Punto al Arte

Yacimiento de Los Millares

Dirección:
El Yacimiento de Los Millares se halla a 17 kilómetros de Almería (España).

Acceso:
Por carretera, se accede desde Benahadux por la A-348 desviándose en el cruce de Santa Fe y tomando la antigua N-324 hasta llegar a la Venta de Los Millares. Allí se encuentra el centro de recepción de visitantes.

Web:

Vista parcial del yacimiento de Los Millares, en Santa Fe de Modújar (Aimería).

El Ayuntamiento de Santa Fe de Mondújar, en un convenio suscrito con la Delegación Provincial de la Consejería de Cultura de Andalucía, se ha propuesto colaborar en la difusión del yacimiento arqueológico de Los Millares. Como primera consecuencia de dicho acuerdo se preparó por parte de la Delegación de Cultura a un grupo de jóvenes de Santa Fe para que en calidad de voluntariado cultural se encargara de atender a las visitas y de guiarlas por el yacimiento. Desde entonces son más de 2.000 las personas que han visitado Los Millares.

En el año 1891, durante los trabajos de apertura de las trincheras para el trazado del ferrocarril Almería-Linares, se descubrió de forma casual una serie de sepulturas prehistóricas ubicadas en el municipio de Santa Fe de Mondújar, a 17 kilómetros de Almería.
Ajuar funerario encontrado en el 
yacimiento de Los Millares (Aimería).

Se trataba de un poblado neolítico, elevado a 270 metros sobre una estratégica meseta en forma de espolón entre el Río Andarax y la Rambla de Huéchar, que data de aproximadamente 3000 a.C.

Según las excavaciones realizadas hasta el momento, la mayor cantidad de viviendas se encontraba próxima a la Hnea perimetral marcada por las cuatro líneas de murallas que existían. Se trataba de edificios de planta circular, con un diámetro comprendido entre los cuatro y siete metros.

Destaca la certidumbre sobre la presencia de una metalurgia del cobre bastante avanzada. La actividad se llevaba a cabo en  hornos poco complejos, emplazados en huecos cavados en el suelo de algunas viviendas, rodeados de un pequeño y simple muro de piedras selladas con barro.

Entre las principales particularidades de Los Millares, es imprescindible destacar su impactante necrópolis. La mayor parte de las tumbas que la componen está construida con un techo de piedra en forma de cúpula y una estructura interna constituida por un atrio o recibidor dividido por lozas de pizarra y una cámara circular de un diámetro que oscila entre los tres y cuatro metros, revestida también por zócalos de pizarra. Los preciados objetos de los ajuares descubiertos en su interior (ídolos de hueso o piedra decorada, platos y recipientes de cerámica con delicadas grabaciones, utensilios domésticos de metal o sílex pertenecientes al difunto) han posibilitado una idea bastante aproximada de las creencias religiosas y las condiciones sociales que poseían sus propietarios.

Este tipo de tumbas recibe el nombre de tholoi, y se encuentra también difundida en territorios griegos. Su singularidad radica, sobre todo, en la construcción y naturaleza de las falsas cúpulas que forman el techo. La técnica para su construcción consiste en la superposición de lajas de piedra a partir de los muros de la tumba, de forma que cada piedra superior sobresalga de la inferior curvándose hasta cerrar por completo el espacio. Finalmente toda la estructura se cubre con un tú­ mulo de tierra que posibilita su consistencia y actúa como contrapeso.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira

Dirección:
Santillana del Mar (Cantabria).
39330 España.
Teléfono: 942 818 815 -942 818 005.
Fax: 942 840 157.
Correo Electrónico: informacion@maltamira.mcu.es

El Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira se encuentra situado a 2 km del núcleo urbano de $antillana del Mar.
Reconstrucción de la cueva de Altamira en el Centro de Investigación de Altamira.
Vista exterior del Museo Nacional y
Centro de Investigación de Altamira

El descubrimiento de Altamira supuso un revulsivo para los criterios generales que se asumían respecto al grado cultural del hombre paleolítico. Si bien en ocasiones se ha discutido sobre su inclusión en la historia del arte, siendo objeto de acalorados debates, en la actualidad no se duda en calificarlas de verdaderas obras de arte, comparables a las más bellas piezas de los museos. Las cuevas de Altamira pudieron visitarse durante mucho tiempo, pero cuando se hizo evidente que se estaban deteriorando las pinturas rupestres de una forma preocupante, se tomó la decisión de cerrarlas a las visitas. Ése es el origen de Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, que no sólo alberga las obras sino que impulsa su investigación.

