Punto al Arte: La pintura innovadora de Brueghel

La pintura innovadora de Brueghel

Junto a esa evolución general que experimentó durante el siglo XVI la pintura, tanto en Flandes como en la parte septentrional de los Países Bajos, se dio un importante fenómeno individual que de ella discrepó notablemente y que tendría fructíferas consecuencias para el arte pictórico posterior, sobre todo en la pintura que durante el siglo XVII se dedicó a evocar escenas de la vida campesina en las escuelas flamenca y holandesa. El protagonista y promotor de esta innovación fue un artista holandés por su nacimiento pero que, formado en Amberes (no precisamente como pintor, sino como dibujante), anduvo asimismo por Italia como hicieron los pintores llamados “romanistas” antes de que se dedicase con preferencia a pintar.

Se trata de Pieter Brueghel (o Brueghel, como firmó al principio su apellido), conocido en la historia del arte como Brueghel el Viejo, por ser el tronco de una duradera familia de pintores que prolongó sus actividades hasta finales del siglo XVII. Nacido probablemente en la ciudad holandesa de Breda, entre 1525 y 1530, murió en Bruselas el año 1569.

Por su idiosincrasia, e incluso por el modo como revaloró en sus obras aspectos característicos de las pinturas de El Bosco (lo que demuestra en él hondas preocupaciones de tipo humanístico), este dibujante y pintor se colocó por completo aparte del ambiente artístico que dominaba durante su época en el país donde residió.


Retorno de los rebaños y Juegos infantiles de Pieter Bruehgel el Viejo (Kunsthistorisches Museum, Viena). En ambas obras la línea del horizonte, situada en un punto de vista muy alto, facilita la visión del conjunto. La segunda, que representa a 246 niños en actividades lúdicas, está considerada como una de las mejores del pintor. Brueghel reproduce con ironía paisajes de la vida cotidiana, sátiras moralizantes, y escenas de grupo con un acusado naturalismo y tintes grotescos.
 El primer documento conocido que a él se refiere concierne a su aprendizaje en Amberes, junto al pintor “romanista” Pieter Coecke van Aelst, y a su ingreso en la corporación de pintores antuerpiense. Brueghel realizó en 1552-1553 su viaje a Italia, durante el cual llegó a Sicilia y residió durante un año en Roma, donde estuvo en relación con el iluminador Giulio Clovio. En el curso de dicho viaje llevó a cabo algunas pinturas a la aguada sobre papel o pergamino.

Se trata de vistas marítimas del golfo de Nápoles y otros aspectos italianos de paisaje.

Estaba de nuevo en Amberes en 1555, y desde el año siguiente se dedicó a dibujar composiciones de intención satírica o moral, sobre temas grotescos o fantásticos destinados a ser grabados que recuerdan mucho el estilo que El Bosco empleó en sus realizaciones simbólicas. Tales diseños fueron grabados por Hieronymus Cock, el más famoso estampador de grabados que en aquella época estuvo establecido en Amberes, con quien Brueghel colaboró hasta el final de sus años.

Así empezó Pieter Brueghel a exhumar el estilo de El Bosco, que no había tenido durante el siglo XVI otra resonancia que algunas superficiales imitaciones de aquella pintura, de sentido tan profundo, que hizo Jan Maudyn y algún otro pintor de poca importancia.

La Torre de Babel de Pieter Brueghel el Viejo (Kunsthistorisches Museum, Viena). El capítulo 11 del Génesis, en la Biblia, narra la intención del hombre de alcanzar el cielo con la torre, atravesando las nubes. Este acto de soberbia ofendió a Dios, les castigó y les privó de la lengua común. Eso hizo que no se entendieran entre ellos y que renunciaran al proyecto, quedando inacabada la Gran Torre. Es la obra más conocida del autor, probablemente fruto de las diferentes culturas que Amberes vivía como centro comercial. 

La reputación de Brueghel como grabador quedó confirmada al publicarse en 1588 la serie grabada de sus dibujos de Los siete pecados capitales, que evocan escenas de carácter popular. Tal actividad se prolongó en él hasta 1565.

En 1563 se casó con la hija de su maestro (fallecido en 1550) y se trasladó a vivir a Bruselas acaso con el propósito de acercarse al círculo de amistades del cardenal Granvela, entonces presidente del Consejo de Estado de los Países Bajos, ambiente que le había distinguido con su protección. Brueghel, que al parecer estuvo adscrito a la secta Schola Caritatis, sospechosa de herejía en aquellos años de represión ideológica, ya en Amberes había trabado amistad con intelectuales tales como el humanista Abraham Ortelius y el impresor y editor Plantin. En Bruselas desarrolló, paralelamente a su labor de dibujante, su actividad de pintor que, iniciada unos años antes, había hallado en el estudio de las antiguas pinturas de El Bosco su mejor estímulo.

