Punto al Arte

Mujer de la perla de Corot


Una obra emblemática del realismo posromántico. Lo que atrae de la pintura es la “luz interior” que parece emanar de la mujer retratada.

(Musée d’Orsay, París)

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

Ptolemaida, una villa con vistas

Construida frente al mar Mediterráneo, en la costa oriental de Libia, una elegante vivienda romanana de la antigua ciudad de Ptolemaida revela sus secretos.

Hermosos mosaicos y columnas decoraban el peristilo de la Casa de Leukaktios , una elegante vivienda de la ciudad de Ptolemaida construida en el siglo III d.C., durante el período de dominio romano.
Cabeza de mármol de una estatua de Dioniso, dios griego de la vendimia y el vino, hallada en el interior de una cisterna.

Imagen aérea de Ptolemaida, con el Palacio de las Columnas en primer término y el área de las excavaciones polacas detrás. La ciudad, cuyos orígenes se remontan al siglo VI a.C., fuen fundada por uno de los primeros monarcas ptolomeos en el siglo III a.C. y después fue conquistada por Roma.

Libia, hoy el cuarto país más grande de África, es un inmenso territorio cubierto casi en su totalidad por las arenas del Sahara. Tan solo una estrecha franja en el norte, bañada por el mar Mediterráneo y que discurre en paralelo a la costa, es apta para el cultivo. El tórrido clima desértico del interior y el clima mediterráneo del litoral han configurado una geografía que a lo largo de la historia ha sido ocupada, de forma temporal o permanente, por numerosos pueblos, desde tribus nómadas, comerciantes y colonizadores, hasta poderosos imperios. Bereberes, fenicios, griegos, persas, romanos, vándalos, bizantinos, árabes, españoles, otomanos e italianos dejaron en mayor o menor medida su impronta en este enclave estratégico de las rutas comerciales que enlazaban el África negra con el Mediterráneo.

Ya en el siglo IV a.C. Alejandro Magno avanzó hasta Egipto y, tras fundar Alejandría, visitó el oráculo del dios Amón en un oasis de la antigua Libia llamado Siwa (hoy en el oeste de Egipto). Y casi sao años después esas tierras dieron a Roma un gran emperador, Septimio Severo, nacido en Leptis Magna, cuyas espléndidas ruinas hoy forman parte del Patrimonio Mundial de la Unesco. Los grupos nómadas acabaron ejerciendo el control del vasto desierto, mientras fenicios, griegos y romanos se establecían en la costa y fundaban prósperas ciudades como Sabratha, Oea (la actual Trípoli), Evespérides (la actual Bengasi), Cirene, la mencionada Leptis Magna y Ptolemaida.

Los mosaicos geométricos se alternan con los figurativos en la Casa de Leukaktios, dueño de la vivienda cuyo nombre aparece en dos de ellos. En torno al peristilo, o patio descubierto, que estaba sostenido por cuatro columnas, se organizaban las distintas estancias de la casa.

Es en esta última urbe romana, en la región conocida como la Cirenaica, donde un equipo del Instituto de Arqueología de la Universidad de Varsovia ha llevado a cabo en las últimas dos décadas unas campañas que han sacado a la luz una lujosa vivienda romana ocupada en el siglo III d.C. y otros tesoros ocultos en esta ínsula situada en la zona este de la ciudad, cerca del famoso Palacio de las Columnas (Palazzo delle Colonne), una lujosa domus excavada por un equipo italiano antes de la Segunda Guerra Mundial.

LUJO SI EXCESOS. En Ptolemaida había casas más fastuosas que la de Leukaktios, como el Palacio de las Columnas o la Villa de las Cuatro Estaciones. Pero los mosaicos. los restos de pintura mural y otros elementos ornamentales y arquitectónicos hablan de una elegante vivienda de dos pisos. con estancias ricamente decoradas. A la izquierda, reconstrucción de un arco sirio sostenido por columnas en espiral. una monumental puerta tripartita parcialmente conservada que tal vez conectaba la sala con el mosaico de Ariadna y la estancia contigua. y cuyo punto más alto podía medir entre 4 y 5 metros. A la derecha. reconstrucción del peristilo, con su mosaico central y cuatro columnas pintadas de ro¡o y blanco, que recogía el agua de lluvia y la conducía hasta una cisterna subterránea.
⇦ Los frescos, en tonos rojizos, ocres y verdes, combinan figuras de aves y humanas con motivos geométricos e imitaciones de revestimientos de mármol. 


«La ínsula que estudiamos está constituida por varias casas de tamaño medio que, aunque estaban ricamente decoradas, no eran fastuosas domus romanas como el Palacio de las Columnas o la Villa de las Cuatro Estaciones, excavada también en Ptolemaida por el estadounidense Carl Herman Kraeling en la década de 1950», explica Jerzy Zelazowski, el último director de la misión polaca.

