Punto al Arte: 03 Culturas de los Andes
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La cultura nazca

Esta cultura, al igual que la moche, nace en el siglo I de nuestra era y desaparece en el siglo VIII. Se expande en la zona central del Perú, donde fue precedida por la cultura de Paracas. Es famosa por la gran calidad de su cerámica, en el desarrollo de la cual se distinguen cuatro fases más un período formativo muy emparentado con el de Paracas Cavernas.

Vaso con forma de puma (Museum für Vblkerkunde, Berlín). La cerámica de Tiahuanaco acentúa los contornos de las figuras, a diferencia de otros estilos más simples y rígidos, condicionados por la propia forma del recipiente. Las representaciones de animales sagrados como el puma o el cóndor son muy típicas por su simbolismo, relacionados con la fuerza, el dominio y la fertilidad. La longitud de la cola ofrece siempre una imagen de veneración y respeto para quien posee su figura. 

Las cuatro fases reciben el nombre de A, B, X e Y. La primera muestra vasijas globulares con dos picos y puente. Tiene una decoración naturalista, aunque las figuras están hábilmente estilizadas. Los temas más frecuentes son animales y frutos; personajes míticos, con cuerpo de ciempiés y atributos felinos, portadores de cabezas cortadas. Esta es la cerámica tipo A. El tipo X muestra una transición hacia los tipos B e Y. El primero, es una evolución de la cerámica nazca A hacia un barroquismo logrado por el enriquecimiento de los motivos ornamentales a los que se añaden numerosas volutas. El tipo Y deriva también del A, pero manifiesta una influencia foránea, la de Tiahuanaco, produciéndose una fusión de lo nazca con lo tiahuanacoide.

Santuario de Piedra (Pachacamac, Lima). Este antiguo templo piramidal, actualmente en ruinas, fue concebido en honor al hijo del Sol, el cual se encargaba de fertilizar la tierra. Sus grandes muros trapezoidales estuvieron originariamente pintados de color azul simulando los límites del horizonte marino. Las paredes del templo, por su tonalidad rojiza, imitaban lenguas de fuego cuando los rayos del sol rebotaban contra las paredes al descender en el ocaso, tal y como cuentan las crónicas de algunos historiadores españoles. En algunas pinturas murales pueden contemplarse figuras antropomorfas y representaciones de felinos, aves y plantas diversas. 

Hasta hace relativamente poco, nada se sabía de la arquitectura y poblaciones de los nazcas; hoy se han encontrado algunas aldeas donde se ve que las casas eran muy simples, de forma rectangular, dispuestas unas junto a otras a manera de colmena. El material usado es barro y “quincha”. El centro más importante es Acarí. Se supone que a la última fase de la cultura nazca pertenece la llamada Estuquería, centro de población consistente en una plataforma cuadrada hecha de adobes sobre los que se han levantado 240 estacas.

Por último, pertenecen a la cultura nazca, las composiciones de rayas gigantescas que se ven en el desierto. Representan animales relacionados con las constelaciones, y sólo son perceptibles desde el aire. La antigüedad de estos inmensos diseños se remonta al siglo VI a.C.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Puerta del Sol


La llamada Puerta del Sol del Kalasasaya es el monumento más característico del extraordinario conjunto monumental de la civilización tiahuanacota.

La ciudad arqueológica de Tiahuanaco, al igual que Teotihuacán o Tikal, contenía un gran centro ceremonial, del que, a pesar de los intentos que se han hecho por reconstruirlo, se conserva muy poco en la actualidad. Con todo, se pueden distinguir varios núcleos importantes, el más famoso de los cuales lo constituyen los restos de Kalasasaya, llamado “palacio de justicia”, que representa un edificio de planta rectangular de 130 x 135 metros, de cuyo perímetro únicamente se conserva en la actualidad una serie de monolitos verticales, los cuales, posiblemente, son restos de un muro antiguo. Es en su interior donde se sitúan dos monumentos de gran interés en la escultura tiahuanacota: el conocido con el nombre de El Fraile, que representa una figura humana de caracteres hieráticos y la Puerta del Sol.

La Puerta del Sol fue colocada en el lugar que ocupa hoy, el ángulo noroeste, en época muy reciente, hacia 1903 o 1904, y seguramente cambió de lugar otras veces. Es probable que se tratara de la entrada de un gran templo, desaparecido ya hace muchos años. Se trata de una pieza tallada en un solo bloque de lava andesítica, de 3 metros de altura por 4 metros de anchura, en la que se ha excavado una puerta sobre la cual hay esculpido un relieve llano, cuyo dibujo recuerda a los tapices de esta misma época.

En el centro se encuentra una figura humana de frente, con gran cabeza cuadrada, rodeada de rayos y con amplio y complicado pectoral, en cuyas manos se observan algo que asemeja a dos cetros decorados con cabeza de ave. Los bordes de su ropaje están adornados con cabezas humanas reducidas. La figura central de la portada está ornamentada como corresponde a una deidad suprema. Lleva en las manos emblemas de poder; en la boca colmillos prominentes. Se ha querido ver en esta imagen al dios Sol, porque su rostro, de mirada fija despide rayos en todas las direcciones, terminados en una cabeza de animal.

A ambos lados de esta figura hay cuatro filas, dos de las cuales representan seres humanos alados con grandes ojos, con una rodilla doblada y coronas dentadas en sus cabezas, y las otras dos, figuras de aves con piernas humanas y cabezas de águila, avanzando hacia la divinidad central, como para rendirle homenaje.

Posteriormente, algunos elementos de la iconografía de la Puerta del Sol aparecerán en la decoración cerámica y en los tejidos del período expansivo de Tiahuanaco, en todo el Perú y parte de Bolivia; pero adoptando distintas forma y variantes locales.

Estos relieves han sido motivo de muy diversas interpretaciones por parte de los investigadores. Se han dado innumerables hipótesis, siendo la más probable la de que simbolicen fenómenos cósmicos, una representación de tipo calendárico o cronológico, al estilo de los mayas. No obstante, su significado, la Puerta del Sol, con su extraña iconografía de ritmo geométrico y con el convencionalismo de sus cuarenta y ocho figuras alineadas en posición de acatamiento al Ser Supremo, es el símbolo de Tiahuanaco.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El imperio Tiahuanaco-Huari

Entre el siglo VI a.C y el siglo XII ya en nuestra era se desarrolló una importante cultura, la del imperio Tiahuanaco-Huari, que primero tuvo su capital en Tiahuanaco, muy cerca del lago Titicaca y que más tarde, en los últimos siglos del imperio, tuvo su más importante centro cultural, económico y social en Huari, enclave que se encuentra muy cerca de la actual localidad de Ayacucho, en Perú.

