Singular empuje manifiesta la
carrera, de variado estilo, de Jean-Honoré Fragonard (1732-1806), pintor
meridional, nacido en Le Grasse, pueblo de olivares y viñedos en Provenza. En
1752 obtuvo el codiciado Prix de Rome
y consiguió aprovechar el tiempo en la Ciudad Eterna, aunque se sentía en ella
un poco ahogado con tanto mármol y tantas estatuas y pinturas. Antes había sido
discípulo de Chardin y Boucher.
El lienzo que le valió el premio
era de tema bíblico (Jeroboán
sacrificando a los ídolos), con noble estilo académico que supo cultivar en
otras obras.
En Roma dibujó los paisajes y
jardines italianos, corriendo las regiones circundantes junto con Hubert Robert
y el curioso Abbé de Saint-Non, estudioso de las antigüedades. Jamás perdió su
recia personalidad, y, vuelto a París, ingresó en la Academia, en 1765, con su
obra Coreso y Calirroe, y en 1769 se
dedicó a la pintura de escenas galantes o intencionadas, con más vigor y más verve pictórica que Boucher. Más tarde,
una vez que se hubo casado se dedicó preferentemente a la evocación de escenas
familiares. Realizó un segundo viaje a Italia en 1773, y desde 1789 se
estableció en su patria. Frago -como
se le llamó, y como firmó a veces-, si se mostró atrevido en algunos de sus
temas, en otras obras suyas denota ya una especie de obsesión romántica. Como
buen meridional, se interesó por la Revolución, la cual, sin embargo, le dejó
sumido en el olvido.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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