Más de 500 monedas romanas, principalmente sestercios, fueron descubiertas en 2006 en una pequeña residencia contigua a la Casa de Leukaktios. 
El equipo inició los trabajos en 2001, que arrancaron bajo la dirección del arqueólogo Tomasz Mikocki. Tras su fallecimiento en 2007, Zelazowski tomó las riendas de la excavación hasta 2010, poco antes del estallido de la guerra civil libia de 2011 que provocaría miles de víctimas y la captura y linchamiento del dictador Muammar al-Gadafi. «El yacimiento no ha sido abandonado y sigue bajo la tutela del personal del museo local de Tolmeita (la pequeña población moderna cercana a las ruinas de Ptolemaida), con quienes mantenemos contacto -dice Zelazowski-. Las piezas de arte y los objetos hallados durante las excavaciones, incluidas las estatuas y monedas, se conservan en el museo, pero los mosaicos permanecen in situ. No podemos trabajar en Libia por la falta de seguridad, la difícil situación política tras la revolución y la infiltración del terrorismo y su ideología. El actual desafío político consiste en unificar el país, dividido entre Tripolitania y la Cirenaica, y crear un territorio autónomo».

Mosaicos expectaculares


La Casa de Leukaktio ha sido llamada así por dos mosaicos que contienen sendas dedicatorias en griego a un tal Leukaktios, con toda probabilidad el dueño de la vivienda. Una aparece en un medallón redondo situado en el centro del peristilo y otra, en el triclinum, en un panel rectangular sostenido por una Victoria alada (arriba). El mosaico más espectacular de la vivienda, en excelente estado de conservación, representa a Ariadna dormida en la isla de Naxos y descubierta por Dionisio y su séquito (abajo).

PTOLEMAIDA fue en sus orígenes el puerto de Barca, una antigua colonia griega situada unos 30 kilómetros tierra adentro. El nuevo asentamiento costero, fundado en el siglo VI a.C., evolucionó, y en la segunda mitad del siglo m a.C. ya debía de ser una ciudad importante, pues fue invitada a participar en los Juegos Panhelénicos celebrados en Delfos. Tras su incorporación al Egipto ptolemaico -de ahí su nombre-, fue conquistada en el siglo I a.C. por los ejércitos romanos e incorporada al Imperio junto con otras capitales de la Cirenaica. «Entonces llega uno a la ciudad de Ptolemaida -escribe Estrabón en su Geografía-, no menor que Menfis, y que tiene también una forma de gobierno inspirada en la de los griegos».

Retrocedamos ahora al siglo m de nuestra era. Ptolemaida es una próspera ciudad portuaria romana a orillas del Mediterráneo. En sus cerca de 300 hectáreas rodeadas por murallas defensivas se erigen teatros, un anfiteatro y otros edificios públicos. El suministro de agua es vital para la supervivencia de la urbe. Ante las escasas y esporádicas precipitaciones de la región, sus habitantes han ideado todo tipo de sistemas hidráulicos, desde acueductos de varios kilómetros de longitud hasta galerías subterráneas y cisternas de millones de litros de capacidad. La más grande de todas -en parte tallada en la roca y en parte construida-, en la llamada Plaza de las Cisternas, puede contener unos cinco millones de litros de agua de lluvia o procedente de los manantiales que están a más de 20 kilómetros al este de la ciudad.

El Palacio de las Columnas (arriba) era una lujosa domus edificada en el centro de Ptolemaida. Por sus dimensiones, riqueza y complejidad, los expertos creen que pudo pertenecer a la autoridad local
No solo recoge el agua esta enorme cisterna. En una ínsula ubicada en la parte este de la ciudad se levanta una elegante vivienda romana de dos plantas cuya arquitectura ha sido concebida para el disfrute de sus propietarios, pero también para el aprovechamiento del agua de lluvia. El preciado líquido cae sobre el tejado y va a parar a un pequeño peristilo (un patio interior descubierto), formado por cuatro columnas pintadas de blanco y rojo. El espacio central, decorado con un mosaico geométrico, contiene una dedicatoria al propietario de la casa, un tal Leukaktios. El agua llega finalmente a una cisterna subterránea, cuyo alto brocal está situado en el pórtico norte que rodea el peristilo.

Es en esta vivienda donde los arqueólogos polacos han centrado su investigación. «Esta parte del yacimiento arqueológico presentaba una gran concentración de mosaicos de vistosos colores, pinturas murales, estructuras arquitectónicas y cerámica, todo de época romana. Había también una gran acumulación de escombros, lo que sugería la presencia de restos bien conservados de arquitectura doméstica», informa Zelazowski.

Por toda la ciudad había cisternas (derecha) diseñadas para recoger el agua de lluvia y de los manantiales cercanos.  


La Casa de Leukaktios, conocida también con el nombre de la «Villa con Vistas» -apelativo que le dio el pionero Tomasz Mikocki-, tenía un piso superior desde el cual probablemente se disfrutaba de unas panorámicas envidiables. La historia de esta casa corre paralela a la de la ciudad. Al parecer estuvo ocupada como vivienda hasta el siglo IV d.C., y se derrumbó como consecuencia de alguno de los frecuentes terremotos que asolaron la región a mediados del siglo m d.C. (quizás en el año 262) y, en especial, en el año 365. Numerosos bloques arquitectónicos hallados en las excavaciones, entre ellos los fragmentos de una columna casi completa que cayó hacia el norte, así lo atestiguan. Asimismo, a consecuencia de los seísmos, una parte de las estructuras portuarias de la ciudad desapareció bajo el mar.

Sin embargo, Ptolemaida sobrevivió a aquellas catástrofes y la ocupación de la ciudad se prolongó hasta el siglo VII d.C. Entre los siglos IV y VI, la abundancia de cisternas en la insula facilitó una segunda ocupación de la vivienda, esta vez como taller de cerámica y metalurgia. Una segunda vida efímera que llegaría a su fin con el ataque de los vándalos en 428 y posteriormente de los árabes a mediados del siglo VII, cuando la ciudad fue destruida y cayó definitivamente en el olvido.

