El tercer gran hombre de esta
generación de artistas venecianos de la segunda mitad del siglo XVI no parece
haber merecido tanta estima en su tiempo como Tiziano y
el Veronese.
Sólo la crítica moderna ha comprendido toda la importancia y excepcional valía
de este tercer genio singular que fue Jacopo Robusti, llamado él Tintoretto (1518-1594). De la corta
biografía que de él ha conservado un autor al que ha venido considerándose como
el Vasari veneciano, un tal Ridolfi, que escribió las vidas de los pintores del
Véneto, se desprende que nunca fue aceptado como un igual de Tiziano y el
Veronés y que, para poder trabajar a sus anchas, según exigía la fogosidad de
sus concepciones, tuvo que luchar hasta el fin de su vida. Era un genio
dinámico que disgustaba a las gentes, pero que acabó por imponerse. Durante
toda su vida hubo de esforzarse por conseguir encargos; su cabeza y su corazón
bullían de imágenes, y necesitaba vastas paredes y telas inmensas para dar
forma a las ideas que se aglomeraban en su cerebro.
Susana en el baño de Tintoretto (Kunsthistorisches Museum, Viena). Detalle de una de las varias versiones de este tema bíblico. Tintoretto, JUnto a Tiziano y el Veronés, forma la gran tríada del período áureo veneciano. Para conseguir su prodigioso dominio de la anatomía, se dice que tomaba como modelo las esculturas de Miguel Ángel. La expresión de inconsciencia satisfecha en el rostro de Susana es perfecta; su abandono, tentador. Los accesorios del tocador están tratados con sumo cuidado y aparecen bañados por la misma sugestiva luz que envuelve a la figura y casi parece emanar de ella.
Poco se conoce de su vida, a
excepción de lo que ha transmitido Ridolfi. Era de baja estatura e hijo de un
tintorero de paños de Venecia; de ahí su apodo. Parece que en un principio,
intentó frecuentar el taller de Tiziano, pero el maestro, según dice Ridolfi,
no le aceptó por envidia. En cambio, reconociendo el alto valor de la obra de
Tiziano, dice el propio Ridolfi que el Tintoretto, siendo muy joven, escribió
en la pared de su taller, como norma de sus estudios: “El dibujo de Miguel
Ángel y el colorido de Tiziano”.
Cuenta Ridolfi que el Tintoretto
poseía copia de las estatuas de Miguel Ángel y que no se cansaba de
estudiarlas, aunque pronto su ingenio impetuoso (que le valió el apodo de Il Furioso) le hizo buscar otros
modelos. Estos fueron, no los seres vivos de la naturaleza, como había hecho Giotto, sino
figurillas de cera y barro, que vestía de sedas y las colocaba dentro de unas
casitas de madera, con ventanas y puertas en miniatura, a las que colgaba luego
del techo de su estudio para estudiar, desde abajo, los escorzos de
perspectiva. Genio moderno, el Tintoretto, con sus experimentos de luces
artificiales, que describe Ridolfi, parece uno de esos pintores insaciables de
nuestros días que buscan siempre nuevos efectos.
No era un fecundo dibujante; las
ideas le salían del pincel rápidamente, sin perder tiempo en elaborar una
composición con estudios preliminares. Una vez formado su estilo, sólo quería
pintar, llenar vastos paramentos con imágenes. A menudo no pedía más
retribución por su trabajo que el valor material de la pintura. Su esposa,
Faustina, de la noble familia de Vescovi, cuidaba de su propia dote y procuraba
regular los gastos del pintor.
Después de explicar que el
Tintoretto se ejercitaba con gran disciplina en el dibujo, Ridolfi dice que “no
descuidaba copiar continuamente las pinturas de Tiziano, de las cuales aprendió
el bel coloriré”. En efecto, el
colorido de Tiziano se puede ver predominantemente en las obras de su juventud,
pero hasta en la vejez reaparece en cuadros de caballete. La célebre Susana en el baño del Kunsthistorisches
Museum, de Viena, aunque no es posible fijar la fecha en que fue pintada, es
una de las incursiones más caracterizadas del Tintoretto en el campo de la
olímpica serenidad y de la sensualidad gloriosa típicas de Tiziano. Sorprende
ver la originalidad de la interpretación del Tintoretto al repetir un tema tan
tratado por tantos pintores. La hermosa veneciana, totalmente desnuda, rebosa
de blancura transparente, mientras se contempla satisfecha en un espejo. Su
cuerpo es luminoso hasta el extremo de que el pie hundido en el agua se ve
todavía reluciendo.
