La plenitud de la pintura en
Holanda se inició cronológicamente con el reconocimiento de su independencia
nacional en 1609 y manifestó, a partir de entonces, las características típicas
del realismo nórdico. Se diría que es a través de los pintores holandeses del
siglo XVII cuando se expresan los caracteres nacionales de este pueblo: el amor
por la propia tierra y por la propia casa, la abominación de toda exaltación
áulica y pomposa, la adhesión a los principios del puritanismo protestante y de
la democracia burguesa.
El "retrato" de Holanda
que legaron estos pintores resulta sorprendente como un caso nuevo. Jamás
pueblo alguno había emprendido nunca, de manera tan entusiasta y exclusiva, la
representación del mundo visible. Se trata de un arte sin protección oficial,
sin temática autoritaria ni religiosa, que se ve obligado a servir los gustos
populares.
⇦ El alegre bebedor de Frans Hals (Rijksmuseum, Amsterdam). Una de las obras más justamente famosas por la espontaneidad de su pincelada, casi impresionista, se la ha considerado como uno de los grandes hallazgos de la historia de la pintura. Capta además el movimiento, la vitalidad simpática del personaje, cosa que constituye una de las preocupaciones fundamentales de los artistas barrocos. No es de extrañar, vista esta obra, que Manet declarase su admiración por el maestro de Haarlem.
El espíritu del arte holandés se
manifestó muy originalmente en un género nuevo que no puede recibir otro nombre
que el de "retrato colectivo". Se trata de las llamadas doelen stukken, donde aparecen temas
tales como la entrega del mando o de la bandera a los capitanes de las tropas
organizadas para luchar contra el invasor, o las comilonas con que los
oficiales de estas tropas celebraban sus éxitos militares. Una de las doelen stukken más antiguas es la grandiosa Compañía
del capitán Jacobsz Rosenkranz, pintada todavía en el siglo XVI, en 1588,
por Comelis Ketel, hoy en el Rijksmuseum de Amsterdam.
El retrato individual y el grupo
familiar tuvieron también en la pintura de este período una importancia muy
considerable que hay que relacionar, sin duda, con la mentalidad burguesa, y
fueron también la especialidad de uno de los mayores pintores que ha producido
Holanda. Este extraordinario genio, llamado Frans Hals,
nació en 1580 y vivió casi toda su vida en Haarlem. Aprendió a pintar en el
taller de Karel van Mander y murió en 1666. Frans Hals estaba entonces recluido
en el pulcro asilo para ancianos, edificio que hoy alberga el Frans Hals Museum o Museo Municipal en
el que se conservan gran cantidad de pinturas suyas.
Regentes del Hospicio de Ancianos de Frans Hals (Frans Hals Museum, Haarlem). El artista tenía ochenta y cuatro años cuando pintó estos personajes del hospicio donde estaba recluido. En plena moda de una pintura que representa grupos y cofradías, que parecen resumir con ello la tenaz lucha de la burguesía contra el absolutismo, Frans Hals convierte la típica escena de género en un penetrante retrato colectivo. Los regentes, pintados esencialmente en blanco y negro, parecen tener todos idéntica importancia. A la vitalidad de sus primeras obras le sucede aquí la profundidad y la reflexión.
Todo lo que el arte holandés del
siglo XV tenía de genuinamente autóctono se reconoce en las obras de Frans
Hals; su humor nórdico, su satisfacción por la vida, estaban ya en los retratos
de donantes y aun de santas personas que pintaron los sucesores de los Van Eyck. Su cuadro del Risueño caballero,
de la Colección
Wallace, de Londres, no es el único caso en que se esfuerza
en exhibir la sanidad del buen humor. Los personajes que pintó casi siempre
sonríen, incluso cuando posan" en serio". Lo único que no percibe
Frans Hals es la nostalgia brumosa que les transportaría a la mística
intelectual, característica de los Países Bajos. Para conocer bien a Frans Hals
hay que visitar los Museos de Haarlem, de Amsterdam y de La Haya: en ellos se
le ve en toda su fuerza genial, pintando los retratos colectivos de las
patrullas militares y los grupos de síndicos de gremios.
