Punto al Arte: 01 Arte prerrománico
Mostrando entradas con la etiqueta 01 Arte prerrománico. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta 01 Arte prerrománico. Mostrar todas las entradas

Las creaciones del monaquismo irlandés

Sólo Irlanda, con Escocia y una parte del norte de Inglaterra, quedó a salvo, en Europa, del torrente de las invasiones bárbaras. En esta reducida área aislada, de tradición cultural celta, se desarrolló durante los primeros siglos medievales una vida monástica en el seno de la cual floreció un arte que refleja, más aún que el bizantino, despego por las formas del realismo. Empleó un estilo decorativo singularmente apto para la expresión lírica, basado por completo en sus producciones de carácter pictórico, en las sabias combinaciones de complicados entrelazos y en el juego de una delicadísima policromía.


Beatus de Valcavado (Biblioteca del Colegio de Santa Cruz, Valladolid). En esta miniatura se describe la siega popular, asistida por varios ángeles en el cuadro superior. La dinámica composición del conjunto, las pupilas centralizadas en mitad del ojo, los colores planos y los contrastes violentos entre fondo y figura son características inconfundibles de este códice visigótico.



   Irlanda había tenido, durante la Edad de los Metales, una civilización relativamente brillante. No experimentó, después, la más leve romanización y logró así conservar intacto el estilo céltico originado durante la época de La Téne. El país seguía organizado en clanes, a modo de pequeñas tribus jerarquizadas en forma monárquica. Sus contactos con el cristianismo habían sido muy superficiales, cuando en el año 432 un monje britón, San Patricio, que había vivido en la Galia y conoció en el monasterio de Lerins las normas del monaquismo oriental, introdujo en Irlanda aquel monaquismo primitivo. La vida monástica prosperó bien pronto en la isla, sin abandonar las características raciales célticas, y estos primeros cenobios irlandeses desarrollaron una labor cultural sumamente eficaz y meritoria.

Pronto estos primeros monjes irlandeses se sintieron atraídos por la idea de evangelizar la vecina Escocia; hacia allí se dirigió San Columbano, que en 565 fundó el monasterio de la isla de Iona en el suroeste de la costa escocesa. Las predicaciones de San Columbano se extendieron hasta la muralla de Adriano, límite meridional de la Northumbria, en territorio inglés. La fundación del monasterio de Lindisfame el año 653, por Aidan, monje de lona, coincidió con el apogeo de este primer monaquismo independiente de Roma en el norte de Gran Bretaña.

Beatus de Liébana (Morgan Library, Nueva York). De entre las innumerables copias que se hicieron del códice original, destacan la que se conserva en La Seu d'Urgell y las imitaciones de Magius para el Beatus de San Miguel de la Escalada. Además de las 79 miniaturas que representan escenas del Apocalipsis, se recogen más de 250 folios de textos doctrinales enmarcados en un millar de columnas de pulcra caligrafía y enmarcados por orlas y cenefas de deslumbrante policromía. 
El celo evangelizador de San Columbano le había llevado a predicar también en el norte de la Galia, e incluso a fundar cerca de Milán la abadía de Bobbio, en el año 615, bajo la protección de un rey lombardo que estaba en malas relaciones políticas con el Papa.

Beatus de Girona (Catedral de Girona). Este códice del año 965 inaugura un nuevo clima artístico que se anticipa al ritmo y la estilización propiamente románicos. Por primera vez en la historia del arte occidental aparece la firma de una mujer, la monja Eude, que colaboraría en la ilustración de las miniaturas junto a Emeterius, discípulo del leonés Magius. Si bien el maestro pintaba las pupilas en el centro del ojo, los autores de estos dibujos las situaban bajo la línea superior, sobresaliendo por un ancho párpado, consiguiendo así una expresividad más humanizada y natural que no se veía en otras muestras de arte religioso hasta entonces.



Este Papa no era otro que San Gregorio Magno, quien, inquieto ante la independencia demostrada por esta iglesia monástica irlandesa, en el año 596 había enviado a Inglaterra una misión dirigida por el monje Agustín (San Agustín de Canterbury), integrada por treinta y nueve benedictinos. Su propósito era lograr la conversión de los anglosajones recientemente instalados en el país. No tardó en estallar una fuerte rivalidad entre los misioneros romanos y los irlandeses que se habían establecido en Nortumbria, y las desavenencias se exacerbaron a consecuencia de las discrepancias en cuestiones de rito (forma de la tonsura y cómputo pascual).

Entre tanto, el proselitismo irlandés proseguía en Inglaterra. El monje inglés Willibrord, que llegó a Irlanda a los veinte años de edad, partió en 690 (después de doce años de estudio) para evangelizar la Frisia acompañado de un grupo de monjes irlandeses y sajones. El monasterio que fundaron en Echternach (Luxemburgo) se convirtió en un foco de irradiación religiosa y cultural sobre todo el centro y norte de Europa.

Por su parte, los romanos crearon en Inglaterra, además de las sedes episcopales de Canterbury y Chester, centros monacales gobernados por normas distintas de las que se seguían en los cenobios que en el Norte habían fundado los irlandeses discípulos de San Columbano. Estos nuevos centros, radicados en York, Harrow y Wearmouth, fueron verdaderos bastiones del monaquismo italiano que había sido definido por San Benito. En el año 761, lona, el centro irlandés de la resistencia a estas nuevas normas, se tuvo que someter.

 Espada de Khilderico I (Biblioteca Nacional, París). Las pocas piezas que se conservan de la antigua espada del rey merovingio suponen una buena muestra del exquisito trabajo de oro esmaltado de sus artesanos. Secuestrado de niño por los hunos y famoso por sus amoríos con mujeres casadas y sus alianzas y traiciones con las tropas enemigas, conquistó las tierras de Alemania, el norte de Italia y de paso el corazón de la reina de Turingia, esposa de su huésped y amigo.



