Punto al Arte: 05 El arte de la Ilustración en España
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Los desastres de la guerra

En 1807 comienza a fraguarse el drama de España. La insidiosa persistencia de Godoy, por un lado, y la política dominante de Napoleón, por otro, perfilan en este año el reparto de Portugal y dan lugar al nefasto tratado de Fontainebleau (27 de octubre de 1807). Las tropas francesas habían entrado ya en España por la frontera vasca. En 1808 continuaba la disfrazada ocupación de la Península. Una reacción provoca el motín de Aranjuez (17 de marzo), que exige la abdicación de Carlos IV y el procesamiento de Godoy. Fernando VII entró en Madrid el 24 de marzo y, el 28 del mismo mes, la Academia encargó a Goya el retrato del nuevo rey, primero de los que haría del mismo. Los hechos se precipitaron. La intención de anexionar España al Imperio napoleónico no podía seguir ocultándose. Fernando VII seria forzado a abdicar, mientras que el pueblo se alzaba en su favor el 2 de mayo iniciando la larga guerra de "resistencia" contra el ocupante. José Bonaparte entró en España el 20 de julio, poco convencido de poder mantenerse. España pidió ayuda a Inglaterra J y las tropas inglesas, bajo el mando de Wellington, desembarcaron por el momento en Portugal. Los franceses sitian Zaragoza. Alternativas diversas, desde la victoria española de Bailén (22 de julio de 1808), dramas sangrientos, terribles crueldades, se suceden en la Península. En 1812 se reúnen las Cortes de Cádiz y promulgan una Constitución. Los generales de Napoleón -pues éste no puede venir a dirigir la guerra- van siendo desbordados por las tropas y el pueblo de España y por las disciplinad~ fuerzas inglesas, que además dominan enteramente el mar. El 11 de diciembre de 1813 Napoleón se vio obligado a pactar con su prisionero Fernando VII, firmando el tratado de Valençay por el que le reconoce de nuevo como rey de España, comprometiéndole a que perdonase a los" afrancesados". El 6 de enero de 1814 se constituye en Madrid un Consejo de Regencia y el 22 de marzo de ese año retorna a su capital Fernando VII "el Deseado", cuya política, tras una etapa de moderación, desembocará en un tremendo absolutismo y represión.

⇦ El Lazarillo de Tormes de Goya (Colección Marañón, Madrid). Llamado también El garrotillo, este cuadro fue pintado hacia 1808-1812. El tema se refiere a la enfermedad de la difteria y representa la desesperación de enfermo y familiares tratando de aliviar la asfixia provocada por la mortal enfermedad.



Obvio es decir que estos acontecimientos produjeron a Goya diversos trastornos. Como personaje ·preeminente, que no podía permanecer oculto, se vio forzado a" colaborar" con el invasor pintando un retrato con alegoría de José I. En segundo lugar, sus encargos disminuyeron. Tercero y principal, los terribles hechos que presenció, y que dibujaría del natural con frecuencia, tuvieron importante repercusión en su arte, aunque las grandes obras sobre hechos de guerra sólo pudo -como es lógico- hacerlas una vez terminada la guerra y la ocupación. Con todo, en esos años siguió pintando retratos y cuadros costumbristas, entre los que destaca El lazarillo de Tormes, asombroso estudio de expresión (1808-1812). En 1812 una nueva desgracia se agregó para el pintor a las de la guerra: el fallecimiento de la fiel y abnegada Josefa Bayeu, que tuvo lugar el 20 de junio de dicho año. Siendo su fortuna bienes gananciales, hubo de redactarse un inventario -que ha sido muy importante para la identificación de ciertas obras del artista-, inventario que fue elevado a escritura pública el 28 de octubre. Sin entrar en el detalle del reparto de bienes entre el pintor y su hijo, sí hay que señalar que los cuadros que pasaron a ser propiedad de éste (junto con la casa de la calle Valverde y la colección de grabados) fueron marcados con una X. De esos cuadros, algunos no se debían a Goya y por el citado inventario sabemos que Goya poseía dos obras de Tiépolo, 10 estampas de Rembrandt y un autorretrato de Velázquez, así como una cabeza debida a Correggio.


Fabricación de pólvora y balas en la sierra de Tardienta de Goya (Palacio de la Zarzuela, Madrid). Óleo sobre tabla fechado entre 1810 y 1814, en el que el artista pretende representar los esfuerzos de los españoles por vencer al poderoso ejército de Napoleón.

El gigante o El pánico de Goya (Museo del Prado, Madrid). En este cuadro, que marca el punto de partida de las Pinturas negras, se ha querido ver el simbolismo de un coloso que actúa de protector frente a las fuerzas napoleónicas, o bien, más probablemente, la amenaza del ejército invasor.