POCO SABEMOS DE LOS PROPIETARIOS de la vivienda y tampoco conocemos su procedencia, pero la cuidadosa restauración de los mosaicos ha permitido comprobar que el nombre de Leukaktios fue añadido en dos de los mosaicos de la casa en una fecha posterior, «unas alteraciones que sugieren un cambio de propietario y, en general, un período de ocupación de la casa considerablemente largo», afirma Zelazowski.

En cambio, sí conocemos algunos gustos de los dueños de la casa. Por ejemplo, su predilección por los mosaicos, en los que, aparte de las dos dedicatorias a Leukaktios escritas en griego (una en un medallón redondo situado en el centro del peristilo y otra en un panel rectangular sostenido por una Victoria alada en el centro del triclinium ), cabe destacar dos representaciones de gran belleza: una de ellas, bien conservada, de Ariadna dormida en la isla de Naxos sorprendida por Dioniso y su séquito, y otra escena que decoraba una habitación del piso superior y representa al héroe Aquiles en la isla de Esciro, donde su madre, Tetis, lo disfrazó de muchacha para evitar que fuese a la guerra. La habitación con el mosaico dionisíaco disponía además de un refinado arco sirio con dos columnas en espiral. Aparte de los mosaicos, las paredes de la residencia privada estaban bellamente decoradas con pinturas al fresco que incluían figuras de aves, humanas e imitaciones de revestimientos de mármol.

En el fondo de una cisterna. En una lucerna, o antigua lámpara de aceirte romana, aparece representado un combate entre dos gladiadores

La excavación en el extremo sur de la Casa de Leukaktios propició en 2006 otro hallazgo sensacional: un tesoro de más de soo monedas romanas, en su mayoría sestercios, cuya circulación finalizó a mediados del siglo m d.C., durante el reinado del emperador Treboniano Galo.

«Todo parece indicar que el dinero no fue escondido intencionadamente y que la acumulación de monedas estaría relacionada con uno de los terremotos -sostiene Zelazowski-. El propietario de las monedas no consiguió recuperarlas y tampoco fueron halladas durante la segunda fase de ocupación de la casa; únicamente algunos animales que cavaron su madriguera se anticiparon a los arqueólogos en el hallazgo, dispersando una docena de piezas por los alrededores».

Los arqueólogos también han encontrado un horno de metalurgia, un dolium (vasija de terracota destinada al almacenamiento y transporte de alimentos) y recipientes asociados tal vez a la producción de vino, hallazgos que evidencian la reocupación de zonas de la primera vivienda que habían quedado semi derruidas tras el seísmo.

«La actividad artesanal en casas urbanas en ruinas era un fenómeno común, como ha quedado demostrado en Pompeya, y también aquí», señala el arqueólogo polaco. Otro descubrimiento notable tuvo lugar en una cisterna de la casa, debajo del patio: fragmentos de más de una docena de esculturas.

«Los motivos por los cuales estos fragmentos fueron lanzados al interior de la cisterna pudieron ser religiosos o sencillamente prácticos», observa Zelazowski. No se han hallado materias primas, herramientas, desechos de producción ni productos listos para el consumo, por lo que no debió de haber una producción artesanal regular, sino probablemente a corto plazo. «De todas formas -añade-, la actividad artesanal indica que probablemente en el siglo vesta parte de la insula, además de la zona de alrededor, perdió su carácter residencial; una vez en ruinas, las casas nunca volvieron a ser reconstruidas y sus paredes de piedra fueron desmontadas de forma sistemática».

En el fondo de una cisterna. Fragmento de una estatua de Asclepio, dios griego de la medicina y la curación. La figura, vestida con un himatión, fue  hallada sin la cabeza ni las extremidades, y en la parte trasera se aprecian zonas quemadas. Numerosas esculturas fueron lanzadas al interior de una cisterna, tal vez por motivos religiosos o tal vez prácticos.

EN LOS SIGLOS POSTERIORES al abandono de Ptolemaida, y con la expansión árabe por el norte de África, Libia y la Cirenaica fueron lugares vedados a Occidente. En 1510 Trípoli fue conquistada por las tropas españolas de Pedro Navarro, y el dominio cristiano duró hasta 1551, cuando la ciudad fue sitiada y tomada por los turcos otomanos. Para los viajeros europeos, entrar en Libia se hizo cada vez más difícil.

«En teoría era accesible tanto por mar como por tierra, pero cualquier ruta estaba plagada de peligros. La piratería, generalizada en esa parte del Mediterráneo, planteaba muchas dificultades. Los barcos caian a menudo en manos de los piratas, así que la amenaza de ser llevado cautivo, una suerte que corrieron numerosos viajeros, era real», explica Monika Rekowska, del Instituto de Arqueología de la Universidad de Varsovia, en el libro Ptolemais in Cyrenaica.

Durante muchos años, solo los viajeros árabes pudieron acceder al territorio libio; las ciudades griegas y romanas de la Cirenaica permanecieron prácticamente desconocidas hasta principios del siglo XVIII, y su exploración arqueológica comenzó algo más tarde que en otros países del Mediterráneo oriental. Como señala Rekowska: «La Cirenaica tenia mala reputación, un lugar en el que la ausencia de una verdadera autoridad hacía que ningún visitante se sintiera a salvo». Pero la abundancia de ruinas de la región excitaba la imaginación de diplomáticos e investigadores europeos, especialmente franceses y británicos.

