de una artesanía doméstica, especialmente ligada al hogar, que había de dejar paso con el tiempo a los numerosos fetiches. Si el arte animalístico, dependiendo del poderoso mundo de la caza, es un arte de escuelas y de estilos, estas estatuillas tienen el sabor ingenuo de una industria casera. Seguramente por ello es tan grande su popularidad.

La Venus recibieron su nombre en una época en que se las consideraba meramente esculturas eróticas, figuras triviales radicadas en el entorno de la sexualidad humana. Sin embargo, pronto se abandonó esta idea, a favor de una interpretación más abierta de su significado. Las Venus pertenecían a un universo en el que eran veneradas por lo que ellas simbolizaban: la fuerza de la naturaleza y el poder de la fertilidad.
Venus de Grimaldi (Museo de Saint-Germainen-Laye). Esta Venus tiene 81 mm de altura, data de unos 22.000 años, fue localizada en Grimaldi (Italia). Su cabeza es ovoide, se puede distinguir en ella un ojo y la nariz. Como se ve, su vientre y sus caderas son prominentes, así como sus mamas, todo ello símbolo de la fertilidad.

Diosa sentada, procedente de Pazardzik, en Bulgaria (Naturhistorisches Museum, Viena). Es una figura de terracota que representa a la Diosa Grá­ vida sentada sobre un taburete. De 18.4 cm de altura, sus nalgas son amplias y el triángulo del pubis está remarcado, adornado de espirales. Es típico del perfodo magdaleniense destacar las zonas púbicas de las Venus para poner de relieves los genitales femeninos.


Figura femenina esculpida en colmillo de mamut, procedente de Kostienki (Rusia). Son varias las figuras de Venus que se localizaron es esta zona de Rusia. De modulación pronunciada en sus atributos. Sus nalgas están desarrolladas y sus pechos son oscilantes. El sexo, la ejecución cuidada y la durabilidad son unos rasgos que reunieron las figuras femeninas en el Paleolí­tico.

Venus izquierda: Venus de Savignano, vista de perfil (Museo Preistorice Pigorini , Roma). Puede considerarse la Venus italiana más famosa. Es la mayor de las encontradas hasta el momento. No tiene una datación precisa , se cree que fue realizada alrededor del 25000 a.C. 
Venus derechaVenus de Savignano, vista de frente (Museo Preistori ce Pigorini, Roma). Hallada en 1925 y de unos 22 centímetros, es una figura tallada en piedra Los ongenes del arte 101 serpentina, en la que los brazos son una continuación del pecho y su cabeza y sus piernas son triangulares.

Venus de Willendorf (Naturhistorisches Museum, Viena). Una vez más se encuentran los atributos femeninos resaltados, descuidando las extremidades, sin detallar el rostro. Probablemente esta figura coronara el amontonamiento de ofrendas. Tallada en piedra caliza, de 12,7 centímetros de altura, no se sabe con exactitud si pudiera ser la representación de una divinidad.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Savat


Venus de Lespugue

La Venus de Lespugue fue hallada en el año 1922. Se ha podido calcular que esta Venus tiene una antigüedad de aproximadamente 20.000 años. Por lo tanto, a tenor de esta datación, esta importante obra pertenece al final del período denominado auriñaciense-perigordiense y en ella ya se puede apreciar la evolución a la que se vio sometida este tipo de producción escultórica. La escultura está tallada en marfil de mamut y tiene 14.7 cm de altura. Fue hallada en 1922 por R. de Saint-Périer en el interior de la cueva de Rideaux, cerca de Lespugue -Alto Garona-, en Francia.


Cabe destacar el hecho de que de las dos tipologías de Venus que se conviene en diferenciar, la de Lespugue pertenece a aquellas que se representan de frente en contraposición a las que aparecen de perfil. Asimismo, dentro de las figuras prehistóricas denominadas "venus", es la más joven de las que, hasta el momento, han podido hallarse.

En ella se evidencia una evolución en la técnica escultórica. En este sentido, sobre todo se puede apreciar un notable cambio con respecto a Venus anteriores en cuanto a la calidad de pulido. Es evidente que quien realizara esta venus lo hizo de una forma algo más delicada, por lo cual se puede inferir también una evolución en las herramientas utilizadas para la elaboración de la pieza. Se cree que este tipo de imágenes femeninas representan la concepción de la Gran Diosa Madre, donadora de la vida, protectora y símbolo de fecundidad, de manera que no son representaciones de un modelo o canon de belleza.