Entre los retratos pintados por Goya en esos años se cuentan las dos efigies de Antonia Zárate, la del niño Victor Guyé y el grupo del Duque de Wellington, de 1812. Entre las obras de tema costumbrista destacan La Maja y la Celestina, La Carta y Majas en el balcón. También pintó Goya en esos años una serie de obras sobre escenas de guerra, en pequeño formato, y varios lienzos de carácter dramático, como Prisioneros, El gigante, etc. En ese tiempo, Goya utiliza a veces un procedimiento especial que consiste en sustituir el pincel por una caña hendida en el extremo, que produce calidades de pasta pictórica muy distintas de las debidas al pincel Estas obras y otras figuran en el inventario antes mencionado y ostentan la sigla X (Xavier Goya). En 1812-1813 Goya grabó su segunda serie de aguafuertes, Los desastres de la guerra, de dinámico estilo y realismo feroz, con representaciones de suplicios y de calamidades de todo género. De 1813 no se sabe ningún cuadro, aunque pudo pintar entonces las dos escenas de guerra que tratan el tema de La fabricación de pólvora y de balas en la sierra de Tardienta.

El Dos de Mayo de 1808 en Madrid de Goya (Museo del Prado, Madrid). Obra de 1814 en la que el pintor evoca la gloriosa jornada de 1808, cuando el pueblo de Madrid se lanzó valientemente sobre el cuerpo de caballería de mamelucos, mercenarios al servicio de Francia, en la Puerta del Sol; aunque también hay quien sitúa la escena cerca del Palacio Real.

Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya (Museo del Prado, Madrid). Escena de 1808 pintada por Goya en 1814. Es una de las cumbres en las que la pintura mundial ha expresado de manera más conmovedora y patética la violencia. La luz proyectada en la misma dirección en que apuntan los fusiles descubre la tremenda escena de la muerte inevitable, sobre la sangre ya vertida.

En cambio, 1814 fue rico en grandes realizaciones, que cuentan entre las más profundamente significativas aportadas por el pintor. En enero de ese año se ofreció al Consejo de Regencia para pintar"las más notables y heroicas hazañas" de la guerra. Tendría en la mente un vasto plan pictórico, una versión a gran escala de los puntos culminantes de la epopeya grabada ya en la serie de los Desastres. El resultado de la petición de Goya a la Regencia se concretó en dos de las obras esenciales de la historia de la pintura española y universal, El dos de mayo y Los fusilamientos de la Moncloa. Del primero se conservan dos bocetos que, con la pintura definitiva, muestran la evolución de la composición en la mente del artista. Obra romántica por el color, el movimiento, el ímpetu. La escena aparece tomada muy de cerca y centrada en personajes principales. La técnica es muy pictórica y fundida, trabando tono y color, y comunicando el sentimiento de lo inmediato, de lo verdadero.

El general José de Palafox de Goya (Museo del Prado, Madrid). En 1808, el heroico general defensor de Zaragoza contra la invasión napoleónica llama a Goya para que pinte las ruinas de la ciudad, después del primer sitio a que fue sometida. Más tarde, en 1814, el artista hace el retrato ecuestre de Palafox que se reproduce aquí.

Los fusilamientos de la Moncloa es una obra más concreta y contrastada, menos matizada, más vigorosa. Caracteriza este lienzo el empleo de una solución granulosa que produce una textura arenosa y mate. Se mantiene la imprimación rosada que Goya usó desde sus comienzos y que, a partir del siguiente año, sustituiría por preparación negra. Muy conscientemente, en los Fusilamientos Goya disminuyó la gama cromática esencialmente al ocre de la tierra y de algunos trajes, el negro del cielo nocturno, el blanco de las camisas de los fusilados y el rojo de la sangre, pocas veces tan verdadero, tan eficiente, como en este cuadro que es un grito de protesta. La simplificación relativa de la forma apoya la unidad del efecto. Durante este año, su cargo de pintor de cámara le obligó a pintar retratos de Fernando VII, por quien, evidentemente, no sentía ninguna simpatía. También pintó a Palafox a caballo.

⇦ Autorretrato de Goya (Museo del Prado, Madrid). Obra de 1815 que firmó con la inscripción "Fr. Goya. Aragonés. Por él mismo". El agudo psicólogo que era Goya sintió, a través de toda su vida, la atracción por el análisis de las variaciones de su propio rostro en circunstancias y edades distintas, lo que ha significado una impresionante serie de autorretratos.



