Punto al Arte: 05 Arte paleocristiano y bizantino
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¿Oriente u Occidente?

A principios del siglo XX, algunos bizantinólogos empezaron a poner en duda que el arte cristiano fuera de origen exclusivamente latino y que evolucionara en Bizancio siguiendo el impulso que había recibido de Roma con los tipos creados en Occidente.

Baptisterio de Sant Miquel d'Egara, en Terrassa. Columnas dispuestas alrededor de la piscina bautismal que evidencian la evolución hacia formas de espíritu occidental.


Pero diversas influencias o coincidencias entre el arte cristiano romano y el de Oriente se fueron observando con tal frecuencia, que se llegó a establecer la teoría inversa, esto es: de Asia y Egipto llegó a Roma una parte de los temas y de los artistas que decoraron las catacumbas y desarrollaron el arte paleocristiano de Occidente, y fue todavía el Oriente el que más tarde formó el gran arte cristiano de la corte imperial de Bizancio.


⇦ La Orante, detalle del llamado Sarcófago de las Orantes (Museo Arqueológico de Tarragona). Delicada imagen en suave relieve sobre mármol blanco finamente veteado de azul pálidc. Obra de fines del siglo IV, quizás importada de Cartago.  



La teoría del origen oriental ha parecido confirmarse con el descubrimiento de una iglesia pintada en la ciudad de Dura Europos, junto al Eufrates, destruida por los persas en 256. Los frescos que decoran su capilla cristiana son anteriores a la mayoría de los de las catacumbas y más de medio siglo anteriores a la paz de la Iglesia. En Dura Europos, encontramos el Buen Pastor y otras escenas de indiscutible carácter evangélico.

La misma confirmación del origen oriental de temas del arte cristiano primitivo se obtiene del examen de manuscritos con miniaturas. El más famoso, el Génesis de la Biblioteca Imperial de Viena, se creía genuinamente romano porque emplea el llamado estilo continuado, sin establecer ninguna interrupción para las diferentes escenas de un mismo episodio, como se encuentra empleado en los relieves de la columna Trajana. Pero bastó que los críticos eslavos se fijaran en la flora y en la fauna para desvanecer cualquier suposición de que aquel manuscrito pudiera ser iluminado en Occidente.

Sarcófago empotrado en la fachada de la catedral de Tarragona. El centro narra en dos tiempos superpuestos la curación del paralítico, primero en la cama y después trasportando el lecho a cuestas; los extremos representan la curación de la hemorroísa y la entrada de Cristo en Jerusalén el Domingo de Ramos.    

Otro códice, custodiado en la catedral de Rossano, en Calabria, actualmente se cree también oriental, porque en algunas de sus escenas están pintadas las cabras de larga cola y largos cuernos que no se encuentran más que en Siria. El haber precisado el origen oriental del evangeliario de Rossano tiene gran importancia porque en él se halla la figura del Cristo con manto, que no se ha encontrado en las catacumbas; en los folios que sirven de portada a cada Evangelio se ven las figuras de los Evangelistas sentados y escribiendo, tal como los representaron después el arte bizantino y el arte carolingio occidental.

Estos manuscritos, el Génesis de Viena y los evangeliarios de Rossano, contienen el texto bíblico en griego, lengua oficial de la Iglesia cristiana tanto en Roma como en Oriente; por esto podían haber cabido dudas acerca de su procedencia. Pero hay, además, una regular cantidad de códices con texto siríaco que poseen notables miniaturas emparentadas con las de aquéllos.

Fragmento del mosaico sepulcral de Optimus (Museo Arqueológico de Tarragona). Tipo de mosaico muy frecuente en el norte de Africa, que aquí produce una obra maestra de arte culto. Un epitafio en bellos hexámetros latinos acompaña al retrato del difunto, vestido con la blanca toga "toracata" y alzando la mano en actitud de bendecir. 

La ilustración de códices tenía que ser una de las más felices maneras de propagar los temas del nuevo arte cristiano oriental hacia el Occidente; pero además se ha comprobado la emigración de asuntos en pintura monumental.

⇨ El Codex Rossanensis (Museo Diocesano, Rossano). Miniatura del siglo VI sobre pergamino morado, que contiene el manuscrito del evangelio de San Mateo y casi todo el de san Marcos. Aquí aparece Jesús discutiendo con los doctores de la ley en el templo de Jerusalén. 



