Punto al Arte: 01 Arte Islámico
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Córdoba, capital de la Europa occidental

   La corte de Abderramán, de Dionisio Baixeras Verdaguer (Universidad de Barcelona). Pintado en 1885, en pleno apogeo de la pintura romántica, este lienzo representa la recepción del califa al monje Juan Gorze, nombrado en la época embajador del emperador Otón I. 
En el año 711 de nuestra era el dominio islámico se extiende a la Península . Los árabes cruzan el estrecho de Gibraltar y vencen al ejército del rey visigodo Rodrigo en la batalla de Guadalete. Más adelante, en el 756, Abd al -Rahman I (731-788), que huye de Damasco convirtiéndose en el último superviviente de la dinastía omeya, funda el emirato independiente de Córdoba. La capital del emirato reside en la ciudad de Córdoba y desde ella se irradia la cultura musulmana a los territorios islámicos de la Península. Con Abd al-Rahman I la ciudad inicia un período de esplendor que continúa con Abd al-Rahman II (822-852) y que confirma a Córdoba como la gran metrópolis de Occidente durante la época de Abd al-Ra hman III (891-961).

Durante el gobierno de este último, Córdoba se convierte en la capital de un califato independiente y es la ciudad más grande habitada de Europa, con más de medio millón de habitantes. La urbe se embellece de espléndidos monumentos: más de 300 mezquitas, 300 baños públicos, 50 hospitales, 80 escuelas públicas, 20 bibliotecas públicas, etc.

Los dos edificios más emblemáticos de este período, la Gran Mezquita y la ciudad palatina de Medí na Azahara, construida a partir del 936, ocupan en la historia del arte musulmán el mismo lugar que la Gran Mezquita de Damasco. Durante el siglo X, pues, Córdoba vive un período de extraordinaria prosperidad que se prolongaría hasta el siglo XI.

La corte de Abderramán, de Dionisio Baixeras Verdaguer (Universidad de Barcelona). Pintado en 1885, en pleno apogeo de la pintura romántica, este lienzo representa la recepción del califa al monje Juan Gorze, nombrado en la época embajador del emperador Otón I.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

El arte de los safávidas

Retrato de Abbas I, shah de Persia, con-
versando con una de sus concubinas en 
el jardín (Museo del Louvre, París). La 
miniatura está fechada el 12 de marzo 
de 1627 y es obra de Muhammad Kasim, 
artista de la escuela de lsfahán. 

La dinastía safávida se inició en Irán a comienzos del siglo XVI y se prolongó hasta el año 1736. Apenas quedan restos arquitectónicos del primer período safávida y por tanto las artes decorativas son la principal fuente para reconstruir la historia del arte de esta dinastía. En esta primera época, que se puede englobar entre 1501 y 1576, las artes del libro adquirieron una importancia extraordinaria -los manuscritos que se produjeron eran de una calidad altísima-, aunque el trabajo de las alfombras y los tejidos es, sin duda, el principal valor del arte safávida. Se han conservado de esa época tres alfombras firmadas y fechadas. Las más famosas son las Ardabil, conservadas en Londres y Los Angeles.

Como se decía, casi no han quedado restos o ejemplos de arquitectura safávida del siglo XVI, a pesar de que los edificios erigidos durante la dinastía fueran tal vez los más atractivos y seductores de toda la arquitectura iraní.

De épocas posteriores sí que han quedado testimonios de la interesante arquitectura de esta dinastía. Así, con el traslado de la capital a lsfahán por Shah Abbas I (1 588- 1 629) hacia 1598, la arquitectura safávida llega a su apogeo. Aunque seguirán siendo la artesanía textil y el arte del libro -que dejó de ser un trabajo individual para convertirse en una obra colectiva los signos de identidad de la cultura safávida.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

La huella del Islam en Persia, Turquía y la India

Hemos visto características más esenciales y las obras de arte más importantes que los árabes llevaron a cabo en los territorios en los que se originó el islamismo así como en España y el norte de África. Y aunque es característica definitoria del arte islámico el sorprendente grado de similitud en el estilo de las obras de arte de todos los rincones del imperio, también es posible encontrar notables diferencias entre, por ejemplo, las construcciones de la Andalucía dominada por los musulmanes y la Persia islámica. De este modo, mientras en el Occidente musulmán la escuela hispanomarroquí empleaba las bóvedas y las cúpulas con notoria sobriedad, lo que, a la postre, se convertiría en uno de los rasgos más característicos del arte islámico en la península Ibérica y en el norte de África, casi en el otro extremo del Imperio islámico, en Persia y Turquestán, los árabes preferían las estructuras abovedadas, ya que eran las tradicionales en las citadas regiones.

Fortaleza Golconda en Hyderabad. Construida entre 16 a 10 kilómetros al oeste de Haiderabad, fue la capital de los reinos Qutb Shahi entre 1507 y 1587. Las murallas externas de siete kilómetrros de perímetro encierran al palacio de Shah y a la fortaleza levantada sobre un promontorio de granito de 130 metros.

Por tanto, las mezquitas tienen allí planta cuadrada con cúpula central, como los antiguos templos del fuego zoroástrico, pues hay que señalar que esta doctrina religiosa se originó en Persia, pero con un patio anterior como en las mezquitas del Islam occidental. Persia es el país clásico de la decoración vidriada; las fachadas aparecen casi siempre decoradas con un sinnúmero de piezas esmaltadas que se ajustan perfectamente.

Este método de decoración llegó a su máximo de suntuosidad en Samarcanda, la célebre ciudad del Uzbekistán, en el Asia Central soviética, tan citada en las famosas Las Mil y Una Noches a causa de su posición estratégica en la ruta de las caravanas que se dirigían a China. En la cresta de una colina cercana a la ciudad se hallan las tumbas de los conquistadores mongoles, formando una singular necrópolis de túmulos con cúpula, como la de los sultanes egipcios, pero aquí refulgen merced al esmalte de la cerámica vidriada. Otra vez, como ya hemos visto en otras tumbas reales que se encuentran en Egipto, los soberanos musulmanes optan por una suntuosidad que parece contradecir las exigencias de austeridad y humildad que marca el Islam.