El ejercicio que practicó tan largamente como autor de dibujos sobre tipos populares destinados al grabado, había encaminado su interés hacia la figura humana, sobre todo en composiciones en las que se reproducían grupos con numerosos personajes, y aunque nunca desdeñó el estudio del paisaje, su afición al arte de El Bosco y su interés por los problemas del color, con una clara preferencia por los matices puros, reforzaron el atractivo que sentía por la representación del hombre, no como individuo sino, en su aspecto colectivo, como ente formando parte del conjunto de la sociedad. Se trata de cuadros que por lo común tienen el significado de representaciones plásticas de parábolas, moralejas o refranes populares; de ahí que gran parte de sus obras pintadas tengan el carácter gnómico que evidencian también muchos de sus grabados.

Danza de campesinos de Pieter Brueghel el Viejo (Kunsthistorisches Museum, Viena). La afición del autor por los temas populares le ha valido el sobrenombre de Brueghel el Campesino. Ha sido equiparado por el tratamiento fantástico y la multitud de personajes con El Bosco, pero en general no busca la abundancia de detalles, sino la visión amplia del conjunto. Y pese a su viaje a Italia, su obra es clara y directa, más realista. 

La producción pictórica de Brueghel el Viejo parece haber sido muy nutrida, pero actualmente sus obras originales se conservan en reducido número; quizá no pasen de una treintena. Sabemos que pintó otras obras gracias a antiguas copias, como el cuadro de la Caída de Ícaro, conocido a través de dos versiones, una de ellas en el Museo de Bruselas.

Trató temas religiosos de un modo que recuerda el estilo de El Bosco, pero en varios casos el sentido de sus asuntos evangélicos se diluye en el valor panorámico del paisaje y el bullicio de las muchedumbres representadas en los cuadros. Buenos ejemplos de ello son la Inscripción en el censo, en Belén, de Bruselas, o la Conversión de San Pablo, de Viena, obra en la que la anécdota hagiográfica es apenas perceptible, ante la grandiosidad del paisaje montañoso y la multitud de guerreros que por él van desfilando en la ruta que conduce hacia la ciudad de Damasco.

Sin embargo, lo dominante en su producción es (aparte la hermosísima serie dedicada a los meses del año, con sus mejores muestras en el Museo de Viena: Retorno de los cazadores en un paisaje pueblerino nevado, Retorno de los rebaños, Día nublado) la pintura de parábolas o refranes fácilmente inteligibles, en la que el ambiente natural tiene tanta importancia como el hecho simbólico narrado: la Parábola de los ciegos, en las versiones de Nápoles y del Louvre, la Parábola del sembrador, de Washington, el Ladrón de nidos, de Viena. O bien son cuadros de amplio asunto y de significado paremiológico, con mucha gente: los Proverbios neerlandeses, de Berlín, los Juegos infantiles, de Viena; o magistrales evocaciones bulliciosas de fiestas campesinas: Comida de la Boda y la Danza de campesinos, de Viena.

Dulle Griet de Pieter Brueghel el Viejo (Mayer van den Bergh Museum, Amberes). El infierno que se despliega alrededor de la bruja Dulle Griet, una figura que pertenece al folclor flamenco, es digno de El Bosco. Atraviesa la escena a grandes pasos, deja atrás la batalla que se celebra delante de la choza, y camina en dirección a la boca del Infierno llevando su botín en el brazo. Alrededor de ella surgen personajes originales, surrealistas, que se dedican a tareas extrañas, conformando una posible visión apocalíptica. 

Algunas obras de Brueghel el Viejo son de doble sentido por su tumultuoso aspecto, como ocurre en la Batalla entre el Carnaval y la Cuaresma, de Viena, o en el gran cuadro titulado Dulle Griet, del Museo Mayer van den Bergh de Amberes. Valor excepcional en su simbolismo terrible que se aproxima a las visiones que antes pintó El Bosco, es el que ofrece el gran cuadro del Triunfo de la Muerte, con su conjunto de escenas horripilantes, del Prado.

Otras obras de Brueghel resaltan por la novedad de su asunto fabuloso, como las dos versiones de la Construcción de la Torre de Babel (en el Museo de Rotterdam y en el de Viena), o destacan por la crudeza de su anécdota, como la lastimera visión de los Lisiados (o mejor, los Leprosos) del Louvre, triste asunto humano que su autor supo tratar casi humorísticamente y con esplendoroso color.

De los pintores descendientes directos de Brueghel el Viejo, sólo podemos tomar en consideración aquí a sus dos hijos: Pieter Brueghel el Joven (1564-1637), llamado Brueghel d’Enfer, y Jan Brueghel de Velours (1564-1625), simplemente porque, aunque no pudieron conocer a su padre, realizaron varias copias de cuadros suyos, hoy desaparecidos. Pero ambos son artistas que pertenecen a otra época y cuyas producciones, a pesar del ejemplo paterno, se hallan alejadas ya por completo del clima mental en que se desarrolló el arte de su progenitor en el siglo XVI.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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