El año 1815 fue de gran actividad retratística. Destaca la estupenda efigie del Duque de San Carlos, en tres retratos (estudio de la cabeza, retrato de cuerpo entero y reducción del mismo). Parecen del mismo momento tres vigorosos Autorretratos, uno de ellos fechado en 1815, y son de ese año el impresionante grupo de efigies. Ignacio Omulryan, Miguel de Lardizábal, José Munarriz y Miguel Femández. La imprimación negra da un nuevo "carácter" al color que sobre ella se superpone. También en 1815 comenzó a grabar Goya las planchas de su tercera serie de aguafuertes, la famosa Tauromaquia, sobre el tema que apasionó tanto al artista del que se ha dicho que en su juventud, eventualmente, toreó. El anuncio de la publicación de esta serie es de 28 de octubre de 1816, pero La Tauromaquia no se publicó entonces. Las planchas pasaron a la Academia años después de la muerte del artista y la primera edición sólo vio la luz en 1855 (33 láminas). Como de otras series, se conservan dibujos preparatorios, mucho más libres y "barrocos" que los grabados correspondientes. Se busca el interés plástico de masas informes y la acumulación expresionista de contrastes. Esto y otros factores que se han citado en las páginas anteriores permiten comprender que Goya es el verdadero umbral del arte contemporáneo. Sigue Goya pintando retratos en esos años, cual el del Empecinado, la Mujer sentada del Museo del Louvre, de parecida fecha o algo posterior. Se supone de 1815 el extraordinario cuadro de gran formato La Junta de Filipinas, que obliga al artista a plasmar un amplio espacio vacío, interior, con muchos personajes, cada uno de los cuales es un impresionante acierto de dibujo, tono y color.

Santa Justa y Santa Rufina de Goya (Catedral de Sevilla). Las mártires patronas de esta ciudad son una de las pocas obras que se sepa que pintó Goya en el año 1817 por encargo del Cabildo Catedralicio. El artista preparó varios bocetos para asegurarse la aceptación del proyecto.

En 1817 siguen los retratos, pero destaca una obra de tema religioso tratada más como estampa naturalista de devoción popular, y como gran pintura, que con efusión mística. Se trata del lienzo de las Santas Justa y Rufina, para la catedral de Sevilla, del que se conserva boceto.

Posterior al inventario de 1812, Goya volvió eventualmente al empleo de la espátula de caña. Aparece en algún cuadro de fecha indeterminada y tema costumbrista que ha de enclavarse entre los años 1812 y 1818. Así en Feria, donde la espátula actúa preferentemente en primer término. Los colores se mezclan o yuxtaponen en su punto justo. En algunos casos, la síntesis cromática se produce en la retina del observador, lo que anticipa la técnica de los impresionistas. También vemos la misma técnica en El lanzamiento de barra y en dos versiones diferentes de Procesión de disciplinantes.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

En plena madurez

⇦ La duquesa de Alba de Goya (Colección Duque de Alba, Palacio de Liria, Madrid). Retrato del año 1795. Esta figura luminosa, con los extraordinarios toques rojos del cinturón y los pendientes, es probablemente la aludida en esta frase de Goya en una carta a su amigo Zapater: "Más te valía venirme a ayudar a pintar a la de Alba, que se metió en el estudio a que le pintase la cara, y se salió con ello; por cierto que me gusta más que pintar en lienzo, que también la he de retratar de cuerpo entero".



En 1795 surge por primera vez en la trayectoria goyesca el nombre de la duquesa de Alba, que tanta importancia habría de tener para la carrera del pintor. Se ha fantaseado en demasía sobre las relaciones del pintor y la duquesa, no siempre sobre hechos constatables sino por el mero deseo de novelar la vida de ambos personajes. Goya pudo estar enamorado de ella durante un tiempo (ciertos indicios, como se verá, permiten afirmarlo), pero de ello es, por lo menos, aventurado dar el paso de asegurar que hubo una relación amorosa entre ambos. A la vista de los datos objetivos que es posible manejar nada indica que la joven noble correspondiera al ya maduro pintor. Se conservan de su mano dos magistrales retratos de la duquesa de Alba, el que la presenta vestida de blanco con cinturón rojo (1795) y el que la muestra de negro (1797) con dos anillos en la mano: en uno de ellos se lee claramente el nombre de Alba y el de Goya en el otro. En este retrato aparecen, además, como trazadas en la arena del suelo," solo Goya", aunque la palabra" solo" fue recubierta de pintura por el propio artista. Por otra parte, en uno de los grabados de los Caprichos, a que más adelante se hará referencia, titulado Sueño de la mentira y la inconstancia, se ve a la duquesa con doble rostro y alas de mariposa. El origen de tales aguafuertes se halla en el álbum de dibujos que realizó Goya en Sanlúcar de Barrameda (1796), donde estuvo visitando a la duquesa de Alba. Quedan, de aquella visita, algunos croquis con la efigie de la duquesa y las de algunos miembros de su pequeña corte rural, que siempre la acompañaba. La duquesa no tardaría mucho en fallecer (1802) y, aun siendo innecesario, salimos al paso, negándola, de la morbosa leyenda que pretende que dicha dama fue el modelo de las famosas Majas desnuda y vestida, que como se verá serían ejecutadas algunos años más tarde.


La condesa de Chinchón de Goya (Colección Duque de Sueca, Madrid). Obra pintada en 1800, que representa a la entonces esposa de Godoy. Se trata de uno de los mejores retratos de Goya. El fondo oscuro de la tela y la supresión de todo elemento que pudiera distraer ayudan a subrayar la elegancia y delicadeza de esta exquisita figura femenina.

