Punto al Arte: 03 Arte de la India medieval
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Los mongoles en la India

El emperador Babar en campaña (miniatura
de un códice).

La penetración del Islam en la India fue mucho más lenta que en otras tierras conquistadas por los árabes, pues halló mucha resistencia por parte de la población. Y, aunque relativamente rápida, la invasión militar tampoco fue nada fácil, como pudo comprobar Akbar, hijo de Humayún, uno de los máximos artífices de la misma. 

La presencia de los mongoles ocasionó la desaparición, a mediados del siglo XIII, del califato que conservaba el poder en Bagdad. Más adelante, Babar fundó a principios del siglo XVI el imperio de los grandes mongoles en la India, conquistando el trono de Delhi en el año 1526. En el Imperio mongol las artes tuvieron un papel protagonista, principalmente la miniatura, que adquirió un gran prestigio y esplendor. Además, gracias a la presencia mongol en la India, se encuentran excelentes muestras de arquitectura musulmana en esta enorme península asiática. 

Pero el Imperio mongol iba mucho más allá de la India. Desde principios del siglo XII hasta bien entrado el siglo XIV, las tierras de Irán se vieron sacudidas por diferentes invasiones mongolas. Una primera oleada, dirigida por Gengis Khan (1167-1227) en la primera mitad del siglo XII, supuso la destrucción del Imperio selyúcida y gran parte de su arte. 

Cuando el gran Tamerlán (1336- 1405) accedió al poder se inició un espléndido florecimiento cultural y artístico. La capital, Samarcanda, sería la protagonista. Desgraciadamente muchos edificios no han llegado hasta la actualidad o bien han persistido aunque muy deteriorados.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La escultura

La época medieval dio gran importancia a la escultura. Todos los templos, tanto los del Norte como los del Sur, estaban decorados exterior e interiormente. Los santuarios y las capillas contenían estatuas, de piedra o de bronce, dedicadas por entero al culto, y en los patios varios pabellones albergaban monumentales efigies de animales divinos, tales como el toro Nandin de Shiva, el pájaro Garuda de Vishnu o el jabalí Varaha, avatara de Vishnu.

Escultura, en Khajuraho. Junto con el estilo escultórico de Bhubaneswar, el de Khajuraho es el más interesante y bello de la India septentrional de los siglos x y XI. Aquí se muestra a una mujer luchando contra una quimera, tema frecuente en la iconografía de Khajuraho, cuyo significado mitológico todavía no ha sido descubierto.


⇦ Templo de Paraswanath, en Khajuraho. La decoración de los templos hindúes contiene una profusión de temas eróticos. En este conjunto escultórico se ve al dios Vishnu junto a su consorte Lakshmi, en una evidente actitud de mutua seducción.



De toda esta sobreabundante producción emergen grandes estilos, emparentados unos con otros, a través de las grandes corrientes que definen la evolución general del arte indio. Simultáneamente hay que observar el desarrollo cada vez más complejo de las reglas iconográficas, ya muy avanzado en el estilo Pala de Bengala hasta comienzos del siglo XIII, y que determina un recargamiento creciente de los atributos y de los adornos, así como la multiplicación del número de brazos y hasta de las cabezas para algunos dioses. Hay que observar también una diferencia innegable entre los estilos septentrionales y meridionales, señalándose los primeros por un gusto hacia las actitudes dinámicas, movidas, con frecuencia contorsionadas, mientras que los otros dan prueba de comedimiento y contención, casi de frialdad, gustando de las actitudes tranquilas y equilibradas, hasta en los temas más animados como, por ejemplo, la danza de Shiva. En las dos regiones el apogeo de la escultura religiosa se sitúa entre los siglos X y XII, empezando la decadencia en los siglos siguientes.