Fortaleza de Ramnagar, sobre el río Ganges, cerca de la aldea homónima. 
Entre esos túmulos que se acaban de citar, destaca sin lugar a dudas el sepulcro monumental de Tamerlán, el conquistador del mundo, que fue construido a fines del siglo XV. Se trata del famoso Gur Emir, que está constituido por una alta cúpula sobre un tambor cilíndrico, que a su vez está labrada con estrías verticales como una gigantesca tienda del desierto a la que se accede a través de un liwan.

Fortaleza de Gwalior, sobre el cañón Urwahi. Esta fortaleza permitió el control de la meseta central de la India durante los sucesivos dominios, desde el imperio Asoka (siglo III a.C.) hasta el dominio británico (siglo XIX).
La misma abundancia de mosaicos azules y verdes se encuentra en la fachada que se conserva de la madrasa Ulug-Beg de Samarcanda; coronada por dos cúpulas y dos alminares, constituye el elemento más impresionante de la famosa plaza Registán en la que se encuentra.

Acaso las obras más perfectas del arte decorativo del mundo entero, por su coloración esmaltada, sean las cúpulas y liwanes de las mezquitas persas de Isfahán. Es difícil encontrar, rastreando los cinco continentes, unos esmaltes tan perfectos y sublimes como los que se hallan en estas mezquitas, sin duda una de las joyas de Persia. El arco monumental de entrada consigue en ellas proporciones gigantescas; sin embargo, no es la magnitud lo que más impresiona, sino la variedad de los detalles, que mudan de color según cambia la luz cada hora del día. La característica islámica en arte y literatura es este deseo de producir un continuo espejismo y recordarnos con belleza que nuestras percepciones no son permanentes. Huelga decir que las largas travesías en el desierto, llenas de jornadas agotadoras incluso para los viajeros más avezados, debían de alimentar la fascinación por el fenómeno de los espejismos, por lo que no es extraño que en una región en la que el desierto lo es casi todo, dicho fenómeno tuviera su simbología en las manifestaciones artísticas.


⇨ Fuerte Rojo, en Delhi. Llamado así a causa del color de su piedra, es una de las grandes construcciones militares llevadas a cabo por el emperador Shah Djahán. En la imagen, interior de la zona de baños.


Desde el siglo XIV las cúpulas del Turquestán y Persia presentan una silueta bulbiforme. Son dobles: una más baja, interior, y otra externa, que se distiende como hinchada y está retenida sobre el tambor por muretes radiales, que actúan de contrapeso. Estas cúpulas bulbiformes han servido de modelo para los diseños arquitectónicos de dos pueblos algo alejados del actual Irán; se trata de los polacos y los rusos. Este hecho no deja de ser sorprendente sobre todo en el caso de la más lejana Polonia. Por otro lado, cabe señalar que la arquitectura nacional rusa tiene más de persa que de bizantina.

Los ejemplos más hermosos de este tipo de cúpulas y de las grandes superficies de colores cambiantes que acabamos de citar son las construcciones levantadas en Isfahán por la dinastía Safávida, que alcanzó el poder en 1502. La más importante entre el gran número de magníficas obras llevadas a cabo por dicha dinastía, una de las más importantes en la historia del pueblo persa, es la Masjid-i-Shah o Mezquita Real, cuyos tres iwan o pórticos, coronados por cúpulas en las que dominan los colores verde y azul, parecen tres edificios gigantescos independientes. Junto a ella contrastan los suaves rosa y violeta de la mezquita de Masjid-i-Shaykh Lutfullah, que data de principios del siglo XVII.

Los reyes nazaríes (palacio de la Alhambra, en Granada). Pintura sobre cuero de estilo nazarí, que decora la cúpula de madera de la Sala de los Reyes o Sala de los Tribunales del palacio. 

A mediados del siglo XIII, gentes mongólicas, extrañas a la raza árabe de Mesopotamia y al aria de Persia, aceptaron el Corán. Una variedad de estas gentes originarias del Extremo Oriente -la de los turcos- se instaló en el Asia Menor, y desde allí se lanzó sobre el degenerado califato abasida de Bagdad, que había sustituido a los Omeyas, y más tarde sobre el fantasma del Imperio bizantino. La decadencia política de la dinastía abasida se inició prácticamente tras el final de su época de mayor esplendor, que coincidió con el gobierno de Harun al-Rashid, quien rigió con mano de hierro los destinos del califato de Bagdad durante los últimos años del siglo VIII y los primeros del siglo IX.

Del período heroico de Turquía son las mezquitas de Konya y Bursa, llenas de carácter y originalidad. Son una interpretación de antiguos modelos islámicos, pero realizadas de una forma original, genuina y exclusiva por parte de los turcos. Así, por ejemplo, la mezquita Ulu Cami, de Bursa, construida a fines del siglo XN, parte del esquema de una sala casi cuadrada, de varias naves cubiertas con pequeñas cúpulas, y tiene dos altos alminares junto a sus esquinas.


Frontispicio con medallón entrelazado
(Biblioteca Nacional, Túnez). Decoración
de un Corán del siglo X procedente de la
gran mezquita de Kairuán. 

Pero la gran figura de la arquitectura turca fue Sinán (muerto en 1578), artista cuyo genio, al igual que el de los grandes creadores del Renacimiento, marcó con el sello de su personalidad toda una época. No sería en absoluto exagerado afirmar que si en la Italia renacentista surgieron genios artísticos que han hecho historia, sea el caso, por ejemplo, de Miguel Ánget en el Imperio turco del siglo XVI un artista tan relevante como el autor de la Capilla Sixtina marcaría un antes y un después en el destino del arte islámico. Entre los 318 edificios que Sinán, tan genial como prolífico, levantó se acostumbra destacar la mezquita Süleymaniye (1550-1557) de Estambul inspirada en la estructura de la cercana Santa Sofía bizantina. Sinán, conocedor como pocos de las posibilidades técnicas de la arquitectura de su época y dotado de una gran capacidad para asimilar las características de los grandes edificios que pudo visitar, utiliza magistralmente el espacio cupular para hacer olvidar el peso de la gigantesca estructura. En su interior, no olvida las posibilidades que le proporciona la fantástica luz de la región y permite que la luz se difunda en todas direcciones e ilumine la cautivadora armonía de sus proporciones.