Y si de la pintura se pasa a la escultura se tendrá que hacer las mismas rectificaciones. La figura de Cristo con el nimbo crucifero, que mantendrá toda la Edad Media, aparece por primera vez en una serie de sarcófagos con motivos todavía paganos, ricamente decorados con grandes frisos de acantos espinosos.

Algunos de estos sarcófagos, dentro de arcadas o nichos, llevan figuras alegóricas, como las Musas y los dos Dioscuros, Castor y Pólux; pero en otros hay en el centro la figura de Jesús, todavía imberbe, con el nimbo crucifero mencionado.

⇦ El Codex Purpureus de Rossano (Museo Diocesano, Rossano). Evangeliario siríaco que contiene una riquísima serie iconográfica a través de ilustraciones de fantásticos colores. En esta página, Cristo es presentado ante Caifás, viste el pallium de los filósofos antiguos, lleva barba y tiene un nimbo crucífero. 



Uno de estos sarcófagos está en el Museo de Berlín, otros en Florencia, y aun en la misma Roma; pero otros de la misma fábrica y con los mismos tipos se encuentran en Oriente. El más hermoso, el de Sida-mara, se conserva en el Museo Arqueológico de Estambul. La pregunta, pues, que inmediatamente se plantea es la de si estos sarcófagos pertenecen a Roma y ésta los mandaba a Oriente; o por el contrario son orientales y de allí se enviaban a Roma introduciendo en Occidente por vez primera esta innovación de la cruz en la corona o nimbo de Cristo. La cuestión, sin ninguna duda, se ha resuelto también favorablemente para Oriente: el mármol en que fueron labrados no es italiano, pues son grandes bloques de mármol griego que se empleaba en Siria; su análisis petrográfico no deja lugar a dudas.

Y acaso el objeto más hermoso de marfil del Occidente cristiano, la cátedra del obispo Maximiano en Ravena, famosísima (y con razón), también sea de origen oriental, pues se aviene perfectamente con lo que se ha conocido del arte de Antioquia en el siglo IV.

El papel predominante de las iglesias de Asia y Egipto en la formación del arte cristiano se podía ya haber adivinado por los primeros escritores eclesiásticos. Su actividad teológica obligaba a menudo a celebrar allí los grandes concilios ecuménicos, y en aquellas regiones, tan infiltradas de los gustos griegos por los sucesores de Alejandro, el arte era un elemento natural, indispensable para acompañar todas las manifestaciones del espíritu humano.

Ascensión, en el Evangeliario de Rabula (Biblioteca Laurenziana, Florencia). Escrito en lengua siríaca, fue miniado por el monje de ese nombre, el año 586, en el monasterio de Zagba.    


⇦⇧ Sarcófago de Sidamara (Museo Arqueológico, Estambul). Dos aspectos distintos de esta célebre obra que ha servido a los arqueólogos para dar nombre a la larga serie esculpida en Siria, caracterizada por la importancia que toma en ellos el elemento arquitectónico. La decoración con columnas, entablamentos y frontones somete las figuras humanas a su ordenación del espacio, señalando a cada una su lugar. Este cambio tan importante respecto a la concepción antigua de la libertad de las figuras en el friso prepara el arte medieval, en el que el deseo de la máxima precisión mental convertirá a la escultura en una colaboradora de la arquitectura. Obsérvense también, en oposición a los hermosos cuerpos humanos todavía helenísticos, los capitteles y entablamentos furiosamente perforados por el trépano. El nuevo espíiritu de Oriente recorta con dureza la ornamentación, que así parece dibujada en blando y negro. 

⇦ Cátedra de marfil del obispo Maximianus (Museo Episcopal, Ravena). Los marfiles cristianos de la escuela helenística de Antioquía fueron el vehículo principal que difundió en Occidente el arte siríaco. tste es un mueble único en el mundo, tallado a mediados del siglo VI con una preciosidad y virtuosismo técnico jamás igualados. Los frisos ornamentales de pámpanos y racimos paradisíacos, entre los que se agitan ciervos y pavos reales al estilo típicamente siríaco, parecen envolver el trono en una telaraña de ensueño.  



