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Artistas de la A a la Z

Van Gogh o la pintura bajo tensión

Si Van Gogh (1853-1890) hubiese puesto fin a su existencia cinco años antes, hoy no se hablaría de él. ¡Pobre Vincent! Su vida fue un titánico esfuerzo por hallar explicación al interrogante que para él constituía el sentirse poseído de una fuerza interior a la que no encontraba aplicación posible. Sucumbió en la lucha por ser sincero consigo mismo y con los demás e intentar captar en su alma el ritmo de la vida y de las cosas. Pero jamás nadie le hizo caso: en toda su vida no logró vender ni un solo cuadro.

Nació en Groot-Zundert, en la provincia meridional holandesa de Brabante, hijo del pastor de aquella población. Era un niño retraído que sólo toleraba la compañía de su hermano Théo, quien más tarde se convertiría en su mejor amigo. Gracias a un tío suyo se le empleó en la sucursal, en la capital de Holanda, de la Casa Goupil, dedicada al comercio de grabados artísticos, pero por sus brusquedades se le hubo de trasladar de La Haya a Bruselas.

Autorretrato con caballete de Vincent Van Gogh (Museo Van Gogh, Amsterdam). Tela en la que el autor deseaba alcanzar una obra maestra, para lo cual usó una técnica y una coloración muy libres. Realizado dos años antes de su muerte, en 1888, el artista se plasma en una de sus múltiples representaciones. En el acto creador ratifica así su postura ante la vida, pese a los escasos éxitos comerciales que tuvo a lo largo de su carrera. 

⇨ Corona imperial en un florero de cobre de Vincent Van Gogh (Musée d'Orsay, París). Van Gogh comienza a pintar a los veintisiete años. En sólo diez realiza, pues, su enorme obra: 840 óleos y otros tantos dibujos y acuarelas. Este cuadro pertenece a la segunda época de estos diez años, la llamada «época francesa», donde la materia se retuerce en paroxismos coloristas, en fiel correspondencia con sus dramáticas luchas interiores.



Su carácter arisco motivó un nuevo traslado a la sucursal de Londres, donde experimentó su primera decepción sentimental al enamorarse de la hija de los dueños de la pensión donde se hospedaba, Úrsula Loger, una pelirroja de 18 años siempre alegre, que se burlaba de la timidez de Van Gogh y rechazó, riendo, su proposición de matrimonio. La Casa Goupil le trasladó, una vez más, a París, donde dedicó todo su tiempo libre a estudiar las obras del Museo del Louvre, hasta 1876, en que sintió una repentina vocación religiosa.

Entonces partió para Holanda, escribió a los directores de la Galería Goupil que “los mercaderes de cuadros son unos ladrones” y se entregó por espacio de dos años a un trabajo encarnizado para aprender latín y griego con el fin de ser admitido en la Facultad de Teología Protestante de Amsterdam. Su fracaso en los exámenes de ingreso motivó que, tras una corta preparación en un centro protestante de Bruselas, solicitase una plaza de predicador en la fría y oscura comarca minera de Borinage, donde ejerció, durante el año 1879, como misionero evangelista, en la localidad de Wasmes.

El merendero de Vincent Van Gogh (Musée d'Orsay, París). En febrero de 1886, Van Gogh se reúne en París con su hermano Théo. En junio del mismo año, la familia se traslada a la rue Lepic, donde el pintor instala su taller, en el tercer piso. "¿Puedes imaginarme a las cuatro de la madrugada, tan pronto, sentado ante la ventana de mi buhardilla", escribía Van Gogh poco antes. Desde una ventana semejante nos lo imaginamos, asomado al amanecer acuoso de París; pinta todavía con las pinceladas vastas, macizas, de su "época holandesa", pero en grises claros. 

Sin embargo, la violencia enfebrecida de su fe asustaba a los mineros y a los campesinos. Vincent, “para ascender hasta los humildes”-según escribió a su hermano Théo- se privaba de lo más necesario, se vestía con un burdo traje que él mismo se confeccionó con el capote de un soldado y no dormía porque pasaba las noches velando a la cabecera de los enfermos desahuciados por los médicos. Las privaciones y el espectáculo de la miseria lo hicieron caer gravemente enfermo, y sólo entonces consintió en que su padre lo llevase de nuevo al hogar familiar de Etten. Allí se entregó a su otra vocación, la pintura, a partir de 1880.