⇨ Sombrero ceremonial. El trabajo textil en las antiguas civilizaciones andinas estaba muy vinculado con el rito funerario, ya que se vestía engalanadamente al difunto con las mejores piezas de su ajuar personal. Este elegante sombrero con imágenes zoomorfas fue hallado en el interior de una tumba, entre otros enseres y joyas del homenajeado.



El influjo de la cultura del imperio se realizó primero desde Tiahuanaco y luego desde la que fuera ciudad rival de ésta, Huari, conquistada asimismo por los pobladores de Tiahuanaco. Una de las grandes razones que motivaron el dominio de Tiahuanaco fue que se encontraba en una privilegiada posición estratégica en la cuenca lacustre, lo que le permitía controlar el flujo comercial de la zona, en la que tenían gran valor productos como el maíz, el ají y la coca. Por otro lado, una sociedad que había sido capaz de levantar un imperio tan importante debía de ser, lógicamente, compleja y estratificada.

Efectivamente, el poder residía por entero en la capital, Tiahuanaco, desde la que se gobernaban las provincias que conformaban los extensos límites del imperio. Asimismo, la clase dirigente constituía una aristocracia que se arrogaba un gran número de privilegios y que controlaba tanto los aspectos relacionados con la política de las colonias como la distribución de los bienes que eran producidos en la capital.

Por su parte, Huari fue una ciudad con un marcado carácter militar, en la que los guerreros gozaban de un privilegiado estatus, mientras que los últimos escalafones de la sociedad se encontraban los pastores y los agricultores. Además, con la eclosión de Huari se inicia, como veremos más adelante, la época de los grandes asentamientos urbanos.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Tiahuanaco

Tiahuanaco es el sitio arqueológico más importante del altiplano. Se halla situado en el departamento de La Paz (Bolivia), a pocos kilómetros del lago Titicaca y a una altura de 3.800 m sobre el nivel del mar. Desde los primeros días de la conquista, sus ruinas llamaron la atención de los cronistas españoles, y Cieza de León, Acosta, Garcilaso y Cobo nos han dejado descripciones del monumental conjunto. Viajeros del pasado añadieron información gráfica y literaria.

El arqueólogo estadounidense Wendell C. Bennet, que trabajó en Tiahuanaco en 1932, propone dividir su cultura en tres períodos: “temprano”, “clásico” y “expansivo”; el arqueólogo boliviano Carlos Ponce, en cambio, distingue hasta cinco épocas claramente diferenciadas en los estilos cerámicos; para la cultura propone, al igual que Bennet, tres períodos, denominándolos: “aldeano”, “urbano” e “imperial”.

Tres figuras con los brazos extendidos (Colección privada, Nueva York). Los tejidos de Huari igualaban en calidad técnica y artística a la cerámica por su colorido y por el dinamismo en la composición de las imágenes. Con telares rudimentarios se tejía el algodón y la lana de vicuña, alpaca o llama importada desde las tierras altas. 

Tiahuanaco aparece en los últimos momentos del período formativo alcanzando su apogeo en la época de los “estados regionales”, pudiendo afirmarse que es el primer centro urbano andino propiamente dicho que se conoce. Tiahuanaco en la época imperial se expande por toda América andina hasta la costa norte del Perú, el norte de Chile, el norte argentino y las estribaciones de la cordillera en el oriente boliviano. Su arte se superpone a los estilos locales, creando un mestizaje de formas. Esta expansión, que puede situarse entre los siglos IX y X de nuestra era, posiblemente se debió a una conquista militar, cultural o religiosa. Algunos arqueólogos suponen que se hizo a través de Huari, ciudad vecina a la actual Ayacucho, por lo que el estilo tiahuanacoide también recibe el nombre de huari-tiahuanaco o huari.

La cronología puede estimarse así: para la fase “aldeana” (primera y segunda épocas, según Ponce) del siglo VI antes de Cristo al III de nuestra era; para la fase “urbana” (tercera y cuarta épocas) del siglo III al VIII, y para la fase “imperial” (o quinta época) del siglo VIII al año 1200 de nuestra era.

Máscara funeraria (Museum of Art, Dalias). Dentro de muchas urnas se han encontrado reproducciones muy esquemáticas chapadas en oro de los rostros de los difuntos. De rasgos naturalistas, presentan siempre la boca entreabierta, orejas largas y con pendientes pesados, piedras preciosas en las cuencas de los OJOS con carácter mágico, generalmente de jade o turquesa. En algunas ocasiones se adereza con una especie de tatuaje con láminas de oro sobre el bigote de los difuntos, como en esta máscara procedente de Lambayeque. 

Rey Naymlap (Museum für Vólkerkunde, Berlín). Se cuenta que este mítico soberano llegó hasta Perú desde el mar acompañado por un innumerable séquito y envuelto en una música atronadora de trompas hechas con conchas marinas, de una intensa e insoportable sonoridad. La corona con forma de cola de pavo real abierta denota la alta posición social de este rey esculpido en la empuñadura de oro de un cuchillo ceremonial hallado en Lambayeque. 

Ruinas de Chanchan (Trujillo, Perú). A orillas del río Moche, los chimú construyeron la antigua ciudad con bloques de adobe, cantos rodados, moldes de barro, vigas de madera y muretes de paja y caña, materiales que integran la panorámica de la ciudadela en la costa como si fuera una extensión natural del medio. Compuesta por diez grandes unidades o barriadas, contiene en su eje central la plataforma sepulcral del rey, circundada alrededor por las casas de los oficiales y otros súbditos gubernamentales y, en las zonas periféricas, por los obreros y artesanos y demás población civil. 