En todo caso, hay que retornar ahora a la pintura y los grabados. En 1795 realizó Goya una importante obra de tema religioso: los tres Lunetos de la Santa Cueva de Cádiz, que se apartan de la técnica minuciosa y" escultórica" de las pinturas de Santa Ana de Valladolid. En esta relevante obra trata las escenas con cierto estilo de boceto, lo que irá intensificando en adelante, aunque ocasionalmente, y se preocupa de acentuar la expresión humana de cada personaje. En 1797 se anunció la edición de los Caprichos, pero se publicaron dos años después, con 80 estampas precedidas de un Autorretrato al aguafuerte. Quince días después de la salida, cuando se habían vendido 27 ejemplares, la obra fue rápidamente retirada, posiblemente por miedo a la Inquisición. Goya, en realidad librepensador, tan satírico como dramático, tan poco anclado en los tabúes que mantenía salvajemente la Inquisición, se había permitido pasar los límites que, a fines del siglo XVIII, circundaban el arte. Sus Caprichos (puestos bajo el lema, en realidad, de que "el sueño de la razón engendra monstruos", frase que ha quedado ya para la Historia) presentaban seres humanos lindando con las bestias, visiones de patíbulo y de hechicería, amén de un mundo de majas y celestinas, chulos y mendigos. Incisivas y cortas frases epigrafían las estampas, aumentando su mordacidad y concretando más o menos la intención del artista, tan oscura y sibilina en algunas ocasiones que preconiza aspectos del surrealismo del siglo XX. Un atrevimiento que sitúa a un Goya definitivamente avanzado a su tiempo en el tratamiento de los temas y en su deseo de liberar al arte de convenciones.

Godoy de Goya (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid). Retrato de 1801 en que el militar aparece representado "a la manera heroica", como vencedor de la campaña que -en son de burla- los españoles llamaron Guerra de las naranjas.

El año 1798 es decisivo en el arte de Goya. Aparte de una serie de admirables retratos, decora al fresco la ermita de San Antonio de la Florida, refundiendo en su obra ímpetu y grandiosidad barroca, ciertos efectos de gracia rococó y un expresionismo"sui generis" con deformaciones y simplificaciones inauditas para la época, que hacen de esta maravilla pictórica un auténtico anti-Tiépolo. Presenta una serie de personajes en torno a una fingida baranda. Las brutales pinceladas se dejan en su aspecto inmediato y con mínimos contrastes de tono estructuran un rostro, un cuerpo, un gesto perfectamente definido. Lo más asombroso es cómo Goya sabe, en una misma pintura, hacer compatibles los desgarros con las más sutiles y refinadas bellezas ejecutadas con la técnica tradicional.


La maja desnuda y La maja vestida de Goya (Museo del Prado, Madrid) Pintadas hacia 1803-1806, se sabe que ambas obras figuraban el 1 de enero de  1808 en la colección de Godoy. El tema, excepcional en la pintura clásica española, motivó que entre 1814 y 1815 Gaya fuese sometido a proceso por la Inquisición como autor de estas telas.

En 1799 pinta retratos, entre ellos de los monarcas, siendo frecuente que se trasladara a La Granja, El Escorial o Aranjuez en su compañía. De ese año serán los retratos ecuestres de Carlos IV y María Luisa, de impresionante vigor. En 1800 pinta uno de los mejores retratos femeninos de su carrera, el de la Duquesa de Chinchón, esposa de Godoy, favorito de los monarcas. Terminado este retrato emprende una de sus pinturas más ambiciosas: la plasmación de la efigie del rey con todos sus familiares y para ello ejecuta, previamente, una serie de bocetos de los personajes aislados que cuentan entre sus mejores creaciones en el género retratístico. Cuando se ha adueñado de la psicología de todos ellos, pinta la tremenda Familia de Carlos IV (1800), que ahora puede parecer una sátira, por la vulgaridad o reticencia manifiesta de los retratados. Pero la pintura supera la iconografía. Una armonía de castaños y rojos sostenidos por amarillos blanquecinos y dorados convierte el grandioso lienzo en una de las mejores pinturas del arte español. En 1801 pinta a Godoy como general de la contienda con Portugal, es decir, dando al favorito un fondo de escena de guerra que no sirve sino para contrastar la blandura del turbio personaje político. Sigue pintando retratos, que le solicitan con insistencia desde hace años y que alterna siempre con obras de otros temas.


Doña Francisca Sabasa de García de Goya (National Gallery, Washington). Uno de los mejores retratos de Gaya, donde el "eterno femenino" aparece tratado aquí con un matiz de perceptible sensualidad.

