Punto al Arte: 02 El Barroco en España
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La Venus del espejo


La Venus del espejo o Venus y Cupido es una de las obras más famosas y singulares de Velázquez, no tanto por su indiscutible calidad técnica sino por el tema representado: una Venus desnuda, tema insólito en la pintura española de la época. De hecho, es la única obra conservada del pintor sevillano en la que aparece un desnudo femenino integral, aunque, según los inventarios redactados aún en vida del artista, realizó otros dos más.

Como muchas obras mitológicas de la época, el modelado del cuerpo ha hecho pensar en una inspiración en la escultura clásica, particularmente parece evidente su relación con el Hermafrodita, cuya actitud reproduce. Pero también mantiene numerosas referencias a la pintura veneciana, sobre todo de Tintoretto, Tiziano y Giorgione, y a la obra de Rubens e incluso de Miguel Ángel.

En este lienzo, de compleja interpretación, el sevillano coloca a una mujer vista de espaldas de belleza palpable y misterioso encanto, de carne y hueso. Queda reflejado su admirable habilidad para representar la anatomía.

Da la sensación de que el artista hubiese sorprendido a Venus mientras Cupido sostiene el espejo en el que se refleja el rostro de la belleza, aunque en realidad lo que deberíamos ver sería el cuerpo de la diosa tendida sobre un manto oscuro. La cara de la modelo resulta real e irreal al mismo tiempo, probablemente el rostro se difumina intencionadamente para esconder su identidad por temor a la Iglesia, pues este tipo de escenas estaban completamente prohibidas.


Resalta el contraste entre el paño gris azulado, sobre el que está tendida la joven, y el color blanco, al igual que el cortinaje rojo, que a su vez da gran carga erótica al asunto. La inclinación del espejo imposibilita que se muestre el rostro, ya que está fuera del cuadro.

Existen discusiones en cuanto a la fecha de realización del lienzo, aunque la mayoría de las opiniones coinciden en que pertenece a la época de su segundo viaje a Italia. De todas formas, la obra apareció nombrada en un inventario de 1651 como propiedad del Marqués del Carpio y de Heliche, primer propietario documentado de la obra, y por tanto en cualquier caso su fecha no puede ser anterior a 1651.

Además, el cuadro representa un tema que en España estaba perseguido por la Inquisición, en cambio en Italia este tipo de escenas eran frecuentes, sólo hace falta recordar, entre otras, las Venus de Giorgione o la de Tiziano.

Su pertenencia a dicho Marqués, gran amante de la obra de Velázquez y de las mujeres, ha suscitado la opinión de que pueda representar a su esposa o a una de sus amantes. Quizás para despistar, el pintor colocó el rostro del espejo difuminado para así reflejar inciertamente la dama que el marqués amaba. En cambio, las últimas investigaciones han dado a la luz que la figura femenina corresponde al retrato de la amante de Velázquez, tal vez la pintora Flaminia Triva.

Hasta La maja desnuda de Francisco de Gaya no se volverá a retomar la temática del desnudo femenino con tanta magnificencia.

Realizada quizás en Roma, este óleo sobre lienzo, de 122,5 x 175 cm, se puede admirar en todo su esplendor en la National Gallery de Londres, a pesar de que en 1914 recibiera siete puñaladas que apenas sí se notan actualmente.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La última época

La entrega y boda de la princesa se celebra en la isla de los Faisanes, en el Bidasoa, en la frontera entre Francia y España.  Diego Velázquez, como Aposentador Mayor, ha de ocuparse del arreglo de la parte española, entre otros menesteres, así como de la preparación de los alojamientos de Felipe IV y sus acompañantes en las etapas del viaje de ida y vuelta. Y al regresar a Madrid le esperan las cuentas de los gastos del viaje. Estas fatigas, asimismo acompañadas de alguna infección, provocan una enfermedad. Palomino escribe: "Comenzó a sentir grandes angustias y fatigas en el estómago y el corazón.", y, al tener noticias de la gravedad del caso, el rey mandó para confortar a su pintor a don Alfonso Pérez de Guzmán el Bueno, arzobispo de Tiro y patriarca de las Indias.

⇦ Busto de Felipe IV de Velázquez (Kunsthistorisches Museum, Viena). De este famoso cuadro existen otras versiones en el Museo del Prado, en Bilbao y en Ginebra, de las cuales se diferencia por el collar del Toisón de Oro, que aquéllas no poseen. La autenticidad de este retrato se basa en que fue el propio rey quien lo envió a Leopoldo Guillermo de Austria. Velázquez captó la blancura rosácea de la tez, el rubio cabello, el aire blando, resignado y digno del monarca, y trató estos rasgos con una técnica casi impresionista, contrastándolos patéticamente sobre el fondo. 