No quedan restos arquitectónicos ni escultóricos de la primera época. La cerámica se divide en dos tipos: el primero, con decoración pintada e incisiones; el segundo, pulido sin color, decorado con motivos escalonados, también incisos. Algunos vasos tienen en su exterior cabezas de felino, toscamente modeladas. Esta cerámica es similar a la de Paracas Cavernas. En este primer período se encuentran enterramientos en forma circular, restos de cobre y cuentas de sodalita. La vivienda se puede conocer gracias a un silbato de cerámica que muestra una casa de planta rectangular con cubierta a dos aguas. Tanto la puerta como el friso se decoran con motivos escalonados.

Los restos de la segunda época se limitan a cimientos de habitaciones de planta circular y rectangular con paredes dobles. En este período hay preponderancia de cerámica micácea.

Murallas de Chanchan (Trujillo, Perú). Los muros de adobe que rodean la ciudadela a lo largo de sus 20 km de extensión pueden llegar a alcanzar hasta los nueve metros de altura. Un único acceso da paso a un largo corredor decorado con relieves con motivos geométricos y zoomorfos que conforma una compleja y sistematizada red arquitectural de patios, casas, templos y depósitos de agua.

En la tercera época, Tiahuanaco entra en su fase urbana, siendo a partir de entonces cuando se construyen grandes edificios que aún pueden verse en el pueblo de su nombre, en Bolivia. Dos grupos de ruinas, relacionados entre sí, forman parte de una misma ciudad. El grupo primero está constituido por Akapana, Kalasasaya, Putuni y el templete semisubterráneo. Los restos de Pumapunku constituyen el grupo segundo. Lo que domina en ambos son sus pirámides y recintos formados por plataformas y muros de contención. La pirámide de Akapana, que es la más alta, alcanza los quince metros, con una base de 180 m de largo por 140 m de ancho. En su parte inferior quedan restos del muro de piedra que la circundaba; está formada por piedras monolíticas a manera de pilares, entre las cuales hay un paramento de sillar.

Kalasasaya es un recinto cuadrangular (135 X 120 metros), constituido por una plataforma en forma de “U”, contenida por muros similares a los de Akapana. En el interior hay un patio al que se accede por una escalinata monumental. Una calle con pavimento de piedra separa Kalasasaya de la pirámide.

El edificio mejor conservado es el templete. Es un patio limitado por cuatro muros de contención que mide 28 m de largo por 26 m de ancho. Los muros, semejantes a los de Kalasasaya y Akapana, muestran una de las invariantes de la arquitectura tiahuanacota. Estas paredes interiores se decoran con cabezas antropomorfas, talladas en piedra e incrustadas entre los sillares mediante una espiga. En el centro del templete está la estela “barbada”.

Máscara funeraria. Los artesanos chimú conocían todas las técnicas metalúrgicas, tanto las de repujado y cincelado como los vaciados y las soldaduras, tal y como manifiesta esta máscara mortuoria de oro que envolvía el rostro de un cadáver momificado enterrado entre los siglos XII y XV d.C. 

En la tercera época, la ciudad de Tiahuanaco queda establecida y en el período posterior se la embellece y se le hacen algunas reformas. En lo arquitectónico corresponden a la cuarta época, Pumapunku y Putuni. El primero consta de una plataforma en forma de “U”, sobre la que hay un gran edificio con piso, paredes y parte del techo, de piedra. Los bloques son monumentales y se sujetan mediante llaves de bronce. La cuarta época es la más significativa por su escultura y su decoración; a ella pertenecen la Puerta del Sol, la Puerta de la Luna y las mejores estelas antropomorfas. La característica del arte de este período es la estilización, donde todas las formas naturales se reducen a motivos geométricos que recuerdan los diseños textiles. La técnica usada es la incisa.

En las estelas, los rasgos del rostro son esquemáticos, los brazos están pegados al torso en tanto que las manos sostienen en el pecho objetos identificados como “keros”. Todo el cuerpo se decora con los motivos de la Puerta del Sol. Las estelas mayores son la Bennet, de 7,30 m de altura, la Ponce y la llamada El Fraile. Del mismo estilo y época es la famosa Puerta del Sol, máximo exponente de la cultura tiahuanacota. Tiene aproximadamente 4 m de ancho por 2,75 m de alto y está tallada en una sola pieza.

Chullpas (Sillustani, Puno). Las torres funerarias que desarrolló la cultura colla en el altiplano boliviano eran fundamentalmente de adobe y de planta rectangular. Los chullpas de Sillustani, en cambio, presentan una planta circular y están construidos con sillares de piedra. La forma en que fueron construidos desafía las leyes del equilibrio por sostenerse sobre una base que es de diámetro menor que en la parte superior. 

En su parte superior hay un friso que se interrumpe para dejar paso a una figura chata y frontal. En el friso hay personajes alados, unos totalmente antropomorfos y otros con cabeza de cóndor. La interpretación de estos elementos es muy discutida; para unos representa un calendario, para otros es un conjunto mítico, siendo la figura central la representación de Viracocha.

La cerámica de la tercera época no es incisa como la de épocas anteriores, sino pintada con gran variedad de diseños. Morfológicamente, predominan las vasijas cilindricas de base plana con borde ondulado y un apéndice zoomorfo. La cerámica de la cuarta época es muy fina, y aunque deriva de la tercera, se enriquece con nuevas formas, entre las que sobresalen los incensarios que adoptan la forma del animal representado. En todos los casos, los dibujos son geométricos o de formas muy estilizadas.

En un momento dado, el estilo tiahuanacota aparece fuera de la metrópoli, como el caso de Lucurmata, a orillas del lago Titicaca, donde se conservan restos relacionados con el período urbano de Tiahuanaco. Otro conjunto notable es el de Ojje, en la península de Copacabana.
En la época imperial, Tiahuanaco se expande sobre las culturas de la sierra y costa peruanas, donde se producen ejemplos de cerámica y textiles muy notables.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Wankani y Huari

En Wankani, departamento de La Paz (Bolivia), existe un centro arqueológico, estilísticamente relacionado con la tercera época de Tiahuanaco. Se encuentra en la antigua región de Pacajes entre los pueblos de Jesús de Machaca y Caquiaviri. Allí se pueden ver plataformas con restos de muros de contención cuya estructura es semejante a la de Kalasasaya. Lo más notable del conjunto son tres estelas, parecidas al monolito “barbado”. Tienen entre tres y cuatro metros de altura y representan figuras humanas. Se decoran con ofidios y pumas, mostrando además algunos animales míticos, como cuadrúpedos alados.

