En todo caso, estos temas fueron el pretexto para la ejecución de admirables grupos y para la exaltación de las formas humanas. Por la belleza de sus actitudes, por el ritmo ardiente de sus abrazos, estos personajes animan las paredes de los templos con una vida intensa. Por muy atrevidas que sean, las posiciones amorosas no son jamás vulgares ni verdaderamente obscenas, sino espontáneas, sinceras, sin falso pudor. De todo este conjunto se desprende un sentido plástico tan notable, que estas obras igualan las más depuradas obras maestras de todos los tiempos y expresan el amor carnal bajo el más bello aspecto que le haya sido nunca dado en la escultura universal. Erótica o no, la escultura de esta época en Orissa y en Bundelkhand atestigua una estética particular que se inspira en los datos anteriores, pero que imprime un acento nuevo a la creación artística por la utilización de movimientos muy acentuados, tanto en los cuerpos humanos como en las siluetas animales, lo que les confiere un dinamismo casi violento o voluptuoso no alcanzado hasta entonces en la India.
Templo de Hoysaleshavara, en Halebid. Esta ciudad fue la capital de los Hoysala después de Belur. Como se puede apreciar, sus paredes está profusamente decoradas con imágenes esculpidas dispuestas en filas, que narran episodios de epopeyas, como Ramayana, Mahabharata y Bhagavata.
Juntamente, las imágenes de culto situadas en los
santuarios y en las capillas oponen a estas representaciones
un aspecto estático e inmutable debido a
su frontalidad y a la rigidez de su actitud y de sus
gestos. En esto se revelan herederas directas del estilo
Pala del final, del que perpetúan por otra parte algunas particularidades. Tal es, por ejemplo, la muy
bella efigie de Surya en el templo de Konarak (hacia
1250) que corresponde sin lugar a dudas muy estrictamente
a los cánones de la iconometría y de la iconografía
de su tiempo.
En las regiones meridionales, en la misma época,
el acento es muy diferente, pero la excelencia de la
escultura igual. Las más bellas obras se ven en las paredes exteriores de los templos de Tanjore y de
Gangaikondacholapuram (primer cuarto del siglo XI).
Son grandes efigies en alto relieve muy acusado,
tanto que parece escultura exenta, puestas en nichos
en los dos pisos del cuerpo de los
vimana; sus
formas esbeltas y refinadas, el modelado suave y el
contorno purísimo de sus miembros hacen de ellas
obras de una perfección completamente clásica. En
ellas se descubre la seguridad de la mano de maestros
escultores en plena posesión de su arte.
Se puede considerar que estas obras marcan el
apogeo de la escultura sobre piedra en el sudeste de
la India en época medieval. Las mismas cualidades
de estilo y de realización se hallan en las numerosas
imágenes de culto en bronce que datan del mismo
período, muchas de las cuales fueron realizadas en
Tanjore o en sus cercanías. Fueron fundidas a la cera
perdida (como aún se hace hoy en la misma región)
según un procedimiento descrito en varios textos de
esta época y que difiere poco de la técnica conocida
y utilizada en Occidente. Su tamaño es muy variable,
y por ende su peso, pero generalmente estaban
destinadas a ser sacadas del templo y transportadas
con ocasión de procesiones, mientras que los iconos
de piedra suelen ser inamovibles.
El Shiva Nataraja (Rijksmuseum, Amsterdam). Bronce del siglo XIV que representa el dinamismo de la danza cósmica del dios. Desde los tiempos de Mohenjo-Daro, en la India se empleaba el procedimiento de fundir el bronce a la cera perdida, pero no subsisten demasiadas muestras anteriores al siglo x.
Como en el Norte, la evolución del gusto condujo
a los artistas del Sur a un mayor manierismo, perpetuando las tradiciones. En los siglos XIII y XN un buen
ejemplo de esta evolución está representada por la
decoración exterior del templo de Venugopala Krisnan
en Srirangam, donde se vuelven a encontrar -en
los espacios entre pilastras-las figuras femeninas tan
frecuentes en los clichés literarios: la muchacha púdica,
la que juega con un periquito, las músicas, la que
se pone el
tilaka en la frente contemplándose en un
espejo, etc. La exageración de sus "signos de belleza"
es manifiesta y sus gestos preciosistas, sus posiciones
rebuscadas acentúan la impresión de afectación que
se desprende de este estilo. Sin embargo, se trata de
un estilo que no deja de tener una bella calidad y que
se parece al arte de corte ya señalado en el Norte, en
la misma época y anteriormente.
Falta evocar sólo la escultura del estilo Hoysala. Está
dotada de una notable unidad de estilo, el cual se caracteriza
por cierta pesadez, un recargamiento decorativo
y un rigor iconográfico, pero también por unas actitudes marcadas por una especie de majestad, de dignidad,
que da a los personajes divinos un aspecto tranquilo
y sereno. Sus siluetas son más cortas que las del
estilo Cola, sus formas menos finas, pero están bien
equilibradas y de ellas se desprende una impresión de
solidez impasible, no exenta de cierto encanto.