Los monjes irlandeses habían aportado a la Nortumbria el cristianismo y la instrucción, y recibieron allí ciertas influencias artísticas característicamente nórdicas o germánicas, debidas a los invasores anglos y sajones que, contemporáneamente a la llegada de San Patricio a Irlanda, se habían establecido en el suelo inglés. Estos invasores habían traído consigo su estilo decorativo germánico, una de cuyas más brillantes muestras la constituyen los objetos con adornos de esmalte cloisonné que integran el hallazgo de la tumba real de Sutton Hoo, que data del siglo VII.

La talla escultórica en piedra se había manifestado primeramente en Irlanda, en el adorno de entrelazos célticos que presentan cierto número de pilares y estelas; los ejemplares más notables son las cruces pétreas que, como las de Clonmacnoise, Muiredach, Ahenny y Bealin, se yerguen junto a las altas torres cilíndricas o ligeramente cónicas de los antiguos monasterios. Estas cruces, en su mayoría fechadas en el siglo VIII, son imponentes monumentos que en general sobrepasan los tres metros de altura y están completamente recubiertas por una decoración esculpida, que destaca sobre el fondo recortado por la sombra oscura. Parece ser que, diseminadas en torno a los monasterios, estas cruces jugaban el papel de guardianes contra las potencias infernales que amenazaban a los monjes desde todos los puntos del horizonte.

 Torre Redonda (Cionmacnoise, Offaly). A orillas del río Shannon se erigió a principios del siglo VI uno de los monasterios más grandes de la geografía irlandesa aprovechando el emplazamiento de esta vieja torre del año 1123 y el campo de cruces que la rodea, antiguos vestigios monumentales de la escultura religiosa de los primeros celtas que poblaron esas tierras. El conjunto arquitectónico, formado por una catedral dedicada a San Ciaran, ocho iglesias construidas entre los siglos X y XII y toda una vastísima colección de lápidas cristianas tempranas, destaca por la belleza de los parajes que lo rodean camino de Galway.



Casi todos estos cenobios debidos al proselitismo monacal irlandés desaparecieron a consecuencia de incursiones de los vikingos, durante los siglos VIII y IX. En Gran Bretaña, en Northumbria, el primero que fue destruido por esta misma causa, en el año 793, fue el de Lindisfarne. En 801, los vikingos saquearon Iona y los monjes que lograron salvarse, abandonaron la isla y se refugiaron en el centro de Irlanda, donde fundaron el monasterio de Kells (un poco al norte del actual emplazamiento de Dublín).

Cruz de las Escrituras (Cionmacnoise, Offaly). La más antigua de las cruces de este monasterio, datada en el siglo VIII, mide más de tres metros y conserva muchos de los rasgos escultóricos heredados del arte céltico. Los relieves que decoran el pie y los brazos rectangulares representan escenas bíblicas diversas, mientras que el centro del círculo perforado está dedicado a Cristo y San Patricio. Se considera que es una de las primeras muestras de escritura grabada de la escultura irlandesa. 
Por su parte, la acción evangelizadora de los monjes llegados con San Agustín de Canterbury había dejado también, en Inglaterra, monumentos de un arte escultórico en que el estilo anglosajón se revela con toda su potente fantasía. Son altísimas cruces con profuso adorno en relieve, como la de Hirton, en Nortumbria, la de Gosforth o la de Kirk Braddan, en la isla de Man. Pero los dos ejemplares más famosos, ambos del siglo VII, son las cruces de Bewcastle y de Ruthwell, ambas en Nortumbria, donde se combinan el adorno de entrelazos y la talla figurativa, realizada según un estilo que sugiere la influencia del arte prerrománico italiano.

 Cruz del Sur (Kells, Leinster). Varias cruces de más de tres metros abren el camino hasta el monasterio de Kells, fundado en el año 804 siguiendo la peregrinación de San Patricio y San Columbano. Distribuidas alrededor de los conjuntos monásticos, se cree que servían como protección para los monjes contra las tentaciones de Satán. En esta cruz pueden apreciarse algunas escenas bíblicas dedicadas a Adán y Eva, Caín y Abel, Daniel y los leones, David tocando el arpa y San Pablo y San Antonio en el desierto.



Los objetos más antiguos que se poseen de la orfebrería céltica irlandesa revelan una clara supervivencia del arte de La Téne. La forma misma de las fíbulas o broches es característica de las tioulas célticas de dicho período: están constituidas por un anillo circular que forma el broche con una aguja que lo atraviesa. Algunas de las &'bulas irlandesas parecen muy antiguas; sus ornamentos no son entrelazados rectilíneos, sino espirales, y es posible que sean todavía de la época pagana, anterior a la conversión de Irlanda al cristianismo. Las más antiguas son generalmente de bronce, con los esmaltes e incrustaciones de coral que usaban los pueblos prehistóricos europeos. Más tarde el broche, en lugar de ser un anillo uniforme, se ensanchó por un lado, y en esta superficie plana se dibujaron delicadamente los más complicados motivos de decoración. Los broches servían para prender los mantos, como pueden verse en las figuras de los relieves de las cruces altas y en las miniaturas, y algunos incluso llegaron a ser de dimensiones exageradas.

Cruz del Oeste (Kells, Leister). Mucho más elaborada ornamentalmente que la Cruz del Sur, esta cruz del siglo X presenta unos paneles finamente decorados con inscripciones y relieves de Adán y Eva, las bodas de Caná, el bautismo de Cristo, el exilio de Israel y la entrada en Jerusalén. La rotura de su parte superior fue ocasionada por las milicias de Oliver Cromwell. 
La más hermosa de estas fíbulas es la de Tara, descubierta en 1850. Es de bronce, pero su anillo está recubierto de placas de oro con entrelazados y esmaltes, algunos de ellos hechos con trozos de coral.

La riqueza de esta fíbula tiene su rival en el famoso cáliz encontrado en 1868 en Ardagh. Asombra la maravillosa variedad de sus entrelazados, la gracia y elegancia con que están dibujadas las bandas y medallones, que lo convierten en una de las obras más hermosas que se tienen del arte de los metales en todas las épocas.

