La voluntad de modernidad de las
vanguardias declinó a partir de la década de 1960, rechazada la noción de
modernidad como significado de incesante necesidad de experimentación y
novedad. No obstante, a pesar de la crisis de la modernidad, su espíritu
prevalece entre los artistas de las nuevas generaciones que siguen
beneficiándose de su marco de libertad, activando algunos de los componentes
más significativos. Superado el modelo del movimiento moderno, tras diferentes
episodios de reencuentros y olvidos, el arte se enfrenta a su aceptación más
plural y antidogmática, en el fondo, a una consideración más instrumental y
secularizadora.
Esta aparente pérdida de la
orientación del arte, ahora sin metas establecidas ni compromisos socializadores,
a la deriva en la amplitud del eclecticismo, paradójicamente no va a desembocar
en una crisis profunda de sus valores o conceptos, ni tampoco en la
proclamada" muerte del arte" anunciada por Hegel, sino que sirve para
situarlo en un lugar privilegiado de la evolución del hombre. El arte se
configura, en el último tramo hacia una nueva época, como un viaje, una
aventura individual en la que cada artista fija las coordenadas.
La aportación esencial de las últimas tendencias del arte, su diversidad y nuevos horizontes hacen posible la convivencia de líneas muy diversas, incidiendo de manera poderosa en una nueva metamorfosis conceptual y estructural de la escultura, convertida en plataforma para las actitudes más representativas de las últimas décadas.
Más críticos que dogmáticos, los artistas, convenciclos de que su mundo continuará siendo plural y problemático, buscan en la vivencia personal, en la penetrabilidad de la crisis un espacio para la autoliberación del hombre capaz de convivir con las contradicciones, perplejidades, dudas e interrogantes de su siglo. Ante la apariencia de la confusión, del caos, el creador elabora su artificio sumando imaginería cultural y experiencia interior, construyendo en él los mitos y recreándose en los signos de su tiempo. La efervescencia pictórica de las décadas de 1970 y 1980 comparte con la arquitectura autoridad para establecer la naturaleza de las nuevas inquietudes, constatando que la escultura, espacio intermedio, tiene en estos años un papel principal en los desarrollos artísticos. La escultura activa sus propios medios de reflexión y concreción de experiencias a partir de la década de 1980, y se pueden descubrir en ella un sinfín de tendencias que reflejan con gran exactitud el panorama artístico internacional.
Aunque la diversidad de autores,
obras y procesos de concepción puede parecer confusa, las experiencias de la
nueva escultura son fruto de una extraordinaria libertad en la elección de
lenguajes, de la conexión sin traumas de las tendencias más influyentes de la
propia contemporaneidad (surrealismo, dadaísmo, conceptualismo, minimalismo,
arte povera) y de la valoración de los particulares y subjetivos procesos de
aprendizaje y autorreconocimiento de algunos de los artistas más personales de
este tiempo (Picasso, Dubuffet, Miró, Tàpies, Kounellis, Beuys).
El arte, durante la década de
1980, se reafirma como una sucesión de formas expresivas que se encabalgan, sin
proponer, por ello, la negación, superación o anulación de las otras. La
cultura artística manifiesta la inestabilidad propia de un cambio de época; la
sensación de crisis del pensamiento y del significado de las cosas se hace
extensible a todas las disciplinas humanas.
Uno de los artistas que más
influencia ha ejercido en el ámbito del pensamiento postmoderno es, sin duda,
el alemán Joseph Beuys. Su compleja personalidad y la amplitud de sus
actividades (escultor, activista político, pensador) siguen provocando la
controversia, tras su muerte en 1986, al tiempo que su legado material se comercializa
progresivamente y su proyecto intelectual incide y se expansiona en la obra de
numerosos artistas. La obra de Beuys, su pensamiento, trasciende la esfera de
lo puramente visual para situarse en un especial ámbito filosófico y le
convierte en uno de los creadores más importantes del siglo. Su propuesta, "toda
persona humana es un artista que define las cosas por sí mismo", cuestiona
la concepción misma del artista y del arte resituándolo en su relación con la
vida y la capacidad del hombre para decidir por sí mismo. El arte, para Beuys,
no puede basarse en principios que conciernen a la estética, como ciencia de lo
bello, sino que debe ser un activador del intercambio moral y político entre
los hombres. Su concepto de acto artístico es de carácter antropológico,
esculpir significa mucho más que manipular una materia física, concierne a la
totalidad de la propia existencia; por ello, la cuestión básica no es que todo
el mundo pinte cuadros o realice esculturas, sino que todos sean capaces de
llevar a cabo su proyecto individua] de armonización de la existencia.