Por su lado, el imperio panandino de Tiahuanaco señala el fin de las culturas regionales y el nacimiento del período urbano. Huari, que parece ser la clave de la expansión tiahuanacota, es ya una cultura urbana fuertemente militarizada.

Figuras antropomorfas (Museo de Antropología, Bogotá). Las figuras votivas típicas de la cultura Chibcha eran representaciones de hombres, mujeres, seres asexuados, animales y escenas cotidianas y domésticas que se ofrendaban en conjunto para obtener a cambio algún objetivo. Para su elaboración se utilizó sobre todo el oro, el cobre, la madera, la piedra y la arcilla. Los sacerdotes solían colocarlas dentro de recipientes cerámicos de formas diversas, generalmente imitando el cuerpo de una persona o un animal o cilindros con detalles fálicos. 

Un grupo humano de cultura nazca ocupaba la zona Huari cuando tuvo lugar el impacto de Tiahuanaco. Allí se formó una ciudad con caracteres urbanos diferentes a la ciudad del altiplano, pero que al parecer fue la recipiendaria y trasmisora de su cultura. Algunos autores son responsables de que el término tiahuanaco-expansivo haya sido sustituido por Huari, con la consiguiente confusión, ya que se trata en el fondo de la misma cultura, irradiada primero por la ciudad de Tiahuanaco y difundida más tarde por los centros de Huari en la sierra y Pachacamac en la costa. La cerámica muestra de modo palpable el estilo nacido en Tiahuanaco, aunque morfológicamente hay variantes regionales que se estudian con diversos nombres. En general, se puede decir que la cerámica de Huari es más variada que la tiahuanacota, más decorada y con mayor variedad de formas, modelando frecuentemente figuras humanas sobre vasos globulares. En la costa, sobre la antigua cultura nazca, aparecen los vasos de Pacheco, tinajas decoradas con la figura central de la Puerta del Sol.

Representación de un cercado (Museo del Oro, Bogotá). Esta pieza de orfebrería muisca ejemplifica el esquematismo con el que los artesanos de la metalurgia chibcha realizaban las figurillas votivas ceremoniales. Fundidos a la cera perdida, muchos de estos moldes se presentaban habitualmente encerrados en un cercado como manifestación del lugar donde el devoto deseaba que se cumpliera su petición. 

Mesita 8 de San Agustín (Huila, Colombia). Las mesetas artificiales del parque arqueológico de San Agustín reúnen gran cantidad de tumbas, templetes, urnas crematorias y cámaras funerarias como ésta, dedicada al dios solar, custodiada por dos guerreros armados y un águila con una serpiente en sus garras y su pico en primer término. Detrás, varios sepulcros revestidos con lajas de piedra albergan los cuerpos de personajes importantes.

Urbanísticamente, la ciudad de Huari se divide en barrios rodeados de murallas, que tienen entre 6 y 12 metros de altura. A veces, presentan doble muro con la parte central rellena de barro. Los edificios son de piedra cortada.

Se encuentran en Huari una serie de estatuas de piedra de tipo tiahuanacoide.

El centro más importante de difusión huari-tiahuanaco en la costa es Pachacamac, impresionante santuario erigido en adobe hasta formar una pirámide asimétrica que presenta cámaras y recintos que aún conservan pinturas al fresco. La cerámica de Pachacamac, variedad del estilo tiahuanaco, es característica; en ella abunda la representación de felinos.

Los guerreros huari-tiahuanacoides conquistaron a los nazcas, sustituyendo su arte colorista por una cerámica más sobria de color, donde se entroniza el personaje central de la Puerta del Sol; suben luego a Pachacamac y de allí se lanzan a la conquista del imperio moche. Dejan huellas de su dios y de su cultura en la cerámica y en los espléndidos tejidos hechos con la técnica de tapiz. Se decoran con motivos geométricos y es frecuente ver en ellos las figuras aladas de la Puerta del Sol. Después de las bordadas telas de Paracas Necrópolis, estos tejidos de estilo de Tiahuanaco son los mejores de la zona andina.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Resurgimiento de las culturas regionales

Hacia el siglo IX comienza la expansión tiahuanacoide y después de tres siglos de conquista hay un debilitamiento. Huari es parcialmente abandonada y las culturas regionales recobran su independencia, creándose estados que muestran una fase urbana avanzada. En el Norte, cerca de lo que fue el imperio moche, nace el reino chimu; sobre el río Jequetepeque, también sobre la costa, está la cultura de Lambayeque, típica por su orfebrería; en la sierra, la cultura de Cajamarca y hacia el Noroeste, en la zona tropical, los restos de Abíseo, en la región de Pajatén. Estas ruinas, descubiertas hace relativamente poco tiempo, asombran por su originalidad; en ellas hay plataformas circulares sobre cuyos muros de piedra cortada se han dispuesto figuras humanas, cóndores y cenefas decorativas. En el centro de la zona andina está Chancay, representativa por sus textiles y cerámica antropomorfa. En la costa sur, donde florecieron los nazcas, nace la cultura de lea. En el altiplano boliviano, el "reino colla" o cultura de Chullpas. Algunos de estos estados regionales son pequeños y anárquicos, otros, como el estado chimu, son grandes imperios, aunque a mediados del siglo XV todos por igual caen abatidos por los incas.

Esculturas de San Agustín (Huila, Colombia). Hay más de trescientas estatuas monolíticas repartidas por todo el parque arqueológico que representan dioses, reyes, guerreros y personajes ilustres cuyas figuras han sufrido una estilización animalizada, como se muestra en este retrato de ojos desmesurados y colmillos de jaguar. 

Guerrero con lanza (San Agustín, Huila). Entre las más de trescientas esculturas de piedra halladas en los yacimientos de San Agustín, las más representadas son las figuras humanas en postura sedente y frontal sujetando entre sus manos una lanza puntiaguda. Las cabezas suelen ser desproporcionadamente más grandes que el cuerpo y más trabajadas en cuanto a detalle y precisión. 

Deidad con calavera (San Agustín, Huila). Estatua monolítica situada en la cámara funeraria de la Mesita B del parque arqueológico de San Agustín. Mirando al frente con un expresivo rostro de jaguar, sostiene una calavera con cuernos y dobla los pies hacia dentro. Algunas otras representaciones tiene entre las manos cuerpos de bebé, hachas sacrificiales o un instrumento musical. Muchas de estas estatuas conservan vestigios de su decoración polícroma. 