Otra obra maestra de la orfebrería irlandesa es el estuche de plata dorada que sirve de relicario para la histórica campana de San Patricio. La caja tiene, en su cara anterior, cuatro plafones entrelazados combinados con medallones; en la cara posterior hay una bella decoración de cruces, y en su rededor una leyenda en que se pide una oración para el rey Domnell, que encargó tal relicario, otra para el obispo sucesor de Patricio en la mitra de Armagh, para el guardián de la campana, y para Cudilig y su hijo, que hicieron la obra. Es interesante, sobre todo, el remate para coger la joya, donde, entre los motivos de entrelazados se ven aparecer unas cabezas de dragón de estilo escandinavo.

Broche celta (Colección privada). Esta filigrana de plata chapada en oro hallada en un yacimiento irlandés del siglo VIII presenta la típica forma de la fíbula micénica, parecida a la hebilla y provista de un imperdible afilado. Si bien la joyería celta adoptó un exquisito gusto en la decoración de estos objetos, no sería hasta el siglo V que comenzaran a representarse figuras de dragones, pájaros y máscaras humanas. 
Por otro lado, los objetos litúrgicos de metal, fácilmente transportables, fueron indudablemente vehículo principal de las formas célticas en el Continente, en las colonias monásticas irlandesas que se instalaron en toda la Europa occidental. Pero un medio más poderoso aún de difusión del arte céltico de los entrelazados fueron sus manuscritos. Los monjes de Irlanda, que habían recogido la ciencia clásica y cristiana, sentían por los libros un amor raro en aquellos tiempos, y aplicaron gran parte de su actividad a la iluminación de nuevas copias y decoración de los textos con miniaturas. Estos libros, llevados después a los monasterios de monjes de Italia o de Germania, debían de ser la base principal de las bibliotecas de Bobbio, Falda y Saint-Gall.

Esta labor caligráfica y de iluminación de códices comenzó a mediados del siglo VII y perduró hasta poco después del año 800. El manuscrito más antiguo, de los que integran la serie más importante, es el Libro de Durrow (hoy en el Trinity College de Dublín), que se realizó en el cenobio de aquel nombre, fundado por los monjes de San Columbano. En los entrelazados que decoran sus orlas marginales, dispuestas, en algunos casos, en forma de franjas que rodean grandes rosetones, se descubren elementos de estilización animal propios del arte nórdico. Quizá la relativa sobriedad de sus composiciones ornamentales indique también influencia de los manuscritos coptos sobre este arte monástico irlandés.

Cáliz de Ardagh (National Gallery, Dublín). En 1868 se encontró este cáliz del siglo VIII por cuya forma se confundió con una corona visigótica y un relicario carolingio. Considerada una de las mejores piezas de la orfebrería irlandesa, las filigranas abstractas del centro y los dibujos con esmaltes rojos y azules destacan sobremanera por la banda de bronce dorado con decoración de entrelazados que los rodea. 
El texto de cada uno de los Evangelios contenidos en el Libro de Durrow se inicia por una página que contiene el símbolo del Evangelista en el centro de un marco de entrelazados; sigue una página de decoración completamente abstracta y, a continuación, la primera página del texto, que se inicia con una mayúscula monumental. Sólo tres colores han sido empleados a lo largo de todo el manuscrito: un rojo anaranjado, un verde muy intenso y un hermoso amarillo de oro. Los tres colores se reparten en proporciones iguales sobre las superficies marfileñas del pergamino.

Libro de Lindisfarne (Museo Británico, Londres). El principal factor que unificó todas las culturas nómadas que invadieron progresivamente el continente europeo fue su fe en el cristianismo, cuyas interpretaciones particulares y semimitológicas fueron tildadas de herejías por los pueblos asentados que pugnaban por conservar su espacio. La producción artística de estas culturas era tosca y volcada forzosamente en los objetos más transportables, como las joyas y los mantos, como muestra el arte pictórico del entrelazado de este evangeliario del siglo VII cuyas coloristas e intrincadas miniaturas recuerdan las del Libro de Durrow
La ornamentación es más rica y ostentosa en el Libro de Lindisfarne (en el Museo Británico), que fue iluminado en el scriptorium del cenobio de este nombre, en Nortumbria. Es de fin del siglo VII y principios del siglo VIII, y además de hermosísimas capitales y páginas íntegramente ornamentadas en un fulgurante estilo en que los entrelazados se ordenan con admirable inventiva, contiene cuatro páginas con las figuras de los evangelistas, de un elegante diseño que se inspiró, sin duda, en códices benedictinos italianos, y presagia cualidades que serán propias de las mejores miniaturas inglesas posteriores.

 Relicario de la campana de San Patricio (National Gallery, Dublín). El remate de la superficie del relicario, que recuerda la decoración de la orfebrería bizantina, está ornado con motivos entrelazados cuyos cabos superiores representan dos cabezas de dragón de clara influencia escandinava. En la cara frontal, cuatro plafones con arabescos célticos se entrecruzan con medallones y gemas de grandes dimensiones. En la cara opuesta, una inscripción envuelta por cruces pide una oración para el rey, el santo, el obispo sucesor, el guardián de la campana y los autores del relicario, los orfebres Cudiling e hijo.




Evangelio de San Marcos (Trinity College, Dublín). Iluminado alrededor del año 800, la profusa decoración ornamental del Libro de Kells induce a hablar ya de manierismo. De marcada inspiración celta, su diseño posee intrincadas cenefas en los márgenes, una gran diversidad cromática y una desbordante fantasía simbólica en las escenas figurativas. Las letras iniciales y las ilustraciones de página entera que enriquecen el texto constituyen la culminación de la escuela celta aplicada al diseño de manuscritos, que terminó abruptamente antes de haber concluido el códice.
Este estilo ornamental y caligráfico alcanza sumayor paroxismo barroco en el Libro de Kells, de hacia el 800 (hoy también en el Trinity College de Dublín), obra de los monjes fugitivos de Iona. Este códice contiene asimismo algunas composiciones figurativas que se ajustan a la tradición irlandesa orientalizante, con lejanos recuerdos del arte copto, que también se puede observar en las páginas miniadas de otro célebre manuscrito, el Evangeliario de Saint-Gall, de mediados del siglo VIII, y que ya en la antigüedad pasó a la biblioteca de la abadía suiza de este nombre.