El creador de la Venus de Lespugue ha resaltado las dimensiones del vientre, el sexo y los senos, haciendo alusión, quizás, a un significado maternal; y ha descuidado las extremidades de una forma que llama la atención. Y es que este aspecto no deja de ser sorprendente teniendo en cuenta el especial detalle y cuidado que se ha puesto en la representación de las citadas partes del cuerpo. De este modo, la Venus tiene apenas sugeridos los brazos y también es notable la desproporción en el volumen de las piernas. El cuerpo está tratado de manera sencilla, mientras que las pantorrillas y los antebrazos son delgados y carentes de fuerza, en contraposición con lo voluminoso del resto del cuerpo. Por tanto, las partes del cuerpo que no tienen relación directa con la fecundidad no han sido tomadas en cuenta; no tenían, para el autor, la misma importancia que el simbolismo maternal de otras partes del cuerpo. Este hecho no es en absoluto infrecuente en las Venus que se han encontrado de ese período. Asimismo, la cabeza es ovoide y no presenta definición en los rasgos faciales. Esta deformación expresiva hacia remarcar, aún más si cabe, los senos rellenos, el vientre y la pelvis abultados, y las caderas prominentes, elementos en los que residían los secretos de la fertilidad. Por su tamaño, se puede suponer que haya sido concebida como amuleto transportable.

Es importante señalar que la gran mayoría de imágenes humanas hasta 5000 a.C. representan figuras femeninas. Puede apreciarse actualmente esta pieza en el Musée de I'Homme de París.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Gran bisonte de Altamira


El conjunto de pinturas rupestres de las cuevas de Altamira, población situada en las proximidades de Santillana del Mar, en la región de Cantabria, España, es un descubrimiento histórico-artfstico de primer orden, pues representa la primera manifestación pictórica en la Historia del Arte. Las pinturas fueron descubiertas en 1879 por María Sautuola, la hija de nueve años del erudito en paleontología Marcelino Sanz de Sautuola, y datan de entre 15000 y 12000 a.C., perteneciendo, por tanto, al periodo Magdaleniense III.

Son numerosas y sumamente interesantes todas las pinturas rupestres que forman parte de este conjunto. Y, entre ellas, cabe destacar el especial protagonismo que cobran las figuras de bisontes. De este modo, el conjunto alberga, aproximadamente, treinta y ocho figuras de bisontes realizadas en el techo de la sala principal, la llamada "Sala de los Policromos", una bóveda de 18 metros de longitud por 9 de ancho. Sólo con la visión de esta fascinante sala bastaría para incluir las cuevas de Altamira entre los lugares imprescindibles de la Historia de la Humanidad. Aquí, el ser humano muestra un decidido intento por representar de una forma tan real como su mente y utensilios le permitían. En estos bisontes, su creador ha ofrecido una habilidad asombrosa para seguir con el color las irregularidades de la roca y dar de esta manera volumen a sus representaciones. De esta forma, esta última característica se ha tomado como un indicio que puede argumentar la teoría de elementos azarosos en el nacimiento del arte.

Conviene señalar que en Altamira se combinaron todos los medios de expresión pictórica conocidos hasta el momento: la pintura con pincel, la pintura soplada y la pintura restregada. Se trata, por tanto, de un enclave ideal para conocer el "estilo artístico" predominaba en esa época y lugar. Volviendo de nuevo a la "Sala de los Policromos", no se puede dejar de señalar que la más representativa de estas figuras es el Gran bisonte de Altamira. En esta imponente figura, sin duda uno de los tesoros principales de todo el conjunto de las cuevas, puede observarse cómo la postura del animal se encuentra determinada por la forma de la roca que le da cuerpo. Así, el creador adapta sus trazos a las grietas de la cueva, que marcan, de este modo, el contorno del dibujo. Los bordes de la representación están realizados con negro manganeso y está coloreado con ocres y rojos.