También en esto halló áspero el camino. Empezó inspirándose, para sus croquis, en la vida de los mineros, mientras copiaba también grabados de Millet sobre temas humildes. En 1881, apoyado por su hermano Théo (desde entonces afincado en París), tomó lecciones en Bruselas y después en La Haya, y pintó pequeños lienzos de tonalidad sombría sobre asuntos campesinos. Después, en la Academia de Amberes, mal avenido con sus profesores, comprendió la importancia de los grabados japoneses y empezó a observar detenidamente la realidad que le rodeaba.

Le Père Tanguy de Vincent Van Gogh (Colección particular, París). Este retrato corresponde a un personaje dedicado al comercio de artículos de pintura y dibujo y que ayudaba con materiales a pintores en apuros a cambio de sus obras, es una de las primeras obras de Van Gogh en París. Es una tela llena de vida, con un retratado que rebosa simpatía. Debe destacarse la profusión de estampas japonesas del fondo. 


La siesta de Vincent Van Gogh (Musée d'Orsay, París). Pertenece a la llamada "época francesa". En un primer plano están representados dos campesinos mientras descansan después de comer, tras una jornada de trabajo que deberán reanudar después de la breve pausa. Sus cuerpos marcan una gran diagonal. Junto al personaje masculino podemos ver la hoz con la que ha estado trabajando. El amarillo intenso hace pensar en la hora en la que el sol está en su máximo esplendor.  

Desde esta época hasta su muerte, cinco años después, lo caracterizó un cariño especial que le hacía amar las cosas, incluso las más despreciadas por los otros pintores: un plato de arenques, unos botijos de barro.

Esta corta temporada de trabajo en un ambiente sereno se vio interrumpida por otra decepción sentimental: se enamoró de su prima Katherine, pero ésta lo rehuyó también, hasta el extremo de negarse a verlo.

En 1886, sospechoso a los ojos de todos sus vecinos, que huían de su carácter huraño y taciturno, abandonado por todos, escribió a Théo una carta conmovedora: “Para todo el mundo soy una nulidad; me consideran un hombre excéntrico y desagradable y, sin embargo, hay en mí una especie de música serena y pura”. Théo le contestó invitándole a ir a París y a reunirse con él. Allí le presentó a los maestros del impresionismo: Monet, RenoirPissarroSeurat, los autores de cuadros tan prodigiosamente coloreados como no se había visto nunca. Van Gogh aprendió de ellos el uso de las gamas claras y el arte de dividir los tonos. Muy pronto conoció a Toulouse-Lautrec, y en el verano de 1886 inició su amistad con Paul Gauguin.

Los girasoles de Vincent Van Gogh (Tate Gallery, Londres). Una de las pinturas de su famosísima serie que alguien ha definido como "un poema de alegría con luz de creciente intensidad". La intención del pintor era simplemente la de alegrar su habitación. 

Vincent quedó captado inmediatamente por la impresión de aplomo y seguridad que se desprendía de la poderosa personalidad de Gauguin, y, después de ver algunas de sus obras, le confesó su sincera admiración. Pero la existencia de Vincent en París era difícil y no podía soportar el remordimiento de vivir a expensas de su hermano.

Un día de diciembre de 1887, paseando por los silenciosos muelles de la isla de San Luis, en el centro de París, Toulouse-Lautrec le aconsejó ir a Provenza, la tierra del sol, porque había comprendido que el temperamento ardiente de Vincent requería los campos de trigo y las figuras enérgicas de los cipreses o las retorcidas de los olivos.

⇦ Dos aldeanitas de Vincent Van Gogh (Musée d'Orsay, París). Van Gogh marcha a Arlés en febrero de 1888 y el sol de Provenza, sus huertos floridos, sus hermosas mujeres, los zuavos de la guarnición, todo lo deslumbra. En la serenidad de su nuevo entusiasmo escribe: «Yo quisiera pintar hombres y mujeres con esa chispa de eternidad, que antes simbolizaba el nimbo, y que intentamos atrapar con la vibración del colorido, por su misma reverberación». En quince meses de esa época de luz sin sombra, crepitante y pura como un nimbo, Van Gogh pintó doscientos cuadros; éste se cuenta entre ellos.



Por fin, en febrero de 1887 se instaló en Arles, y descubría el sol del Midi. Aquel año y el siguiente (hasta que su estado mental obligó a su reclusión) realizó un buen número de las que actualmente se consideran como sus obras maestras: autorretratos, paisajes, pinturas de flores (en especial sus famosos Girasoles), retratos de gentes sencillas, etc. En búsqueda incesante de la verdad, empezó a aparecer en él un gusto persistente por el detalle expresivo; es decir, por el expresionismo, estilo que se nutre no sólo de la apariencia de la realidad, sino de su expresión, de su contenido. Expresión de la realidad por el detalle visto agudamente, que, al prevalecer sobre los otros detalles, que quedan como en segundo plano, provoca cierta deformación llena de sugestiones nuevas.