 León de San Juan (Biblioteca del Trinity College, Dublín). La época turbulenta de las grandes invasiones no afectó a Irlanda, donde se desarrolló un arte medieval inconfundible por su sentido de la simetría y su precisión en los temas geométricos. El Libro de Durrow, del que se extrae esta miniatura, es un ejemplo de la maestría ornamental de los copistas cristianos del siglo VII, que adoptaban muchos de los propósitos simbólicos de los antiguos celtas, como se puede apreciar en la orla flotante que dibuja la cola del león.







 Águila de San Marcos (Biblioteca del Trintity College, Dublín). Influidos por algunos elementos decorativos captas, celtas y germánicos, los ilustradores del Libro de Durrow manifestaron en el estilo con el que ilustran sus miniaturas la grave crisis que estaba padeciendo la iglesia irlandesa.



Parece evidente que el sistema decorativo irlandés -en análoga proporción que las influencias orientales- enseñó a los artistas románicos de los siglos XI y XII a tomar la figura humana y a plegarla, estirarla y retorcerla caprichosamente, según las leyes exigentes de la ornamentación o de la curva de un capitel.

Estela de Tagelgarda (Statens Historiska Museum, Estocolmo). En este detalle del antiguo relieve del siglo VII hallada en Suecia se aprecia una emotiva escena en la que un héroe abatido es llevado hasta el reino de los Arte prerrománico 61 cielos a lomos del caballo del dios Odín, mientras le reciben varias figuras portando cuernos y anillos de oro simbólicos. El fragmento de la vela de un barco asoma por el cuadro inferior. 
El sistema de los orfebres y miniaturistas irlandeses estaba basado, como el de todas las artes abstractas, en una completa independencia de las apariencias del mundo real. La espiral, el trenzado y el círculo crean un mundo de extraños espejismos en el que aparecen y desaparecen cabezas de monstruos y de seres humanos, patas de bestias y colas de pájaros. Las líneas fluidas y los ritmos de colores sabiamente calculados sugieren un extraño repertorio de formas, un mundo paralelo al nuestro, que tiene sus propias leyes.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

San Patricio y el catolicismo en Irlanda

San Patricio y el rey (Biblioteca Huntington,
San Marino). 

La fiesta de San Patricio es la festividad nacional de Irlanda y se celebra con gran esplendor cada 17 de marzo. La vida y obra de este santo que predicó el catolicismo en la Irlanda del siglo V fue de gran importancia para el país pues caló profundamente en las creencias religiosas de los habitantes de la isla.

   El que sería futuro apóstol de Irlanda nació hacia el año 390 en el noroeste de Gran Bretaña y era hijo de un oficial romano ferviente seguidor del cristianismo. No sabemos cómo debió de transcurrir la infancia y la adolescencia de San Patricio, aunque está demostrado que a los dieciséis años fue raptado por piratas y tuvo que sufrir un prolongado cautiverio de más de seis años.

   Una vez que consiguió la libertad, decidió emprender un largo viaje por Europa, durante el cual se afianzó su fe cristiana y tomó la decisión de regresar a su tierra natal para colaborar en la expansión del catolicismo en ella.

   De este modo, tras haber sido consagrado obispo para la misión de Irlanda por San Germán de Auxerre, inició su obra de evangelización en Leicester. No se conocen muchos detalles de esos primeros años. Más información se tiene de su viaje a Roma, realizado entre el año 441 y el 443, tras el cual logró establecer la sede episcopal de Irlanda en Armagh. El gran deseo de San Patricio era crear una cristiandad irlandesa que siguiera fielmente los preceptos de la Iglesia de Roma, por lo que decidió crear obispados territoriales subordinados al poder papal, que fueron eliminados tras su muerte, acontecida en el 461.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Cultura y arte de los vikingos

El mismo gusto por el desarrollo de refinadas combinaciones de entrelazados y asuntos de alusión zoomórfica denotan algunas de las muestras principales que ha legado el arte de los vikingos, fase avanzada del antiguo arte de los países escandínavos.

Hacha y puñal vikingos (Statens Historiska Museum, Estocolmo). La decoración geométrica de la empuñadura y de la hoja del hacha revela el gusto vikingo por el simbolismo y la abstracción figurativa de sus artes. Más racionalistas en sus ritos de adoración de los mitos fantásticos que los pueblos mediterráneos, asociaban su devoción con objetos de uso militar, como ponen de manifiesto estas armas fechadas entre los siglos V y VII. 
El arte se había nutrido en Escandinavia, desde la Edad del Hierro, principalmente de elementos artísticos celtas y del llamado arte de las estepas que crearon los jinetes nómadas de los grandes espacios centroasiáticos. A la fantasía curvilínea del primero y a la predilección del segundo por la estilización dinámica de figuras de animales, más tarde vinieron a sumarse otros influjos inspirados en las medallas o piezas de orfebrería romana de la época imperial.