Templo de Paraswanath, en Khajuraho. Detalle de un grupo escultórico de la pared del templo. A pesar de la distancia geográfica que separa Bhubaneswar de Khajuraho, los dos estilos presentan una sorprendente semejanza. Esta apsara de formas opulentas que descuidan, como es característico en la escultura de la India, el modelado de las piernas, se pinta cuidadosamente los ojos, más preocupada por mantener la sonrisa de su rostro inexpresivo que por el resultado de su acción. Cubierta de joyas y de velos, indicados por un trazo sutil, sólo le falta la flor de loto para ser la misma diosa de la dicha y la belleza, la propia Lakshmi.


En el Norte, los más bellos estilos son los de Bhubaneswar (Orissa), de Khajuraho (Bundelkhand), y, en el siglo XIII, de Konarak (Orissa). Los del Gujarat, del Rajputana y de las otras provincias septentrionales no pueden rivalizar con la calidad de aquéllos, aunque presentan un interés innegable.



Los estilos de Bhubaneswar y de Khajuraho están estrechamente emparentados a pesar de la distancia geográfica que separa estos dos lugares y aunque fueron creados en reinos diferentes. Son la emanación y la expresión de una sociedad típicamente medieval y feudal, cuyas características comunes están bien definidas en las inscripciones lapidarias encontradas aquí. La primera fase de estos estilos está bien ilustrada por la decoración exterior del templo de Muktesvara en Bhubaneswar (siglo X); las representaciones femeninas predominan en él, con figuras de formas elegantes y bien equilibradas, cuya silueta ondula graciosamente según la triple flexión canónica o tribhanga; estas representaciones ilustran temas divinos o sólo literarios: la jugadora de pelota, la mujer del pájaro, la que se arranca una espina de la planta del pie, la que entreabre una puerta, la que toca con el pie derecho el tronco de un árbol, la que cabalga un animal mítico, etc. El relieve es rotundo, desenvuelto, ligero. 

⇨ Templo del sol en Konarak. El templo dedicado al dios sol, Surya, está cubierto de esculturas referidas al culto de este dios. En la imagen, se ve una representación de Surya realizada en clorita verde.



En el curso de la segunda fase de los mismos estilos (siglos XI-XIII) las siluetas se alargan y los signos de belleza se acentúan: senos más macizos, talle más fino, caderas más anchas; y los rasgos de la cara se estilizan y exageran, alargando el rasgado de los ojos, pronunciando la nariz que tiende a ser puntiaguda, lo que llevará en el siglo XIII, en Konarak sobre todo, a una facies muy particular. El alto relieve es entonces tan exagerado que casi llega a ser escultura exenta, ya que muchas partes están por completo separadas del fondo.

Simultáneamente se asiste a un florecimiento excepcional del tema de la pareja amorosa (mithuna), conocido desde el primer siglo d.C. en la escultura búdica, al que se añaden a partir de este momento grupos eróticos. La presencia de éstos en las paredes exteriores de los templos, sobre todo en Khajuraho, parece que se debe a la influencia preponderante de las sectas Kaulakapalika cuyo objetivo principal de alcanzar la unión mística con la divinidad se traducía en la realización del acto sexual entre los iniciados de una misma secta; dichas sectas gozaban de verdadera reputación entre los cortesanos, lo que podría explicar el apasionamiento de los escultores por los temas eróticos.

En todo caso, estos temas fueron el pretexto para la ejecución de admirables grupos y para la exaltación de las formas humanas. Por la belleza de sus actitudes, por el ritmo ardiente de sus abrazos, estos personajes animan las paredes de los templos con una vida intensa. Por muy atrevidas que sean, las posiciones amorosas no son jamás vulgares ni verdaderamente obscenas, sino espontáneas, sinceras, sin falso pudor. De todo este conjunto se desprende un sentido plástico tan notable, que estas obras igualan las más depuradas obras maestras de todos los tiempos y expresan el amor carnal bajo el más bello aspecto que le haya sido nunca dado en la escultura universal. Erótica o no, la escultura de esta época en Orissa y en Bundelkhand atestigua una estética particular que se inspira en los datos anteriores, pero que imprime un acento nuevo a la creación artística por la utilización de movimientos muy acentuados, tanto en los cuerpos humanos como en las siluetas animales, lo que les confiere un dinamismo casi violento o voluptuoso no alcanzado hasta entonces en la India.