Sin embargo, el mayor genio
pictórico que la escuela holandesa ha proporcionado a la humanidad es Rembrandt,
al que se dedica con carácter monográfico unas páginas de este mismo volumen.
Aquí sólo se hará una rápida mención de sus discípulos más importantes.
Centinela de Carel Fabritius (Staatliches Museum, Schwerin). El artista ha invertido el claroscuro de los pintores barrocos, destacando al personaje sobre un muro blanco iluminado por el sol.
Quizás el más original de todos
los artistas influidos por Rembrandt fue Carel Fabritius (1622-1654). El
claroscuro procedente de Rembrandt fue transformado por Fabritius en una
inversión del principio interpretativo: así el Centinela, de Schwerin, es un soldado que se destaca contra un muro
blanco sobre el que cae un rayo de sol, y su célebre Jilguero, del Mauritshuis de La Haya, aparece también sobre un muro
claro con un frescor que parece presentir el Impresionismo.
Pero la corriente más interesante
surgida del rembrandtismo es el llamado intimismo holandés. Con él se entrará
en el interior de la casa y se participará en la intimidad de la familia. Se ha tratado
de entender la predilección de los pintores holandeses del siglo XVII por la
vida doméstica a causa de la Reforma, que descartó los símbolos y emblemas
religiosos y obligó al artista a concentrarse en el hombre, en su casa y en el
país.
Fiesta en una taberna de Jan Steen (Musée du Louvre, París). La temática de este cuadro fue la preferida de Steen, la de la vida alegre y divertida de personajes populares en ambientes tabernarios.
Gerard Dou (1613-1675) pintó
ambientes tranquilos y serenos. Fue maestro de Gabriel Metsu (16291667),
caracterizado por un estilo más florido y límpido, que ilumina sus escenas
pintadas con gran ternura: Almuerzo de
dos enamorados (Dresde), Mercado de
hierbas en Amsterdam (Louvre), Oficial
recibiendo a una dama (Louvre). Nicolaes Maes (1634-1693) es famoso por sus
interiores artesanos. Adriaen van Ostade (1610-1685) se caracteriza por el
sabor redo con que transmite la vida oscura y laboriosa de los campesinos, que
puede apreciarse en su Interior de una
cabaña (Louvre), sus Campesinos en
una taberna (Dresde) y su Baile de
campesinos (Munich).
Jan Steen
(1626-1679) se dedicó a pintar escenas de embriaguez, riñas y reuniones
disolutas, como los escritores más destacados de novelas picarescas, el género
literario más en boga en los Países Bajos. Steen lo traduce a la pintura en la Fiesta de San Nicolás, la Dama enferma, Después de la orgía (que figuran en el Rijksmuseum de Amsterdam), La cocina (Museo de Bruselas) y la
Fiesta en una taberna (en el Louvre).
Congreso de la paz de Münster de 1648 de Gerard Ter Borch (National Gallery, Londres). Reunido el 15 de mayo de ese año para poner fin a la guerra de los Treinta Años, este congreso multitudinario fue inmortalizado por Borch.
Gerard
Ter Borch (1617-1681) representa un tono social muy distinto. Sus
personajes son refinados y parecen pertenecer a altas esferas de la burguesía holandesa.
Ter Borch viajó por Inglaterra, Francia, España (donde pintó el retrato de
Felipe IV) y quizás Italia. Su gran cuadro histórico Congreso de la paz de Münster de 1648, hoy en Londres, en el que
figuran los retratos de ochenta y seis personajes, atestigua además su
presencia en Alemania al final de la guerra de los Treinta Años.
Establecido de nuevo en Holanda,
en Deventer, desplegó su talento pintando cuadros como la Lección de música (Louvre), el Billete
(La Haya), el Concierto íntimo
(Berlín), la Reprimenda paternal
(Amsterdam), etc. Algunas de estas pacatas escenas quizá no sean otra cosa que
"visitas galantes" realizadas por viajeros o militares a señoritas de
fácil acceso; pero siempre se trata de personajes bien trajeados, en su casa,
siempre con fondos lisos y pocos muebles. Lo más extraordinario de estos
espacios serenos y llenos de silencio son las sedas que visten las muchachas
holandesas, tejidos de un brillo alucinante.