Empuñadura de espada vikinga
(Statens Historiska Museum, Esto-
colmo). La espada vikinga fue el
paso evolutivo siguiente a las espa-
das romanas y celtas antes de la es-
tandarización medieval. Acabadas en
bronce, de punta redonda y hoja an-
cha de doble filo, el pomo situado al
final de la empuñadura solía ser de
formas lobuladas para evitar que la
espada se escapase de la mano al
usarla en combate. 
Cuando el Imperio romano cesó de ejercer su influencia sobre estos países nórdicos, el arte escandinavo inició su afirmación con características propias. En ello jugaron un papel importante las influencias de Irlanda y Escocia (a través de Dinamarca) y de Oriente y Bizancio por el llamado "camino del país de los varegos al país de los griegos" (Suecia-Novgorod-Kiev-Bizancio). De hacia el año 400 databan los dos famosos cuernos de oro, con ornamentación figurativa en relieve, que habían sido hallados en Gallehus (Jutlandia) y desaparecieron al ser robados del tesoro real danés, en 1806, pero que pueden conocerse gracias a exactas réplicas que de ellos se realizaron durante el siglo XVII. Ciertas estelas o piedras sepulcrales suecas llevan grabados episodios que contienen alusiones a los mitos y sagas del legendario de la raza. Así, la estela de Tägelgarda, del siglo VIII (hoy en el Museo de Estocolmo), reproduce escenas de la vida de un héroe vikingo relacionadas con el culto tributado a Odín.

La lauda sepulcral representa el combate en el que el guerrero halló la muerte, único medio de entrar en el Walhalla o mansión de los bienaventurados, para las creencias de aquel pueblo feroz y aventurero. El héroe aparece tendido sobre su caballo, mientras genios femeninos alados vuelan sobre él, disponiéndose a llevárselo. Más abajo, un navío, con guerreros armados con escudos, avanza sobre las olas.

⇐ Mascarón con cabeza de animal. Extraído de un barco hundido en las costas noruegas de Oseberg, este mascarón de madera de medio metro exhibe un precioso trabajo decorativo y ejemplifica el gusto vikingo por los seres mitológicos con función protectora. 



También las grandes piedras con inscripciones rúnicas, relativamente frecuentes en Dinamarca, suelen presentar adornos grabados con combinaciones curvilíneas de cintas y temas figurativos. Pero las obras más importantes de este arte las debemos a las tumbas que datan de la época de las grandes expediciones marítimas realizadas por los guerreros vikingos. Estas se iniciaron a finales del siglo VIII, aunque no adquirieron su típico carácter de correrías virulentas por las Islas Británicas y las costas del occidente y sur de Europa hasta el año 830. Su mayor trascendencia fue durante los siglos X y XI, en que aquellos guerreros marítimos de los Países Escandinavos se establecieron, formando verdaderos Estados, en la costa normanda (911), Inglaterra (comienzos del siglo X), la costa meridional italiana y Sicilia (entre 1016 y 1091). En la misma época los vikingos colonizaban Islandia y Groenlandia.

Barco vikingo de Gokstad (Museo de Barcos Vikingos, Oslo). La exagerada flexibilidad y resistencia con la que construían los barcos vikingos se conseguía cortando la madera con hacha siguiendo las líneas radiales del árbol. Superponiendo tablones muy delgados con remaches de clavos de hierro se obtenían naves muy ligeras y maniobrables para poder ser transportados con comodidad por tierra si los ríos que remontaban resultaban poco caudalosos. 
Los jefes de estas huestes piráticas de Suecia y Noruega solían hacerse enterrar en su barco, junto con sus mujeres, armas y preseas. Esta bárbara y fastuosa costumbre ha permitido conocer con detalle, no sólo el ajuar de estos caudillos, sino las características del arte suntuario escandinavo en los períodos de su mayor esplendor (navíos enterrados de Valdsgarde y Vendel, en Suecia). Pero el hallazgo más importante lo constituye una sepultura femenina (de una reina llamada Asa) en Oseberg (distrito de Vestford, Noruega), que data de hacia el año 850 y fue descubierta en 1904. Los ejemplares procedentes de esta tumba se conservan en el Museo de la Universidad de Oslo; entre ellos destaca un esquife primorosamente construido, cuya proa, de perfil serpenteante, remata en espiral. Resigue toda la quilla y proa del navío una cenefa tallada en relieve, cuyo tema es un enlace de monstruos estilizados con elegante regularidad. Estas mismas características presentan varios cetros o instrumentos rituales que figuran cabezas y cuellos de un oso con las fauces abiertas y de dos mastines. Forman el cuello del primer ejemplar (el más decorado) medallones con estilización de aves, y estos mismos temas se desarrollan y combinan para formar la cabeza de la fiera, denotando un dominio de la concepción ornamental y del ritmo raramente conseguido en obras de esta clase.


⇐ Broche vikingo (Statens Historiska Museum, Estocolmo). Inspirada en el refinado arte ornamental irlandés, la decoración de este broche pone de manifiesto el exquisito estilo de los orfebres vikingos. Los holgados trajes se sostenían sobre el hombro y la cadera derechos dejando libre el brazo con el que utilizaban la espada. Piezas metálicas como ésta servían para sujetar la tela y daban un signo de distinción social a su propietario.












⇨ Broche vikingo (Statens Historiska Museum, Estocolmo). Las monedas de oro que requisaron en sus asaltos a pueblos romanos fueron fundidas en su retorno a Escandinavia para hacer collares, pulseras y broches cargados de adornos con filigrana granulada.



La característica predominante del estilo de los navíos enterrados en Ven del y en Oseberg es el entrelazo, tema decorativo que no es propiamente escandinavo sino celta (y particularmente irlandés), pero del que los vikingos sacaron gran partido en sus trabajos sobre madera (lechos, carros, trineos, bastones de mando). En Oseberg, además, se pueden identificar conocidos mitos escandinavos como el héroe Gunnar en el foso de las víboras y otras escenas de más difícil interpretación.

Stavkirker de Borgund (Laerdal, Noruega). Esta iglesia de madera construida a mediados del siglo XII es una de las más grandes y elaboradas de las escasas 42 que se conservan. El alto espacio central de la nave se sustenta sobre gruesos postes apoyados contra las paredes más bajas de la base, y el techo asciende en tres partes con una torrecilla de la que cuelgan las campanas.
Esa ornamentación por finos roleos enlazados, formando combinaciones de talla primorosa, también se usó en la decoración arquitectónica y perduró largamente, hasta la introducción del estilo románico, en el siglo XII, después de la cristianización de aquellos países nórdicos.