«El número de viajeros que atravesó la zona no aumentó hasta principios del siglo XIX, en parte debido a la creación de las principales sociedades geográficas, que promovían la exploración del norte y centro del continente africano», añade la arqueóloga. Ya en el siglo xx, durante la ocupación italiana, se descubrieron las grandes cisternas subterráneas que hay debajo de la plaza homónima, recientemente utilizadas como escondite por las fuerzas rebeldes a Gadafi.

Hoy, el legado que dejó la Antigüedad clásica en Libia es de nuevo una terra incognita en un pais hundido en el caos social, las luchas tribales, el terrorismo y la ausencia de un Estado. Aun así, la Casa de Leukaktios y toda Ptolemaida son un ejemplo imperecedero del ingenio humano para sobrevivir en un entorno hostil, de cómo aprovechar al máximo un recurso escaso y hacerlo con un despliegue técnico y artístico que aún provocan nuestro asombro y admiración 1.800 años después de su creación.

Un mileno de historia

FRAGMENTO DE LÁMPARA DE ACEITE CON FIGU-

RA MITOLÚGICA, PTOLEMAIDA, SIGLO III A.C.
Siglos VII-VI a.C.
Colonos griegos fundan en la costa de Cirenaica, en la actual Libia, el puerto de Barca, que en época helenística recibiría el nombre de Ptolemaida.

331 a.C.
Alejandro Magno se hace con el dominio de la ciudad y de las otras cinco urbes que formaban la Pentápolis.

Siglo I d.C.
Los ejércitos romanos toman Ptolemaida, que pasa a llamarse Tolmeta, y la región se convierte en una provincia del Imperio.

Siglo III d.C.   
Se construye la Casa de Leukaktios y es ocupada durante cerca de un siglo. Luego es abandonada por razones poco conocidas, tal vez por los seísmos.

365 d.C.
Un fuerte terremoto azota Ptolemaida. En la Casa de Leukaktios se produce una segunda ocupación, esta vez como taller artesanal.

428 d.C.
Los vándalos destruyen la ciudad. Aunque durante el reinado del emperador Justiniano se reconstruye, Ptolemaida nunca recupera su esplendor del pasado.

Siglo VII d.C.
Durante su expansión por el norte de África los árabes arrasan Ptolemaida, y la ciudad es abandonada definitivamente.

Autor: Alec Forssmann
Fotografías: Miron Bogacki

Fuente: Revista National Geographic. Marzo 2018

Isidre Nonell (1872-1911)



Nonell i Monturiol, Isidre (Barcelona, 30 de noviembre de 1873-Barcelona, 21 de febrero de 1911) Pintor y dibujante español, perteneciente al modernismo.

Biografía

Nacido en Barcelona el 30 de noviembre de 1872, pertenecía a una familia relativamente acomodada. Se formó en diversas academias, entre ellas la de Luis Graner, 1889. Formó parte del grupo Els Quatre Gats, con PicassoRusiñol y otros. Vivió al margen de la sociedad burguesa, a la que criticaba en sus pinturas.

Hacia 1891 forma un pequeño grupo de paisajistas, cultivando este género en pequeño formato. En 1893 estudia en la Escuela de la Lonja de Barcelona y celebra su primera exposición. En 1894, comienza a dibujar pequeños cuadros de Cretinos, que realiza especialmente cuando se va, dos años más tarde, con Ricard Canals a Caldas de Bohí. Este tiempo en Caldas lo dedica a pintar paisajes y cretinos.

Fue protagonista de un capítulo de la obra de Eugenio d'Ors titulada La muerte de Isidro Nonell, seguida de otras arbitrariedades y de la Oración á Madona Blanca María, que ilustrado por dibujos del propio Nonell.​

En febrero de 1897 marcha a París con Canals. Allí expone, comparte estudio con Picasso y realiza sus cuadros sobre las clases sociales más bajas. Vuelve a Barcelona en 1900. A partir de 1901 realiza cuadros de figuras femeninas, como gitanas, y bodegones.

En 1910 expone en Faienç Català. Murió en 1911,4​ el 21 de febrero, en su ciudad natal, a causa de una fiebre tifoidea.

Marcado por el impresionismo, se le adscribe al modernismo. También se le ha considerado en cierto modo continuador de la visión de la llamada España negra con Regoyos y Solana. De ese capítulo son sus retratos de cretinos y gitanas, mostrando en su miseria y dolor las clases más bajas de la sociedad.

Admirado por Picasso,​ fue sin embargo autor de una obra colorida y de pincelada suelta, que abarca desde los tonos oscuros, ocres, marrones hasta los tonos más intensos en sus gitanas, mujeres y bodegones.

También hay que destacar sus dibujos satíricos de la situación social de Cataluña, y sus colaboraciones en revistas como Papitu.

Tiene obra representada en varias importantes pinacotecas, y muy especialmente en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Fuente: https://es.wikipedia.org

Obra comentada

Miseria de lsidre Nonell



Nonell sintió devoción por retratar la cotidianidad de las gitanas de Barcelona a lo largo de toda su vida, a las que pintó de manera recurrente, mezclando la estética modernista imperante en la época con una particular paleta expresionista. En este cuadro presenta con pinceladas muy vivas y de manera inmediata la angustia de las retratadas por su pobreza y sus condiciones de vida.