Templo de Hoysaleshavara, en Halebid. Esta ciudad fue la capital de los Hoysala después de Belur. Como se puede apreciar, sus paredes está profusamente decoradas con imágenes esculpidas dispuestas en filas, que narran episodios de epopeyas, como RamayanaMahabharata y Bhagavata.

Juntamente, las imágenes de culto situadas en los santuarios y en las capillas oponen a estas representaciones un aspecto estático e inmutable debido a su frontalidad y a la rigidez de su actitud y de sus gestos. En esto se revelan herederas directas del estilo Pala del final, del que perpetúan por otra parte algunas particularidades. Tal es, por ejemplo, la muy bella efigie de Surya en el templo de Konarak (hacia 1250) que corresponde sin lugar a dudas muy estrictamente a los cánones de la iconometría y de la iconografía de su tiempo.

En las regiones meridionales, en la misma época, el acento es muy diferente, pero la excelencia de la escultura igual. Las más bellas obras se ven en las paredes exteriores de los templos de Tanjore y de Gangaikondacholapuram (primer cuarto del siglo XI). Son grandes efigies en alto relieve muy acusado, tanto que parece escultura exenta, puestas en nichos en los dos pisos del cuerpo de los vimana; sus formas esbeltas y refinadas, el modelado suave y el contorno purísimo de sus miembros hacen de ellas obras de una perfección completamente clásica. En ellas se descubre la seguridad de la mano de maestros escultores en plena posesión de su arte.

Se puede considerar que estas obras marcan el apogeo de la escultura sobre piedra en el sudeste de la India en época medieval. Las mismas cualidades de estilo y de realización se hallan en las numerosas imágenes de culto en bronce que datan del mismo período, muchas de las cuales fueron realizadas en Tanjore o en sus cercanías. Fueron fundidas a la cera perdida (como aún se hace hoy en la misma región) según un procedimiento descrito en varios textos de esta época y que difiere poco de la técnica conocida y utilizada en Occidente. Su tamaño es muy variable, y por ende su peso, pero generalmente estaban destinadas a ser sacadas del templo y transportadas con ocasión de procesiones, mientras que los iconos de piedra suelen ser inamovibles.

El Shiva Nataraja (Rijksmuseum, Amsterdam). Bronce del siglo XIV que representa el dinamismo de la danza cósmica del dios. Desde los tiempos de Mohenjo-Daro, en la India se empleaba el procedimiento de fundir el bronce a la cera perdida, pero no subsisten demasiadas muestras anteriores al siglo x.

Como en el Norte, la evolución del gusto condujo a los artistas del Sur a un mayor manierismo, perpetuando las tradiciones. En los siglos XIII y XN un buen ejemplo de esta evolución está representada por la decoración exterior del templo de Venugopala Krisnan en Srirangam, donde se vuelven a encontrar -en los espacios entre pilastras-las figuras femeninas tan frecuentes en los clichés literarios: la muchacha púdica, la que juega con un periquito, las músicas, la que se pone el tilaka en la frente contemplándose en un espejo, etc. La exageración de sus "signos de belleza" es manifiesta y sus gestos preciosistas, sus posiciones rebuscadas acentúan la impresión de afectación que se desprende de este estilo. Sin embargo, se trata de un estilo que no deja de tener una bella calidad y que se parece al arte de corte ya señalado en el Norte, en la misma época y anteriormente.

Falta evocar sólo la escultura del estilo Hoysala. Está dotada de una notable unidad de estilo, el cual se caracteriza por cierta pesadez, un recargamiento decorativo y un rigor iconográfico, pero también por unas actitudes marcadas por una especie de majestad, de dignidad, que da a los personajes divinos un aspecto tranquilo y sereno. Sus siluetas son más cortas que las del estilo Cola, sus formas menos finas, pero están bien equilibradas y de ellas se desprende una impresión de solidez impasible, no exenta de cierto encanto.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La pintura

De lesta época quedan muy pocas obras pintadas, ya sean murales o ilustraciones de manuscritos. Son bastantes, sin embargo, para demostrar que después de los Pallava y de los Rastrakuta, los Pandya y los Cola perpetuaron en el Sur la tradición pictórica de la India tan magníficamente representada en Ajanta en los siglos V y VI, mientras que no se conoce ningún vestigio del período medieval en el norte de la India. 