Antioquía la Bella, entonces la tercera ciudad del mundo, no cedía más que a Roma y Alejandría en cuanto al fasto monumental y a la extensión de sus barrios populosos. Elegante y cristiano a la vez, San Juan Crisóstomo da una idea de lo que era la iglesia de Antioquía en el siglo V: habla con acentos verdaderamente poéticos del amor que allí sentían los fieles; un místico sentido de estética filantropía les llevaba a edificar grandes hospicios para acoger a las viudas y los huérfanos; la Iglesia cabeza de Asia vivía unida en el Señor por la fe, pero además encontraba satisfacción en las ceremonias del culto y en la belleza de los edificios y ornamentos religiosos.

Detalle de la cátedra del obispo Maximianus (Museo Episcopal, Ravena). En el frente figuran el Bautista y los cuatro evangelistas, sometidos al orden arquitectónico que les imponen unas columnas retorcidas, arcos y pechinas casi iguales a los del sarcófago de Sidamara. La cenefa lleva un complicado anagrama que ha sido leído "Maximianus Episcopus".  

Casa de Al-Barah, en Siria. La piedra utilizada en su construcción y las condiciones climáticas del desierto donde se encuentra han permitido que aún queden partes del edificio en pie: el pórtico, la gran sala, el comedor y las dependencias.  

Su catedral, llamada la "de cielo de oro" -la Dorada- acaso porque estaba revestida de mosaicos en que el fondo era de oro, tenía planta poligonal con cúpula en el centro. Situada junto al palacio imperial, en la isla del Orontes, en el centro de la ciudad, fue iniciada por Constantino en 327 y se terminó en 341. Estaba dedicada a la Divina Armonía, el poder que une Universo, Iglesia e Imperio. Era un edificio grandioso sin paralelo en Occidente; más bien, al contrario, sirvió de modelo, ejemplo o inspiración a otras grandes iglesias de la cristiandad, tanto bizantinas como latinas.

El Octógono Dorado de Antioquía se anticipó en doscientos años a las iglesias de los Santos Sergio y Baco, en Constantinopla, y de San Vital, en Ravena, y en decenios a la planta cuadrifoliada de San Lorenzo de Milán. Aun sin darse cuenta de ello, los fieles de Asia debían de producir incesantemente tipos de arte originales, y se acogían al cristianismo con alegría juvenil, más intensa que los romanos, fatigados por las postrimerías de su imperio decadente.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La arquitectuta en el desierto de Siria. Jerusalén y Alejandría


Poco queda hoy en la misma Antioquía que nos dé testimonio real de aquella iglesia famosa; pero en la extensa área de sus alrededores abundan los monumentos semidestruidos, y más al interior se levantan ciudades enteras e infinidad de iglesias rurales y monasterios. El primer estudio sobre estos monumentos fue el libro del conde Melchor de Vogüé referente a la Siria Central, el cual dio a conocer en 1876 un sinnúmero de edificios que se encuentran entre Antioquía y el desierto.

Esta región intermedia había sido colonizada por los sucesores de Alejandro y floreció sobre todo en la época romana. Con la conquista árabe la Siria Central debió de quedar casi deshabitada, ya que las poblaciones cristianas se refugiaron en las grandes ciudades bizantinas del litoral. Se encuentran, pues, en el desierto de roca viva las poblaciones casi intactas; a veces, según expresión del conde de Vogüé, el viajero cree hallarse en una verdadera Pompeya cristiana: de tal suerte alcanza a sorprender la vida y costumbres de los primitivos habitantes de aquellas ruinas.




Casa de AI-Barah, en Siria. Detalle del dintel del pórtico de la casa, que muestra una decoración de estilo bizantino del siglo VI. 

Algunas sirven todavía de hospedería o refugio en el desierto; otras están más destruidas, pero fácilmente se adivina su disposición. Tal es, por ejemplo, la casa de Al-Barah, con su pórtico de entrada, su gran sala de recepción, el comedor anexo y las dependencias, con el pequeño templo a lo lejos. Los materiales con que se construyeron estos edificios favorecen su conservación. Siria ofrece pródigamente canteras de piedra caliza. En cambio, la madera es muy escasa; por esto cada elemento de construcción está cerrado con bóvedas, cuyo uso repetido lleva a inventar siempre nuevos sistemas de cubiertas.