Respondiendo a una indicación de Van Gogh, el día 20 de octubre de 1888 Paul Gauguin llegaba a Arlés para trabajar junto al pintor holandés.

Paseo al atardecer de Vincent Van Gogh (Museo de Sao Paulo, Sao Paulo). En un primer plano, dos personas pasean bajo el sol en un paisaJe lleno de vegetación, que parece más tupida en el fondo de la composición. Se vuelven a ver cipreses, árboles que aparecerán en más pinturas del artista holandés. 


Autorretrato de Vincent Van Gogh (Musée d'Orsay, París). En los últimos años de su vida, Van Gogh pintó alrededor de treinta autorretratos. En éste, realizado en 1888, muestra un rostro noble, de cabellera y barba leoninas y ojos velados por una honda y prematura tristeza. 

Durante los primeros meses de convivencia, ambos pintores trabajaron con gran ahínco y en íntima colaboración, y Van Gogh fue esta vez quien, a base de apuntes o cuadros de Gauguin, se ejercitó en algunos casos en crear obras personales; pero bien pronto empezó a dar señales de perturbación. Se puso, por ejemplo, a derrochar el dinero que su hermano Théo le enviaba, desde París, a costa de grandes sacrificios, y Gauguin hubo de reconvenirle avec beaucoup de précautions, según él mismo cuenta en su escrito Diverses Choses, donde se narra la trágica crisis de esa convivencia.

Iglesia de Auvers de Vincent Van Gogh (Musée d'Orsay, París) A pesar de su sombrío estado de ánimo, el pintor holandés encontró a Auvers excepcionalmente bella. En poco más de dos meses de vida pintó sesenta cuadros, entre ellos el de esta iglesia.  
De pronto, Van Gogh se volvió brusco y ruidoso, y Gauguin le sorprendió varias noches en el momento en que se acercaba a su cama; pero ante el asombro de su amigo, volvía a echarse en la suya, donde quedaba dormido profundamente. Una noche, en el café, estaba tomando una absenta cuando, de pronto, lanzó sobre Gauguin el vaso y su contenido. “Evité el golpe -dice Gauguin-, y cogiéndole por los hombros, salí con él del café… Unos minutos después, Vincent dormía en su cama… A la mañana siguiente, al despertarse, me dijo: “-Querido Gauguin, tengo un vago recuerdo de haberte ultrajado anoche. —No se hable más de ello -le repliqué—, pero la escena de ayer podría reproducirse, y si fuese golpeado, podría ocurrir que perdiese la cabeza… Permíteme que escriba a tu hermano para anunciarle mi regreso”.

Después de la cena, aquel día Gauguin salió solo, y mientras atravesaba la Plaza Victor Hugo, percibió tras de él un ruido de pisadas que en seguida reconoció, y vio a Van Gogh dispuesto a abalanzarse sobre él empuñando una navaja de afeitar. “La mirada que le dirigí -prosigue Gauguin- debió ser muy firme, porque, deteniéndose, bajó la cabeza y se dirigió corriendo a nuestra casa… Por mi parte, me encaminé a un hotel de Arles, tomé una habitación y me acosté…” Agitado, no pude conciliar el sueño hasta las tres de la madrugada y a la mañana siguiente me desperté hacia las siete y media… Al llegar a la plaza, distinguí un enorme gentío. Cerca de nuestra casa había unos gendarmes y un señor bajito tocado con un sombrero hongo: el comisario de policía”


⇦ Retrato del doctor Gachet de Vincent Van Gogh (Musée d'Orsay, París). Refiriéndose a Gachet, Van Gogh escribió a su hermano Théo: "Tiene los ojos azules y tristes, como tú y yo. Somos muy amigos. Trabajo ahora en su retrato; la cabeza con una gorra blanca, su barba rubia en tonos claros, la chaqueta azul. Está sentado ante una mesa roja, sostiene unas digitales. El doctor está encaprichado con su retrato de un modo fanático". Esto ocurría en junio. Al mes siguiente, en una soleada tarde de domingo, Vincent salía al campo con una pistola en el bolsillo. El doctor Gachet no le abandonó en su larga agonía. 



El comisario interrogó a Gauguin, y le comunicó que su amigo estaba muerto. Cuando se hubo repuesto de su sorpresa, Gauguin rogó al policía que subiera con él: “En su cama, Vincent yacía envuelto en las sábanas y parecía inanimado. Con mucha suavidad, palpé su cuerpo y noté en él calor de vida...”.