 Es conveniente destacar el espíritu de observación naturalista de su realizador y la enorme capacidad expresiva de la composición. Uno de los sentidos que se atribuye a estas pinturas habla no tanto del embellecimiento decorativo de las cuevas como de una necesidad humana de dominar de manera conceptual la naturaleza. Cabe destacar, por otro lado, que esta "Sala de los Polícromos" ha aumentado de tamaño en el último siglo. La longitud y la anchura de la bóveda siguen siendo las mismas, pero no la altura originaria, que actualmente oscila entre los 110 y los 190 cm dependiendo de la zona. El motivo de este aumento era permitir que los visitantes pudieran acceder de una forma más o menos cómoda a la sala.

Fuente: Texto extraído de Historial de Arte. Editorial Salvat.

Las cuevas de Altamira

Las cuevas de Altamira

Las cuevas de Altamira, en las inmediaciones de Santillana del Mar, en Cantabria, son el ejemplo más rico y completo de arte de la era magdaleniense de que dispone la humanidad, así como uno de los ciclos pictóricos más importantes de toda la prehistoria. Por ello, se las conoce también con el sobrenombre “La Capilla Sixtina del arte cuaternario”.

Fueron descubiertas en 1868 por un cazador, Modesto Cubillas, quien, persiguiendo a su perro, topó con la entrada. No obstante, éstas no fueron exploradas y estudiadas en profundidad hasta algunos años más tarde, por Marcelino Sanz de Sautuola. Este reputado intelectual santanderino, aficionado a la paleontología, visitó siete años más tarde las cuevas, sin duda a raíz de informaciones facilitadas por el mismo Cubillas, quien trabajaba en su finca. En esta primera ocasión, Sanz de Sautuola apenas consiguió distinguir ciertos motivos abstractos a los que no otorgó mayor importancia. En 1879, durante un recorrido por las cuevas con la intención de recoger muestras de huesos y sílex, su hija María descubrió las representaciones de bisontes escondidas entre las rocas del techo.

Bisonte pintado en la cueva de Altamira (Cantabria). Esta imagen pintada en la oscuridad de la cueva puede ser un resumen en el que quedan recogidos el pensamiento, los deseos y los temores de los seres humanos a través de los siglos. Data de hace más de 15.000 años.
Sanz de Sautuola publicó, en 1880, un librito en el que se sostenía el origen prehistórico de las pinturas descubiertas, e incluía copias de los dibujos allí observados. Su causa fue sostenida por Juan de Vilanova, catedrático de Geología de la Universidad de Madrid.

Sin embargo, ambos morirían sin ver reconocidas sus teorías, pues la publicación del libro de Sanz Sautuola suscitó airadas críticas por parte de la gran mayoría de estudiosos del arte de la prehistoria, que consideraban al propio Sanz de Sautuola como autor de las pinturas de Altamira y, en consecuencia, a las obras como burdas falsificaciones.

Émile Cartailhac, gran erudito especialista en arte prehistórico, fue una de las voces que se alzaron en contra de las teorías de Sanz de Sautuola, hasta el descubrimiento de las cuevas francesas de La Mouthe (1896) y Font-de-Gaume (1901), entre otras. La aparición de estas grutas, en las que había dibujos y grabados semejantes a los de Altamira, ayudó a que variara el juicio emitido tanto por los entendidos en la materia como por la opinión pública. En 1902 salieron a la luz dos publicaciones, el catálogo del Abate Breuil y un artículo del propio Cartailhac, en el que reconocía su error. Hugo Obermeier retomó las investigaciones de Breuil, dando lugar a la publicación de una monografía, en 1935. Estos textos confirmaron la autenticidad de las pinturas, reconociéndolas como obras de arte genuinas del Paleolítico.