Se ignora la fecha en que pintó Goya las dos famosísimas Majas, que son uno de los atractivos esenciales del Museo del Prado, pero, por el estilo, parecen ser de 1800-1805. Fueron propiedad de Godoy. La desnuda es uno de los pocos ejemplos del género en la pintura española anterior al siglo XIX -sólo pueden parangonarse con ella el desnudo de Velázquez y una figura desnuda de una composición de Alonso Cano-, pero tal vez la obra goyesca supera a éstas por la finura suprema de la ejecución y la perfecta transcripción de la nacarada calidad de la carne. La vestida, más voluptuosa, si cabe, por la opulencia de formas y la intensidad de la mirada, es una obra que atestigua la misma ejecución insuperable. De este mismo período son cinco estupendas tablas de la Academia de San Fernando: Procesión de disciplinantes, Casa de locos, Corrida de toros, Tribunal de la Inquisición y Entierro de la sardina. Vemos ante todo en los temas cómo se aclara la intención latente en Goya de satirizar, o poner en la picota, aspectos del carácter nacional, dando a la vez salida a los agitados instintos personales. Cuando se habla de un pintor anterior al siglo XIX no suele decirse que fue un" atormentado", pero hay sobrados indicios de que Goya lo fue, aunque su inmensa vitalidad, su sano sentido popular, contrarrestaban los dramas de su vida interior y su innata tendencia corrosiva. Deformaciones, trazos sueltos, borrones, reflejos, sugerencias mejor que estrictas representaciones aparecen en la técnica junto a las tradicionales veladuras y transparencias. Goya se da cuenta también del valor expresivo que posee el "inacabado" y deja trozos enteros sólo insinuados en Los disciplinantes. Pero tal vez la escena de la Inquisición sea la más lograda del grupo, por la intensidad contenida del ambiente y el perfecto equilibrio de todos sus elementos.

La marquesa de Santa Cruz de Goya (Museo del Prado, Madrid). En este retrato de 1805, el artista pintó a Joaquina TellezGirón, la esposa del marqués, personificando a la musa Euterpe. La joven de 21 años ya había sido pintada por el artista junto a sus padres, los duques de Osuna, cuando era una niña.

Parece probable que en la misma etapa pintara Goya -lo que es muy propio de su genio- obras enteramente distintas, casi convencionales, como son las alegorías del Comercio, la Industria y la Agricultura que realizó para el palacio de Godoy, cuyas erróneas y ambiciosas maniobras, unidas al sueño de dominación mundial de Napoleón, pronto llevarían a España al desastre.

Fray Pedro de Zaldivia luchando con el bandido Maragato de Goya (Art lnstitute of Chicago). Óleo sobre tabla de 1806 que forma parte de una serie de seis obras que el artista dedicó a la captura del Maragato.

Los años 1802-1806 son a la vez un período de grandes retratos, continuando los de años anteriores: El conde y la condesa de Fernán Núñez, el Marqués de San Adrián, Félix de Azara, y los asombrosos de Isabel Cobos de Porcel, uno de los tres o cuatro retratos femeninos mejores de toda la pintura española, y el de la señora Sabasa de García. Pinta también a la Marquesa de Santa Cruz personificando a Euterpe. Surge asimismo la serie de retratos originada por la boda del hijo del pintor, Xavier, que, en 1805 (año de la batalla de Trafalgar), se casa con Gumersinda Goicoechea. Al margen de otros retratos, completa la obra probable de 1806 la interesante serie de seis pequeñas tablas con la historia, en episodios, de Pedro de Zaldivia capturando al bandido Maragato (junio de 1806), que ratifica el interés de Goya por las secuencias de imágenes, lo que en parte le llevó al grabado.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Familia de Carlos IV


En 1800 Goya recibe el deseo del rey de ser retratado con toda su familia. El pintor se traslada al palacio de Aranjuez para estudiar del natural y realizar apuntes de los miembros de la realeza, para luego, ya en su estudio madrileño, componer la obra definitiva.

La Familia de Carlos IV es un cuadro de una gran complejidad compositiva en el que las figuras están situadas como en un friso, en una alienación horizontal, aunque la línea no es recta, sino ondulada, serpenteante, como en las composiciones barrocas.

De izquierda a derecha pueden identificarse a los siguientes personajes: en primer lugar, al infante Carlos María Isidro y su hermano Fernando, príncipe de Asturias y futuro Fernando VII; a continuación, una enigmática figura femenina que, volviendo el rostro, resulta difícil identificar. Tal vez sea un miembro de la familia que entonces estaba ausente o bien la futura esposa del sucesor al trono, cuya identidad aún se desconocía. Detrás de la joven, el rostro de María Josefa, hermana del rey.

En el centro de la escena, como señal de poder, la reina María Luisa de Parma, rodeada por sus hijos menores, perfectamente iluminada, ostenta un aire desafiante y orgulloso. En el extremo derecho del cuadro, la figura oronda de Carlos IV, situado en una posición avanzada respecto al grupo. El rey aparece con una expresión ausente, con gesto de incompetencia, pues era la reina quien llevaba las riendas del Estado. Tras el monarca, su hermano Antonio Pascual y la infanta Carlota Joaquina, hija mayor de los reyes, que sólo muestra la cabeza, y por último el núcleo familiar compuesto por el matrimonio de los príncipes de Parma y el hijo de ambos.