La gran innovación empieza al dividir los cañones cilíndricos de las bóvedas en varios segmentos por medio de arcos paralelos. Para cerramiento de los espacios intermedios que dejan estos arcos o costillas, se colocan, apoyándose sobre ellos, grandes losas de piedra en sentido longitudinal. De aquí que el peso de la cubierta se descomponga sobre los arcos, y que baste con engrosar la pared en sus apoyos para contrarrestar su empuje. Este sistema, de incalculables consecuencias para el arte de la construcción, parece que fue conocido ya por los arquitectos romanos, que lo aplicaron en algunos monumentos occidentales de la última época; pero lo que era excepcional en Occidente es frecuentísimo en Siria, y, aunque la invención tenga origen romano, su empleo metódico y racional no se halla hasta las construcciones cristianas de Oriente.

Baptisterio del monasterio de San Simeón, en Deir Semaan. Las ruinas del inmenso monasterio construido por los discípulos de san Simeón el Estilita, después de su muerte en el año 470, se encuentran en el desierto y es lo que queda del convento más importante de Siria del siglo VI. 

Muchos de los edificios de Siria tienen planta octogonal para sostener una cúpula; pero, cuando la planta es de configuración cuadrada, la manera de cubrir los espacios con una cúpula esférica consiste en pasar de la planta cuadrada de la sala a la sección circular de la cúpula con el auxilio de unas superficies curvas intermedias, que se llaman trompas y pechinas. La invención de las trompas de ángulo parece haberse realizado primero en Persia; pero, además, en Siria se presenta frecuentemente la otra solución para el mismo problema de pasar de una planta cuadrada a otra circular, que es la de unas superficies esféricas de gran radio llamadas pechinas, sistema que se había usado muy ocasionalmente en la construcción romana.

Además, en Siria se han encontrado vastas ruinas de lo que fueron inmensos monasterios. El más importante era el gran monasterio de San Simeón el Estilita, hoy una masa imponente de ruinas en medio del desierto. Los árabes le llaman el Qal’at Simaan o castillo de Simeón, porque el recuerdo del santo anacoreta se ha perpetuado entre los beduinos. Los discípulos del Estilita, construyeron después de su muerte, hacia 470, un grandioso monasterio con cuatro espaciosas iglesias, de tres naves cada una de ellas, cuyas fachadas daban a un octógono central donde se levantaba la preciada columna, reliquia del santo.

Monasterio de San Simeón, en Deir Semaan. Una de las partes que se mantiene en pie del edificio, que los árabes llamaban Qal'at Simaan o castillo de Simón, es este muro columnado orientado al sudoeste. 

Basílica del monasterio de San Simeón en Deir Semaan. Las ruinas de la basílica, que los árabes llaman Kharab Shems, dan una idea de la importancia que tuvo en su momento este monasterio.  

Patio octogonal de la iglesia del monasterio de San Simeón en Deir Semaan. En el centro se observa la base de la columna del Estilita sobra la que Simeón, el santo anacoreta, oró durante largos años.

⇨ Columna esculpida en Deir Semaan. Entre las ruinas del monasterio de San Simeón se halla esta columna decorada de una de sus iglesias. La ornamentación es una de las características básicas del arte bizantino. 



Un viajero bizantino de principios del siglo VI vio el monasterio ya concluido y lo describe de tal suerte, que hoy se puede reconocer aún en las ruinas las distintas partes de que constaba. Este edificio tiene un notable interés por su decoración de elementos arquitectónicos empleados como ornamentación: arcos ciegos, columnas adosadas, ménsulas y otros variados temas que posteriormente usarán como decoración los artífices de las arquitecturas románica y bizantina.



Los frisos y molduras decoradas del monasterio de Qal’at Simaan se han comparado a las decoraciones del palacio de Diocleciano en Split (Croacia), también conocido en Occidente por el nombre italiano de Spalato, del siglo III, por tanto anterior a la construcción de estos edificios de la Siria Central.


Así pues, resultaría que treinta años antes de la fundación de Constantinopla, cuando Diocleciano construía su palacio en Dalmacia y sus termas en Roma, la arquitectura imperial evolucionaba en la misma tendencia que más tarde tuvo definitiva perfección en los monumentos de Siria. No obstante su anterioridad, cabe la duda de si los edificios de la época de Diocleciano no podían haber sido dirigidos por arquitectos asiáticos y sus decoradores ser obreros importados de Siria.




Monasterio de Turmanin, en Siria. Los restos del depósito de agua se encuentran al pie de las ruinas del monasterio.  