Conjunto de figuras policromadas del techo de la sala de entrada a la cueva de Altamira (Cantabria), segúh la reproducción que se halla en el Museo Arqueológico de Madrid. Esta fue la primera gruta decorada que se descubrió y sigue siendo aún la más espléndida. Su techo mide 18 m de largo por unos 9 de ancho y su altura era sólo de 2 m. Cada una de sus protuberancias rocosas tiene pintado un bisonte y el conjunto da la impresión de un impetuoso rebaño a los pies de la gran corza policroma de más de dos metros de longitud que, en el extremo opuesto a la entrada, vuelve la cabeza hacia ésta.
Las cuevas de Altamira cuentan con grutas de unos 270 metros de longitud. De estructura irregular, se componen de una galería principal o vestíbulo, a partir del cual se organizan varios espacios paralelos. La galería es una zona de grandes dimensiones en la que penetra la luz del sol, y donde se cree habitó el hombre desde épocas remotas. Este espacio fue abandonado en el magdaleniense medio, al derrumbarse una parte de la bóveda, y en él se han hallado artefactos prehistóricos muy interesantes, tales como objetos de piedra, asta o hueso.

Ésta da paso a la sala en la que se encuentran las magníficas pinturas descubiertas por la hija de Sanz de Sautuola, la llamada “Gran Sala de los Polícromos", así como a otros espacios y corredores en los que también están presentes manifestaciones artísticas, como la denominada “Sala de la Hoya" o la 'Cola de Caballo". En ella hay representaciones de animales, pintadas en negro o grabadas, además de otros trazos y signos geométricos. Sin embargo, la fuerza expresiva de las pinturas de Altamira se concentra en las plasmaciones presentes en la sala grande.

Bisontes de la cueva de Altamira (Cantabria). Todos los bisontes representados en la cueva adoptan distintas posiciones: unos se encuentran de pie y en reposo, otros se hallan echados o volviendo la cabeza, simulando su propio mugir. Los colores utilizados son el rojo, el casta- ño y el negro, aunque existen también algunos pintados sólo en negro. En la imagen se encuentra, asf mismo, la voluntad por reflejar la sensación de movimiento y perspectiva: los cuernos, extraordinariamente bien dibujados, revelan un cierto sentido frontal.
La capa de rocas que separa la sala grande del exterior es relativamente fina, hecho que dificulta su conservación. Por ello, se ha procedido a la colocación de contrafuertes y de puntales.

Este espacio central, cuyo techo originariamente descendía desde los dos metros a tan sólo uno en la parte más baja, fue modificado para la correcta visualización de sus pinturas, para lo que se practicó un rebajamiento del suelo. Se encuentra cerca de la entrada, a unos 30 metros aproximadamente, y presenta una superficie decorada de unos 162 m2 (18 metros de largo por 9 metros de ancho).

Cabe decir que las pinturas que cubren el cuerpo central de la cúpula de la sala grande fueron fechadas por los investigadores Larning y Leroi-Gurhan, con la ayuda del carbono 14, entre 15.000 y 12.000 años de antigüedad. Por consiguiente, y como ya se había apuntado antes, las pinturas de Altamira son pertenecientes al período Magdaleniense III. No obstante, comparten el mismo espacio con algunos elementos procedentes de otras épocas. En las zonas de menos altura, son todavía observables ciertos vestigios de estilo auriñaciense-perigordiense; así como algunos trazos rojizos, caballos del mismo color y manos humanas contorneadas, todo ello de época solutrense y por tanto anterior a las representaciones magdalenienses.

Los bisontes de Altamira (Cantabria). Los animales -unos 38- han sido dibujados siempre vistos de lado. En este ejemplo se puede percibir el interés por la observación detallada del animal. Aquí el artista ha querido reflejar con todo detalle el pelo del bisonte aplicando trazos cortos y rítmicos. Es notable la voluntad por crear una cierta perspectiva, gracias a la colocación determinada de la parte trasera de las patas del animal: una detrás de la otra.
Los dibujos de Altamira representan animales relacionados con la caza del momento, sobre todo bisontes, aunque también están presentes ciervos, jabalíes, caballos, etc. Las técnicas usadas para la confección de estas decoraciones combinan la pintura (aplicada con un rudimentario pincel, con las manos o bien soplando) y el grabado, mediante la utilización de pedernal. Así, el conjunto de la "Gran Sala de los Polícromos", está formado por más de 70 grabados sobre la piedra de la bóveda, aparte de prácticamente 100 figuras pintadas.