Tras la administración de los Sacramentos y otorgar poderes para testar en su nombre a su amigo el grefier del Alcázar, Gaspar de Fuensalida, Diego Velázquez falleció el día 6 de agosto de 1660, a los 62 años de edad aproximadamente.

Su amante esposa, Juana, hija de Pacheco, sólo le sobrevivió ocho días.

La lección de Velázquez es recogida por los dos grandes pintores con que concluye el Siglo de Oro de la pintura española: Juan Carreña de Miranda y Claudio Coello, que en su Sagrada Forma de El Escorial se alza casi a la altura de su modelo. Quien mejor asimiló la técnica "protoimpresionista" de Velázquez fue su yerno Juan Bautista del Mazo, pero le faltaba la seguridad de dibujo y su composición, cuidadísima: el ruso Alpatov ha demostrado que en la de Las Meninas fue empleada constantemente la "regla de oro" o "divina proporción" del matemático italiano Luca Pacioli. Por eso, los cuadros de Mazo, tan semejantes de factura a los de su suegro, suelen ser menos firmes. Y el mejor, La familia del pintor (hacia 1659; Kunsthistorisches Museum, Viena), permite ver, en su fondo, en un gran aposento iluminado por una gran ventana alta, a Velázquez trabajando en el último retrato de la infanta Margarita.

Príncipe Felipe Próspero de Velázquez (Kunsthistorisches Museum, Viena). Realizado en 1659 cuando el niño, que habría de morir a los cuatro, contaba sólo dos años. Cuelgan del traje numerosos amuletos que no consiguieron conjurar el mal que había de segar su destino. El rostro dulce e inteligente resalta dramáticamente contra el fondo negro de la estancia, en la que sólo el perrillo pone una nota alegre. 

La carrera de Velázquez, ni muy larga ni demasiado abundante en obras (se le atribuyen con certeza poco más de un centenar de cuadros), es trascendental en la historia del arte: puede decirse que desde sus pinturas sevillanas de 1620 a las madrileñas de la década de 1650-1660 recorre una distancia de varios siglos: la que va de Caravaggio a los impresionistas. De los claroscuros entrecortados de aquél pasó a la atmósfera luminosa, vibrante, de éstos, a una luz que inunda sus cuadros y que parece la misma del espacio real. De aquellos bodegones inmóviles pasa a la más atrevida expresión del movimiento en la rueda y manos de Las Hilanderas.

De la pesadez estatuaria pasa a un arte en que todo es visual, con exactitud de pupila. De una técnica espesa y lisa, como la de Pacheco, pasa a la mayor libertad de pincel, a sus "manchas distantes", a su "manera inacabada".

Él basa los valores alegóricos, simbólicos o ejemplares que su época exige a las artes en una ejecución de tan rara sencillez, que hoy puede conducir a errar sobre ellos y creer que no son más que "pintura-pintura", algo que se basta y justifica por su misma existencia artística, sin necesidad de referencias externas.

La familia del pintor de Juan Bautista Mazo (Kunsthistorisches Museum, Viena). Cuadro pintado por el yerno de Velásquez, que fue, además, discípulo del gran maestro y su continuador. Sin embargo, la obra de este artista no alcanza sus niveles de calidad ni en el dibujo ni en la composición. Aquí se puede ver a Velázquez pintando en el fondo de la escena. 

En el fondo, esa facilidad aparente oculta un hondo misterio: y esas transparentes Meninas constituye el cuadro más extraño del mundo. Él baraja, en fin, las categorías de los preceptistas, hace bodegones que son cuadros sacros, retratos que son composiciones, paisajes que son historias ... Él lleva el retrato a un callejón sin salida de perfección técnica y de negación de su propia esencia. Y tanta es la exactitud del dibujo y color que se reconoce al momento lo más importante, esa expresión que Velázquez no se propone acentuar, ese misterio del alma al que no parece asomarse.

Pintor en apariencia fácil, es, como no ignoran los pintores y los estudiosos, el más difícilmente explicable; y de su biografía, burocráticamente establecida sin género de duda, y de su vida tranquila y fácil, de hombre respetuoso, obediente, flemático y "normal", no podría deducirse la exigencia y novedad de un arte que, aparentando respetar temas y fórmulas, se aparta por completo de todo lo anterior.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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