Unas líneas más arriba se decía que la obra de Sinán, quien sin duda merece figurar entre los grandes genios artísticos de la historia, supondría un punto de inflexión en la evolución del arte islámico. Y es que aparte de legar un gran número de importantes obras, su nueva concepción de la arquitectura habría de influir en el trabajo de artistas posteriores, que durante mucho tiempo se inspirarían en las magníficas construcciones que llevó a cabo el turco. De este modo, y como ejemplo de los muchos que se podrían citar, la influencia de Sinán es visible en multitud de edificios posteriores, como la Mezquita Azul o Ahmediye, en la misma ciudad de Estambul, levantada por el arquitecto Mehmet Aga en 1609- 1616, no mucho tiempo después de la muerte de Sinán. En la Mezquita Azul una de las construcciones más emblemáticas de la fascinante capital turca, la inmensa cúpula, una fabulosa obra, se apoya sobre pilares cilíndricos.


⇦ Miniatura persa (Museo Británico, Londres). Esta miniatura de la escuela de Herat, que representa una escena de cacería a caballo, es una obra del siglo XV. Los manuscritos ilustrados por la escuela de Herat conservaron durante largo tiempo las características que les imprimió su fundador Behzad: un frescor de colorido y una fantasía de composición hermanas de las miniaturas europeas contemporáneas, del período Gótico internacional. Sin embargo, el dinamismo de las escenas, con figuras siempre en movimiento, las separa y diferencia profundamente de las miniaturas góticas.


La última y más gloriosa conquista musulmana fue la de la India. La llegada de los musulmanes, con su religión tan diferente e incompatible con el hinduismo, fue especialmente violenta en est enorme península, pues las castas superiores, que, obviamente, no estaban entusiasmadas ante la perspectiva de la dominación islámica, veían con temor las doctrinas islámicas. No hay que olvidar que una de las ideas esenciales de la religión musulmana es el rechazo de cualquier idolatría y de cualquier estructura social que se base en un rígido sistema de clases. Y en las antípodas de esta forma de concebir la estructura de un pueblo se encontraban los estratos superiores de la sociedad hindú, que disfrutaban de notables privilegios gracias al férreo sistema de castas que justificaba el hinduismo.
Joven con vestido verde de Reza Abbasí.
Miniatura persa, cuyo autor fue el artista
más sobresaliente de la escuela de lsfahán. 

Pero, poco a poco, el islamismo fue ganando adeptos entre las clases menos favorecidas de la sociedad hindú, que veían con muy buenos ojos las doctrinas de una religión que les acogía como iguales y no como individuos sin ningún tipo de derecho, como era el caso sobre todo de aquellos que ni siquiera tenían derecho a pertenecer a las castas. De este modo cuando se hizo evidente que el dominio islámico en la India no sería cuestión de unos días, muchos de los miembros de las castas superiores decidieron convertirse al Islam, en algunos casos quizá por convencimiento, pero, sin duda, en la mayoría de ellos por pura necesidad de congraciarse con los invasores y de este modo lograr mayores cotas de poder.

Volviendo ya al arte, en la India los estilos islámicos sufrieron modificaciones que después repercutieron en la evolución del arte árabe llegan incluso a influir de forma evidente en el Occidente musulmán. Así, los sultanes mongoles levantaron magníficas residencias de estilo persa, con patios y pabellones diseminados entre estanques y jardines. La forma de las mezquitas y alminares sufrió también modificaciones por la influencia de los edificios indios que tenían a la vista.

La dinastía de los grandes sultanes mongoles de la India tuvo su origen en Babar, un descendiente lejano de Tamerlán. Después de haberse propuesto reconquistar Samarkanda y rehacer el Imperio timúrida, deshecho tan rápidamente como había sido creado, este príncipe cifró toda su ambición en la India, que invadió con poco éxito cinco veces, hasta que por último logró triunfar. Babar inaugura también la serie de los príncipes ilustrados, escritores y artistas de la India musulmana: él empezó la obra de embellecimiento de Agra, continuada por su sucesor Humayún (1530-1556) y especialmente por su nieto Akbar (1556-1605), una de las figuras más interesantes de la historia de Oriente.

Alegoría del emperador Jahangir. Miniatura del período Jahangir (1618- 1622). La potente sombra de su padre, Akbar, junto con la debilidad de su carácter hicieron que no ejerciera mucha influencia en su reinado, hasta que se casó con Nur Jahan en 1611. Desde entonces y hasta la muerte de Jahangir, Nur fue la verdadera gobernante del imperio. 
Tenemos numerosos testimonios de la vida y obra de Akbar, quien consiguió que el reinó que gobernó fuera uno de los más importantes de su tiempo. Los poetas y escritores de que supo rodearse han dejado suficientes noticias del esplendor de su corte, que resplandeció también en el arte pictórico de la ilustración de obras literarias y en los retratos realizados en papel, en miniatura. De este modo, Akbar confió en Abdul Fazli, fiel consejero suyo, la redacción de las crónicas que, habiendo perdurado hasta la actualidad, suponen un magnífico documento en el que no faltan detalles sobre las actuaciones emprendidas por Akbar, ya sea en el ámbito de las campañas militares, de las reformas administrativas o sociales. Por otro lado, Abdul Fazli había sido el encargado de diseñar el ambicioso plan de reformas económicas y sociales que implantó Akbar, no siempre con el éxito pretendido, para gobernar los designios del vasto imperio que tenía en sus manos. A Akbar sucedió Jahanghir y a éste el Shah Djahán (1628-1658), constructor del Taj-Mahal y otros edificios de Agra. Monumental muestra de amor fue la construcción del fabuloso Taj-Mahal a mediados del siglo XVII, enorme mausoleo con jardines, pues, como es sabido, el Shah Djahán mandó erigirlo para albergar la tumba de su esposa Mumtaz-Mahal, muerta en el año 1630.