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Lambayeque, la cultura del “ojo alado”

Los cronistas españoles del siglo XVI atribuían la fundación de la cultura lambayeque a un mito que recogieron a su paso por esta región de la costa norte de Perú. Cieza de León, Francisco de Jerez y Miguel Cabello sostuvieron que un rey llamado Naymlap desembarcó en la costa peruana y fundó una cultura que contó con una dinastía de más de una decena de reyes. La representación antropo-ornitomorfa de este rey lo muestra con unos ojos “almendrados”, rasgados, y con alas que nacen de sus hombros. Esta utilización del “ojo alado” servía para indicar el rango divino de quienes se retrataba. No sólo era usado en representaciones de humanos, sino de animales, olas, colinas y demás accidentes geográficos, y estas representaciones se las podía encontrar en huesos, calabazas, metales o madera.

Figuras antropomorfas de cerámica. Trabajadas en cerámica pulida y con decoraciones incisas de los pendientes y abalorios, estas representaciones de un hombre y una mujer, con evidentes connotaciones sexuales, estaban originariamente decoradas con pintura y adornos laminares de oro. Típicas de la cultura quimbaya, seguramente sirvieron como colgantes ornamentales. 

Casco de oro con figura femenina (Museo de América, Madrid). Procedente del tesoro de los quimbaya saqueado por los colonizadores españoles, esta pieza es una buena muestra de la técnica tumbaga de los orfebres antiguos del valle del Cauca colombiano, donde presuntamente los conquistadores pretendían encontrar El Dorado. Esta aleación de oro y cobre produce una dureza particular que permite dominar el repujado al martillo y la cera perdida y crear bellos relieves como el de la mujer esculpida en un lado del casco. 

Distintos arqueólogos realizaron investigaciones de esta cultura, que se desarrolló a lo largo de casi doscientos kilómetros de región costera. Sus asentamientos solían estar ubicados en colinas y dunas de manera que dejaban libres los escasos campos cultivables. Durante mucho tiempo se confundió a la cultura Lambayeque con la cultura chimú por el parecido color negro de sus respectivas cerámicas. No sería hasta 1948 en que se establece la idiosincracia de esta cultura y recibe el nombre de Cultura Lambayeque. Compartía con el resto de las culturas preincaicas el desarrollo de complejos sistemas de regadío, pero sobresalía en las técnicas metalúrgicas, con una orfebrería refinada que trabajaba indistintamente en plata, oro y cobre. Desarrollaron un notable arte de la pesca y la navegación, razón por la que se reforzó su mítica fundación a partir de aquel rey Naymlap llegado del mar.
IzquierdaVasija de oro del tesoro de los quimbaya (Museo de América, Madrid). Algunas de las botellas en forma de calabaza de la antigua civilización colombiana presentan un excelente acabado en el pulido de su superficie. El delicado trabajo de las manos del orfebre queda patente en la decoración repujada que adorna esta vasija, ornada con una representación antropomórfica cincelada sobre el mismo dorso de la botella. Modelada con cierta simplicidad, atrae al tacto por la suavidad de sus curvas. La figura humana muestra la misma atávica sonrisa que otras de las esculturas votivas que se han hallado en las tumbas quimbaya, pero rompe con el hieratismo corporal de aquéllas al sostener el cuerpo sobre piernas ligeramente separadas. DerechaFigura masculina del tesoro de los quimbaya (Museo de América, Madrid). Fechada en el siglo XIV d.C., esta estatuilla fue descubierta a finales del XIX junto a muchas otras en una antigua necrópolis colombiana situada entre Cartago y Manizales. Esta figura de rostro hierático y ojos cerrados, que parece sonreír mientras exhibe sus atributos sexuales, es un excelente ejemplo de la técnica tumbaga de aleación de oro y cobre. Generalmente dichas estatuas reproducían la imagen de los hombres y las mujeres que habían enterrado vaciando moldes de arcilla y carbón a la cera perdida. Durante el procedimiento de creación de los cuerpos se esculpieron las manos y los pies separadamente, soldándose al final del proceso, lo que justifica la desproporción de tamaños en relación al cuerpo. 

Lo cierto es que sus progresos en el arte de la navegación facilitaron el contacto e intercambio comercial con otras culturas de la costa peruana. Las huacas o pirámides truncadas de la cultura lambayeque son las más grandes del Perú y su finalidad no era exclusivamente ritual, sino que también estaban destinadas a uso doméstico, ya que contaba con depósito, cocina e incluso corrales.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El reino chimú

La cultura chimú nace durante las últimas décadas del siglo XIII y ocupa el mismo lugar que los mochicas. Asimismo, de ellos recibe no pocas e importantes influencias culturales, pues del pueblo de los mochicas heredan la lengua y la veneración por el dios Aiaepec y la Luna. Por otro lado, y ya en el capítulo más propiamente del arte, cabe destacar que su cerámica recibe elementos de la tradición mochica aunque también se hace evidente, en los restos que se han podido encontrar, una importante influencia de las formas de orfebrería propias de Lambayeque. Asimismo, generan también sus propias tradiciones culturales, entre las que destaca, en el apartado de las concepciones mitológicas sobre el origen de su pueblo, la legendaria figura de Naymlap, que viene del mar y que es la fundadora de las dinastías norteñas. Los chimús perviven hasta 1460, año en que los incas conquistan la ciudad de Chanchan, capital del imperio.

A diferencia de otros pueblos, la cultura chimú es una cultura urbana que se patentiza, a través de las grandes ciudades que levantaron, la más importante de las cuales es Chanchan, situada a pocos kilómetros de la actual ciudad de Trujillo (Perú). Fue en sus mejores tiempos una urbe de considerables dimensiones, pues, tal y como la muestran las excavaciones llevadas a cabo, constaba de diez barrios rodeados de altísimas murallas, lo que, a su vez, constituye una prueba del carácter militar de este pueblo; toda la construcción es de adobe, presumiéndose que los techos fueron de paja. Los barrios están separados unos de otros y todos tienen una disposición similar: dos patios; el principal, con sus muros decorados con relieves de barro que representan peces, pelícanos y simples motivos escalonados; cerca de este patio está el grupo ceremonial, también decorado. Todos los barrios constan de un cementerio, una pirámide o adoratorio y un gran re-servorio de agua, consistente en un pozo capaz de suministrar agua no sólo para saciar la sed del complejo humano, sino para mantener algunos jardines en medio de aquel desierto. Los barrios llevan nombres de arqueólogos como Bandelier, Uhle, etc. Chanchan cubre una superficie de 20 km2 y se cree que llegó a albergar 50.000 habitantes. Cerca de la ciudad hay varios adoratorios, siendo los más famosos la Huaca del Obispo y la Huaca del Dragón. Otras ciudades importantes de los chimús son Pacatnamú y Purgatorio.