(Museu Nacional d'Art de Catalunya, Barcelona).


Bibliografía: Historia del Arte. Editorial Salvat. Diario “El País”

Fidias y el Partenón

Fidias había empezado como pintor en la escuela de Polignoto, donde había quedado su hermano o sobrino Panainos. Dudando de su vocación, se trasladó a Argos para aprender al lado del viejo maestro fundidor Ageladas, quien, en 470 a.C., se hallaba en el apogeo de su fama, y es tradición que de él habían aprendido ya Mirón y Policleto. Con todos estos cambios de disciplina artística, Fidias alcanzó gran habilidad en todas las técnicas; su espíritu se enriqueció con los recursos e invenciones de la escuela jónica pictórica de Polignoto y con la seriedad y ponderación dórica de los escultores de Argos. Poco se sabe de su juventud y de su vida, y los datos de su existencia tienen que recogerse, diseminados, como breves anécdotas intercaladas en los libros de carácter general.

Atenea (Museo Arqueológico Nacional,
Atenas). Llamada "de Varvakion", es
una copia romana de la Atenea Parthe-
nos - la doncella- , una de las escultu-
ras más hermosas de Fidias, obra co-
losal en marfil y oro, destinada a la cella
del Partenón para sustituir el viejo ídolo
de madera, que los atenienses se lleva-
ron como reliquia cuando Atenas hubo
de ser evacuada ante la invasión persa.
Según Pausanias, en el original de Fidias,
Atenea se apoyaba en un escudo y lleva-
ba en la diestra a la Victoria.
Su primera obra famosa, ejecutada por encargo de Cimón, entre los años 460 y 450 a.C., fue una escultura en bronce de proporciones gigantescas (alrededor de 9 m de altura), que se erigió en la Acrópolis, cerca de los Propileos. Es la Atenea Promakhos, es decir "la que combate en primera línea", y Plinio la llamó "la gran Minerva de bronce". Parte de su pedestal se ha preservado, pero no se conserva ninguna copia que ofrezca satisfactorias garantías de autenticidad.

La segunda gran obra fue otra imagen de Palas Atenea que entre 451 y 448 ejecutó por encargo de los atenienses que vivían en la isla de Lemnos. Estaba sobre un pedestal al aire libre en la Acrópolis de Atenas, y se la conocía con el nombre de la Lemnia. Era de bronce, de dimensiones poco mayores del natural, y pasaba por la más bella de las estatuas de Fidias. Los verdaderamente inteligentes, como Luciano, ponderaban esta escultura diciendo que la "obra" de Fidias era la Lemnia. Una estatua de la diosa del Museo de Dresde, a la cual se adaptaba exactamente una cabeza del Museo de Bolonia, fue reconocida por Furtwangler como una copia de la Lemnia, y hoy nadie duda de que la estatua bellísima de Dresde sea de Fidias joven.

Finalmente, la tercera Atenea de Fidias, en la misma Acrópolis de Atenas, era la gran Atenea de marfil y oro, la Parthenos (o Doncella), que debía sustituir al viejo ídolo de madera en el Partenón.

Fidias había concebido la estatua de la Atenea Parthenos como una obra que debía realizarse en mármol, pero el pueblo exigió que fuese de marfil y oro. Tenía en una mano a la Victoria, y con la otra se apoyaba sobre el escudo. De esta famosísima escultura sólo se poseen pequeñas copias de la época romana; las grandes estatuas de los santuarios, apenas accesibles, no se prestaban mucho a ser fielmente reproducidas por los copistas, ya que su imponente majestad desaparecía al disminuirse su tamaño. Una gema de Viena da idea de la cabeza de la Parthenos, con su casco de esfinge y el alto penacho.

Friso del Partenón, en Atenas, de Fidias (Museo Británico, Londres). Escena central del friso este del Partenón, esculpido y policromado por este escultor, máximo exponente de la escultura clásica del siglo V a.C. Representa la famosa procesión de las Panateneas, que se celebraba cada cuatro años. Como en todas las obras de este insigne escultor griego, las figuras se inscriben en un mundo de serena belleza.
Una parte del marfil y el oro de que estaba labrada la Parthenos desapareció del taller de Fidias, por lo cual se le acusó y condenó severamente, y, según han consignado Plutarco y Diodoro, el célebre artista murió en la prisión. Otra tradición, también antigua, suponía que Fidias pudo escapar de Atenas y que se refugió en Elis. Tuvo tiempo, antes del término de sus días, de labrar el Zeus, tan admirado, del gran santuario de Olimpia, también crisoelefantino, y del que sólo se conserva el recuerdo.

Lo que debió de acontecer realmente es que hacia el año 432 antes de Cristo, después de la construcción del Partenón, Fidias partió para el destierro, inculpado por los enemigos de Pericles. Hiriendo así al artista, querían ver sus enemigos cómo el pueblo acogería una acusación contra el propio dictador. Pericles tuvo que defenderse toda su vida 'de la superstición y la demagogia, e impotente, vio condenar sin razón a sus amigos. El retrato de Pericles, ejecutado por Crésilas, transparenta su carácter enérgico y un alma soñadora. Tenía el cráneo alargado, lo que disimulaba con el casco. Fidias, en cambio, en el escudo de la Parthenos se representó a sí mismo como un viejo todavía fuerte, pero calvo y de facciones duras.

