Punto al Arte

Pintura mural del Templo de la Agricultura



El llamado Templo de la Agricultura de Teotihuacán, fue uno de los primeros edificios en que se descubrieron pinturas murales, que fueron halladas en 1884 por el arqueólogo mexicano Leopoldo Batres y que son conocidas por una copia de la época, ya que desaparecieron por completo.



Las pinturas, pertenecientes seguramente al principio de la época puesto no sólo se expresó en los edificios, sino también en las esculturas y en la cerámica.

El estilo pictórico teotihuacano tiene un carácter muy especial, pues es siempre de un complicado simbolismo pero conserva, al mismo tiempo, un aspecto realista en el dibujo de los elementos, aun cuando se representan ideas abstractas. En una de ellas, la más curiosa por su complejidad Interpretativa y la más conocida, es la que muestra a hombres y mujeres acudiendo con sus ofrendas ante dos posibles dioses, simbolizados por esquemáticas figuras de gran tamaño situadas a ambos extremos. Su apariencia humana se ha simplificado hasta quedar reducidas a puros bloques geométricos. Sería interesante saber sin duda quiénes son las divinas abstracciones que adoran los oficiantes, aunque sin poderlo afirmar con total seguridad pueden asociarse a Tláloc, en especial por sus grandes ojos circulares.

Al pie de estas formas estilizadas se van depositado las ofrendas de tortas, semillas, jade, plumas, etc., y entre estas estatuas, tres grupos desiguales de figuras humanas marcan los planos del espacio en una concepción de la perspectiva como la de la pintura egipcia. Además, la similitud con el mundo egipcio es evidente al estar todas las figuras representadas de perfil.

Los diferentes personajes del centro de la composición aparecen en diferentes posturas, andando, de pie o bien de rodillas o sentados al modo de los indígenas y casi desnudos. Las figuras llevan más ofrendas. Un hombre sacrifica un ave, otro llega con una vasija llena de frutas, y hay quienes traen plumas de quetzal y bolitas de hule adornadas con plumas. De las bocas de algunas de dichas figuras salen volutas ornamentadas que indican palabras o canto, referencia al mismo acto de orar.

Unas visten tocados, mientras que otras están ataviadas de ricas vestiduras y sombreros en forma de animales. Sobresalen dos personajes de blanco, más cercanos a los simulacros de las divinidades, que deben ser de rango sacerdotal. El de la izquierda quizás sea una mujer porque lleva suelta la cabellera y lleva el huípil, o camisa sin mangas, indumentaria todavía existente. El otro sacerdote, evidentemente es masculino y cubre su cabeza con un bonete blanco y negro y su túnica va ceñida como enaguas. Nada revela en esta pintura violencia, agitación o desorden. No se hacen sacrificios cruentos, más bien las ofrendas son de un pueblo agricultor, que va a rendir culto a sus divinidades.

Lamentablemente, la destrucción humana y el paso del tiempo, hicieron que estos extraordinarios murales llenos de colorido y simbolismo se perdiesen definitivamente y sólo existan las reproducciones en tamaño natural exhibidas en el Museo Nacional de Antropología de México.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La Piedra del Sol



Los aztecas eran unos grandes artistas. Las pocas esculturas que se conservan de esta civilización son prueba de ello.



Una de las piezas conservadas más importantes es la Piedra Calendario, llamada también Piedra del Sol de Tenochtitlán, originalmente situada en el circuito del templo principal. Tallada en basalto en el siglo xv, quizás en el XVI, es un resumen de las creencias cosmológicas aztecas. El disco solar reproduce la cara del dios del Sol, Tonatiuh, rodeado también por los numerosos signos y números incorporados, que significan la unidad de lugar y tiempo.

Para los aztecas, el año se dividía en 18 meses de 20 días, con los que, agregando cinco días complementarios, componían el año de 365 días. Pero además conocían otros ciclos más amplios. El ciclo de Venus tenía 584 días y existía el de 4 años solares, el de 52 años y el de 104. Cada día del mes tenía su signo propio, su número de 1 a 13, y se colocaba bajo la advocación de uno de los nueve señores de la noche. Los meses se designaban con un nombre que correspondía al de la fiesta de su último día. Cada mes tenía sus atribuciones y divinidades protectoras y, naturalmente, sus sacrificios peculiares.

Los aztecas creían que en el pasado habían existido cuatro soles, cada uno de los cuales había sido destruido a la vez que una raza humana contemporánea. La era presente es la del Quinto Sol, Tonatiuh, al cual hay que ofrecer sangre humana para fortalecerlo en su viaje diario. El rostro de este Sol, que saca la lengua, aparece en el círculo interior, con garras a su lado sosteniendo corazones humanos, que evocan el sacrificio, la necesidad de alimentar al Sol.

Dentro de un círculo más grande, en unos paneles cuadrados laterales están las fechas de las cuatro destrucciones del mundo. Las otras representaciones circulares muestran símbolos relacionados con el Sol, conservador del mundo, que son los veinte signos de los días, los rayos del Sol y las dos serpientes de fuego.