Era costumbre de los sultanes mongoles de la India edificar cada uno de ellos un espléndido palacio, que servía de residencia para la corte en vida del emperador y después de su muerte era transformado en sepulcro. El mausoleo del monarca, con los de algunas de sus esposas, se colocaba en el centro de un patio o en la sala principal. Estos sepulcros se hallaban en medio de vastos jardines, con entradas monumentales. A diferencia de la escuela árabe hispanomarroquí, que labraba sus decoraciones en estuco y yeso, las de la India son de mármol y piedras duras. El conjunto, a pesar de la riqueza del detalle, no carecía de grandiosidad. Así, puede afirmarse que los mongoles edificaban como gigantes y esculpían como orfebres.

Son aún poco conocidos los monumentos islámicos de los primeros tiempos de la invasión; los más famosos, las sepulturas-palacios de los sultanes mongoles en Agra, son muy posteriores a la llegada de los invasores islámicos a tierras de la India y pertenecen ya al siglo XVI. La de Akbar, construida en 1613 por su hijo Jahanghir en un parque de Sikandra, muestra la influencia del tipo de vihara o tradicional monasterio hindú. Más antigua, la de Humayún fue levantada en Delhi por un arquitecto persa en 1556, y constituye un capítulo fundamental en la evolución del arte islámico pues marca con su enorme y fantástica cúpula de mármol blanco el nacimiento de la arquitectura imperial mongol. El mármol blanco y el gres rojo son los materiales utilizados para realizar extraordinarios grafismos decorativos sobre las fachadas.


⇨ El Grifo de Pisa (Museo de la Opera del Duomo, Pisa). Escultura en bronce (siglos X-XI) del período fatimí.


En esta época, la India va a la cabeza de la civilización musulmana; está ya en contacto con los pueblos europeos, porque los navegantes portugueses habían abierto el camino a los jesuitas y misioneros, y éstos participaron en la educación de la corte fastuosa de los mongoles. La influencia europea se puede ver en el Taj-Mahal, de Agra, construido, como ya hemos señalado unas líneas más arriba, en 1630-1653 por el Shah Djahán para servir de sepultura a su esposa predilecta, Mumtaz-Mahal. El edificio-sepulcro está construido sobre una plataforma de 250 metros de anchura y dispuesto admirablemente entre jardines y estanques.

La dirección arquitectónica correspondió al arquitecto persa Ustad Alunad, excepto la famosísima cúpula, que se eleva a 60 metros de altura, obra del arquitecto turco Ismail Khan. En el centro del edificio se halla la sala octogonal del sepulcro, con grandes nichos y puertas que dan acceso a las demás salas, decoradas con relieves de mármol blanco, que parece fueron obra de un escultor francés de Burdeos. Todo el interior sigue la estructura del sepulcro de Humayún, y la gran puerta, el trazado de la del sepulcro de Akbar. Pero, pese a la mezcla de estilos, el mágico encanto del Taj-Mahal y su aspecto cambiante según las horas del día hacen de él una de las maravillas de la arquitectura mundial.

El mismo Shah Djahán mandó edificar en Agra el mausoleo para su suegro, Itimad-ed-Daula, que había sido tesorero del Imperio. Se asienta también sobre un basamento en medio de jardines, con una sala central rodeada de otras ocho y cuatro torres como quioscos en los ángulos. Erigido en 1626, sin cúpula, como la tumba de Akbar, está íntegramente construido en mármol blanco con incrustaciones de jaspe, cornalina, nácar y otras piedras semipreciosas.


Cervato de Medina Azahara supuestamente de Halaf

o de su escuela cordobesa (Museo Arqueológico de

Córdoba). De unos 40 centímetros de altura, es el
más célebre de los animales metálicos que echaban
agua por la boca mediante un tubo que subía por las
extremidades y el cuello. 
En la India los mongoles, que estaban en minoría y rodeados de indígenas de otras razas y religiones, no podían descuidar sus defensas, pese a que eran los gobernantes, pues eran plenamente conscientes de que se encontraban en una clarísima inferioridad numérica y que ello podía acarrear les más de un disgusto si no tomaban las precauciones necesarias. Para evitar, por lo tanto, posibles revoluciones contra las que difícilmente hubieran podido oponerse de no contar con un aparato militar de importancia, tuvieron la precaución de construir, para la defensa de las ciudades desde las que gobernaban, grandes recintos de murallas con puertas, fosos y torres magníficas.

De este modo, y como resultado de la necesidad de procurarse protección, surge uno de los capítulos más interesantes del arte mongol en la India, el de las construcciones militares. El arte militar musulmán levantó en la India obras prodigiosas de las que aún hoy es posible maravillarse, tanto desde el punto de vista artístico como desde una concepción militar, pues eran fortificaciones realmente modernas y eficaces. Por tanto, entre las numerosas obras de estas características que construyeron los mongoles, deben destacarse, por ejemplo, las imponentes murallas de Benarés, la ciudad santa de los antiguos indios, las torres y puertas de Delhi, entre las que sobresale el famoso Fuerte Rojo erigido en 1650 por el Shah Djahán para proteger un conjunto de palacios de mármol, y el castillo de Gwalior. Todas estas construcciones atestiguan el genio artístico y militar de un pueblo que durante los siglos que se acaban de analizar constituyó un imperio realmente fabuloso.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Solimán el Magnífico

Retrato de Solimán I, sultán otomano, 
despachando con dos dignatarios (Bibli-
oteca del Palacio de Topkapi, Estambul).

Uno de los grandes imperios musulmanes fue el otomano, fundado a finales del siglo XIII por Osmán (1300- 1306), también conocido como Utmán I, y que con el gran sultán Solimán el Magnífico (1520-1566) alcanzó su máximo esplendor cultural.

La gloria del Imperio otomano, que se inició con la trascendental toma de Constantinopla por Mehmet II en 1452, culminó con Solimán el Magnífico cuando éste logró apoderarse de Hungría en 1526 tras su magnífica victoria sobre Luis II. Asimismo, este poderoso sultán llevó a los otomanos a las puertas de Viena en 1529, impulsó su poderío naval y afianzó su presencia en el Mediterráneo. En el año 1522 había conquistado la isla de Rodas y en el 1518, el corsario conocido por los cristianos como Barbarroja, puso la ciudad de Argel, de la que era dueño, bajo su protección.