A pesar de que las cuevas de Altamira están cerradas al público es posible visitar las pinturas rupestres en este museo con la misma impresión de realidad que si estuviera en el interior de las cuevas originales. Esto es lo que permite la Neocueva, una imponente sala de exposiciones que reproduce al milímetro, hasta el más mínimo detalle, las cuevas que descubrieran Marcelino Sanz de Sautuola y su hija a finales del siglo XIX. De este modo, un recorrido por la Neocueva descubre no sólo las famosas pinturas rupestres sino diversos e interesantes aspectos relacionados con las excavaciones arqueológicas que han permitido poner al descubierto las pinturas. Obviamente, el elemento central de la visita es la "Sala de pinturas", en la que aparecen las réplicas -cuesta dilucidar que es una copia si no es porque se sabe dónde se está- de las magníficas pinturas rupestres de Altamira.

Asimismo, el Museo se completa con una exposición permanente que alberga importantes objetos del Paleolítico Superior y con el parque paleolítico de Altamira, que corresponde a los alrededores del Museo, cuya flora se ha "reconstruido" para evocar a la que existiría en aquellos tiempos paleolíticos.

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las cuevas de Altamira

Las cuevas de Altamira

Las cuevas de Altamira, en las inmediaciones de Santillana del Mar, en Cantabria, son el ejemplo más rico y completo de arte de la era magdaleniense de que dispone la humanidad, así como uno de los ciclos pictóricos más importantes de toda la prehistoria. Por ello, se las conoce también con el sobrenombre “La Capilla Sixtina del arte cuaternario”.

Fueron descubiertas en 1868 por un cazador, Modesto Cubillas, quien, persiguiendo a su perro, topó con la entrada. No obstante, éstas no fueron exploradas y estudiadas en profundidad hasta algunos años más tarde, por Marcelino Sanz de Sautuola. Este reputado intelectual santanderino, aficionado a la paleontología, visitó siete años más tarde las cuevas, sin duda a raíz de informaciones facilitadas por el mismo Cubillas, quien trabajaba en su finca. En esta primera ocasión, Sanz de Sautuola apenas consiguió distinguir ciertos motivos abstractos a los que no otorgó mayor importancia. En 1879, durante un recorrido por las cuevas con la intención de recoger muestras de huesos y sílex, su hija María descubrió las representaciones de bisontes escondidas entre las rocas del techo.

Bisonte pintado en la cueva de Altamira (Cantabria). Esta imagen pintada en la oscuridad de la cueva puede ser un resumen en el que quedan recogidos el pensamiento, los deseos y los temores de los seres humanos a través de los siglos. Data de hace más de 15.000 años.
Sanz de Sautuola publicó, en 1880, un librito en el que se sostenía el origen prehistórico de las pinturas descubiertas, e incluía copias de los dibujos allí observados. Su causa fue sostenida por Juan de Vilanova, catedrático de Geología de la Universidad de Madrid.

Sin embargo, ambos morirían sin ver reconocidas sus teorías, pues la publicación del libro de Sanz Sautuola suscitó airadas críticas por parte de la gran mayoría de estudiosos del arte de la prehistoria, que consideraban al propio Sanz de Sautuola como autor de las pinturas de Altamira y, en consecuencia, a las obras como burdas falsificaciones.

Émile Cartailhac, gran erudito especialista en arte prehistórico, fue una de las voces que se alzaron en contra de las teorías de Sanz de Sautuola, hasta el descubrimiento de las cuevas francesas de La Mouthe (1896) y Font-de-Gaume (1901), entre otras. La aparición de estas grutas, en las que había dibujos y grabados semejantes a los de Altamira, ayudó a que variara el juicio emitido tanto por los entendidos en la materia como por la opinión pública. En 1902 salieron a la luz dos publicaciones, el catálogo del Abate Breuil y un artículo del propio Cartailhac, en el que reconocía su error. Hugo Obermeier retomó las investigaciones de Breuil, dando lugar a la publicación de una monografía, en 1935. Estos textos confirmaron la autenticidad de las pinturas, reconociéndolas como obras de arte genuinas del Paleolítico.