⇦ Sin título de Joseph Beuys. El pensamiento y la obra del autor convergen en un único espacio de reflexión: el de la vida y la liberación del individuo a través de la creación. Sus acciones, instalaciones, dibujos y otras obras, buscaban la provocación como mecanismo de formación de la conciencia. En la creación de sus piezas los materiales juegan un papel decisivo, siendo realizadas sus primeras obras con materiales pobres.
La idea del ser humano como transmisor y receptor de fuerzas energéticas a nivel espiritual, físico y emocional, es una imagen característica en la obra de Joseph Beuys. La vida espiritual, definida como eterno fluir, se manifiesta en su obra en la elección de ciertos materiales poco convencionales, pero impregnados de conceptos abstractos. El concepto" calor", como energía primigenia de la evolución, determina la elección de materiales de características térmicas notables, como la grasa, el fieltro o el cobre. La formulación poética de este artista se traduce en la elección de este tipo .de materias, ricas en resonancias alquímicas, y también en el extrañamiento de los elementos que componen la parte visual inmediata de sus acciones-instalaciones: pizarras, objetos caseros o alimentos, conforman un campo energético capaz de provocar en el receptor un efecto de catarsis, al canalizar el objeto irritaciones de la conciencia.
La idea del ser humano como transmisor y receptor de fuerzas energéticas a nivel espiritual, físico y emocional, es una imagen característica en la obra de Joseph Beuys. La vida espiritual, definida como eterno fluir, se manifiesta en su obra en la elección de ciertos materiales poco convencionales, pero impregnados de conceptos abstractos. El concepto" calor", como energía primigenia de la evolución, determina la elección de materiales de características térmicas notables, como la grasa, el fieltro o el cobre. La formulación poética de este artista se traduce en la elección de este tipo .de materias, ricas en resonancias alquímicas, y también en el extrañamiento de los elementos que componen la parte visual inmediata de sus acciones-instalaciones: pizarras, objetos caseros o alimentos, conforman un campo energético capaz de provocar en el receptor un efecto de catarsis, al canalizar el objeto irritaciones de la conciencia.
Más allá de cualquier barrera
entre la pintura o la escultura, la acción o la instalación, su obra persigue
una definición por encima de sus formas exteriores, encontrando el espacio
espiritual de la reflexión artística. El carácter ritualista de las
acciones-instalaciones de Beuys contribuye a potenciar la fuerza del misterio
que el artista quiere vislumbrar. Beuys estaba en contra del concepto
convencional de arte. Su idea de obra plástica está relacionada con la vida y
no con la ideología de las artes visuales referida exclusivamente al sentido de
la vista. Para él, todos los sentidos están en activo cuando una persona se
pone en acción; define el objeto de arte como un estímulo para la
transformación de la idea en lo plástico.
La obra y el pensamiento de este
hombre revelan las inquietudes del arte surgido de la crisis de valores de la
misma modernidad; su influencia activa las experiencias más interesantes del
arte en las últimas décadas, en especial las derivadas del uso, la apropiación
o transformación de materiales tridimensionales y espacios, es decir de las
vastas y singulares opciones de la "nueva escultura" fin de siglo.
A partir de la década de 1980, la
escultura empieza a hacer valer su autonomía, a pesar de la abolición de
fronteras entre pintura y escultura, ampliando notablemente su concepción
teórica y su ejecución material, propiciada por el establecimiento de nuevos
materiales, nuevos emplazamientos, nuevas intenciones, comportamientos y
resoluciones.
Exposiciones celebradas en todo
el mundo, como “The Sculpture Show”(1983), “Histoires de sculpture”(1984-1985),
¿”Qu’est-ce que la sculpture moderne?", "Entre el objeto y la
imagen" (1986),"Skulptur Projekte Munster",
"Raumbilder" o "Juxtapositions" (1987), contribuyen de
manera definitiva a sentar algunas de las bases de discusión teórica acerca de
la nueva situación que vive la escultura.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.