Parece algo temerario insistir: el palacio de Split y las termas de Diocleciano en Roma son más antiguos y hasta de mayor monumentalidad; pero en cuanto a la decoración escultórica, las dudas ya no son posibles: en el palacio de Split las formas vegetales aparecen interpretadas con el estilo seco y espinoso de Oriente, más geométrico que el de la antigua decoración romana.

En el conjunto de Qal’at Simaan se encuentran las ruinas de la basílica de Kharab Shems, construida en el siglo V, y en la misma región del norte de Siria despliegan su sentido de la monumentalidad, con un vocabulario formal que encontraremos siete siglos más tarde en el románico de Occidente, las basílicas de Turmanin y de Qalb Luzeh.

Al primer libro de Melchor de Vogüé sucedió, con intervalo de veinte años, la obra colosal de Brünow, titulada Provintia Arabia. Este era el nombre genérico con que los romanos designaban las varias regiones de Siria, en el extremo oriental de su Imperio. Los viajes y el libro de Brünow tuvieron por objeto estudiar, no sólo los monumentos cristianos, sino también los campos de las legiones, las vías militares, los teatros y basílicas que la administración romana se había esforzado en edificar para establecer en el desierto una población adicta que la defendiera de las invasiones de los reyes partos.

Basílica de Qalb Luzeh. Construida en Siria hacia el año 500, las ruinas de la basílica, vistas desde el sudeste, muestran las técnicas estructurales utilizadas en la época. 

El perpetuo campo de batalla del Imperio romano que fue el Éufrates estaba salpicado de recintos militares, con murallas defendidas por torres, y casi paralelamente, señalando la frontera, se levantaban los castillos de los reyezuelos partos, desafiando a los latinos con la suntuosidad decorativa de sus estilos orientales.


⇦ Ábside y cúpula central de la iglesia del Santo Sepulcro. Es una reconstrucción no fiel al original que fue destruida por incendios y alterada por las malas restauraciones. 



Tres elementos estuvieron allí en prolongado contacto: los cristianos de Siria, que se extendían hasta los límites del desierto; los campamentos romanos de las legiones, que los defendían, y los castillos partos, que los enfrentaban. Los tres grupos se comunicaron sus gustos y procedimientos constructivos. Ahora, pues, ya no nos extrañará que las formas de las cúpulas persas hayan llegado a Siria y de allí pasado a Bizancio, ni que los relieves y la decoración de los estilos cristianos demuestren conocer las fantasías de los entrelazados y las cálidas complicaciones decorativas de Oriente.

Resulta perfectamente comprobado, pues, que el Oriente romano fermentaba con entusiasmo creador en los primeros siglos de la Era cristiana. Obras de arte y artistas llegaban profusamente hasta la misma Roma, pero los centros capitales eran Efeso, Seleucia, Antioquía, Jerusalén, Bosra y Palmira en el desierto.

En una de las muchas ruinas de esta época que existen en Siria, las de la ciudad de Madaba, puede verse en el suelo de una iglesia un mosaico geográfico, con la visión en perspectiva de toda esta tierra cristiana llena de ciudades. La forma de Jerusalén es elíptica, rodeada de murallas con torres; una calle ancha, porticada, va de un extremo a otro; debe de ser la Vía Recta de los peregrinos, que empezaba en la puerta llamada aún de Damasco.

En esta calle se ve un edificio levantado sobre gradas, con tres puertas, que debe de ser la iglesia del Santo Sepulcro. Otra vía que forma ángulo, con pórtico sólo a un lado, debe de ser la Vía Dolorosa.

Monasterio de San Antonio de Zafarana. Exterior del monasterio copto construido a mediados del siglo IV, que refleja la entrada y difusión del cristianismo en Egipto. 
El grupo de edificios cristianos edificados en Jerusalén por orden de Constantino y bajo la vigilancia personal de su madre Santa Elena fueron reproducidos más o menos exactamente en mosaicos y marfiles. El templo del Santo Sepulcro construido por Constantino estaba en un recinto rectangular rodeado de pórticos y hospederías. En el centro había dos edificios: uno de planta latina, basilical, llamado el Martirión porque se suponía edificado sobre la roca del Calvario, y otro de planta circular encima del lugar del Sepulcro, que se imaginaba vecino al del Gólgota.