En la parte superior del filete exterior se halla cincelada la fecha “13 Caña” en que nació el Sol actual, el quinto. El círculo central completo, junto con las volutas y los cuadrados que lo rodean, forma un glifo que da la fecha “4 Terremoto”, el día futuro en que Tonatiuh debe morir y la manera de su aniquilamiento. El estrecho filete circular que rodea las garras y las cuatro fechas, contiene los veinte jeroglíficos que significan los días del calendario azteca. En otro de los círculos, cuarenta signos más aluden a los quincunces, es decir a los meses que tenía cada año sagrado mexica. El filete siguiente lleva añadidos ocho rayos solares en forma de V, mientras que el exterior consiste en dos grandes serpientes de fuego que se enfrentan en la parte baja del disco, que son las encargadas de transportar al Sol en su diario viaje. De hecho, el anillo de veinte signos de días y la circunferencia exterior de dos serpientes celestiales (Xiuhcóat) significan el tiempo y el espacio.

Originariamente, esta escultura se hallaba pintada con todo primor. Un examen cuidadoso ha revelado vestigios hundidos de pigmentos que han hecho posible restaurar por completo su aspecto original. Mantiene muchas semejanzas con la Piedra de Tízoc, cuyos lados estaban adornados con representaciones de las conquistas de los primeros gobernantes aztecas, mientras que la parte superior estaba ocupada por la imagen del Sol. Pero a diferencia de la Piedra del Calendario tiene en el centro de la parte superior una perforación semicircular de la que parte una ranura. Ello demuestra que pudo tener una función de sacrificio, recogiendo de este modo la sangre de las víctimas. Una función semejante se atribuye al relieve más grande, la Piedra del Sol, sin que se encuentren en ella la perforación o la ranura.

Aunque tradicionalmente se ha interpretado esta estela únicamente como calendario, también se pretende ver en ella la metáfora de la estructura urbana centralizadora de la capital azteca. En este sentido, se puede observar una correponden-cia entre los cuatro ejes de los rayos solares y las cuatro calzadas de acceso a Tenochtitlán, así como un paralelismo entre el rostro de Tonatiuh como parte central del relieve y el centro ceremonial de la ciudad. Del mismo modo, el esquema compositivo basado en círculos concéntricos pondría de manifiesto el poder político expansivo que ejerció la gran urbe mexica sobre las demás poblaciones de su imperio.

Este monolito de unas 20 toneladas y 3,6 metros de diámetro, dedicado al dios del Sol y adornado con signos de los días y de las edades del mundo, se conserva en el Museo Nacional de Antropología de México.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Mictlan, la ciudad de los muertos



Los zapotecas tuvieron un nuevo centro cultural en Mitla o Mictlan, la nueva ciudad sagrada construida en el fondo del valle de Oaxaca. Mictlan fue un lugar rodeado de mitos y leyendas, pues la misma palabra significa lugar de descanso, de beatitud o de muerte, en definitiva hace referencia al fin bajo los palacios del rey se encontraban cámaras sepulcrales. Estas cámaras presentan tumbas más evolucionas que las del Monte Albán, ganan en espacio y, sobre todo, mantienen un rico trabajo decorativo, relieves geométricos a base de la utilización del mosaico, pequeñas piedras perfectamente encajadas.



Sus ruinas llamaron la atención tanto por ser estructuras de grandes piedras, que ofrecían novedosos sistemas de distribución de espacios, como también por el peculiar estilo decorativo.

De entre todos, el monumento mejor conservado es el conocido como el edificio de las Columnas, por ser el único palacio que tiene estos elementos estructurales. De hecho, la utilización de estas piezas monolíticas es uno de los aspectos que más sorprende del complejo, pues era algo desusado en la arquitectura mexicana antigua.

La peculiar disposición de este recinto concede una importancia primordial a una amplia y alargada antesala que conduce directamente a las salas de la parte posterior, cerradas en torno a un patio. Pero lo más característico son las elegantes columnas, que contribuían a sostener el techo de la antesala. Posiblemente, esta era la habitación del sumo sacerdote, una estancia para ceremonias que él solo podía practicar.

La segunda sorpresa en Mictlan es la decoración de las paredes a base de maravillosos mosaicos. Tanto los muros exteriores como los interiores, incluso en salas cuya iluminación debía ser muy escasa, se decoran con piedras formando composiciones minuciosamente estudiadas. Las piedras de fachada y de las salas principales interiores han sido excavadas para dejar espacios vacíos, donde se han colocado miles de bloques finamente tallados, que ajustan perfectamente y componen más de treinta combinaciones de dibujos geométricos. Son larguísimos paneles que presentan el mismo motivo geométrico pero de variadas formas, tipos de grecas escalonadas, triángulos, meandros, zigzag, etc.