La época otomana es de una gran riqueza en arquitectura. Su máximo representante será el prolífico y genial arquitecto Sinán, que realizará sus fabulosas construcciones durante la edad de oro del arte otomano. La mezquita de Süleymaniye de Estambul, encargada por Solimán el Magnífico, fue realizada por él entre los años 1550 y 1557. Se trata de una construcción magistral que muestra sin lugar a dudas el esplendor artístico que se vivió durante la época de Solimán el Magnífico. Tras su reinado, el Imperio otomano entró lentamente en su fase de decadencia que afectó también al arte.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

Las artes decorativas en el mundo islámico

Hemos encontrado en este sucinto capítulo del arte islámico una rara coincidencia de técnicas y estética que no llegaba a ser uniformidad, pero sí unidad de gusto y pensamiento. Ya se había avanzado que ésta es una de las características más singulares y sorprendentes del arte islámico. Las razones para tal coincidencia que emparenta las construcciones de la India con los edificios de al-Ándalus deben buscarse, sobre todo, en el poderoso influjo de la religión en todos los ámbitos de la sociedad islámica y, especialmente, en el arte. Por tanto, estas similitudes artísticas en puntos tan dispares del Imperio islámico pueden atribuirse principalmente a la fe religiosa; no se debe olvidar que el Islam comprendía árabes y egipcios, sirios y bereberes, persas y mongoles, de raza, lengua y cultura enteramente diversas; un conjunto de pueblos que si algo podían compartir era una religión, la islámica, que les marcaba sus conductas en todos los ámbitos de la vida, como ya ha quedado señalado. Por tanto, fue la peregrinación, que era uno de los cinco deberes inexcusables a todos los mahometanos, lo que causó tanto o más que el Corán esta unificación de gusto que tanto asombra.

⇨ Mimbar del período almorávide (Museo del Palacio Badia, Marrakech). Púlpito de factura cordobesa, que está elaborado con madera de cedro, ébano y marfil. Anteriormente se hallaba en la mezquita de Kutubiyya en Marrakech.



El Islam -insistiendo en no olvidarlo- es una fraternidad, una cofradía universal, de todos los creyentes. Ésta es una de las principales características de la religión musulmana y uno de los motivos de que, por ejemplo, en una región como la India, en la que se profesaba una doctrina religiosa radicalmente alejada de las palabras del profeta Mahoma, triunfara en muchas zonas el Islam, que decía a las clases más marginadas de la sociedad que todos los seres humanos deben vivir como hermanos.

Todas las religiones han insistido en que los verdaderos hermanos son los que creen en una misma doctrina, pero este concepto de hermandad se mantiene solamente durante los períodos de predicación y persecución. En el Islam se sostuvo durante la época de su mayor apogeo y continúa manteniéndose en la actualidad. Un mahometano, especial mente si va camino de La Meca, entrará en la casa de cualquier creyente y será recibido como hermano, se sentará a la mesa y recibirá indefinida hospitalidad sin que por ello tenga que pagar posada.

Mihrab (mezquita de Córdoba). Aspecto de la decoración del mihrab, hornacina donde se guarda el corán y hacia donde oran los musulmanes. Se halla sobre el muro de la quibla, que está orientada hacia La Meca. La gran mezquita de Córdoba, hoy convertida en iglesia, fue fundada en el año 785 por Abd-al-Rahman l.
La peregrinación no se convertía simplemente en un viaje de ida y vuelta, desde la morada del peregrino a La Meca y luego de vuelta a casa. En muchas ocasiones, debido a la vastedad del Imperio islámico, tal peregrinación se prolongaba durante meses, por lo que, de esta forma, los mahometanos se habituaban a la vida andariega y debían de disfrutar de las novedades que proporciona la vida nómada; una vez cumplido el deber de visitar los lugares santos, se sentía el deseo de conocer otros países, ver gentes extrañas y ciudades lejanas, siempre dentro del área religiosa del Islam.

Los mahometanos viajaban poquísimo por países cristianos: se lo dificultaba, además del coste, la variedad de las lenguas. En tierras de creyentes, el árabe del Corán era y es un idioma internacionalmente mucho más difundido en todas las clases sociales que el latín en Occidente.

Así, tanto la sinceridad con que creen los musulmanes como el deber de la peregrinación explican la semejanza estilística de los monumentos islámicos. Los relieves planos, sin formas salientes, indicadísimos para una pared de muralla expuesta al sol del desierto, se aplican asimismo al interior de las mezquitas y hasta en la decoración de los mihrabs, de los muebles y objetos de arte suntuario. Los temas son también semejantes. Así, tanto en el norte de África como en la India, los arabescos consisten en la intersección complicada y profusa de tallos y hojas estilizadas; pero las plantas peculiares del desierto, las hojas de parra a medio abrir, las granadas y las palmas se intercalan con pequeños tigres y leones, gacelas y pájaros del Oriente.

Cofre de marfil (catedral de Pamplona). Procedente del monasterio de Leire, es el más rico -por sus temas- entre todos los conservados. Está fechado en el año 1005 y en su cara aquí visible presenta tres escenas de corte, enmarcadas en una sabia composición geométrica que utiliza elementos naturalistas.
Estas formas de estilo árabe se encuentran en los frisos de los castillos mesopotárnicos, y es curioso advertir que, hasta en los más lejanos países, persiste el gusto por las lacerías sernivegetales y geométricas. El artista musulmán siente repugnancia instintiva a las formas vivas en el estado en que se encuentran en la naturaleza, y llega al extremo de que, cuando puede disponer de frisos antiguos y capiteles corintios con hojas de acanto tiernas y jugosas, los corta en líneas secas y abreviadas, los labra de nuevo, abriendo con el trépano agujeros que reducen a esqueleto la flexible masa de las hojas frescas. Los capiteles romanos y griegos así rectificados abundan en las mezquitas que se levantan por el norte de África y en la de Córdoba; en cambio, los secos capiteles visigóticos casi nunca son deformados por los artistas musulmanes.

La predilección por lo puramente geométrico, abstracto y abreviado es más sensible en los mahometanos sunitas, que son estrictamente coránica. Pero casi la mitad de los creyentes pertenecen a los chiítas, que consideran a Alí, primo o yerno de Mahoma, superior al Profeta, pues fue emanación de la sabiduría divina. Alí fue un imam, cuya virtud infinita le llevó a no manifestar su carácter y a no reclamar el reconocimiento de su categoría.