Este segundo edificio, llamado Anastasis porque del Sepulcro bajó Jesús al Hades o Seno de Abra-ham, era ya típicamente oriental. La tumba estaba en una gruta, en el centro, debajo de una cúpula sostenida por doce columnas. Destruido el templo del Sepulcro por incendios y restauraciones, actualmente está convertido en una absurda iglesia con capillas para todas las sectas cristianas; pero todavía se distinguen las formas de templo circular y de basílica acumuladas en un solo edificio.
En lo alto del monte de los Olivos edificaron también Constantino y Santa Elena una gran iglesia en el lugar tradicional de la Ascensión. Era un edificio asimismo de planta poligonal y que debía de semejarse a la catedral dorada de Antioquía. Los monumentos de Jerusalén, admirados por los peregrinos, fueron descritos en los relatos de sus viajes, lo cual originó imitaciones con pobres materiales en las naciones del Occidente latino.

El otro centro fundamental de producción artística en los primeros tiempos del cristianismo fue el viejo Egipto. Alejandría mantenía con Roma relaciones más íntimas acaso que las capitales de Asia. Al parecer, algunos objetos de arte suntuario cristiano hallados en Occidente, fueron producidos en Alejandría, recogiendo las últimas inspiraciones del arte helenístico, que en esta ciudad tuvo un centro principal. Pero, para encontrar en Egipto edificios cristianos con estilo propio, hay que remontarse hasta el arte llamado copto, de los monjes famosos de la Tebaida. La palabra copto deriva del árabe Qubt, forma corrompida del griego Aigyptios (egipcio).

Egipto permaneció adicto a sus antiguos conceptos religiosos hasta el siglo III; y su conversión al cristianismo parece que fue más por rebeldía al Imperio romano que por convicción piadosa. Asimismo, Egipto dio principio a la vida monástica, que primero se propagó por Oriente y después por el Occidente latino. Antonio y Pablo, con su discípulo Macario, se consideran los grandes fundadores del monaquismo cristiano. Los cenobios coptos de la regla de Schenudi son los antecesores de los monasterios de benedictinos y basilios en Occidente y Oriente.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Arte copto


Se puede afirmar que el arte copto nació como expresión autóctona de las poblaciones egipcio-cristianas, en contradicción con la cultura oficial helenística de Alejandría. Esto explica que se alejara del naturalismo helenístico hacia un arte cada vez más abstracto, en el que las imágenes sagradas se vuelven hieráticas, sobre fondos bidimensionales que rechazan toda ilusión de perspectiva, mientras los motivos decorativos se vuelven cada vez más geométricos.

Acaso el distanciamiento entre la iglesia metropolitana y los monasterios del interior impulsó a muchos monjes coptos a emigrar, para establecer cenobios en Occidente. El centro de su difusión en las Galias fue el monasterio fundado por el egipcio San Honorato en la isla de Lérins (en la actual Costa Azul), desde donde salieron a cristianizar la céltica Irlanda. Otros fueron al norte de África; otros a España.


El Señor de los Días (Museo Copto, El Cairo). Pintura mural de un ábside de la iglesia de Bauit, realizada en el siglo VI, que tiene una enorme trascendencia para la pintura europea medieval, ya que su ordenación de temas y su estilo son casi idénticos a los del arte románico de los siglos XI y XII. El Pantocrátor aparece sentado en un trono, con el libro en la mano izquierda y dentro de una aureola mística rodeada de Tetramorios.    

En la historia del desarrollo de las formas del arte nuevo, Egipto contribuyó, pues, con su escuela copta que se alejó de la corriente cristiana oriental para exagerar ciertos dogmas o interpretarlos con sentido propio. Quedan aún importantes ruinas de los grandes conventos de la Tebaida; todos tienen planta parecida: son grandes recintos rectangulares con una muralla lisa, terminada con la gola egipcia, y en el interior se levanta la iglesia, con las cúpulas en el crucero o en los ábsides.

⇦ La Teotokos (Museo Capto, El Cairo). Pintura mural de un ábside de la iglesia de Bauit. La imágen de la Virgen entronizada aparece rodeada por los apóstoles y bajo la visión del Señor. 