Se atribuyen a mediados del siglo IX varios fragmentos de pintura mural, sobre todo en los templos excavados en la roca en Tirumalaipuram y en Sittannavasal. En la gruta del primer sitio, quedan en el techo algunas representaciones de pequeñas divinidades secundarias (gana), una de las cuales cabalga un león mítico, y de follajes de loto entre los que hay un ánade tratado de forma muy naturalista. Estas obras se desenvuelven con seguridad en una gama sobria: blanco, añil, negro y azul claro. También se ven allí, sobre el capitel de una pilastra, un grupo de personajes barbudos (¿cazadores?) en compañía de muchachas, un tocador de tambor y varios gana danzantes bastante dinámicos.

Pancaraksa (Museo Nacional de India, Nueva Delhi). Miniatura hindú de principios del siglo XII, procedente de un manuscrito sobre hoja de palmera del rey Ramapala de la dinastía Pala.

Hay fragmentos más importantes en la caverna jaina de Sittannavasal, donde se han descubierto recientemente dos capas superpuestas de frescos, así como una inscripción de alrededor de 850, que permite rectificar la atribución de la capa superior hecha hasta ahora a los Pallava a los que corresponde, por el contrario, la capa inferior.


Los frescos del estilo Pandya, de hacia 850, aparecen en el techo, las paredes y los pilares de la veranda. Uno de ellos representa una pareja de la que subsisten los bustos abundantemente enjoyados, otro, dos bailarinas, y un tercero una composición bastante enigmática en la que se ve una laguna de lotos estilizada dentro de la que evolucionan tres hombres que han cogido algunas flores, peces, pájaros y varios cuadrúpedos entre los que hay elefantes. Este último fresco está realizado en un estilo que se relaciona con el de Ajanta por bastantes particularidades: actitudes y sencillez de los personajes, pureza de la línea, utilización de colores más sostenidos para indicar un modelado, etc. Pero se advierte en él también la facies dravídica, más alargada, y una disposición curiosa entre los actores humanos y animales de esta escena. En cuanto a los personajes de las dos otras composiciones, bailarinas y pareja, se emparentan enormemente con las pinturas Cola, y por lo tanto serían más tardías.

Fresco del templo de Ranganatha Swarni, en la isla de Srirangam.

De la época Cola (siglo XI) han llegado hasta hoy otros frescos: los templos de Nartamalai, Malayadipatti y otros contienen vestigios de ellas. Pero en el vimana de Tanjore es donde en 1930, bajo una capa de frescos del siglo XV, se han descubierto las más importantes que aún no han sido publicadas por completo. Se desarrollan en longitud, principalmente sobre el muro occidental del pradaksinapatha que rodea la celda del santuario: Shiva asceta (yogadaksinamurti) asiste a la danza de dos bailarinas celestes (apsarasa) mientras que la orquesta divina, muy dinámica, ritma sus pasos. Otra bailarina, vista de espaldas con la cara de perfil, en una posición muy sorprendente, da la impresión -todavía más que los precedentes- de un movimiento desenfrenado y permite calibrar la habilidad del pintor que ha sabido indicarlo todo magistralmente, con un trazo puro y seguro, sin artificio ni adorno. Se ven también algunos gana y músicos tocando el tambor y otros instrumentos de música, un caballero, y escenas saiva tales como el casamiento de Shiva Tripurantaka sobre un carro conducido por Brahma y rodeado por cuatro divinidades.

Aunque este tema sea de orden puramente iconográfico, está tratado con el mismo brío y la misma maestría que los precedentes. Contrastando con la gama de colores bastante oscura de Sittannavasal (donde dominan los pardos y los verdes oscuros), la paleta de Tanjore es muy viva, con ocres cálidos, rosas y “oros” que acentúan el ritmo de los personajes.