Las decoraciones pictóricas de esta cueva cántabra se realizaron con pigmentos extraídos de la naturaleza. De hecho, se cree que los materiales usados pudieron ser obtenidos en el interior de la misma caverna. La gama de colores, bastante reducida aunque de mucha fuerza y durabilidad, consiste bá­sicamente en tonalidades ocre rojo sangre y parduzco, para el interior de las figuras. Además, se usó un óxido de manganeso, que servía para realizar el perfilado en negro, siempre presente en estas pinturas para delimitar los espacios pictóricos.

Las pinturas y grabados de Altamira dan fe de la gran destreza y la capacidad expresiva de unos pueblos dedicados básicamente a la caza y la recolección. A menudo se ha afirmado que este tipo de representaciones tenía tan sólo un carácter pragmá­tico, de invocación para la cacería, teoría que pierde fuerza si tenemos en cuenta la propia idiosincrasia de las figuras, entre las que no aparece plasmado ningún cazador, animal agónico ni arma alguna. Tampoco se trata de un tipo de obras simplemente ornamentales o decorativas, sino de elementos relacionados con los ritos, ideados por un líder espiritual del grupo, y de carácter colectivo y social. A través de ellas se expresaba la manera que tenía éste de entender el mundo, de relacionarse con el entorno y de interactuar con él.
Cabeza de bisonte, en Altamira (Cantabria). Pintada en negro, se localiza en la parte central izquierda de la "Gran Sala de los Polícromos" de esta cueva. Como puede observarse, es el contorno de la figura de un bisonte lo que aparece representado. Son múltiples las formas con las que han sido plasmados los animales en esta sala. Al parecer las figuras pintadas en rojo fueron las primeras; posteriormente, se les añadieron varias pinturas negras, las figuras con policromía y finalmente figuras en negro.
Poseen detalles que sorprenden por su habilidad, como el hecho de que se valieran de los salientes de las rocas para componer los volúmenes de los cuerpos de los animales que debían representarse. Ello es particularmente apreciable en el grupo de los bisontes encogidos, de la "Gran Sala de los Polícromos", así como el rostro existente en la sala conocida como "Cola de Caballo".

De entre los animales representados en la "Gran Sala de los Polícromos", hay que destacar la figura de una cierva roja, situada en el extremo izquierdo de la bóveda. Ésta sobresale por sus grandes dimensiones (algo más de 2 metros), así como por su emplazamiento. Está colocada en un espacio periférico, aislada del resto, entre las múltiples representaciones de bisontes que caracterizan el espacio. Su cuerpo, bícromo, combina un color rojizo con un tono ocre. Sin lugar a dudas, dada su situación y su tratamiento, esta pintura ocupaba un lugar destacable en el conjunto.

Otra de las figuras que puede remarcarse en este espacio es el bisonte enfurecido, ocupando un espacio cercano al de la cierva. Su cuello y cabeza, levantados para mugir, le diferencian del grupo, distinción que se ve agudizada debido a las deformaciones expresivas a las que se sometió su cuerpo, cuyo perí­metro hubo que acoplar al relieve de la bóveda. Las tonalidades usadas para dar color a esta figura son también especiales, ya que se hallan entre las más oscuras de todo el espacio.
Caballo en negro, pintura de las cuevas de Altamira (Cantabria). Figura contorneada en negro. En las pinturas y los grabados de Altamira no aparece plasmado ningún cazador, ni una animal agonizante, ni tampoco un arma, por Los orígenes del arte 109 lo que el propósito de las representaciones sólo serfan una mera invocación a la cacería; a través de ellas se expresaba la manera del artista y del hombre del paleolítico de entender el mundo y relacionarse con él.
Finalmente, la presencia de los bisontes recostados termina de imprimir el carácter de las pinturas de esta "Gran Sala de los Polícromos". Sus cuerpos, sin movimiento -tal vez descansando, tal vez pariendo- se acoplan completamente a los salientes de la bóveda, resultando un bellísimo espectáculo de ingenio y agudeza aplicados al arte.

Las cuevas de Altamira, abiertas al público en 1917, fueron declaradas Monumento Nacional en 1924. Sin embargo, sus pinturas fueron degradándose, por lo que se decidió cerrarlas a los visitantes. Paralelamente, en el año 2001 fue inaugurado el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, que contenía una réplica exacta de la bóveda de la "Gran Sala de los Polícromos".

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

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