Un buen ejemplar, que demuestra las posibilidades de las antiguas tradiciones autóctonas, es, en Noruega, la iglesia de Urnes, íntegramente construida en madera, entre 1060 y 1080, con sus portales decorados con aquel adorno y estructura piramidal de torre de pagoda, con superposición de tejadillos, detalles que le dan un extraño aspecto oriental. Esta misma superestructura aparece en otras iglesias rústicas noruegas entre las que se cita siempre la de Borgund (de hacia 1150), ejemplo clásico de las stavkirker o" iglesias de madera".

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El renacimiento carolingio

Todo lo que quedaba en Occidente de tradición clásica, lo que aportaron las razas germánicas, los recuerdos célticos de la Iglesia de Irlanda, se acumularon en la corte de Carlomagno, el gran promotor de la cultura medieval del continente. Puede decirse que desde entonces la civilización europea siguió una marcha ascendente, y es curioso poder apreciar, en el Arte, la mezcla o superposición de las diferentes estirpes que contribuyeron a formarla. Por de pronto, el emperador y sus barones, los grandes magnates de la corte, sus ministros y dignatarios son de raza germánica en su mayoría, poco imbuidos de ciertos principios de la cultura clásica. El monarca de los francos era todavía un jefe bárbaro, como Teodorico o Khindasvinto; y, aunque como ellos se esforzaba por despojarse de sus raíces culturales, en el fondo era sólo un guerrero germánico ávido de asimilarse aquella civilización antigua que reputaba como superior.

⇨ Sección de la Capilla Palatina (Catedral de Aquisgrán, Alemania). Levantada en los últimos años del siglo VIII por el arquitecto Eudes de Metz y consagrada por León III en el año 805, sigue el estilo románico derivado de la iglesia de San Vital de Ravena, por lo que se puede apreciar en la forma de sus bóvedas y pilares. 







⇨ Planta de la Capilla Palatina (Catedral de Aquisgrán, Alemania). De estructura octogonal centralizada y abovedada, típica de las iglesias bizantinas que la precederían, la capilla fue erigida cuando el emperador Carlomagno tomó la ciudad en calidad de rey de los francos. 



Las circunstancias de su época y el empeño del Papa, que necesitaba un campeón para defender la Iglesia de los ataques de los longobardos, que destrozaban Italia, hicieron de Carlomagno la figura principal de Occidente.

Italia estaba exhausta, Roma era sólo un fantasma que recordaba vagamente su pasada grandeza, y las demás provincias eran igualmente impotentes para reorganizar un régimen político que sustituyera al de los romanos y bizantinos. El norte de África y España habían caído en poder de los árabes, y sólo algunos obispos españoles de la Iglesia visigoda, como Teodulfo, corrieron a refugiarse al lado del nuevo emperador; poco podía esperarse de la recién cristianizada Germania, y por esto Carlomagno llamó a su alrededor a misioneros anglosajones y a celtas irlandeses, los únicos que conservaban suficientes conocimientos de las letras sagradas para ser los pedagogos del segundo Imperio romano. El más conocido de todos los ministros de Carlomagno, su amigo predilecto, el inspirador de todas las reformas de instrucción y de muchas de sus iniciativas artísticas, era un monje anglosajón educado entre celtas: Alcuino de York, cuya correspondencia con el emperador testifica el colosal empeño que ambos pusieron en restaurar la cultura occidental. Así como Teodulfo era visigodo y Alcuino anglosajón, Eginardo era teutón, como Angilberto, y otros consejeros y ministros eran italianos. La corte de Carlomagno, pues, como la de la antigua Roma, se convirtió en una sociedad internacional, cuyo arte revela la intersección de diferentes culturas.

⇦ Reconstrucción ideal de la Capilla Palatina (Catedral de Aquisgrán, Alemania). Carlomagno pretendía hacer de Aquisgrán una segunda Roma, por lo que mandó traer los materiales para su construcción desde la propia capital italiana. De la enormidad del conjunto tan sólo se conserva la capilla del palacio, emplazado en este punto de la Renania del Norte Westfalia, por sus aguas termales y por la caza de los alrededores. 



La obra arquitectónica más interesante construida por el emperador a fines del siglo VIII, y que se conserva todavía casi intacta, es la capilla de su Palacio Imperial en Aquisgrán, en la orilla derecha del Rin, cuya planta y trazado fueron copiados de los de San Vital de Ravena. Dedicada a Santa María, su planta conforma un octógono, con su cúpula central: pero ésta, en lugar de estar construida con materiales ligeros de alfarería, como era la obra bizantina de San Vital, se hizo de piedra, y por ello no puede ser tan elevada. La nave octogonal que la rodea ha de servir también de contrafuerte al empuje de esta masa central y necesita bóvedas pesadas. En cada ángulo del octógono hay un pilar macizo, y arcos subdivididos por columnas en los pisos superiores. Las bóvedas estaban cubiertas de mosaicos; es muy posible que el emperador hiciera venir artistas bizantinos para cubrir de doradas vestimentas el cascarón frío de la bóveda hemisférica.

Durante las largas temporadas que pasaba Cariomagno en Aquisgrán acostumbraba practicar sus diarias devociones en esta iglesia: allí fue enterrado, y allí estaba su sepulcro antes del bombardeo de 1944. La iglesia estaba unida al palacio por un pórtico, en donde había expuestos despojos artísticos de las provincias conquistadas. Entre ellos llamaba la atención un águila de bronce coronada, con las alas extendidas, y la estatua ecuestre de Teodorico, traída de Ravena.