Gauguin puso al comisario de policía en antecedentes y le encargó el traslado de Van Gogh al hospital.

La noche anterior, después del intento de agresión que hemos referido, Van Gogh se había cercenado la oreja derecha, y después de haber contenido la hemorragia mediante toallas mojadas, había salido con la cabeza envuelta, y entregado su oreja, limpia y metida en un sobre, a la guardiana de un burdel, mientras le decía: “Tome usted: un recuerdo mío”, y volviendo a su domicilio, se había tumbado en su cama, no sin antes haber instalado una lámpara encendida cerca de la ventana.

Jardín del doctor Gachet de Vincent Van Gogh (Musée d'Orsay, París). En la primavera de 1890, Van Gogh sufrió una nueva crisis. Théo, siempre solícito, le instaló en Auvers, bajo los cuidados del doctor Gachet. El médico le vigiló con afectuosa amistad, pero Vincent siguió escribiendo: "Pinto enormes extensiones de trigo, bajo cielos turbios, y no me contengo al tratar de expresar la tristeza, la soledad extrema". Esa soledad que el pintor sentía crecer dentro de sí. 

Pocos días después de este incidente, Vincent fue internado en el manicomio de Saint-Rémy, donde durante sus períodos de lucidez se le permitió pintar. En tal situación, que se prolongó hasta mayo de 1890, produjo unas 150 pinturas de fresco colorido, con pincelada ondulante, frenética: Los cipreses, Las mieses, el retrato del doctor Rey, director del establecimiento frenopático, etc. Cuando se le consideró capaz de abandonar el manicomio, Van Gogh realizó un viaje a París, y su hermano Théo decidió entonces instalarle en Auvers-sur-Oise, a los cuidados del doctor Gachet -de quien ya se ha hablado en relación con Cézanne-, refinado aficionado y persona amable y comprensiva, que Van Gogh retrató en dos lienzos magistrales, réplicas de un mismo retrato (Musée d’Orsay y Städtelsches Institut de Francfort).

Mi cuarto de Arlés de Vincent Van Gogh (Museo Van Gogh, Amsterdam). En 1890, Van Gogh escribió a su hermano Théo una de sus innumerables cartas en la que describe minuciosamente los colores y la técnica que empleará en este cuadro: colores planos y empastados, roja la colcha, de color lila las paredes, las sillas y la cama amarillo cromo, almohadas y sábanas amarillo limón, la ventana verde, blanco el espejo. "Quisiera expresar con estos tonos un reposo absoluto."

Sin embargo, persistían las crisis de melancolía. Se sentía incapaz de seguir soportando su soledad y no encontraba fuerzas para luchar contra las alucinaciones que volvían a atormentarlo. El 14 de julio pintó la mairie del pueblo, engalanada con alegres gallardetes a causa de aquella festividad cívica; el día 27, sin terminar el lienzo que estaba pintando (hoy en el Museo de Amsterdam) y que representa un rubio trigal agitado por el viento, sobre el cual se cierne el vuelo de unos pájaros negros, Vincent Van Gogh se disparó un tiro en el pecho y moría al día siguiente, tras una larga agonía, asistido por el doctor Gachet y por Théo, que se había apresurado a acudir desde París. Sus últimas palabras fueron éstas: “La miseria no terminará nunca”.

A pesar del triste sino de Van Gogh, nunca su arte revistió las características que son generalmente consideradas como propias de las pinturas de los locos. Si es cierto que su estilo muestra muchas veces una exaltada fogosidad, no lo es menos que siempre se apoya en un previo análisis realizado minuciosamente. Van Gogh profesaba a este respecto sus ideas. Escribirá a su hermano, al hablar de la realización definitiva de su famoso lienzo El cuarto amarillo, que representa su dormitorio en Arles: “Esta vez se trata de mi dormitorio. Todo depende aquí del color y de sugerir las ideas de reposo o sueño dando, por simplificación, mayor vastedad al conjunto. La contemplación del cuadro debe proporcionar descanso a la mente, o mejor dicho a la imaginación (…). La solidez de los muebles debe expresar reposo profundo. Respecto al marco, como en el lienzo no hay blancos, convendrá que sea blanco él”.

Según él, el colorido estaba destinado a poner de manifiesto el sentimiento. En esto había establecido una escala muy precisa de valores patéticos: el amarillo era el color del optimismo, del amor, mientras que con el rojo y el verde trató, según sus propias manifestaciones, “de expresar las terribles pasiones humanas”.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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