Bartolomé Esteban Murillo, uno de
los artistas más populares de España, trabajó principalmente para iglesias y
conventos, por lo que la mayoría de sus obras son esencialmente religiosas, de
las que esta Inmaculada Concepción, realizada hacia 1678, supone uno de los más
bellos ejemplos.
En el Barroco se concreta la
iconografía de la Inmaculada Concepción que tuvo un papel muy importante en
toda España. En el siglo XVII se discute obsesivamente si la Virgen fue creada
sin mácula, sine macula, es decir, sin contacto carnal. Una vieja controversia
que había comenzado ya en el siglo XII con San Bernardo de Claraval.
Francisco Pacheco como teórico
concreto esta iconografía a nivel plástico. Al final de su tratado el Arte de la Pintura, publicado en 1649,
realiza una serie de recomendaciones para representar la Inmaculada Concepción
de María. Entre estos consejos dice que no debe aparecer con el Niño en los
brazos; ha de estar coronada de estrellas con la luna a sus pies; ha de ser
pintada en la flor de su edad, de doce a trece años, y con las puntas de la
media luna hacia abajo; ha de estar adornada con serafines y ángeles, y se ha
de pintar con túnica blanca y manto azul.
Las Inmaculadas de Murillo se
caracterizaron por una delicadeza y una gracia especial a la figura femenina e
infantil. El sentimiento, lo amable y lo tierno son calificativos característicos
de su obra. Precisamente, aquí se aprecian con claridad. El artista sevillano
creó una pintura serena y apacible, en la que priman el equilibrio compositivo
y expresivo, con una delicadeza nunca conmovida por sentimientos extremos.
Colorista excelente y buen dibujante, concibe sus cuadros con un fino sentido de
la belleza y con armoniosa mesura, lejos del dinamismo de Rubens o de la
teatralidad italiana.
María viste túnica blanca,
símbolo de pureza, y manto azul, símbolo de eternidad. Lleva sus manos al pecho
y eleva la mirada al cielo. Una refinada gama de colores cálidos donde
predominan los claros amarillentos y luminosos del fondo de la composición,
hacen resaltar la silueta de la joven, el manto de la cual, dispuesto en
diagonal, acrecienta el movimiento ascensional. La composición se inscribe en
un triángulo perfecto, cuyo vértice es la misma cabeza de la Virgen.
El estatismo de la figura de la
Inmaculada contrasta con el movimiento de los querubines que le sirven de
peana, en posturas retorcidas. Este revoloteo de ángeles en espiral ha llevado
a considerar la obra un preludio del rococó.
Fue encargada por el canónigo de
la catedral de Sevilla, Don Justino de Neve, para la iglesia del Hospital de
los Venerables Sacerdotes de dicha ciudad, motivo por el cual se la conoce
también como la Inmaculada de los Venerables.
El cuadro permaneció en ese lugar hasta que el mariscal francés Soult se la
llevó a París durante la guerra de la Independencia. A su muerte se vendió en
subasta, siendo adquirida en 1852 por el Museo del Louvre.
Desde 1941 esta Inmaculada Concepción, llamada con el
sobrenombre de Soult, un óleo sobre lienzo de 27 4 x 190 cm, pasó al Museo del
Prado por una política de intercambio con el gobierno francés.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.