Los miembros masculinos llevan la banda de Carlos III y en algunos es visible el Toisón de Oro, mientras que las damas lucen la banda de la Orden de María Luisa y visten a la moda Imperio.

El propio Goya se autorretrata ante su caballete en el margen izquierdo de la tela, a espaldas de la familia, emplazándose en la penumbra. Su cabeza está a la misma altura que la de los reyes. Se representa a sí mismo no ya como un humilde cortesano, sino como un observador. La imagen recuerda indudablemente a Las Meninas de Velázquez, obra en la que seguramente se inspiró, pero sólo en algunos aspectos. Aquí no hay juegos de perspectiva ni profundidad, sólo es una acumulación de modelos. Como el pintor sevillano se coloca pintando, pero no crea un espacio tan amplio, pues la escena se sitúa en un sala estrecha y apretada.

El pintor de Fuendetodos no dejó de lado el espíritu crítico, el sentido descarnado, casi caricaturesco de sus Caprichos, aunque no parece que tuviera ninguna intención satírica y sólo se ocupó de realizar una auténtica obra maestra. Goya los mostró tal y como eran, como simples mortales, ni más hermosos, ni más feos. Los presenta con un realismo implacable, casi cruel, sin ningún tipo de idealización.

Son los juegos de luz y sombra y los contrastes cromáticos los que recrean una escena excepcional. La luz, erigiéndose como la auténtica protagonista del lienzo, irrumpe por la izquierda produciendo leves destellos en joyas, condecoraciones y ricas vestiduras que portan los retratados. La gran riqueza cromática de la tela se basa en amarillos y oros sostenidos por azules y rojos.

Uno de los más extraordinarios retratos colectivos de la historia de la pintura española, se conserva en el museo del Prado, en Madrid. Realizado en óleo sobre lienzo mide 280 x 336 cm.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La Quinta del Sordo

El 27 de febrero de 1819 se inicia una nueva -y por desgracia breve- etapa de la vida de Goya, que contaba a la sazón 73 años. Adquiere en las afueras de Madrid, cerca del puente de Toledo, una casa de campo que sería bautizada con el poco caritativo nombre de "La Quinta del Sordo". La inmortalizarían las llamadas "pinturas negras" (1821-1822) que hizo para decorarla y de las que más adelante se tratará. Pero, volviendo a 1819; en ese año Goya pintó la que tal vez es su única obra religiosa animada de profundo misticismo (a la vez que sumida en cierta deformación expresionista): La última comunión de San José de Calasanz, pintura destinada a la iglesia de San Antón de Madrid. Su unción es extrema, con blancos y rojos que exaltan el negro dominante. La Oración en el huerto es acaso más dramática que mística, pero no se podría decir que carece de impulso religioso.

Aquelarre de Goya (Museo Lázaro Galdiano, Madrid). Un detalle de la composición de la obra pintada después de la grave enfermedad que dejó a Goya totalmente sordo. El lienzo procede de un mural que el artista pintó en una pared de la "Quinta del Sordo" y que forma parte de una serie de catorce obras llamadas Pinturas Negras, que en 1873 fueron pasadas a lienzo por el restaurador del Museo del Prado Salvador Martínez Cubells.

⇦ Dama del abanico de Goya (Musée du Louvre, París). Esta obra es una de las creaciones más vibrantes de Goya en el campo del retrato femenino, una temática muy trabajada por este pintor.

En 1819 Goya estuvo gravemente enfermo. Se pintó con el doctor Arrieta, su médico. En la convalecencia se ocuparía trabajando en la serie de Los Disparates, que tenía entre manos y dejó sin acabar. Estas planchas pasaron a la Academia, que publicó la serie en 1864. Por el tema, se acercan a Los Caprichos, con menos anecdotismo y franca penetración en la irrealidad en alguna estampa. Por la técnica derivan de La Tauromaquia, si bien el claroscuro es más neto e intenso. Por ese tiempo, Goya empezó asimismo a trabajar en litografías, procedimiento descubierto por Senefelder en 1796 y que desempeñaría tan importante papel en la ilustración durante el período romántico. Goya realizó sus primeros ensayos litográficos en 1819, en el taller madrileño de J. Cardano. Uno de sus primeros intentos debe ser la imagen de una Vieja hilando. En el ensayo litográfico de la Escena infernal volvemos a ver a Goya dentro de su temática preferida, con elementos muy trabajados entre sí que equilibran el dinamismo de las figuras principales. Existe un magnífico dibujo preparatorio de esta litografía.

La última comunión de San José de Calasanz de Goya (Escuelas Pías de Madrid). Óleo sobre lienzo de 1819, realizado por encargo de las Escuelas Pías de San Antón para decorar un altar lateral de su iglesia. En él se representa al santo poco antes de morir, recibiendo la Sagrada Forma de manos de un sacerdote. La luz que ilumina a los personajes contrasta con el fondo oscuro del cuadro.