⇨ Cuenco de la sardana (Museo de Cerámica de Barcelona). La cerámica valenciana decorada, especialmente la de Manises y Paterna, ha sido la más divulgada de toda la cerámica medieval hispana. Esta pieza excepcional, de datación difícil, es una muestra de tantos millares de piezas recuperadas gracias a las excavaciones de Paterna. Así se han descubierto los desperdicios de las hornadas que todo alfarero tenía la obligación de utilizar en la construcción de muros.


Así, mientras los mahometanos sunitas tienen por definitivo cuanto dice a la letra el Corán, los chiítas se mantienen a la expectativa de la aparición de nuevos imames descendientes de Alí, que harán sucesivas revelaciones. Esto les predispone a aceptar representaciones de seres vivos en sus obras de arte decorativo. Desde este punto de vista el Islam queda dividido por la línea del Eufrates, pues son chiítas la mayoría de los creyentes de Persia y de la India, mientras que predominaban los sunitas en Siria, norte de África y en España.

La anterior digresión era inevitable para entender la escultura y la pintura musulmanas. Así, a modo de conclusión de las ideas que acaban de exponerse, no resulta sorprendente que sean escasísimas las obras de escultura islámica de bulto entero entre los creyentes de la ortodoxia sunita. Es excepcional encontrar escultura árabe de tres dimensiones en Occidente, porque allí los mahometanos respetaron la prohibición coránica contra la idolatría. Abderramán III, por excepción, colocó en Medina Azahara la estatua de su favorita, y consta que para adornar las fuentes encargó en Córdoba doce animales de oro rojo. Los leones de la fuente del patio de la Alhambra son otra muestra rarísima de escultura islámica en Occidente.


Bote hispano-árabe (Hispanic Society, Nueva York).

Bote destinado a guardar perfumes, probablemente

es uno de los muchos que se realizaron a finales
del siglo X, pero sin duda es uno de los más bellos.
También existen recuerdos literarios de pinturas decorativas con retratos y figuras entre los mahometanos sunitas. Un ejemplo, muchas veces citado, son las pinturas sobre cuero de la sala de los Reyes, en la Alhambra, que representan escenas de caza y torneo. Hoy se atribuyen sin vacilación a artistas italianos que llegaron a Granada en el siglo XV; sólo prueban una desviación del gusto hacia lo vivo y lo representativo, que es casi apostasía.

Se conservan, en cambio, innumerables manuscritos con miniaturas, que pueden proporcionar una idea de lo que era la pintura entre los musulmanes de confesión chiíta. El libro sagrado único, el Corán, lleva sólo un bello frontispicio con medallón de entrelazados. Pero los libros de carácter histórico y las epopeyas iránicas, sobre todo el Shah-Nameh de Firdusi, o Libro de los Reyes, se ilustran con abundantes viñetas explicativas del texto. En Persia y en la India, los decoradores de manuscritos hicieron maravillas; nada como sus miniaturas pueden hacer comprender mejor el ambiente refinado de las cortes de los sultanes, que se vanagloriaban más de tener músicos, poetas y filósofos que estadistas y generales. Algunas de ellas representan al príncipe rodeado de sus cortesanos, en plácido coloquio; otras reproducen escenas de guerra y de caza; otras, retratos simplemente dibujados con hábiles trazos de pincel.

Botella de peregrinación (British Museum, Londres). Procedente de Siria y elaborada entre 1330 y 1350, la forma de la botella recuerda los recipientes de cuero que usaban los viajeros medievales. Probablemente se vendían a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa. Los coloridos esmaltes y dorados disimulan la escasa calidad del vidrio.
En Persia hay que señalar dos escuelas principales de miniaturas: la de Herat y la de Isfahán. La primera fue fundada a fines del siglo XV por el gran artista Behzad, cuyo estilo fue copiado durante generaciones y se caracteriza por un realismo lleno de encanto, por la brillantez de los colores y por el movimiento agitado de las escenas. La personalidad más sobresaliente de la escuela de Isfahán fue Riza Abbasí que, durante el primer cuarto del siglo XVII, hizo famosas sus composiciones, con grandes figuras en las que se aprecia una aguda observación de la naturaleza y d.e la realidad diaria. En la India musulmana, los príncipes, a partir de Akbar, desarrollaron el coleccionismo de grandes ilustraciones en las que se percibe un lejano eco de las pinturas antiguas de Ajanta. En el período del Shah Djahán se acentuó el interés por la perfección del retrato individualizado.


⇦ Tarro de cerámica de Manises (Instituto Valencia de Don Juan, Madrid). Fechado a principios del siglo xv, esta pieza es un claro exponente de una cerámica, la de Manises, que, según cuenta Eiximenis en 1383, era verdaderamente "apreciada por papas, cardenales y príncipes del mundo".



En las artes suntuarias, los artistas musulmanes produjeron obras de una belleza extraordinaria, llegando a conseguir resultados acaso superiores a lo que había producido la Europa occidental en el arte decorativo. La restricción, por no decir prohibición, de representar asuntos figurativos es un impedimento para los artistas islámicos, del que triunfan sólo por su gran fantasía. Los pueblos del Islam, que aprendieron, en primer término, de los artistas sasánidas de Persia y Mesopotamia, reproducen, por ejemplo, sin demostrar fatiga, los dos temas más frecuentes del arte oriental, a saber: el árbol de la vida, flanqueado de un par de animales, y el grifo que vuela al Paraíso. En la Persia sasánida, el grifo se convierte en el sigmurd, un monstruo imaginado por los devotos de Zoroastro, que se interpreta como síntesis universal de los cuatro elementos: el sigmurd arroja fuego por la boca, va provisto de escamas para entrar en el agua, posee alas para volar en el aire y tiene patas para correr sobre la tierra.