Frontón del Partenón de Fidias (Museo Británico, Londres). Este bello grupo que decoró el frontón de la fachada oriental del Partenón, muestra las figuras de tres diosas: Hiestia, Dione y Afrodita. La  factura de todo el conjunto, al igual que el resto de la decoración escultórica del templo, estuvo dirigida por Fidias, que supo plasmar a la perfección los ideales del clasicismo. Su obra también se destaca por el empleo de la denominada técnica de los paños mojados, profusamente utilizada por él en todo el conjunto.
Pericles y Fidias transformaron a Atenas, de una ciudad secundaria que era, en la más hermosa de toda la cultura griega. Durante dos siglos, Atenas fue el alma de Grecia; su acción, iniciada a mediados del siglo V a.C., duró todo el siglo IV El Partenón, erigido sobre los cimientos del edificio de Temístocles, fue proyectado de nuevo por Ictinos y Calícrates, arquitectos al servicio de Pericles. Tenía ocho columnas en sus fachadas principales y diecisiete en las laterales. Una particularidad del Partenón es que la dependencia posterior a la gran cella, o sea el opistódomos, es relativamente grande. Se ha supuesto que, en un principio, se querrían instalar allí los servicios del culto de Cécrops y Erecteo, que en el Viejo Templo estaban reunidos con el de Atenea.

Exteriormente, el Partenón es de orden dórico. Cuando se construyó, el estilo tradicional dórico había llegado a la perfección. Las columnas, finamente alargadas, tienen un éntasis o ensanchamiento central que no excede de 17 centímetros, lo que, sin embargo, basta para quitarles la rigidez de la línea recta de sus aristas. Todo en el Partenón está calculado con minuciosa perspicacia para producir en el espectador efecto de maravillosa perfección. Todas las rectas horizontales se hacen ligeramente curvas, con el fin de destruir las desviaciones de la perspectiva. El edificio se construyó en doce años, del 448 al 437 a.C. La decoración escultórica no estaba aún terminada cuando se procesó a Fidias, por lo que sus discípulos tuvieron que terminar solos la obra por voluntad inquebrantable de Pericles. Con razón se ha supuesto que Fidias, originariamente un escultor formado en la práctica de la escultura destinada a ser fundida en bronce, realizó en arcilla o en yeso sus modelos para el Partenón, que después, bajo su dirección, realizaban en mármol pentélico sus ayudantes. La decoración (que se realizó entre los años 447 y 432) está repartida por la fachada, en las metopas y en los frontones; debajo del pórtico corre un friso sin triglifos, que se desarrolla sin interrupción.

Torso de la nereida Iris, en el frontón Oeste del Partenón (Museo Británico, Londres). El tratamiento de la tela pegada totalmente al cuerpo de la figura responde a la técnica de paños mojados empleada por Fidias.



El conjunto de esta decoración ha llegado matizadísimo hasta la actualidad. El templo se transformó durante la Edad Media en iglesia cristiana, y servía de polvorín cuando hizo explosión, al caer en él una granada durante el sitio de Atenas por los venecianos, en el año 1687. Al ocurrir la explosión, se abrió por los lados; las dos fachadas principales resultaron menos perjudicadas, pero se desplomaron muchas de las columnas de las fachadas laterales. Las esculturas que aún quedaban en el glorioso edificio tan maltratado se arrancaron a principios del siglo XIX con consentimiento del Gobierno turco, al ser adquiridas por lord Elgin, embajador británico cerca de la Sublime Puerta, y en 1816 se vendieron al Museo Británico. De los grupos escultóricos que decoraban los frontones quedan sólo unas pocas estatuas; su disposición en el propio lugar no se conocería si no fuera por las descripciones de los antiguos y los deficientes croquis que tuvo el capricho de dibujar un pintor francés que acompañó a un embajador de Luis XIV a Constantinopla en 1674, antes de que fuera volado el edificio por las bombas de los venecianos.

El frontón de la fachada occidental representaba la contienda de Atenea con Poseidón para adjudicarse el derecho de patronato de la ciudad. Ambos hieren con su arma el suelo de la Acrópolis: la diosa hace brotar de la roca el olivo, y el dios ofrece el caballo, don precioso, pero inferior según los atenienses al árbol que mana grosura. Como en los frontones de Olimpia, que representaban una escena que había tenido por teatro aquel mismo lugar, en el Partenón también se supone ocurrida aquella escena en la plataforma misma de la Acrópolis; por esto asisten a ella sus primeros habitantes semidivinos, Cécrops y Erecteo, con sus esposas e hijos.

Cabeza de caballo del carro de Selene, en el frontón Este
del Partenón (Museo Británico, Londres). Esculpida en el
extremo del frontón, Goethe la llamó "el caballo primige-
nio" por la fuerza y la sensación de prototipo.
Pausanias consigna que las esculturas del frontón oriental representaban el nacimiento milagroso de Atenea de la cabeza de Zeus. La misma escena, figura da en un tosco brocal de pozo antiguo del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, permite adivinar la posición de los personajes principales, que han desaparecido del Partenón. Las figuras de los ángulos son las únicas que se han conservado: las Horas y las Parcas, deidades que presiden el nacimiento y la muerte. La misma idea del nacer y el dejar de ser expresan los símbolos del Sol y de la Luna, con las cabezas de los caballos de sus carros que asomaban en los ángulos agudos del frontón. Los encabritados de Helios relinchan anunciando el día; los de Selene, la diosa nocturna; agachan pasivamente la cabeza; Atenea nacía en aquella hora de luz; así describen los escultores del Partenón el despertar de la aurora.