Conjunto de figuras policromadas del techo de la sala de entrada a la cueva de Altamira (Cantabria), segúh la reproducción que se halla en el Museo Arqueológico de Madrid. Esta fue la primera gruta decorada que se descubrió y sigue siendo aún la más espléndida. Su techo mide 18 m de largo por unos 9 de ancho y su altura era sólo de 2 m. Cada una de sus protuberancias rocosas tiene pintado un bisonte y el conjunto da la impresión de un impetuoso rebaño a los pies de la gran corza policroma de más de dos metros de longitud que, en el extremo opuesto a la entrada, vuelve la cabeza hacia ésta.
Las cuevas de Altamira cuentan con grutas de unos 270 metros de longitud. De estructura irregular, se componen de una galería principal o vestíbulo, a partir del cual se organizan varios espacios paralelos. La galería es una zona de grandes dimensiones en la que penetra la luz del sol, y donde se cree habitó el hombre desde épocas remotas. Este espacio fue abandonado en el magdaleniense medio, al derrumbarse una parte de la bóveda, y en él se han hallado artefactos prehistóricos muy interesantes, tales como objetos de piedra, asta o hueso.

Ésta da paso a la sala en la que se encuentran las magníficas pinturas descubiertas por la hija de Sanz de Sautuola, la llamada “Gran Sala de los Polícromos", así como a otros espacios y corredores en los que también están presentes manifestaciones artísticas, como la denominada “Sala de la Hoya" o la 'Cola de Caballo". En ella hay representaciones de animales, pintadas en negro o grabadas, además de otros trazos y signos geométricos. Sin embargo, la fuerza expresiva de las pinturas de Altamira se concentra en las plasmaciones presentes en la sala grande.

Bisontes de la cueva de Altamira (Cantabria). Todos los bisontes representados en la cueva adoptan distintas posiciones: unos se encuentran de pie y en reposo, otros se hallan echados o volviendo la cabeza, simulando su propio mugir. Los colores utilizados son el rojo, el casta- ño y el negro, aunque existen también algunos pintados sólo en negro. En la imagen se encuentra, asf mismo, la voluntad por reflejar la sensación de movimiento y perspectiva: los cuernos, extraordinariamente bien dibujados, revelan un cierto sentido frontal.
La capa de rocas que separa la sala grande del exterior es relativamente fina, hecho que dificulta su conservación. Por ello, se ha procedido a la colocación de contrafuertes y de puntales.

Este espacio central, cuyo techo originariamente descendía desde los dos metros a tan sólo uno en la parte más baja, fue modificado para la correcta visualización de sus pinturas, para lo que se practicó un rebajamiento del suelo. Se encuentra cerca de la entrada, a unos 30 metros aproximadamente, y presenta una superficie decorada de unos 162 m2 (18 metros de largo por 9 metros de ancho).

Cabe decir que las pinturas que cubren el cuerpo central de la cúpula de la sala grande fueron fechadas por los investigadores Larning y Leroi-Gurhan, con la ayuda del carbono 14, entre 15.000 y 12.000 años de antigüedad. Por consiguiente, y como ya se había apuntado antes, las pinturas de Altamira son pertenecientes al período Magdaleniense III. No obstante, comparten el mismo espacio con algunos elementos procedentes de otras épocas. En las zonas de menos altura, son todavía observables ciertos vestigios de estilo auriñaciense-perigordiense; así como algunos trazos rojizos, caballos del mismo color y manos humanas contorneadas, todo ello de época solutrense y por tanto anterior a las representaciones magdalenienses.

Los bisontes de Altamira (Cantabria). Los animales -unos 38- han sido dibujados siempre vistos de lado. En este ejemplo se puede percibir el interés por la observación detallada del animal. Aquí el artista ha querido reflejar con todo detalle el pelo del bisonte aplicando trazos cortos y rítmicos. Es notable la voluntad por crear una cierta perspectiva, gracias a la colocación determinada de la parte trasera de las patas del animal: una detrás de la otra.
Los dibujos de Altamira representan animales relacionados con la caza del momento, sobre todo bisontes, aunque también están presentes ciervos, jabalíes, caballos, etc. Las técnicas usadas para la confección de estas decoraciones combinan la pintura (aplicada con un rudimentario pincel, con las manos o bien soplando) y el grabado, mediante la utilización de pedernal. Así, el conjunto de la "Gran Sala de los Polícromos", está formado por más de 70 grabados sobre la piedra de la bóveda, aparte de prácticamente 100 figuras pintadas.

