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Artistas de la A a la Z

Joan Miró

De Chirico, que, entre 1911 y 1917, fue el gran"metafísico", Max Ernst André Masson, que son los pintores-filósofos-poetas, poseen, con dos o tres más, las llaves del ámbito surrealista. Joan Miró, que en 1924 fue vecino de Masson en su estudio de la calle Blomet, y más tarde de Ernst, en la calle Tourlaque, durante 1927, llevaba consigo la frescura de un alba de Rimbaud.


Este es el color de mis sueños de Joan Miró (Colección particular). En esta obra de 1925, el texto se incorpora a la pintura a modo de poema visual; es la época en que el pintor afirmaría que no hacía distinciones entre poesía y pintura. 


La siesta de Joan Miró (Colección particular). El autor pintó esta obra en 1925, en la que demuestra haber creado un universo más allá de la vida aparente, formado por signos que representan la vida real. Paisaje: 


El saltamontes de Joan Miró (Colección J., Bruselas). Obra de 1926, en la que la serie de signos, cuidadosamente elaborados, se mueven formando un lenguaje propio. Breton dijo que el pintor catalán sólo tenía un deseo: abandonarse y pintar. Y añadió que por ello podía pasar por "el más surrealista de todos nosotros". 

Cuando se contemplan hoy los cuadros pintados por Miró en los años 1924-1930 es imposible sustraerse del magistral dominio del color que acreditaba el genial pintor. Ante sus obras, se siente el color como captado en su mismo nacimiento, un color a la vez amplio y ligero, donde se inscriben, decantados hasta la pureza primordial, los signos de una magia de encantamiento, acompañando y dando ritmo a la más inesperada de las fiestas espirituales. Joan Miró permite una nueva visión sobre las cosas, una mirada que se tuvo pero que se ha perdido por el camino. De este modo, Miró muestra las estrellas con la familiaridad de un niño que hace admirar sus canicas, estrellas danzarinas, díscolas, acariciadoras, que juegan en la límpida noche con los perros, los gatos, los saltamontes, los pájaros, las cabelleras de las mujeres y con delirantes fuegos fatuos. Un universo lúdico, el mirómundo, como se lo ha llamado en otro lugar, pues de sus obras es posible extraer una concepción muy personal de la vida. Este mirómundo se bosqueja en cada tela con su población de seres sensuales y tiernamente chuscos, cuyas formas recuerdan las de la ameba, de las holoturias, de los tubérculos y del castaño de Indias, seres que se prolongan en raicillas, en punteados, en nubes, que por todas partes surgen elementos palpantes y se desplazan con ayuda de la vibración de las pestañas. De esta forma, Miró invita a una coreografía en pleno cielo de tal naturaleza que, al contemplarla, hace inevitable que venga a la memoria este adagio: "a horizonte perdido, paraíso recobrado".


Bodegón del zapato viejo de Joan Miró (Colección James Thrall Soby, New Canaan, Connecticut). Este cuadro, pintado en 1937, en plena guerra civil española, logra que los objetos inertes vibren con intenso dramatismo, como un símbolo de la tragedia, paralelo al Guernica de Picasso. Los objetos realistas -un tenedor o una botella, un pedazo de pan o un zapato- parecen desintegrarse por el efecto de un color extraño, tenebroso, que hace de ellos un reflejo del drama y el horror que viven los seres humanos. 


El bello pájaro descifra lo desconocido a una pareja de enamorados de Joan Miró (Museum of Modern Art, Nueva York). Gouache que forma parte de la serie de 23 obras llamada Constelaciones, realizada entre 1939 y 1941; son como una imaginativa evasión que sucede a una época de enorme dramatismo en la obra de de este artista. De ellas, André Breton escribió: "Nos procuran la sensación de un hallazgo ininterrumpido, ejemplar, en el que la palabra serie adopta la acepción de un juego de destreza y de azar". 


La corrida de toros de Joan Miró (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Obra pintada en 1945 en la que los tres personajes de la composición son fácilmente reconocibles: el enorme toro central tiene a la derecha el torero con la muleta desplegada y el estoque en el puño, y a su izquierda, el caballo destripado. Sin embargo, no reflejan en absoluto un aire gozoso de fiesta, sino que asumen la tragedia. 


El oro del azul del cielo de Joan Miró (Centro de Estudios de Arte Contemporáneo, Fundación Joan Miró, Barcelona). A mitad de la década de 1960, la obra de este artista experimenta un proceso de depuración. Aquellos personajes inconfundibles, tanto si se mostraban rebosantes de humor como si aparecían con su aire de espantosa tragedia, han cedido paso al puro signo pictórico. Todo aquí es línea y color sin que por ello el mundo que describe el pintor haya perdido sus características inconfundibles.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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