Interior de la Capilla Palatina (Catedral de Aquisgrán, Alemania). Con una planta octogonal en su interior y hexagonal en el exterior, y con un deambulatorio entre una y otra alrededor del espacio central, cubre la estancia una alternancia de bóvedas de arista y una arcada decorada con rasgos que posteriormente serían imitados por todo el arte carolingio. 
Carlomagno prefería Aquisgrán a las demás residencias de los monarcas francos, porque tenía aguas termales y quedaba al centro de su vasto Imperio, después de haber conquistado a Italia y Sajonia. Durante los largos períodos que permaneció en Aquisgrán, Carlomagno se preocupó en embellecerla, hasta el punto que los escritores de la época la califican de segunda Roma. Mas por los mismos escritos contemporáneos se comprende que el real de Aquisgrán no pasó de ser una granja regia de grandes dimensiones. Los diversos servicios estaban en pabellones aislados, que se comunicaban mediante pórticos de soportales de madera. El Aula Regia, donde el emperador daba audiencias y recibía embajadas, comía y dormía, era de dos pisos con solaríos o balcones a cada extremo.

Los cronistas contemporáneos recuerdan también construcciones de interés general debidas a la iniciativa de Carlomagno, como el colosal puente sobre el Rin, en Maguncia, y el canal, que no se terminó, destinado a unir el Rin y el Danubio. Aunque algunos ministros y colaboradores también imitaron el ejemplo de su emperador, como es el caso de Teodulfo, el obispo de Orleans, que construyó en Germigny-des-Prés una iglesia con una pequeña cúpula alta sostenida sobre cuatro pilares y las naves a su alrededor, consagrada en 806.

⇨ Puerta de la Capilla Palatina (Catedral de Aquisgrán, Alemania). Presuntamente, la cabeza de león esculpida en bronce que se encuentra en la puerta de entrada fue encargada a algún artista extranjero. Enmarcada con una borla que imita la ornamentación escultórica antigua, recibe al visitante con escrutadores ojos fríos.



Con todo, el personaje más influyente en la restauración literaria y artística intentada por Carlomagno fue Alcuino, que, si bien anglosajón, había sido criado y educado en la escuela de la catedral de York, cuya cultura derivaba de la de los benedictinos llegados a Inglaterra con San Agustín de Canterbury.

   Ya se ha dicho que la capilla palatina de Aquisgrán era imitación de la capilla palatina de Ravena, romanobizantina; la iglesia de Germigny-des-Prés tiene reminiscencias visigóticas; la presencia en Aquisgrán de Alcuino y otros compañeros suyos, celtas y anglosajones, tenía que contaminar el gusto de los entrelazados geométricos a la decoración carolingia. Esto es: elementos de Italia por el Este, de Hispania por el Sur, de Britania por el Norte... Por el sector del Oeste, el Imperio carolingio recibió la cuarta contribución: la puramente germánica de las obras construidas en madera con altas torres, a menudo pintadas de colores vivos. Esta clase de estructuras estuvo en boga durante los siglos siguientes, y permitió levantar con gran economía monumentos que sólo tenían de obra de mampostería las paredes, ya que las partes altas eran enteramente de leño.

⇦ Oratorio de Teodulfo (Germigny-des-Prés, Loiret). Levantado por orden del obispo Teodulfo, uno de los más doctos consejeros de Carlomagno, a principios del siglo IX, presentaba originariamente una planta en forma de cruz griega, aunque el ábside fue suprimido durante la reconstrucción sufrida tras el incendio de los normandos en el año 854. La configuración final de la sección es una desfiguración de la armonía primigenia de su arquitectura.



   Así era la iglesia de la abadía de Saint-Riquier en Centula, construida por Angilberto, y comenzada en 790 con planta cruciforme y un segundo crucero a los pies de la iglesia. El conjunto estaba flanqueado por cuatro torres cilíndricas. Estas obras de material leñoso fueron después traducidas, en lo posible, a la obra de cantería; pero su carácter se mantuvo, y esto explica la abundancia de pórticos con torres y cimborrios que encontramos en los edificios prerrománicos de la región del Rin. Especialmente características son las masas arquitectónicas colocadas en el extremo oeste, sobre la fachada de las iglesias. Estas Westwerke, como las llaman los arqueólogos alemanes, parecen derivadas de la estructura primitiva de Centula. Un ejemplo de Westwerk carolingia puede verse todavía en la iglesia abacial de Corvey, en el Weser (Alemania), construida entre 873 y 885.

En las provincias orientales del Imperio carolingio, más cercanas a los territorios bizantinos, aparece dominante la influencia del arte cristiano de Constantinopla. Esta penetración bizantina en un medio germánico se advierte claramente en los monumentos de Cividale del Friul, el antiguo Forum Julium de los romanos, que en tiempo de los longobardos fue capital de un ducado extenso y después uno de los más grandes feudatarios del emperador.

Capilla del Oratorio de Teodulfo (Germigny-desPrés, Loiret). Famoso por contener el único mosaico ca rolingio con fondo de oro de Francia, el oratorio del obispo de Orleans presenta asimismo detalles carolingios en los arcos de las columnas que sostienen la capilla. Pese a que los mosaicos y las esculturas quedaron relegados a un segundo plano decorativo en el arte carolingio, los capiteles adoptarían formas clásicas, pero sustituyendo la economía de la piedra por el mármol habitual. 
Un monumento bárbaro o germánico se conserva aún intacto en Cividale. Es un baptisterio quemandó construir el obispo teutón Sigualdo. Tiene sus altares y fuentes bautismales llenos de relieves, con símbolos y entrelazados bárbaros. Poco posterior al baptisterio de Sigualdo, otra pequeña iglesia dedicada a Santa María está cubierta de estucos, donde domina la influencia bizantina. Acaso por estar en un lugar tan lleno de recuerdos bárbaros, estos estucos de Santa María resaltan con encanto extraordinario. Encima de la puerta hay un friso de vírgenes, con túnicas plegadas, rectas, hermosísimas, tres a cada lado de un nicho, con una figura sentada de obispo que se distingue en la penumbra. La archivolta de encima de la puerta está decorada con un friso de cepas; los bellos pámpanos, estilizados y finos, repiten ordenadamente sus curvas simétricas sin la profusión de la decoración céltica ni la complejidad de la decoración teutónica. 

