Como otros términos aplicados a
definir un período determinado de la historia del arte o el lenguaje artístico
de un grupo o escuela artística de cualquier período, el de postimpresionismo es tan vago y amplio
como pueda serlo el del mismo impresionismo, el del realismo o el del
romanticismo, y así ocurre con cualquier otro de tantos "ismos" que
se aplican a la periodización de la historia de la cultura o del arte. Pero
junto al de postimpresionismo se suele emplear también el término neoimpresionismo, identificando ambas
denominaciones con un solo movimiento o lenguaje, el de la corriente
reestructuralista surgida de la crisis del impresionismo y como respuesta a
éste, es decir, toda la pintura luminista posterior a dicha crisis y en la que
entrarían pintores tan dispares como Seurat, Cézanne, Van Gogh, Gauguin e incluso el mismo Toulouse-Lautrec,
por citar sólo a los más significativos.
El tocador de Henri de Toulouse-Lautrec
(Musée d'Orsay, París). |
Sin embargo, parte de la crítica
y algunos historiadores del arte actuales han aislado los dos términos para
designar dos corrientes distintas y posteriores al impresionismo, cada una de
ellas con carácter propio y también con representantes singulares. Así, serían
neoimpresionistas Seurat y Signac y algún otro artista que, como Pissarro o Gauguin, empleó su lenguaje durante cierto tiempo; y postimpresionistas
serían Cézanne, Van Gogh, el Gauguin avanzado, Toulouse-Lautrec, etc., cada uno
de ellos, como es evidente, con un lenguaje y un espíritu peculiares.
Como quiera que se les denomine y
encasille, todos estos artistas, con muchos otros, tuvieron en común el
responder al impresionismo con diversas propuestas de lenguaje, pero teniendo
siempre como base la primacía del hombre, que volvía a recuperar el lugar de
donde, según ellos, había sido expulsado. No se trata del hombre como tema,
sino del hombre que piensa y siente, que no es sólo, o casi exclusivamente, una
retina presta a captar y fijar sobre el lienzo las sensaciones producidas por
la luz proyectada sobre los objetos y su movimiento en el espacio, sino el que
da privilegio a la mente o al espíritu en su relación con lo natural o a ambos
a la vez.
Port-en Bassin de Georges Seurat (Musée d'Orsay, París). Seurat perteneció a la escuela puntillista, y no sólo fue el iniciador, sino también su más interesante figura. Fascinado por la afirmación de Charles Blanc de que "el color, sometido a reglas seguras, puede enseñarse como la música", construye toda una teoría de precisión casi matemática. Esta obra es fruto de tales teorías. Para los puntillistas es la retina del espectador la que acaba de configurar la obra de arte.
Si admitimos estos matices,
¿dónde estribaría la diferencia entre el postimpresionismo y el
neoimpresionismo? El primero tendría un doble propósito; por un lado, el
retorno a una concepción más formal del arte, más racionalista y objetiva,
intelectual, como es el caso de Cézanne; por otro, una acentuación en la
importancia del tema, y sería más subjetiva e irracional, emotiva y apasionada,
tal como la obra de Van Gogh y, en muchos casos, la de Gauguin, aunque en éste
invadida por una potente carga de significados simbólicos.
Por el contrario, el
neoimpresionismo basaría su lenguaje en un dominio absoluto de los medios
mecánicos del quehacer pictórico, basado en un control rígido de las leyes de
la óptica, y en el que no hay resquicio alguno por donde pueda pasar ni un
mínimo elemento subjetivo, ni acción liberada por el sentimiento o por la
pasión. Éste sería el caso, sobre todo, de Seurat, quien llamaría divisionismo a la base teórica de esta
corriente y puntillismo al sistema
técnico de su ejecución.
⇦ Vaso con tulipanes de Paul Cézanne. En esta naturaleza muerta compuesta por un bello Jarrón de flores y unas frutas sobre la mesa, Cézanne muestra su forma de actuar ante una obra de arte. Como el decía: "Hay que rehacer a Poussin al representar la naturaleza a través del cilindro, la esfera y el cono, todo ello puesto en perspectiva".
De estos lenguajes el primero en
hacer su aparición fue el neoimpresionismo de Seurat, en el marco de la
exposición de Artistas Independientes, en 1884, donde el pintor expuso sus Bañistas. Dos años más tarde se consagró
definitivamente en la octava y última exposición impresionista, donde Seurat,
que acudió a ésta invitado por Pissarro, expuso su Grande Jatte. Sobre este lienzo quedaron plasmadas fielmente las
teorías sobre el divisionismo, llevando el instinto del impresionismo al plano
de la pura razón científica y el empirismo de sus descubrimientos a la
sistematización de su aplicación.