La cerámica chimú se hacía con moldes y es en general negra con brillo metálico. El oro y la plata fueron finamente trabajados, produciendo las piezas más hermosas de todo el Perú. El oro se trabajaba martillado y laminado y con él se hicieron vasos ceremoniales, máscaras funerarias, lentejuelas e hilos para adornar los tejidos.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El reino colla

Hacia el 1200, en el Sur, rodeando el lago Titicaca, aparece el reino colla formado por varios pueblos guerreros, producto de la disgregación de Tiahuanaco. Su cerámica es muy variada y su arquitectura se caracteriza por fortalezas denominadas “pucaras”. Estas fortalezas son colinas naturales provistas de muros de piedra cortada; al parecer se construyeron para detener el avance de los incas. Son sintomáticas de esta cultura las torres chullpas, cámaras funerarias donde depositaban a sus muertos. Estas cámaras tienen planta rectangular y son de adobe, usándose en ellas la falsa bóveda. Algunas de estas chullpas, talladas en piedra, revelan la influencia inca, como en el caso de las de Sillustani, que además, excepcionalmente, presentan planta circular.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las culturas de Colombia y Ecuador

Las culturas más importantes de la actual Colombia son: los chibchas, los quimbayas y el complejo de San Agustín. La cultura chibcha corresponde al grupo humano conocido como “muisca” y sus restos aparecen en la zona de Boyacá. Su cerámica es pobre y su arquitectura viene dada por casas circulares levantadas en torno a un poste. Fue un pueblo avanzado en el conocimiento de la orfebrería, pues trabajó el oro y la “tumbaga” o mezcla de oro y cobre, conociendo todas sus técnicas, como la cera perdida, el laminado en frío y caliente, el repujado, etc. Los quimbayas superaron a los chibchas en el trabajo de los metales, dejando innumerables piezas de oro de excepcional belleza; son en particular interesantes las botellas finamente pulimentadas con aplicaciones de filigrana, las máscaras y los pectorales.

⇨ Ocarina de arcilla con forma de caracola (Museo de Cerámica, Bogotá). Son muchos los instrumentos de viento encontrados en yacimientos de Colombia con formas de caracola, ya que servían como distintivo social y de rango jerárquico en el ajuar que acompañaba al muerto en sus tumbas.



La cultura de San Agustín, con más de trescientas esculturas en piedra, halladas en varios yacimientos, es de singular importancia. Las tallas representan figuras humanas en posición frontal, destacando en ellas los grandes ojos y los colmillos de jaguar. Algunas muestran los pies de perfil.

Entre las culturas ecuatorianas destacan las de Esmeraldas y Manabí. La primera tiene cerámica de vasos monocromos con grabados curvilíneos, la segunda es importante por su escultura en piedra.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El genio artesano de los quimbayas

Ubicados en la vertiente occidental de la Cordillera Central de los Andes que desciende al río Cauca, los quimbayas representan una serie de culturas de antiquísima raigambre a lo largo de los cinco mil kilómetros cuadrados de extensión de esta región colombiana. Los actuales departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda fueron habitados durante milenios por sociedades de diferentes rasgos culturales. Fue notoria la disminución de su población a raíz de la conquista española en el siglo XVI. Los cronistas señalan que se trataba de un pueblo pacífico por la poca resistencia que opusieron a la dominación española. Quizá por eso en su notable artesanía no abundan tanto los motivos guerreros sino más bien los mitos de fecundidad. Pero eso no fue del todo cierto como lo demostró el estudio de Juan Friede, Los quimbayas bajo la dominación española, donde se dejaba constancia de la práctica desaparición de los miembros de esta cultura en sus intentos de defenderse de la dominación y la consecutiva poca integración que tuvo su artesanía con el resto de la nueva cultura que se forjaba en América. Sin embargo, en la actualidad es posible contemplar y conocer el grado de genialidad que alcanzaron los artesanos quimbayas. También fueron notables en el arte de la confección de mantas, a partir de la recolección del algodón silvestre que se producía en su región y que fue una de sus actividades principales.


Bandeja quimbaya con diseño antropomorfo. El adorno que orna esta fuente de cerámica está resuelto de manera sugestiva y original aprovechando la propia forma ovalada del objeto y el sutil cromatismo geométrico que lo orna. Presumiblemente, este tipo de vasijas pudo haber sido destinada a usos ceremoniales y reservadas exclusivamente a los Jerarcas religiosos que oficiaban el rito. 

Los instrumentos musicales, como los adornos y objetos para el consumo de coca y las herramientas de los quimbayas eran de un refinamiento caracterizado por el uso de la tumbaga, una aleación de cobre y oro. Esta permitía que los objetos tuvieran una superficie de tono rosáceo brillante. Abundaban representaciones de calabazas, totumas y mujeres, tomadas como símbolos de fertilidad. Según las creencias aborígenes, la aleación del oro y el cobre combinaba respectivamente los elementos masculinos y femeninos, lo que además del acabado, confería atributos espirituales y sagrados a las piezas artesanales. El proceso que utilizaron fue el de la fundición a la cera perdida, técnica que se revela especialmente en las cuentas de collar con forma de rostro humano. Las cuentas eran diseñadas primero en un molde de arcilla y carbón vegetal molido, que recubrían con cera de abejas y en los que luego vertían el metal fundido. Una vez solidificado, rompían el molde y pulían las cuentas con arena y piedra muy finas. El alto grado de sofisticación de los orfebres quimbayas los ubicó en un lugar destacado dentro de sus comunidades, como seres superiores o divinos por su talento, llegando a denominarlos “señores del fuego”. Dominaban las técnicas de repujado y martillado. En la creación de piezas martilladas llegaban a obtener láminas finísimas que calentaban a continuación para que recuperasen su ductilidad, y continuaban el proceso trabajando alternativamente sobre las caras internas y externas de la pieza. Los alfareros también tuvieron un destacado protagonismo. Los quimbayas incineraban a sus muertos y recurrían a urnas cinerarias de cerámica con forma de mujeres en el momento de dar a luz, por la creencia de que la incineración era como someter al muerto a una nueva vida.