Sin embargo, confiada principalmente en Germania la obra de la civilización a los misioneros irlandeses, los grandes centros de la actividad y de la ciencia carolingia debían de ser los conventos fundados o reformados por los apóstoles de la Iglesia céltica. Los más famosos eran el de Fulda, en el Rin, donde estaba el sepulcro de San Bonifacio, apóstol de los pueblos germánicos, que había fundado la primera iglesia de Fulda en 742; el de Reichenau, en el lago de Constanza, y el de Saint-Gall, en Suiza. Poco queda de los edificios originales de estos centras de civilización europea durante la época carolingia, mas podemos juzgar el espíritu que los animaba por los tesoros literarios que contenían sus preciosas librerías y que enriquecen hoy las modernas bibliotecas.

Arca de la Alianza (Oratorio de Teodulfo, Germigny-des-Prés). El mosaico que decora el ábside del oratorio es el único del que subsisten elementos originales, aunque se cree que en un principio fue traído desde Ravena. El Arca de la Alianza aparece protegida por la mano de Dios y por cuatro ángeles custodios. 
La segunda iglesia de Fulda fue construida bajo el abad Rugiero, con el deliberado propósito de levantar al norte de los Alpes una réplica de la basílica de San Pedro de Roma. Al oeste de la nave central se construyó otro ábside para contener las reliquias de San Bonifacio. Esta iglesia, comenzada hacia 802, fue consagrada en 819, aunque en 812 los monjes habían suplicado a Carlomagno que obligara al abad a suspender las obras porque "las enormes y superfluas construcciones y todas las demás necedades (inutilia opera) fatigaban indebidamente a los hermanos y habían dejado a los siervos exhaustos". Desgraciadamente, la actual catedral de Fulda, del siglo XVIII, construida en el emplazamiento de la gran iglesia carolingia ha impedido que este fantástico monumento llegase hasta nosotros, pero su planta nos es conocida fuera de toda duda gracias a las excavaciones practicadas.

Westwerk de Corvey (Westfalia, Alemania). Esta antigua abadía de fundación carolingia, datada en el siglo IX, era una construcción de planta cuadrada dispuesta en dos pisos, que se levantaba en el extremo occidental de muchas iglesias carolingias y al mismo tiempo les servía de fachada. Éste es el único que se conserva en la actualidad y está dedicado a San Miguel. 
Del monasterio de Saint-Gall, fundado por monjes irlandeses en 614, tenemos un documento único en su género, un plano, y es posible que sea el mismo que Eginardo mandó al abad a quien Carlomagno encargó la reconstrucción total del edificio. Este plano muestra la distribución del monasterio, con sus dependencias y situación relativa, y además enseña rebatido el aspecto de ciertas partes, como los arcos del claustro, que se ven de me - dio punto y con un arco mayor en el centro de cada una de las alas. La iglesia tiene ya dos ábsides, y hay dos torres de campanas, como en Centula, lo cual hace creer que serían de madera, pues de otro modo no se habrían prodigado. En el crucero, las paredes más gruesas parecen indicar el basamento de otro par de torres. El plano va anotado con indicaciones del servicio que cumplía cada tina de las dependencias.

Procesión de vírgenes y mártires (Oratorio de Santa Maria in Valle, Cividale del Friul). El célebre interior del oratorio muestra su exquisita decoración carolingia en estuco, casi abstracta en los arcos pero figurativa en las majestuosas santas y mártires. Su datación es incierta y se fija entre los siglos VIII y x. En cambio, las pinturas son indudablemente del siglo XI. 
La escuela de los monjes irlandeses o británicos llegó a influir en todo el arte de la Orden benedictina. Hasta la casa matriz de Montecassino se halló pronto saturada del gusto céltico, y desde ella, a su vez, el estilo peculiar del arte de la Iglesia irlandesa, con su complicación ornamental de entrelazados y remates zoomórficos, se extendió por la Italia Meridional. Montecassino, debido a su situación entre Roma y Nápoles, con histórico prestigio, irradiaba los gustos y las ideas de los monjes irlandeses a todas las demás abadías benedictinas del mundo, y así llegó a caracterizarse el estilo de la Orden como derivación del arte celta de los conventos de la verde Erín

⇨ Planta de la iglesia de la Abadía de Fulda (Hesse, Alemania). Fundada por San Bonifacio en el año 819, enterrado en la cabecera del templo, presenta un transepto y un ábside tan desarrollados que rompen con el eje longitudinal habitual de las iglesias. Los monjes de Fulda quisieron imitar la iglesia de San Pedro de Roma construyendo un edificio de ábsides contrapuestos, orientado al este para el cu lto parroquial. Por su estrecha relación con los pontífices de Roma, sucesores directos de San Pedro, el monasterio de Fulda se convirtió en uno de los principales centros de difusión de la vida religiosa y espiritual de la cultura cristiana en Europa. 

Pero en Montecassino, por su situación, ocurrió lo mismo que en Cividale. La gran abadía abandonó el arte carolingio y acudió a Bizancio nuevamente, para aprender en aquella perpetua escuela del arte de los siglos medios. Al debilitarse el Imperio franco con los sucesores de Carlomagno, Constantinopla recobró su predominio y a ella fue en busca de artífices el abad Desiderio cuando, en el ano 1065, quiso restaurar la abadía. Contratados en Bizancio, fueron a Montecassino el escultor Oelintus, el arquitecto Aldo y el pintor Baleus, quienes, terminado su encargo principal, construyeron, pintaron y esculpieron por la región de la Italia Meridionl,t como dice la crónica, per castella et eremos

Interior del oratorio de Santa Maria in Valle (Cividale del Friul). En este detalle del marco que envuelve las representaciones del altar del templete longobardo se pueden apreciar la intrincada decoración floral y frutal abstracta que rompe con el esquematismo habitual del arte carolingio.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Punto al Arte