Los cuerpos desnudos son felizmente simplificados, pero sin llegar a ser formas puras, puesto que aquellos torsos de mármol viven y respiran. El cuerpo de la gran figura de Poseidón, mutilado, fragmentario, no es de un dios: es el prototipo masculino de la especie humana. Las dos figuras masculinas de los ángulos tienen los mismos caracteres de sobria ejecución, pero con algún ingenuo detalle restablecen su humanidad. Las estatuas femeninas van vestidas, pero se manifiesta sutilmente su personalidad hasta en los pliegues de las túnicas. Las Parcas, las fúnebres deidades del Hades, muestran adaptados al cuerpo los pliegues finísimos de sus ropajes transparentes; en cambio, en las vestiduras de Iris y de la Victoria, que habitan aquí en el suelo, se ven los pliegues izarse a impulsos del viento; mientras en las diosas olímpicas, como Hebe, la escanciadora de los inmortales, caen curvados los anchos planos de tela en que se posan el aire y los rayos del sol. En aquellas exquisitas esculturas, cada pedazo de mármol habla en seguida de todo el universo. Recuérdese que Fidias pudo y debió de tener frecuente contacto con Anaxágoras, el filósofo amigo de Pericles. La gran preocupación de Anaxágoras era, precisamente, el concierto físico del universo, el orden y el ritmo de torbellino de los accidentes cósmicos.

Teseo o Dionisos, en el frontón Oeste del Partenón (Museo de la Acrópolis, Atenas). Figura recostada de un joven procedente de este frontón, donde se representó la disputa de Atenea con Poseidón por el patronazgo del Ática.
Sólo dos cabezas se han conservado de las estatuas de los frontones del Partenón: una es la del joven recostado que se suele designar con el nombre de Teseo; la ogra, arrancada antes de que se hiciera la expoliación definitiva, es una cabeza femenina que se supone ser de la Victoria del frontón oriental. Ambas cabezas son de una simplicidad sublime, pero todavía bien humanas, ya que la forma no se estiliza: se idealiza, conservando lo que es eterno e inmortal en la faz de cada sexo. La misma idealización aparece en las cabezas de los caballos. Acaso se les podría reprochar únicamente una excesiva transfiguración, como cierta humanización de su tipo, pero así todo, serán siempre el ideal de su raza, el arquetipo del caballo, la idea pura de su forma que pedía Platón para las obras del artista.

Las esculturas de los frontones acaso se colocaron cuando ya Fidias estaba en el destierro; pero no cabe la menor duda que el maestro propuso el plan sublime de los dos conjuntos desde el principio de las obras, porque al construir el edificio ya se reforzaron interiormente con barras de hierro todos aquellos lugares donde debían apoyarse las figuras. En cambio, es probable que viera colocadas las metopas de las cuatro fachadas, un ciclo de 92 cuadros en alto relieve donde se representaban las luchas de los atenienses con los centauros, con las amazonas y, por fin, con los griegos bárbaros de Asia en la guerra de Troya. Siempre la misma preocupación: el eterno combate del orden humano con los monstruos y anormales.

Metopa 30 en el Partenón, Atenas (Museo Británico, Londres). En esta obra, de una serenidad totalmente clásica, el centauro, obedeciendo a su instinto, acaba de abatir a un lapita; aun así, su rostro es el de un hombre prudente y bondadoso. Podría ser el del centauro Quirón, maestro del joven Aquiles en el arte de cabalgar y tocar la lira.



En contraste con estas composiciones heroicas se desarrollaba bajo el gran pórtico un friso famoso, con una procesión en la que desfilaban todos los ciudadanos de Atenas, los cuales, representados en sus diversas categorías, acudían fielmente al santuario de la Acrópolis. Consistía en una ceremonia cívica que en la celebración de las Panateneas congregaba cada año a todo el pueblo de Atenas (y con mayor pompa cada cuatro años) para llevar un nuevo manto o peplo a la diosa. El antiguo ídolo de madera necesitaba que se le revistiera con un peplo de lana; después, la costumbre tradicional hizo sobre vivir la ceremonia, y el peplo se entregaba al sacerdote en la entrada del Partenón y quedaba suspendido todo el año en la cella, junto a la estatua de marfil y oro de Fidias. El friso, que da la vuelta a todo el edificio, tiene 160 metros de largo; está grabado en relieve plano y con figuras de la mitad del tamaño natural; hay, pues, espacio suficiente para tan larga comitiva. La novedad no está precisamente en el hecho de introducir una composición de la vida civil para la decoración de un templo, sino más bien en el naturalismo con que está representado cada grupo de ciudadanos. Desde los viejos con manto, las largas filas de muchachas y matronas, los jóvenes a caballo, los sacerdotes y burgueses hasta los aguadores, todos se dirigen hacia la fachada oriental donde estaba la entrada y tenía que entregarse el peplo a la diosa.
       
Es admirable la variedad de la composición en este friso; cada figura, sin desentonar del conjunto, tiene su gesto especial. Los jóvenes a caballo se mueven con ligereza diferente cada uno; las vírgenes avanzan acompasada y rítmicamente, pero sin monotonía; a veces, el pequeño detalle de un jinete que se apea para arreglar las bridas del caballo o de una muchacha que se compone el velo nos hace participar en la fiesta, cuando empezábamos a distraernos con el desfile de la procesión.