En 1821-1822, como dijimos, Goya se dedicó sobre todo a pintar para sí mismo. Aquella corriente secundaria de su arte, que se fue a lo largo del tiempo plasmando en detalles de obras de encargo o en obras como las realizadas para ocupar la "imaginación mortificada" en las que "el capricho y la invención" podían tener amplio y libre desarrollo, se convierte de pronto en el motivo esencial de un magno grupo de pinturas a gran formato, precedidas de respectivos y extraordinarios bocetos, en las que los temas mitológicos, de brujería o de expansión brutal de los instintos iban a tener entera justificación técnica y estética. Lo que antes era tratado con incisividad o anecdotismo, ahora adquiere plena monumentalidad que parece justificar ese mundo infernal y terrible. Parece evidente, o posible al menos, que las experiencias objetivas de la guerra, las crueldades presenciadas o sabidas, aparte de las represiones y castigos de todo género que en aquel tiempo eran moneda corriente, confirmaron en el pintor lo que ya era una predisposición originaria y subjetiva. De ahí el carácter paradójicamente terrible y majestuoso, a la vez, de las"pinturas negras", el efecto de algo definitivo y verdadero que producen, al extremo de que podrían ser consideradas como la culminación de toda la obra goyesca. Es digno de subrayarse que Goya, como muy pocos artistas de este mundo, logró las más convincentes y personales realizaciones de su carrera en su etapa de madurez y de vejez. Pintó San Antonio de la Florida en 1798, a los 52 años; el Dos de mayo y los Fusilamientos en 1814, a los 68, y el ciclo de las "pinturas negras" en 1821-1822, a los 75-76. Y aún le aguardaban seis años más de plena claridad mental.

⇦ Saturno devorando a sus hijos de Goya (Museo del Prado, Madrid). Es la más horrible entre las catorce composiciones que llenaban dos salas de la llamada "Quinta del Sordo". Estas Pinturas negras fueron realizadas entre 1821 y 1822 y, aunque no en todas ellas figuran temas diabólicos o de brujería, es una característica del conjunto la tendencia hacia lo fantasmagórico y sombrío.



Queda por hablar del ámbito de las "pinturas negras". En realidad, esta denominación se acepta por costumbre y por el dominante matiz oscuro, pero en las obras hay tonos pardos y grises, ocres, azules, almagre, rojos, carmines y ligeros toques de verde. Son catorce composiciones que integran de una a muchas figuras, todas ellas vistas desde un ángulo psicológico extraño, dramático e irracional. Son las siguientes: una figura de mujer apoyada en una gran roca, tradicionalmente identificada con Leocadia Zorrilla, compañera del pintor en sus años finales; El gran cabrón, Judith, Saturno, Romería de San Isidro, Dos viejos, Dos brujos, Atropas, Dos forasteros, La lectura, El tonto del pueblo, El Santo Oficio, Asmodea y Perro. Modelado abrupto, uso de huellas y grumos discontinuos, imprimación negra, expresionismo, deformación, faces malignas y terribles definen, en conjunto, las pinturas. Algunas apilan gran número de personajes en que destacan las cabezas, con ojos de brillante mirada animal. Destacan Saturno, que aparece devorando el cuerpo de uno de sus hijos, con sangre cayéndole de la boca, y Dos forasteros, que, en realidad, es un brutal duelo a garrotazos en medio de un dramático paisaje. Destacan porque son las que mayormente sintetizan el sentido de lo terrible que inspira el conjunto.

Dos forasteros de Goya (Museo del Prado, Madrid). También llamada Lucha a garrotazos, ésta es otra de las pinturas de la "Quinta del Sordo", en la que dos hombres, enterrados hasta las rodillas en el lodo, se pelean encarnizadamente sin poder moverse para esquivar los golpes del contrincante.

La única pintura fechada en 1823 es el admirable retrato de Ramón Satué, de concepto naturalista anterior al carácter que predomina en las pinturas de la Quinta del Sordo.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Años de exilio

Pronto dejaría Goya su recientemente adquirida casa de campo. La represión absolutista de Fernando VII hizo que alimentara temores a causa de sus contactos obligados en la época de la ocupación francesa y de su conocida simpatía por las ideas liberales y progresistas. Tras una corta etapa en la que se refugió en casa del doctor Duaso, al que pintó, decidió exiliarse a Francia y en 1824 marchó a Burdeos, donde estuvo sólo tres días y siguió hacia París, antes del27 de junio del citado año. En la capital de Francia estuvo sólo unos meses, viviendo en el aislamiento, pintando algunos óleos y dibujando a pluma temas caprichosos. Es preciso recordar que en sus últimos tiempos de Madrid había realizado dibujos que denotan tanto inquietudes psicológicas por su seguridad personal como preocupaciones sociales.