Las figuras de la artesanía quimbaya dan cuenta de los afeites, las pinturas, los peinados que usaban, al igual que de las deformaciones intencionadas de sus extremidades y el característico limado que aplicaban a sus dientes. Buscaban así trasmitir mensajes simbólicos a partir de sus cuerpos, y de todo esto dan cuenta las famosas figuras quimbayas. La técnica empleada para elaborar la pieza era el enrollado y modelado, que complementaban con pintura e incisiones. También empleaban piedras lisas para pulir las superficies, y una vez pulidas las cocinaban en fogatas para el acabado final.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La cultura Nariño-Carchi

El nombre doble que recibe esta cultura es debido, en parte, a que se desenvolvió en una zona que comprende el departamento de Nariño, en el extremo sur de Colombia, y la provincia de Carchi, al norte del Ecuador. Esta división meramente territorial ha dificultado las investigaciones y por esta misma razón escasea todavía una documentación más amplia sobre una cultura muy rica que se desarrolló en esta región aproximadamente desde el siglo VIII d.C. y que se caracterizó por ser una sociedad de mercaderes, agricultores y pastores. Los hallazgos de hasta tres tipos diferentes de cerámica, estrechamente vinculadas entre sí, se han encontrado a lo ancho de toda esta región, por lo que han recibido, a su vez, las denominaciones de Capulí o Negativo del Carchi, Tuncahuán del Norte o Piartal, y Tuza o Cuasmal, extendiéndose en un período que va desde el 750 a.C. al 1500 d.C.

⇦ Discos de oro con rostro felino (Museo del Oro, Bogotá). Pertenecientes a la antigua cultura de Nariño, estos abalorios de oro repujado revelan el estilo elaborado de sus orfebres y el elevado conocimiento de las técnicas del metal con que se trabajaron las dos piezas. De manera supersticiosa se creía que, adornándose con los atributos de un animal, el portador adoptaría las capacidades sensoriales de éste. 



Hay que destacar la variedad de su trabajo artesanal, especialmente las esculturas antropomorfas, entre las que sobresalen las figuras de hombres en banquillos, mujeres y guerreros con sombreros alados. Por lo general suelen ser alargadas, sin una correspondencia exacta con la anatomía humana, y se caracterizan por su actitud hierática, inmutable, que las diferencia del resto de la herencia escultórica ecuatoriana. Solían representar escenas domésticas y en muchos casos las estatuas de hombres evidencian, por los carrillos abultados, que están mascando hojas de coca, por lo que reciben el nombre de “coqueras”. Los utensilios de cerámica tienen cuencos profundos sobre una base baja y suelen estar decorados por el interior. Destacan las compoteras y las ollas con pequeñas asas. Con frecuencia estos utensilios imitan la forma de los animales de la región, especialmente los felinos. También hay que destacar los llamados “platos del Carchi”, expoliados de manera indiscriminada de los ajuares funerarios que los integrantes de esta cultura solían depositar en pozos cilindricos de un metro de diámetro. En estos ajuares también se incluían máscaras y otros utensilios de la vida diaria.

⇦ Coquero o masticador de coca (Museo de Cerámica, Bogotá). En esta figura antropomórfica típica de la cultura de Nariño queda patente el efecto lisérgico de la planta en el rostro representado. Pintado con marcas rituales en la cara y con los ojos muy abiertos, el hombre parece estar sufriendo un estado de alteración de la conciencia.



En la cultura Negativo del Carchi destaca el acabado en pintura negativa. Recibe este nombre porque los ornamentos en las piezas contrastan fuertemente con el fondo de color rojizo en tanto que los márgenes tienen color negro. Las formas habituales eran compoteras con pedestal y base anular, bandejas lenticulares, ollas, vasijas y las notables ocarinas que no sólo imitaban la forma de un caracol marino sino que reproducían un sonido muy parecido. La pintura negativa del Negativo del Carchi, que es frecuente en el resto de culturas precolombinas del Ecuador, y la técnica metalúrgica del dorado por fusión muestran los nexos que la arqueología de esta zona mantenía con las culturas de los Andes centrales. El procedimiento de la pintura negativa consistía en cubrir los diseños con una capa de arcilla, previamente diluida en agua, y luego se sumergía la pieza en el pigmento negro. Posteriormente se quitaba la arcilla y se obtenía un lustre por medio de resinas vegetales. Los motivos más comunes eran cruces, círculos y rombos, distribuidos en sucesiones armoniosas, además de figuras de personas, aves y animales.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte de los tairona

Lo que hoy se conoce como el arte de la cerámica de los tairona pertenece a una época más bien cercana a los años previos a la conquista, aunque sus orígenes se remontan a unos mil años antes. Los tairona estaban asentados en la parte septentrional del actual departamento de Magdalena, en la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia, abarcando una amplia región que iba desde la costa atlántica hasta el macizo montañoso separado de los Andes que la conforma. No sólo destacaron por su cerámica, sino por sus trabajos en orfebrería, tallado de piedra y, de acuerdo a las investigaciones más recientes, en la arquitectura. Se han localizado rastros de caminos enlosados, albercas, alcantarillados, aljibes y amplias terrazas de cultivo, lo que indica el avance de su horticultura, que se centraba en el cultivo de la batata, el maíz, la yuca y el algodón. Se han llegado a distinguir hasta tres tipos de construcción a base de piedras redondas, lajas delgadas y estructuras en forma anillada. Fue el descubrimiento, en 1976, de un complejo arquitectónico a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar lo que reveló el grado de sofisticación de la cultura tairona. Conocida como la Ciudad Perdida, este complejo estaba compuesto por decenas de terrazas, una de las cuales llega a cubrir novecientos metros cuadrados. Estaban sostenidas por muros de piedra y contenían capas de tierra fértil abastecidas por un sistema de irrigación de canales y zanjas. Se estima que este complejo data de unos mil trescientos años a.C. y revela una concepción integradora y de respeto frente al medio ambiente.