Azulejo del siglo XV de lbn Ghaybi Taurisi (Museo de Arte Islámico, El Cairo). Procedente de la madrasa de Sayyida Nafisa de El Cairo, está pintado en tonos cobalto y negro bajo un barniz transparente. El mosaico está firmado en las esquinas por su autor.
Las artes islámicas del metal han producido un pebetero famoso de bronce labrado en forma de grifo, que es una de las joyas más preciadas del tesoro del Campo Santo de Pisa; pasa por ser obra egipcia de los siglos X y XI, y se dice que fue traída a Europa por Amaury; rey franco de Jerusalén. Pero son relativamente numerosos estos pebeteros en forma de ave o de cuadrúpedo que, con adorno cincelado o relleno de esmalte, se conocen hoy día: datan en su mayoría de los siglos X al XII y algunos son de factura hispanoárabe, como el perfumero en forma de león que perteneció a la Colección Stern y actualmente se conserva en el Louvre y al parecer procede del castillo de Monzón (Huesca). Se conocen otros en forma de cervatillo o caballito, que proviene de Medina Azahara.

Capítulo importante en el arte musulmán suntuario lo constituyen las labores adamasquinadas en latón, que se realizaron, a partir del siglo XI, en varias localidades distanciadas entre sí: Mossul, Damasco, El Cairo, Herat y varias poblaciones persas, pero su unidad estilística es grande, a pesar de las diferencias debidas a la evolución del estilo. Muchas de estas vasijas, aguamaniles o candeleros con labor cincelada llevan incrustación de plata; el adorno de casi todas estas obras consiste, además de letreros caligráficos, en medallones con refinados temas vegetales o figurativos.

Jarra hispano-árabe de Mazara del Vallo,
fechada en el siglo XIV, cuando la cerámica
nazarí alcanzaba su mayor apogeo y cuando
también en Málaga se hacían y decoraban
los soberbios jarrones denominados de la
Alhambra.
Otras artes de predilección islámica fueron la talla del cristal de roca, que floreció en Egipto. entre los siglos X y primera mitad del XII, bajo la dinastía fatimí, y el vidrio con adorno policromo esmaltado y dorado, cuyos primeros talleres estuvieron radicados en Damasco y otras poblaciones sirias a partir del siglo XII, pero cuyas obras más ostentosas (lámparas para mezquita con hermosas inscripciones en caracteres nasjíes) se fabricaron, no sólo en Siria, sino en El Cairo, durante los siglos XIV y XV, bajo los sultanes mamelucos.

Algunos mimbars, o púlpitos para la lectura del Corán, son obras preciosas de talla; otros destacan por su meritorio adorno de taraceas.

La devoción coránica no estimulaba la creación de obras suntuarias como la liturgia cristiana. Las mezquitas no tienen altares, ni el culto obliga a producir el sinnúmero de objetos rituales que necesitan las iglesias latina y bizantina. El mihrab, indispensable en todas las mezquitas y la parte más decorada, es simplemente una arcada o nicho flanqueado de columnitas para orientar a los que rezan a dirigir sus plegarias del lado de La Meca. Por excepción, el mihrab de la mezquita de Córdoba es un pequeño cubículo sin ventanas.

Los artistas musulmanes preferían el marfil a las maderas, por raro y precioso que fuera el leño. Son magníficas las arquetas hispanoárabes con relieves planos, de marfil, que en muchas catedrales de la Edad Media servían para guardar reliquias. La mayor de estas cajitas árabes de marfil es la de la catedral de Pamplona, procedente de Leire. Es de forma rectangular, toda decorada con relieves historiados. Una leyenda, que decora sus cuatro caras, implora la bendición de Dios, la felicidad y larga vida para Almanzor, y lleva, además, el nombre del artista que dirigió la obra, un eunuco llamado Nomeirben-Mohamed, que parece ser el jefe del taller califal de Córdoba. Varios nombres, grabados en cada medallón, acaso sean los de los artistas que ejecutaron las diferentes partes de los relieves.

Otra arqueta árabe muy parecida se guarda en la catedral de Braga, en Portugal. El Museo Arqueológico Nacional, de Madrid, posee una arqueta árabe procedente de Palencia, menos historiada que la de Pamplona, aunque más antigua, con ornamentación vegetal deliciosamente estilizada. Pero en aquellos tallos casi geométricos del relieve de marfil, el árbol de la vida se descubre flanqueado de pares de gacelas, ciervos o codornices.

Algunas cajitas árabes de marfil son de forma cilíndrica, con tapa redondeada. Las más antiguas, del siglo X, fueron ejecutadas en Córdoba, como la que se guarda el Museo del Louvre, muy rica en escenas figurativas, y la de la Hispanic Society de Nueva York, con una refinada decoración vegetal estilizada y los herrajes originales. Después de la disolución del califato, el arte de tallar marfiles se conservó en Cuenca; hubo allí una familia dedicada a labrar cajitas durante varias generaciones que continuaron la tradición del estilo cordobés.
Tejido hispano-árabe (Museo Provincial Textil,
Tarrasa). Probablemente de factura grana-
dina, esta pieza muestra un admirable
diseño entrelazado y un característico colorido
que permiten creer que se trata de una obra
del siglo XV.

Siria y Egipto, así como Sicilia bajo la dinastía normanda, tuvieron notables talleres de eboraria entre los siglos XII y XN. En el arte aplicado que se considera más genuinamente oriental, la cerámica, los pueblos musulmanes derrocharon verdaderos tesoros de inventiva. La historia de las cerámicas del Islam se inicia en Mesopotamia, en Bagdad, durante el siglo IX, mientras la corte califal abasida radicó en Samarra (836-883), y está jalonada por descubrimientos de sucesivos procedimientos técnicos que estimularon la aparición de muy variados estilos, todos los cuales denotan, no sólo extraordinario dominio de la ornamentación geométrica o basada en el empleo de una caligrafía que, en sí misma, es ya un elemento de gran efecto decorativo, sino también una elegante facilidad por la pintura de temas figurativos o inspirados en la estilización animal o vegetal. Algunos jarros de esta cerámica son de grandes dimensiones.

El primer barniz inventado fue el de óxido de plomo. Es un barniz transparente y algo amarillento, que implica la necesidad de emplear un engobe blanco para que las vasijas se puedan pintar en un escaso número de tonalidades (verde y morado, o verde, morado y rojo) antes de recibir aquel barniz y ser puestas a cocer en el horno. A esta clase de cerámicas pertenecen algunas de fabricación mesopotámica, y las persas de Nishapur, en el Jorasán, o las de Samarcanda, en la Transoxiana. También corresponden a esta modalidad las cerámicas persas esgrafiadas que pretendieron, ya desde el siglo XII, imitar las porcelanas chinas, y asimismo las califales cordobesas con pintura bicolor (verde y morada) y las de estas mismas características que desde fines del siglo XIII fabricaron los moriscos de Teruel y de Paterna (Valencia).

