Camille Pissarro (1830-1903) fue
acaso, entre los autenticos impresionistas, el que demostró más inquietudes, y
fue, sin duda, uno de los maestros más dotados con que contó aquella escuela.
Nació en el seno de una familia
judía francesa, aunque de origen portugués, en la isla entonces danesa de Santo
Tomás, en las Pequeñas Antillas. Después de estudiar el baccalauréat en Francia, volvió a su isla natal en 1847 y estuvo
empleado allí en los negocios de su padre, hasta que en 1852 escapó, con un
compañero danés, pintor, a Caracas, y recorrió Venezuela hasta 1854. A su regreso
al hogar, su padre se resignó a que se dedicara al arte, y lo envió a París.
A poco de su llegada a la capital
de Francia, Pissarro se entrevistó con Corot,
que no dejó de darle sanos consejos en lo concerniente a la pintura de paisaje,
por la que siempre aquel joven sintiera una gran inclinación. Tras unos meses
de asistencia a la Escuela de Bellas Artes, se dedicó a pintar bellos parajes
de la Isla de Francia, y en 1859, habiendo ingresado en la Academie Suisse, trabó allí amistad con Monet,
quien le presentó a sus compañeros.
Route de Louveciennes de Camille Pissarro (Musée d'Orsay, París). Pissarro pintó este cuadro en 1871. Retrata una tierra boscosa cultivada por el hombre, a la manera de las Geórgicas. Generoso y amable por naturaleza, el humilde y colosal Pissarro es, también por su curiosidad, su sentido de la justicia, su impulso humanitario, una de las figuras más admirables del impresionismo. Estas son las frases que enjuician la postura ética de Pissarro, el judío antillano educado en un colegio de Passy. La postura artística la dan los nombres de Sisley, Renoir y Monet, su gran amigo.
En 1866 Pissarro se estableció en
Pontoise y tres años después en Louvenciennes y, como Monet y Renoir, se
complace pintando también en Bougival. En 1870, al declararse la guerra, se
refugió en Inglaterra, y allí legitimó la unión con su mujer, con quien (a
causa de sus ideas ácratas) no estaba casado todavía, a pesar de que ya le había
dado dos hijos, el mayor de los cuales, Lucien, notable pintor, residió casi
siempre en Londres. Al regresar a su antiguo hogar, en Louvenciennes, Pissarro
comprobó que su casita había sido saqueada por los prusianos. Al abandonarla,
precipitadamente, había dejado en ella unos 1.500 lienzos, pintados por Monet y
por él, y a su vuelta halló tan sólo cuarenta.
Entre 1872 y 1884 vivió en
Pontoise; de 1873 es su importante Autorretrato
que se conserva en el Musée d’Orsay, pintura de espléndida coloración. Nunca le
interesaron, en la campiña, los parajes demasiado “arreglados”, sino aquellos
en que, junto a una casa labriega, apareciera el ramaje de árboles con su casi imperceptible
temblor. Los tejados rojos (Muse
d’Orsay) y La cuesta de los bueyes
(Galería Nacional, Londres) son dos ejemplos de la pintura luminosa y matizada
(con técnica a la vez grumosa y de finas pinceladas) que entonces empleó.
Los tejados rojos de Camille Pissarro (Musée d'Orsay, París). Obra de 1877. Pissarro empezó a tener contactos con la pintura y realizar sus propias obras en Venezuela. Cuando se traslada a Francia participa activamente de la vida artística parisiense. Realizó numerosas obras al aire libre, con predominio de los paisajes rurales y urbanos en las que, como en este caso, en el que el llamativo color de los tejados de las casas vistos entre los árboles atrae toda la atención del espectador.
Expuso en todas las exposiciones
de los impresionistas, y aunque por un tiempo acomodó su estilo al que ya
entonces había adoptado Cezanne, en 1871 volvió a especular sobre la “vibración
de la luz”.
Fue un espíritu lleno de
inquietudes. Quizá su universal curiosidad, como su "humanitarismo",
las debiera a su origen hebreo. Desde 1880 sus paisajes rústicos tendieron a
poblarse de figuras y acabó pintando, durante unos años, escenas con personajes
campesinos, no -como alguien supuso-con la misma intención de Millet,
sino cediendo a la tentación de tratar con nueva visión pictórica esos temas,
tan sugerentes. En tales pinturas (en general de tonalidades terrosas o
agrisadas), a fin de realzar los efectos luminosos, empleó pinceladas
“vermiculares” (en forma de coma) dadas diagonalmente, y acentuando todavía los
efectos del colorido mediante la diseminación, en el fondo del lienzo, de otras
manchas y pinceladas breves que se entrecruzan. Esta técnica, ya en cierto modo
afín a la del divisionismo, le
condujo, cuando trató a Signac y Seurat en 1885, a adherirse momentáneamente a la joven escuela “puntillista”. Pero en
1890 abandonó el puntillismo por su antigua pintura impresionista.
Le Pont Royal et le Louvre de Camille Pissarro (Musée d'Orsay, París). En 1885, Pissarro, ese infatigable curioso, quedó fascinado por el "puntillismo", que abraza sin reservas. Apagada su curiosidad, Pissarro vuelve a su vieja y auténtica manera, pero encaramado a un balcón de la ciudad: el aire libre no es bueno para sus ojos enfermos. Es así como esta obra nos muestra una de esas perspectivas urbanas, serenas, distantes, donde la multitud deambula densa e indiferente.
La exposición que de sus obras se
celebró en la Galería Durand-Ruel, en 1892, le abrió definitivamente las
puertas del éxito, y al año siguiente empezaba a pintar sus series de vistas de
París.
Instalaba en el balcón de algún
piso alto su caballete, y así obtenía aquellas intensas evocaciones callejeras,
a veces perspectivas de avenidas, con los mercados y el gentío, o aspectos de
los puentes y los quais del Sena.
Hasta su muerte, alternó la
pintura de estos aspectos urbanos con la de sus antiguos motivos rurales,
especialmente huertos y frutales en flor.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.