Los edificios del siglo IV, como la basílica de San Menas, aún se parecen mucho a los modelos tardo-rromanos. Pero en el siglo V, con la fundación del Convento Blanco (Deir-el-Abiad) y la del Convento Rojo (Deir-el-Akhmar), los dos mayores centros monásticos de Egipto, ya aparecen las características peculiares de la arquitectura copta. El primero, fundado cerca de Sohag, hacia 440, por el propio Schenudi, tiene una iglesia con tres ábsides dispuestos en forma de trébol y una escalera para subir a las tribunas del piso superior que arranca del mismo nártex. El tipo del Convento Blanco, se repite en el Convento Rojo, más pequeño, y en la basílica de Denderah. En cambio, el convento de Jeremías en Saqqarah no tiene planta basilical sino cruciforme.

La escultura de los muros de estos monasterios recuerda el antiguo Egipto. Su hieratismo se adapta maravillosamente a las nuevas figuraciones cristianas mezcladas con temas de la mitología clásica (Leda y el cisne, el mito de Orfeo, etc.). Los capiteles, con la estilización de hojas espinosas y vides con racimos, recuerdan el tipo de capitel bizantino.

Pintura sobre tabla procedente de Bauit (Musée du Louvre, París), del siglo VI. Representa a Cristo y "Abu Menas", San Menas, el gran taumaturgo egipcio. Es característica capta la desproporción entre las grandes cabezas con aureolas casi tangentes y los cuerpos cubiertos por un drapeado rígido. Estas figuras, fruto de una simplificación lineal depurada y de un evidente gusto por la simetría, están coloreadas -como todos los iconos coptos- con una gama cálida. Estas imágenes religiosas no pretenden ser un retrato del ser vivo histórico, sino una representación del espíritu, válida universalmente. Los mismos gestos, tan significativos, participan del sentido esencialista que rige este estilo. 

Las primeras manifestaciones de la pintura cristiana en Egipto se encuentran en las catacumbas de Alejandría, descubiertas en 1864 cerca de la columna llamada de Pompeyo. Hay allí frescos que repiten temas importados de Siria y Mesopotamia, como los de las catacumbas romanas. Más tarde, los monjes coptos pintaron iglesias y copiaron manuscritos, algunos ilustrados con fantástica originalidad, como los de los conventos del Fayum. Unos evangeliarios coptos del siglo VI, con cubiertas de madera, llevan pintados en las tapas los Evangelistas con el volumen de sus escritos en la mano. Es el primer caso de los santos redactores en pie, que se repetirá tantas veces en la Edad Media.

⇨ Tejido copto (Museo Textil de Terrassa, Barcelona). Procedente de la necrópdlis de Antinoe, pertenece al "primer estilo" (siglos IV-V) y constituye un magnifico ejemplo de las principales características de este arte propio de los cristianos de Egipto, del que nos han llegado numerosos testimonios gracias a la sequedad del clima del país. Desplazada la cultura del Egipto antiguo por la de los grandes núcleos helenísticos, como Alejandría, observamos cómo la temática decorativa es de raíz clasicista, aunque su tratamiento, especialmente por la intensidad cromática y por una clara tendencia al "horror vacui", está determinado por los gustos particulares del Egipto paleocristiano. 




Pero todo lo que queda de pintura copta, lo mismo en frescos que en iluminación de manuscritos, es sólo para hacer deplorar más la falta de lo que destruirían los musulmanes en los saqueos de los monasterios. En los frescos historiados de los ábsides coptos, por desgracia tan escasos y aun mutilados, frecuentemente figuran la Virgen y los Apóstoles bajo la visión del Señor.

La pintura copta presenta un proceso de esquematización análogo al de la escultura, que aquí no se limita a la estructura gráfica de la imagen, sino que se nota también en sus relaciones cromáticas limitadas a pocos colores básicos: amarillo, rojo, y azul. Los centros más importantes de la pintura copta, además de los ya repetidamente citados de Saqqarah y Bauit, son Deir Abu Hennis (cerca de Antinoe), Abu Girge, el Convento Blanco y el Convento Rojo.

De gran importancia en el arte copto es el capítulo de los tejidos -de los que se han conservado muchos fragmentos, gracias al clima excepcionalmente seco de Egipto-, con trama de lino sin teñir y urdido de lanas de brillantes colores, muestran una geometrización de las figuras aún más atrevida que la de las pinturas, lo cual enriquece su finalidad suntuaria y les confiere un inimitable grado de potencia ornamental.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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