Templo de Ranganatha Swami, en la isla de Srirangam. Detalle de un fresco de comienzos del siglo XIII.

No obstante, ello es el canto del cisne de la pintura mural clásica prolongada hasta este período medieval. Después del siglo XIV un espíritu completamente diferente presidirá las composiciones murales.

En cuanto a la ilustración de manuscritos, la pintura de la época medieval se concentra sobre todo en tres regiones: Bengala, bajo la dominación de los Palla y los Sena, Gujarat al oeste y Mysore al sur. En unas como en otras, los manuscritos están realizados en hojas de palmera cuya forma impone un formato largo y estrecho (en general 55 X 6 cm aproximadamente). Cuando fue adoptado el papel hacia finales del siglo XIV, dicho formato apenas fue modificado.

La diosa Sarasvati (Museo Nacional de India, Nueva Delhi). Pintura sobre tela del siglo xv, en la que aparece la diosa rodeada de siete escenas.

La escuela de Bengala de los siglos XI y XII es budista; sus talleres emigraron al Nepal a comienzos del siglo XIII. Muy tradicionalistas, ilustraron temas iconográficos con gran finura de línea y gran cuidado de los detalles; los colores son poco numerosos (añil, cinabrio, verde y amarillo), francos y hábilmente dispuestos para obtener un efecto de relieve.

La escuela del Gujarat de los siglos XII-XIV, en un medio jaina, da pruebas de una notable unidad de estilo, el cual ofrece una estilización muy particular de los personajes y de todos los elementos de la composición; los rostros se ven en tres cuartos con los ojos muy salientes.

Tapiz indio (Museo Nacional de India, Nueva Delhi). Tapiz pintado en 1450, en el que se representan deidades hinduistas.

Este estilo se prolongará mucho tiempo (hasta principios del siglo XVlí) cargándose progresivamente de detalles y de dorados. El fondo de las composiciones es rojo hasta los siglos XV-XVI y azul después.

En Mysore, finalmente, bajo los Hoysala (siglos XI-XIII), hay un manuscrito sobre palma, de tema jaina, fechado en 1113. Su estilo es menos refinado que el de las miniaturas Pala, pero más espontáneo y más animado. Las ilustraciones están ribeteadas lateralmente por bellos motivos vegetales o geométricos que las separan del texto. Los otros especímenes de este estilo todavía están inéditos.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Shiva, el destructor


Shiva, escultura india del siglo XIII.
Shiva es la tercera persona de la Trinidad hindú, que queda completada por Vishnu, el que conserva, y Brahma, el creador. Curiosamente, Shiva, el destructor, apenas aparece nombrado en el Rigveda o Veda de las estrofas, libro escrito entre la segunda mitad del II milenio a.C. y el año 800 a.C. Esta obra forma parte de las cuatro colecciones sagradas del vedismo y acaso sea la más relevante porque prácticamente contiene las doctrinas básicas del brahmanismo.


Volviendo a la figura de Shiva, el destructor, es interesante observar que este dios ha pasado de estar poco citado en el Rigveda a ser el dios supremo del sivaí de la actualidad, y de él ha surgido una forma de bramanismo, denominada shivaísmo, que tiene al “destructor” como dios supremo.


De todas formas, el apelativo de destructor puede confundir a la hora de juzgar a este dios de la Trinidad hindú. Shiva es el destructor, pero también es fecundador y constructor. Es decir, destruye para luego poder edificar de nuevo. Por ello, se le ha pintado y esculpido como el fuego devorador y la tempestad que todo lo arrastra.

Las representaciones de Shiva son una auténtica maravilla del arte hindú, pues este dios aparece normalmente con cuatro manos, que sostienen algunos de sus instrumentos más característicos, como el hacha y el tridente, y presenta un tercer ojo colocado en orientación vertical en medio de la frente. Por otro lado, suele aparecer acompañado de varias serpientes, a modo de adorno, y su peinado acostumbra a estar decorado con una hermosa luna en cuarto creciente.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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