Por su técnica, el revestimiento que cubre la mayor parte de los muros interiores, pasillos, cámaras y patios, son dignos de admiración. Este sistema decorativo es una de las creaciones más originales del arte antiguo, que no existe en ninguna otra parte del mundo y que han dado fama mundial a Mictlan.

Debió costar un trabajo inmenso tallar cerca de un millón de piedras para dichos mosaicos utilizando toscas herramientas; puede afirmarse, no obstante, que el resultado obtenido es digno del esfuerzo que costó. Mictlan representa así la culminación de las nuevas tendencias arquitectónicas, tanto por la característica distribución de sus edificios como por la extraordinaria decoración que exhiben.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Los hallazgos de El Zapotal

Las excavaciones realizadas durante la segunda mitad del siglo XX en El Zapotal, enclave situado a escasos kilómetros al oeste de Laguna de Alvarado, en el estado de Veracruz, nos muestran numerosos vestigios del período clásico en esta zona de Mesoamérica. Aparte de las figurillas sonrientes a las que ya hemos hecho mención, destaca el hallazgo de un fascinante santuario dedicado al dios de los muertos, Mictlantecuhtli, que aparece modelado en barro sin cocer, sentado en un increíble trono. Asimismo, en el tocado que luce la figura del dios vemos esculpidos cráneos y cabezas de lagartos. 

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo Nacional de Antropología de México

Dirección: 
Avenida Paseo de la Reforma, Calzada Gandhi, s.n. P
arque de Chapultepec, Ciudad de México. 
Tel: (+52) 5286 5195. 
http://www.inah.gob.mx/es/red-de-museos/265-museo-nacional-de-antropologia

Jardines del Museo Nacional de Antropología de México. 

Sin lugar a dudas, se trata de la joya museográfica de Ciudad de México, y uno de los destinos fundamentales de todo estudioso del arte precolombino. El origen de este museo tradicionalmente se suele vincular con el doble descubrimiento que, en. 1790, tuvo lugar en la ciudad: la escultura de Coatlicue, la diosa de la tierra, y el de la famosa Piedra del Sol, conocida como Calendario Azteca. A partir de aquí, fue naciendo la conciencia del pasado del país y de la necesidad de venerarlo y preservarlo. Finalmente, en 1825 esto se plasmó cuando se decretó el nacimiento del Museo Nacional, que con todo, en aquellos primeros momentos, siguió dentro del conjunto de la universidad. 
Brasero de barro con cuatro soportes en forma semiesférica 
decorados con incisiones. 

A partir de esta fecha, el museo fue cambiando de lugar y recibiendo multitud de donaciones de todo tipo, tanto de piezas arqueológicas precolombinas como pinturas e imaginería coloniales, hasta carruajes, monedas, fósiles o animales disecados. Esta riqueza de variedad de fondos llevó que, con el tiempo, se desmembraran en partes, con el objetivo de darles un lugar específico a cada una de las diferentes disciplinas. Así, en 1910, apareció el primer Museo Natural de México, y en 1940, el Museo Nacional de Historia, quedando por otra parte en una sola colección la parte dedicada a arqueología y etnografía, base del futuro Museo Nacional de Antropología de México.
Vasija trípode policromada cuyos soportes son cabezas de 
águila estilizadas. 

Tras pasar por varios sitios, finalmente halló su sede definitiva en un edificio encargado en 1963 al arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez quien, en un tiempo récord, construyó el nuevo museo. Así, el 17 de septiembre de 1964 pudo ser inaugurado por el presidente de entonces, Adolfo López Mateas. El nuevo museo llama la atención por su enorme espacio, con un gran patio central en torno al cual se disponen las diferentes salas de exposición. Situadas en dos niveles, en la planta baja se presentan las colecciones de arqueología, mientras que en la superior se puede disfrutar de la sección etnográfica. 

En la parte dedicada a arqueología, se sigue un orden cronológico desde la sala de los orígenes -con la recreación del hallazgo del Mamut de Santa Isabel lztapa-, para dar paso a las cuatro principales etapas que tuvieron lugar en el Altiplano Central Mexicano -sala del preclásico; sala de Teotihuacán; sala tolteca, dedicada a la ciudad fundada por Quetzalcóatl; y la sala mexica, de la etapa posclásica, que es la de mayores dimensiones, con importantes muestras escultóricas, y donde destaca en su centro la Piedra del Sol-. En el ala sur, las salas están dedicadas a las otras regiones de Mesoamérica: Oaxaca, Culturas del Golfo de México y los Mayas. 

En la parte sobre etnografía, hay salas centradas en los Pueblos Indios, el Gran Nayar y los Otopames, así como a los Purépechas o a la sierra norte de Puebla. 

Una sala aparte es la que estudia los nahuas, pueblo que no se presentó en el plan museográfico de 1964, pero que fue introducido posteriormente, puesto que su presencia es la de mayor peso en la configuración del México actual.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat 

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