Se consumaba así la rebelión de
los más jóvenes. Algunos años más tarde, en De
Delacroix al neoimpresionismo, Seurat explicaba con claridad las
intenciones del divisionismo: "Dividir es asegurarse todos los beneficios
de la luminosidad, de la coloración y de la armonía; primero, por la mezcla
óptica de pigmentos puros (todas las tintas del prisma y todos sus tonos); en
segundo lugar, por la separación de los diversos elementos (color local, color
de iluminación y sus reacciones); en tercer término, por el equilibrio de estos
elementos y sus proporciones según las leyes del contraste, de la degradación y
de la irradiación; y en último lugar, por la elección de un toque proporcionado
a la dimensión del cuadro" ...
Asno de Henri de Toulouse-Lautrec (Museo Toulouse-Lautrec, Albi). La fuerza del trazo y las pinceladas enérgicas hacen de esta pintura una obra maestra. El protagonista es un asno, cosa impensable en los círculos academicistas que promovían en exclusiva la representación de obras con temas históricos, religiosos o mitológicos.
Según esto, la solución de Seurat
radicaba en una organización pictórica del cuadro mediante la cual se alcanzaba
una síntesis de la pintura con bases científicas y a través de un completo y
organizado inventario de la representación coloreada. Para Seurat lo único que
contaba era el lienzo y las características espaciales las únicas que se debían
considerar. Así, el resultado espacial era plano, sometido a las dos
dimensiones del cuadro, y la luz, estrictamente pictórica, uniforme y difusa,
sustituía a la luz natural, que en el cuadro impresionista reinaba plenamente.
La victoria sobre éste parecía que se había consumado y lo provisional e
incierto del impresionismo aparecía sujeto a la disciplina del intelecto y de
las leyes científicas. A la objetividad se la había despojado de sus elementos
impuros.
También el postimpresionismo
nació de la crisis del impresionismo. Con Cézanne, Van Gogh, Gauguin y Toulouse-Lautrec
se sustituyó la fugaz sensación de éste por la solidez formal y la pura
adhesión naturalista por la expresión acentuada del motivo interior,
introduciendo en la pintura moderna una dimensión emocional que carecía de
precedentes.
Las arenas de Vincent Van Gogh. (Museo de I'Ermitage, San Petersburgo) En esta pintura Van Gogh representa un numeroso grupo con gran maestría, colocando en un primer plano un grupo de dos niños, uno de ellos de espaldas al espectador. A la derecha, otro personaje en primer plano acerca al grupo de mujeres que más destaca de la composición. Al fondo aparece la gran masa de personas. En este cuadro no se aprecia la pincelada nerviosa típica del genio holandés.
Sin embargo, el camino de cada
uno de ellos fue siempre distinto. Liquidando lo quimérico y lo literario de la
pintura, como también lo intentaron Courbet
y los impresionistas, Cézanne superó lo provisional de éstos con una pintura
definitiva, concreta y sólida. Y preservando del impresionismo sólo el uso del
puro color, que le servía exclusivamente para modelar el espacio pictórico y
reemplazar el dominio de la luz, que se convertía en forma junto al color
absorbida por los objetos, Cézanne se esforzará por otorgarle una estructura
arquitectónica basada en planos fuertemente consolidados a través de un
análisis racional de la realidad. Con ello consiguió construir algo firme y
consistente allí donde el impresionismo había originado efectos fugaces y
efímeros. El resultado fue un mundo independiente, certero, una forma como
totalidad absoluta de representación, realidad en sí misma, que, sin
concesiones a lo visible, llegará a la creación de un mundo pictórico
enteramente imaginado. Poesía de la mirada y poesía de la sensación.
Sincero y autodestructivo,
siempre en un estado de extrema tensión, en el que algunos quisieron ver
locura, con una percepción supersensible, Van Gogh mostró otro rostro de este
postimpresionismo. Será el espíritu de lo dionisíaco en un supremo paroxismo de
color y de luz dramática, que dejará entrever los estados anímicos del pintor
holandés. Su pintura, de asombrosa lucidez, fue embriaguez de color convertida
en conmovedora visión de su realidad interior.
Van Gogh pintando girasoles de Paul Gauguin (Museo Van Gogh, Amsterdam). Van Gogh invitó a Gauguin a Arlés para fundar un Atelier du Midi, pero la relación de los dos artistas fue bastante accidentada y no llegaron a cabo el proyecto. Esta obra muestra uno de los momentos de entendimiento entre ambos: al tiempo que posaba, Van Gogh pintaba una de sus obras más conocidas, Los girasoles.
También Gauguin superó el
impresionismo, negando lo perentorio y fugaz de éste, para establecer un
lenguaje formal más consistente y llegar a una síntesis plástica a través de
ese indeterminado sintetismo técnico. Pintor en crisis, Gauguin estuvo siempre
enfrentado a un destino sin encontrar nunca una respuesta segura. ¿De dónde
venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos? Mito de la evasión, ahora no romántica,
encontró entre los aborígenes polinésicos, y en contacto con su alma primitiva,
la naturaleza no contaminada que anduvo buscando durante años, pero no su calma
espiritual.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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