Las decoraciones pictóricas de esta cueva cántabra se realizaron con pigmentos extraídos de la naturaleza. De hecho, se cree que los materiales usados pudieron ser obtenidos en el interior de la misma caverna. La gama de colores, bastante reducida aunque de mucha fuerza y durabilidad, consiste bá­sicamente en tonalidades ocre rojo sangre y parduzco, para el interior de las figuras. Además, se usó un óxido de manganeso, que servía para realizar el perfilado en negro, siempre presente en estas pinturas para delimitar los espacios pictóricos.

Las pinturas y grabados de Altamira dan fe de la gran destreza y la capacidad expresiva de unos pueblos dedicados básicamente a la caza y la recolección. A menudo se ha afirmado que este tipo de representaciones tenía tan sólo un carácter pragmá­tico, de invocación para la cacería, teoría que pierde fuerza si tenemos en cuenta la propia idiosincrasia de las figuras, entre las que no aparece plasmado ningún cazador, animal agónico ni arma alguna. Tampoco se trata de un tipo de obras simplemente ornamentales o decorativas, sino de elementos relacionados con los ritos, ideados por un líder espiritual del grupo, y de carácter colectivo y social. A través de ellas se expresaba la manera que tenía éste de entender el mundo, de relacionarse con el entorno y de interactuar con él.
Cabeza de bisonte, en Altamira (Cantabria). Pintada en negro, se localiza en la parte central izquierda de la "Gran Sala de los Polícromos" de esta cueva. Como puede observarse, es el contorno de la figura de un bisonte lo que aparece representado. Son múltiples las formas con las que han sido plasmados los animales en esta sala. Al parecer las figuras pintadas en rojo fueron las primeras; posteriormente, se les añadieron varias pinturas negras, las figuras con policromía y finalmente figuras en negro.
Poseen detalles que sorprenden por su habilidad, como el hecho de que se valieran de los salientes de las rocas para componer los volúmenes de los cuerpos de los animales que debían representarse. Ello es particularmente apreciable en el grupo de los bisontes encogidos, de la "Gran Sala de los Polícromos", así como el rostro existente en la sala conocida como "Cola de Caballo".

De entre los animales representados en la "Gran Sala de los Polícromos", hay que destacar la figura de una cierva roja, situada en el extremo izquierdo de la bóveda. Ésta sobresale por sus grandes dimensiones (algo más de 2 metros), así como por su emplazamiento. Está colocada en un espacio periférico, aislada del resto, entre las múltiples representaciones de bisontes que caracterizan el espacio. Su cuerpo, bícromo, combina un color rojizo con un tono ocre. Sin lugar a dudas, dada su situación y su tratamiento, esta pintura ocupaba un lugar destacable en el conjunto.

Otra de las figuras que puede remarcarse en este espacio es el bisonte enfurecido, ocupando un espacio cercano al de la cierva. Su cuello y cabeza, levantados para mugir, le diferencian del grupo, distinción que se ve agudizada debido a las deformaciones expresivas a las que se sometió su cuerpo, cuyo perí­metro hubo que acoplar al relieve de la bóveda. Las tonalidades usadas para dar color a esta figura son también especiales, ya que se hallan entre las más oscuras de todo el espacio.
Caballo en negro, pintura de las cuevas de Altamira (Cantabria). Figura contorneada en negro. En las pinturas y los grabados de Altamira no aparece plasmado ningún cazador, ni una animal agonizante, ni tampoco un arma, por Los orígenes del arte 109 lo que el propósito de las representaciones sólo serfan una mera invocación a la cacería; a través de ellas se expresaba la manera del artista y del hombre del paleolítico de entender el mundo y relacionarse con él.
Finalmente, la presencia de los bisontes recostados termina de imprimir el carácter de las pinturas de esta "Gran Sala de los Polícromos". Sus cuerpos, sin movimiento -tal vez descansando, tal vez pariendo- se acoplan completamente a los salientes de la bóveda, resultando un bellísimo espectáculo de ingenio y agudeza aplicados al arte.

Las cuevas de Altamira, abiertas al público en 1917, fueron declaradas Monumento Nacional en 1924. Sin embargo, sus pinturas fueron degradándose, por lo que se decidió cerrarlas a los visitantes. Paralelamente, en el año 2001 fue inaugurado el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, que contenía una réplica exacta de la bóveda de la "Gran Sala de los Polícromos".

Fuente: Texto extraído de Historia del Arte. Editorial Salvat

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