Drap de les Bruixes (Museo Episcopal de Vic, Barcelona). Hallado en el sepulcro de San Bernardo Calvó (siglo XIII), está considerado como el más importante de los tejidos islámicos conservados en España. En opinión de Gómez-Moreno, no fue realizado en la Península, ya que no presenta puntos de contacto con el arte de ai-Andalus y, en cambio, está muy próximo al arte oriental.
Poco después de hallarse el barniz de óxido de plo mo, se inventó el estannífero, blanco y opaco, adecuado para emplear una policromía rica, que incluye el azul, y que se fija mediante una segunda cocción de las piezas. Este nuevo barniz permitió también el empleo de la decoración por reflejos metálicos, obtenida mediante los óxidos de plata y cobre. Esta es la famosa cerámica dorada, que se usó desde la segunda mitad del siglo X en Egipto (alFustat) bajo la dinastía fatirní, y desde fines del siglo XII se fabricó en Mesopotamia (Rakka) y durante los siglos XII y XI,II en Persia (Ray o Rhages, Kashán y Sultanabad) y en Siria (Damasco). Desde fines del siglo XIII decoró también las cerámicas doradas hispanoárabes que se fabricaron en Málaga, centro irnportante donde se elaboraron, entre otras piezas famosas, las grandes jarras en las que, junto al adorno dorado, aparece también algunas veces la pintura azul, algunas de las cuales se fabricaron para la corte granadina nazarí. En España esta cerámica malagueña dorada pasó a informar, durante el siglo XIV, la elaboración de Manises, en Valencia, que conoció una gran difusión por Europa, y ya en el siglo XVI, habiendo perdido gran parte de su antiguo estilo morisco, irradió a Barcelona, de donde pasó después a Reus; pero antes, conservando su sello árabe, pasó a Muel, en Zaragoza, donde su fabricación perduró hasta ser expulsados los moriscos de España.


⇨ Alfombra de la Caza (Museo Poldi Pezzoli, Milán). Alfombra persa procedente de Tabriz, cuyo diseño presenta animales y muchas flores. Está enmarcada por una cenefa con caracteres árabes.



Pero, a pesar de lo que se lleva dicho, no queda ni con mucho completo este cuadro de las principales cerámicas de origen islámico. Es preciso que sea mencionada una variedad que, durante los siglos XII y XI,II se cultivó en Persia con temas figurativos realizados con una gran delicadeza pictórica, y que se designó con la voz minai (esto es "esmaltada"), así como la pintada en azul, o en azul y negro, durante los siglos XIV y XV, en Damasco, y las persas posteriores, que desde el siglo XV al xvn intentaron imitar las porcelanas chinas Ming, con pintura azul: las de Kubachi, Kirman y Meshed, o finalmente las portentosas cerámicas policromas turcas, fabricadas durante el siglo XVI en Anatolia, en la antigua Nicea, Isnik.Y aún a esta larga lista habría de añadir un comentario acerca de los azulejos islámicos, que tan brillante papel desempeñaron a lo largo de toda la historia de la arquitectura musulmana, de la que fueron obligado y brillante complemento de decoración.

Otra gloriosa industria del Islam son los tejidos las alfombras. Para las telas, los maestros de los árabes fueron los coptos, los bizantinos y los persas sasánidas. Los musulmanes añadieron el gran elemento decorativo de la caligrafía. Las leyendas forman muchas veces orlas bellísimas en los tejidos. Los reyes de la dinastía franca de Jerusalén fomentaron esta industria en las tierras que gobernaban. Los califas de Egipto, los árabes de la España musulmana, todos fundaron o protegieron también las fábricas de tejidos, que llamaban tiraz. Los historiadores árabes, comó Al-Idrisi y Al-Makari, hablan de Almería como el lugar donde, en su época, se fabricaban las más bellas telas de España. Jaén y Sevilla producían también gran cantidad de tejidos de seda. Después las fábricas principales árabes españolas se establecieron en Granada. Los tejidos granadinos del siglo XV son todavía admirables por la belleza de color de sus entrelazados geométricos.


⇦ Alfombra del Turquestán. El imaginativo dibujo y la calidad de textura son las características principales de estas alfombras. Impulsada por el próspero comercio con Occidente, Persia habría de sustituir paulatinamente su magnífica pintura por el arte paciente del tapiz.



Mientras que los telares de Egipto y de Siria continúan produciendo tejidos con temas zoomórficos inscritos dentro de las ruedas de tradición bizantina, en las fábricas más occidentales, o sea en Marruecos y en España, las formas vivas animales y vegetales casi desaparecen, sustituidas por los florones geométricos.

Las alfombras son tejidos de más trascendencia artística que las telas, pues están enteramente ejecutadas a mano sin ayuda del telar. Durante la Edad Media no se utilizaron en Occidente más que alfombras árabes. El mismo nombre es todavía árabe, y la palabra baldaquín, que se emplea para designar la alfombra que cubre un trono o altar, es una derivación de la árabe baldak o bagdad.

Cada región de Persia y Asia Central -los países que producen lanas finas- ejecutó un tipo especial de alfombra, con sus dibujos peculiares y su típica coloración. Una alfombra de Bujara es diferente por el color y temas que una de Samarcanda, Tabriz o Isfahán. En la actualidad, todavía se acude a Irán para obtener mejores alfombras.

En la Edad Media, los tejidos y las alfombras fueron el principal vehículo de introducción de temas musulmanes en el Occidente latino. Se prefirieron para envolver los cuerpos santos las telas importadas de Bagdad o Egipto. Para cubrir los presbiterios y los salones reales, no hubo nada mejor que los tapetes orientales con grifos, leones, palmeras, incluso letreros coránicos. En ellos encontraron temas e inspiración los artistas cristianos, y en algunos países que en parte fueron islamizados, como España, en el curso de su historia, la tradición árabe perduró. Tal es la significación que a fines de la Edad Media tuvo la fabricación de alfombras en Alcaraz.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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