Jugadores de cartas de Pieter de Hooch (Musée du Louvre, París). El artista supo representar con maestría u nos interiores aristocráticos, en donde se desenvuelven unos personajes ociosos y elegantes, como es el caso de esta pintura que corresponde al la última etapa de su vida.
Pieter
de Hooch (1629-1683) es el pintor que, con mayor profundidad, tenía que
glosar esta vida patriarcal de los holandeses. Nacido en Rotterdam, vivió en
Delft -en contacto con Vermeer- de 1655 a 1665. Los interiores domésticos como el Armario ropero y la Despensa (ambas en Amsterdam), la Alcoba (Karlsruhe), la Madre
con el niño (Berlín) y la Muchacha
mondando manzanas (Colección Wallace, Londres), alternan con exteriores
igualmente intimistas como Muchacha y
niña en un patio (National Gallery, Londres). A veces, en esas escenas
domésticas -y con ello aporta una fecunda novedad-, la luz procede de los
últimos planos del cuadro.
Entonces el fondo toma una
vivacidad imprevista, actúa como un nimbo resplandeciente sobre las imágenes de
primer término, y conduce al pintor a intentar el efecto de contraluz,
anticipándose notablemente a su época. Al final de su vida, el éxito le condujo
a pintar la sociedad elegante y un tanto convencional. Este último período lo
representan los Jugadores de cartas
(Louvre) y los Bebedores (National
Gallery, Londres).
Vista de Dordrecht de Jan van Goyen (Musée du Louvre, París). Esta obra fue pintada en 1643 por el llamado "poeta de las amplias soledades". El inmenso cielo lo domina todo hasta extenderse sobre tres cuartas partes de la tela, con sus nubes tenues y evanescentes, con su atrevida vivacidad atmosférica. Rechazando la composición barroca en diagonal de su época, Van Goyen buscó en la horizontal esa sensación del espacio infinito. Sus marinas, puertos y paisajes fueron elaborados cuidadosamente, en el interior de su estudio con una solemnidad casi religiosa.
El "retrato" de Holanda
que han legado los holandeses del siglo XVII se completa con la evocación de su
paisaje. Fue en ella, y en aquella época, donde el paisaje alcanzó su verdadera
independencia como género pictórico. Esto se hizo posible cuando el antiguo
fondo paisajístico de los cuadros fue aumentando en interés, hasta el punto de
retener toda la atención del artista y de eliminar el asunto. Esta evolución se
efectuó lentamente y su solución ya fue intuida, en Flandes y en pleno siglo
XVI, por PieterBrueghel el Viejo. Y la falta de ideales sublimes a la que se ha aludido se
manifiesta también en sus paisajes donde lo único grandioso es el cielo.
En Holanda, y en la primera mitad
del siglo XVII, pintores como Abraham Bloemaert o el animalista Roelant Savery,
demuestran tener una visión del paisaje completamente nueva. Con Jan van Goyen
(1596-1656) este género entra en su fase de madurez y representa el primer paso
para traducir en emoción humana el sentimiento oculto que hay en la naturaleza. La
pintura de Van Goyen es de una entonación neutra, incolora; el cielo ocupa más
de tres cuartos de sus cuadros, cubierto de nubes tenues y ligeras, como vemos
en su Vista de Leiden (Pinacoteca de
Munich), sus paisajes conservados en Dresde, su Vista de Dordrecht y los otros tres paisajes del Museo del Louvre.
Paisaje de invierno con nieve de Jacob van Ruysdael (Rijksmuseum, Amsterdam). Esta composición parece un canto a la grandeza de las cosas humildes. La vasta llanura nevada que se extiende en el horizonte confiere al paisaje holandés esa majestad sencilla que lo caracteriza. Aquí, además, aparece un protagonista impresionante: el caserío, extrañamente iluminado contra un cielo cuyas nubes se transforman continuamente ante los ojos y componen un paisaje vaporoso e inquietante. La gama cromática y su cuidada elaboración a base de veladuras consiguen unir todos los elementos, dándoles un profundo sentido dramático.