Recipiente anular con figura antropomorfa (Museo del Oro, Bogotá). Procedente de la civilización tairona que pobló la zona de Magdalena, este objeto doméstico de cerámica negra tenía un uso ceremonial evidente por la connotación fálica del pedúnculo que sobresale del cuenco, ya que en los rituales de la cultura tairona se oficiaban orgías homosexuales. 

Figura antropomorfa tairona (Museo del Oro, Bogotá). El personaje masculino representado lleva una máscara ritual de la que sobresalen las fauces de un animal, dos aves sobre la cabeza y un elaCulturas de los /\ndc~ 215 borado y ostentosos atavío que probablemente denota la importancia de su rango social. En las manos sostiene un objeto ceremonial con el que se frota el órgano sexual. 

⇐ Silbato con figura antropomorfa. En la cultura tairona se utilizaban algunos instrumentos musicales como complemento de la liturgia ceremonial, generalmente cuernos, caracolas, silbatos y ocarinas. Este silbato de cerámica con decoración incisiva presenta la imagen de un chamán, considerada la máxima autoridad religiosa de la sociedad tairona. Los chamanes desempeñaban el rol de curandero, de recitador de las leyendas, de maestros de ceremonias de los bailes y de cantores de las fiestas sagradas. En sus actuaciones públicas, el chamán siempre aparecía oculto tras una máscara zoomorfa y coronado con plumas o atributos animales, y se les representaba habitualmente de pie como ostentación de su poder social, tal y como ha sido modelado en este silbato. 



La alfarería de los tairona, de tanta calidad como la de los quimbayas, tenía una amplia gama de motivos, tanto figuras antropomórficas como zoomórficas, que aplicaban a urnas, rodillos y ánforas. Su cerámica se distingue por tres variedades de color: rojizo, negro y habano o crema. En las vasijas y urnas de color rojizo destacan la técnica de incisión de puntos y la impresión ungular. Además de estos detalles, añadían rostros humanos que colocaban en la parte superior de las piezas. Esta cerámica se trabajaba con técnica de espiral y en formas globulares, subglobulares y cilindricas. Utilizaban como materia prima el desengrasante de arena fina y mica, que recubrían con engobe fuertemente cargado de hierro. La cerámica negra solía tener un uso ceremonial, por lo que abundan copas, vasos de cuello alargado, vasijas globulares, alcuzas y silbatos. Tenían incisiones como decoración, pero lo más destacado son las representaciones humanas -adornadas con coronas, máscaras e insignias- y las cabezas pareadas de animales. Recipientes tetrápodes, jarras y vasos cilindricos, decorados con líneas incisas que forman rejillas, eran asimismo propias de la cerámica de tonos crema o habano. En los usos ceremoniales tenían un protagonismo especial las representaciones de jaguares y serpientes, así como figuras fálicas, ya que los tairona practicaban la homosexualidad en sus rituales.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El poderoso centro ceremonial de Tumaco-Tolita

A lo largo de la costa del Pacífico, entre las regiones fronterizas de Colombia y Ecuador, se desarrolló la cultura tumaco-tolita. Esta zona caracterizada por vastas llanuras, islotes y manglares con una infinidad de laberínticos canales y estuarios navegables, estuvo poblada entre los años 700 a.C. hasta el 350 d.C. por pescadores y agricultores que también se dedicaron a la orfebrería. Revelaron una gran capacidad de adaptación: recuperaron de las mareas zonas de cultivo a través de zanjas y diques, y su arquitectura, a base de palafitos, les permitía protegerse de las inundaciones características de esta región, debida sobre todo a las torrenciales lluvias de la Corriente del Niño. Además, supieron obtener de los ríos el oro y el platino con el que trabajaron sus finos adornos rituales. La denominación tolita proviene de sus enterramientos, o tolas, que estaban demarcados por montículos de tierra. Este era un privilegio destinado a los caciques, que eran enterrados con sus bienes, por lo que las tolas, que también se hallan a lo largo de la costa sur ecuatoriana, han sido magníficas fuentes de documentación arqueológica por la riqueza de sus contenidos. Algunas tolas contenían ollas superpuestas que adoptaban forma de columna y que reciben el nombre de timburas. También se encontraron en abundancia figura de cerámica con formas humanas que representaban a hombres decapitados y a hombres con máscaras de animales, como jaguares y pumas. Estos últimos eran probablemente chamanes que con esas máscaras representaban el poder y la fuerza masculinos propios del arte de la cacería y de la guerra. Estas figuras, de un gran realismo y adornadas con orejeras y narigueras, estaban pintadas, aunque mucha de su pigmentación se ha perdido por las condiciones climáticas de la región. La abundante presencia de tolas y de tales figuras de cerámica revela que poseían complejos rituales y que la región era un lugar de alta significación religiosa dirigida por chamanes. Sin embargo, la vida cotidiana también formaba parte de la cerámica de la cultura tumaco-tolita, y se tenía muy presente la enfermedad, el erotismo, la maternidad y la vejez.


Mariposa, pieza quiroptiforme de orfebrería de Tumaco-Tolita. Esta cultura se caracteriza por la calidad de su orfebrería. Elaborada en oro o tumbaga, de la que destacan las máscaras y los pectorales. Las piezas con motivos zoomorfos permiten constatar un minucioso trabajo artesanal, así como una originalidad propia de su intensa vida ceremonial. 

Pareja fornicando (Museo de Cerámica, Bogotá). Esta pieza de cerámica de la cultura tumaco representa un acoplamiento sexual como expresión plástica del culto a la fecundidad. Presuntamente se empleaba como fetiche simbólico para potenciar la virilidad. En el arte de las sociedades preincaicas, el acto sexual se mostraba sin tapujos y de manera natural, en todas las posturas imaginables en escenas orgiásticas o a dúo con miembros de indistinto sexo, o como mera exhibición exagerada de los genitales masculinos. 

Estatuilla antropomórfica (Museo de Arqueología del Banco Popular, Bogotá). Con el tiempo, el arte figurativo de la alfarería de Tumaco pasaría de las representaciones litúrgicas, del mundo mágico y de la creación de objetos destinados a los ritos ceremoniales, a una concepción más amable y realista, como se constata en esta estatuilla de engobe rojizo y con unos rasgos humanos muy marcados y prototípicos. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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