Pero el exilio para un artista de 78 años representaba una tremenda prueba y una difícil adaptación. Desengañado de París, en septiembre de 1824 se estableció en Burdeos, centro de los exiliados españoles donde tenía varios amigos, entre ellos Moratín, a quien retrató. En esa ciudad se le reunieron Leocadia Zorrilla y los hijos de ésta, Guillermo y Rosario Weiss. La niña, aficionada a la pintura, contribuyó a alegrar los últimos años del anciano artista, que le daba lecciones. Pero nada podía aniquilar el vigoroso temperamento de luchador de Goya. En 1825 trabajó de nuevo en litografías, de las que destacan las llamadas Los toros de Burdeos, relacionadas con cuatro estupendos óleos de la misma temática, en especial por lo que se refiere a dos de ellos. En el mismo año -como se sabe por una carta del20 de diciembre de 1825, dirigida a Joaquín M. a Ferrer-Goya trabajó en miniaturas sobre marfil, pintadas a la aguada, de temas muy variados y distintas técnicas. Se conserva una buena serie de estas originales miniaturas.

En 1826, Goya realizó un viaje a Madrid, obteniendo la jubilación. La única pintura suya de ese año es el retrato del banquero Santiago Calós, obra interesante por su recia expresividad y sobriedad. En 1827 pintó el retrato de Muguiro y dos impresionantes cabezas de Un monje y Una monja, en las que se entretuvo en trabajar bellos e intencionados contrastes de texturas. En ese año realizó Goya un segundo viaje a Madrid, ciudad donde pintó un retrato de su nieto Mariano, obra en la que campea un neto estilo romántico con valoración evidente del claroscuro y del naturalismo.

La lechera de Burdeos de  Goya (Museo del Prado, Madrid). Pintada hacia 1827, cuando el artista contaba ya 81 años, es una de las últimas obras del genial artista. La seguridad de estilo, que adelanta en medio siglo la evolución de la pintura, confirma la frase que por entonces escribiera su amigo Moratín: "Goya está muy arrogantillo y pinta que se las pela, sin corregir jamás nada de lo que pinta".

Es opinión unánime considerar como las últimas obras de Goya la famosa Lechera de Burdeos y el retrato -que gratuitamente se considera inacabado de José Pío de Molina (ambas de 1827). La efigie de la lechera invita a considerarla como el" canto del cisne" del gran artista de la belleza femenina. La luz que envuelve la cabeza de la muchacha en torno a la hermosa figura inclinada muestra tanta inspiración cromática como resulta original la resolución de cada pormenor de la figura. En cuanto al retrato de Pío de Molina, es una dramática efigie tratada con nerviosa técnica.

La obra de Goya se cierra con los impresionantes dibujos realizados en Burdeos en 1824-1827. Se entremezcla en ellos algún tema alegórico cual el del viejo barbudo con la leyenda Aún aprendo, que tal vez el pintor escribió pensando en él mismo, en su inquietud continua. No es exagerado afirmar que estos dibujos -entre los cuales aparece una acuarela, la única conocida de Goya- muestran todavía un avance en la obra del maestro, superando a veces por su síntesis la circunstancia de época y estilo. Típicamente goyescas son las representaciones de encapuchados y procesiones o El castigo. Muestra aún Goya su ironía denominando Sucesos campestres un dibujo en el que aparece un hombre ahorcado de la rama de un árbol; junto a él pasan otros con animales sobre los hombros. ¡Qué alusión al mundo de venganzas y pasiones desatadas de los hombres, a los que tan bien conoció y plasmó!

Es improbable que Goya pintara en 1828. Hay una carta de 17 de enero de ese año, dirigida a su hijo, a la que debió de seguir una grave crisis de salud. Su nuera y su nieto decidieron ir a Burdeos. Mariano y su madre llegaron a la ciudad citada el28 de marzo. Goya se encontraba muy mal. El 2 de abril quedó sin habla y medio paralizado. Falleció en la noche del 15 al 16 y fue sepultado en un pequeño panteón del cementerio de Burdeos. El 29 de noviembre de 1919, sus restos, mezclados con los de otro español refugiado, enterrado en el mismo panteón, se trasladaron a España, recibiendo sepultura en la ermita de San Antonio de la Florida. En 1927, el que fuera primer sepulcro de Goya fue llevado a Zaragoza, donde se conserva.

Poco se puede agregar a cuanto se ha dicho respecto a las relevantes cualidades del artista. Pero sí hay que añadir, sin duda, por su grandeza y su carácter, por su sentido de recapitulación final de toda la pintura que pudiera llamarse "tradicional", ha sido norma de muchos historiadores del arte cerrar en Goya la parte dedicada a la pintura. El arte del siglo XIX, aun siendo muy distinto de los continuos experimentos realizados desde las primeras décadas del XX, es ya un arte de especialistas; puede decirse que Goya es el último pintor del mundo que todavía tiene la riqueza de cualidades de los supremos maestros que desde finales del cuatrocientos crearon la pintura moderna.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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