Los dos pintores que alcanzaron
mayor perfección en esta temática de la pintura en Holanda fueron Jacob van Ruysdael (1629-1682) y Meindert Hobbema (1638-1709). Jacob van Ruysdael vivió
la primera parte de su existencia en Haarlem, desde donde recogió amorosamente
todos los aspectos del paisaje holandés; desde las llanuras cenagosas a los
campos de trigo resplandecientes, desde los temporales durísimos hasta los
paisajes inquietantes, en los que aún se respira un instante de esperanza ante
la amenaza de la
tormenta. En 1657 se estableció en Amsterdam y sus paisajes
se hicieron cada vez más subjetivos, más líricos. El momento preferido por
Ruysdael era la luz invernal o la de los días borrascosos de verano. La
tristeza cósmica que inunda sus paisajes parece reflejar el terror ancestral de
los holandeses ante las tempestades que tantas veces han borrado la línea de su
costa y han asolado sus tierras. Él fue quien creó el cielo arquitectónico, con
sus columnas de nubes y sus volutas componiendo una red vaporosa y errante. Así
son el Bosque (Viena), el Pantano (San Petersburgo), el Paisaje de invierno con nieve y el
formidable Molino en Wijk (ambos en
Amsterdam), la Arboleda (Louvre) y el Cementerio judío (Dresde), en el que
se inspiró Goethe para escribir su artículo "Ruysdael, poeta".
La avenida de Midelharnis de Meindert Hobbema (National Gallery, Londres). Su estilo era minucioso hasta la exageración. tste es el cuadro más famoso de Hobbema, quien, al igual que su amigo y maestro Ruysdael, murió en la pobreza y el olvido.
Meindert Hobbema, amigo y
probablemente discípulo de Ruysdael, murió pobre y olvidado como él. Realista
exacerbado, trabajó con una precisión analítica los primeros planos, sin que la
minuciosidad del detalle perjudicase el efecto de conjunto. Otros pintores
mezclan al paisaje temas que no son propiamente paisajísticos (animales o
figuras humanas a las que se concede un interés narrativo). Se trata de un
subgénero pictórico que ha recibido el nombre de "paisaje anecdótico",
en cuya nómina figuran Paulus Potter (1625-1654) con, sobre todo, su obra El toro (La Haya); Albert Cuyp
(1620-1691) y su Salida a paseo y Paseo (ambas en el Louvre), y Philips
Wouwerman (1619-1668), especializado en la pintura de caballos, como se puede
ver en la Batalla (Louvre) y Caballo blanco (Amsterdam).
Afines a los paisajistas son los
artistas que forman el grupo de los pintores de marinas. Los representantes más
característicos de este género fueron: Jan van de Cappelle (1624-1679), cuyas
visiones del mar captan los efectos de luz sobre las aguas; Ludolf Backhuysen
(1631-1708), pintor de los días borrascosos; Willem van de Velde el Viejo
(1611-1693) y su hijo Willem van de Velde el Joven (1633-1707), que en
ocasiones representó temas bélicos como en el Cañonazo (Amsterdam), que se ha convertido en una de las obras más
famosas de la pintura holandesa.
|
Una galeota inglesa de
Willem van de Velde el
Joven. El estruendo del
tema bélico turba la
atmósfera de tonalidades
claras y la serena espiritualidad
tan característica en
las marinas de este pintor.
El mar se cubre de una
suave luz plateada como si
se protegiera de la inhumana
profanación. |
Finalmente, hay que mencionar a
los pintores de bodegones -Abraham van Beijeren, Willem Claesz Heda, Willem Kalf-, que, a diferencia de los temas de"naturaleza muerta" a la
flamenca, representaban naranjas y frutas mezcladas sobre una mesa, formando
parte de opulentas composiciones que se prestaban al lucimiento de la habilidad
artística en grado sumo. Estos artistas convirtieron en tema preferente de sus
cuadros lo que hasta entonces había sido tenido por accesorio; con ello alcanzó
su emancipación definitiva el objeto, que no había dejado de adquirir
importancia desde las representaciones incluidas en los retablos medievales.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.