Combate con caballos. En el friso norte del Partenón, en Atenas (Museo Británico, Londres). Esta escena corresponde a la losa XLII del friso que representa a los guerreros en el fragor de la batalla.
Por una idea felicísima, en la parte del friso que corresponde al centro de la fachada se interrumpe el cortejo, y el espectador se ve trasladado súbitamente a las regiones del Olimpo. El grupo está formado por las figuras de las doce divinidades superiores, que se supone que desde lo alto asisten también a la ceremonia cívica. Estas figuras de las divinidades son obra de Fidias o, por lo menos, directamente inspiradas por él; además de su admirable belleza, son preciosas como ejemplo de la manera de representar a los personajes olímpicos en el relieve.

Otra de las últimas obras de Fidias, ejecutada ya en la vejez, muy probablemente después del proceso del escultor, era la famosísima estatua, también de marfil y oro, de Zeus del templo de Olimpia. De ésta se tienen aún menos datos que de la Atenea Parthenos, puesto que no se ha conservado ninguna copia. Sólo las monedas de Olimpia dan idea del tipo general; pero en varias cabezas de Zeus, de época posterior, todavía se encuentran ecos de la grandiosa belleza y revelación de poder que debía de percibirse al contemplar la estatua.

En estos últimos tiempos se ha ido haciendo mucha luz sobre el origen del grandioso estilo de Fidias, y se ve de modo bien claro que supo aprovecharse de las composiciones pictóricas de Polignoto y que quizá empleó sus invenciones adaptándolas a la escultura, lo que no minusvalora, en absoluto, su capacidad creadora. La creación en arte no consiste tan sólo en la invención de un asunto o modelo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Nuestra Señora del Buen Aire o de los Navegantes de Alejo Fernández


Este artista de origen alemán, que adoptó el apellido español de su esposa, pintó esta célebre obra. Se trata de una visión nueva de la Virgen de la Misericordia, de sabia escenografía, en la que la Virgen acoge bajo su manto una serie de fieles que son en realidad personajes de la época. Entre ellos se ha querido identificar a la primera figura de la derecha con Cristóbal Colón. Su estilo, que se impuso desde principios del siglo XVI, dio origen a la llamada "escuela sevillana". 

Capilla de la Casa de Contratación de Sevilla

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

Aquiles y Áyax jugando a los dados

Dos escenas decoran las caras de la ánfora conservada en el Vaticano: el regreso de Cástor y Pólux recibidos por sus padres, y en la otra, la más conocida, Aquiles y Áyax jugando a los dados, las cuales evidencian las cualidades técnicas de su autor.

La cerámica griega pintada es el testimonio gráfico que mejor refleja las creencias y la vida cotidiana de la época. Fue un soporte privilegiado para la representación de mitos, leyendas y formas de vida del pueblo griego. Pero el repertorio temático se centró principalmente en los episodios mitológicos extraídos de los grandes poemas de Homero y Hesíodo, concretamente solían representarse figuras de héroes y dioses en escenas de luchas épicas. En cambio, Aquiles, el más célebre y valiente de los héroes griegos, aparece en este hermoso vaso de cerámica ática de figuras negras, jugando a los dados con Áyax en un descanso de la guerra de Troya.

Esta escena consagra a Exekias, pintor y ceramista ateniense del siglo VI a.C. , como el artista de vasos más importante e influyente entre los que cultivaron la técnica de figuras negras. La composición está equilibrada, las dos figuras aparecen dibujadas con elevada precisión en una disposición de gran elegancia.

De las nueve obras existentes de su producción, que se sabe fueron pintadas por él, ésta es la más destacable y relevante, donde sobresale su estilo más personal basado en la estilización, la plasticidad y el cromatismo de la composición.

Aparte del virtuosismo en la reproducción de los detalles, resulta admirable la veracidad de la escena, sobre todo, por la manifestación de la tensión interior de los personajes al debatir los lances de las tiradas. Es un contraste gracioso verlos con sus lanzas entreteniéndose en un simple juego de azar.

Las diagonales, triángulos y el gran motivo central en uve que forman las lanzas, denotan la claridad lineal y la perfección del dibujo del gran maestro Exekias.

La técnica de figuras negras partía de un esquematismo que progresivamente experimentaría una transformación hasta el desarrollo de los modos más libres y naturalistas de la técnica de figuras rojas. Sin embargo, en la presenta obra ya se percibe esa evolución.

La cerámica es un referente imprescindible para el conocimiento de la pintura en la antigua Grecia. La composición de la figuras permite integrarlas en un sistema decorativo geométrico en estricta relación con la forma del vaso. En este caso, los guerreros mitológicos Aquiles y Áyax, se insertan admirablemente a lo largo de la circunferencia del ánfora.

Esta, y otras obras, muestran como los vasos griegos no eran simples creaciones utilitarias sino que a menudo eran verdaderas obras de arte.

La cerámica griega no sobresal ió únicamente por la riqueza y variedad de sus elementos decorativos sino también por la diversidad formal de los recipientes y por la complejidad estructural de algunos de ellos. Cada vaso tenía sus funciones específicas y a ellas se adaptaba su configuración.

Procedente de Vulci, el ánfora realizada con terracota hacia el 550-530 a.C., se guarda en el Museo del Vaticano, en Roma.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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