La penumbra del jardín, desde el
cual la espían los viejos, es más idílica que romántica, sin ningún dramatismo
excesivo. En cambio, en otros cuadros de caballete, donde brilla el suntuoso
colorismo de Tiziano, adquieren valor las figuras violentamente agitadas,
típicas del Tintoretto, hasta el punto de que a veces se diría que casi parecen
sacudidas por un intenso temblor epiléptico. Así sucede en José y la mujer de Putifar, del Museo del Prado, nueva ocasión para
otro opulento desnudo enjoyado, y en los dos cuadros con el tema de Venus y Vulcano que figuran en el Art
Institute de Chicago y en la Alte Pinakothek de Munich. En el de Chicago,
quizás el cuadro más lascivo del Tintoretto, el pintor representó a Vulcano violando
a su esposa Venus. Esta, sorprendida, cae hacia atrás con sus miembros en
desorden; roto su collar, las perlas resbalan sobre el cuerpo, aumentando la
perversión táctil de la escena. En el cuadro de la Pinacoteca de Munich, la
irrupción repentina de Vulcano, que sorprende a los amantes, tiene menos
brutalidad, pero ni Tiziano ni Veronés hubieran pintado nunca aquella escena
tensamente nerviosa que se desarrolla ante la figura del Amor, dormido de
fatiga.
El primer conjunto de grandes
pinturas en Venecia, el Tintoretto hubo de ejecutarlo a bajo precio. Por cien
ducados se ofreció al prior de Santa María dell’Orto, donde hoy está su
sepultura, para decorarle las inmensas paredes del coro. El prior aceptó su
oferta, comprendiendo que así no le pagaba ni los gastos. De la misma manera,
casi por favor, obtuvo permiso para decorar varios lienzos de pared entre las
ventanas de la Librería, que estaban pintando Tiziano y el Veronés.
Matanza de los inocentes de Tintoretto (Scuola di San Rocco, Venecia). Obra de extrema violencia que pertenece al ciclo de Historia Sagrada al que el pintor dedicó veintitrés años. Es una obra grandiosa, de inmenso sentido dramático.
⇨Asunción de la Virgen de Tintoretto (iglesia de Santa Maria Assunta, Venecia). En la mitad superior, la Virgen sube al cielo rodeada por los ángeles y envuelta en nubes, y en la mitad inferior, los apóstoles contemplan el milagro con emoción.
Los encargos para ejecutar sus
magníficas decoraciones del Palacio Ducal hubo de conseguirlos también con no
poca dificultad, y, por último, su gran obra maestra, la decoración de la casa
de la cofradía de San Roque, le fue encargada gracias a su genio violento,
arrancándola casi a la fuerza de sus jueces.
La cofradía de San Roque (Scuola di San Rocco) buscaba un pintor y
había abierto un concurso; varios artistas acudieron el día señalado llevando
un boceto, pero el Tintoretto presentó ya terminado uno de sus grandes lienzos,
pintado como por relámpagos. Desde aquel momento fue admitido en la cofradía y
no se movió más, puede decirse, de aquella casa. Sesenta pinturas, lo mejor de
su espíritu, llenan las salas y la iglesia de la Scuola di San Rocco, un trabajo gigantesco iniciado en 1564 y que
no concluyó hasta 1587, unos años antes de su muerte.
⇦ Autorretrato con madrigal de Marietta Tintoretto (Galleria degli Uffiz1, Florencia). Retratista y cantante, la hija de Tintoretto, que había sido un importante apoyo para el pintor, murió joven y su pérdida fue un duro golpe para el pintor. Marietta aprendió a la perfección las técnicas pictóricas de su padre y llegó a ser muy solicitada por las cortes europeas para pintar retratos, pero la semejanza con las obras paternas hizo que muchos de sus cuadros hayan sido atribuidos a Tintoretto.
Allí hay que ir para conocer al
maestro en todo el esplendor de su arte: millares de figuras, claridades
inolvidables, destellos de halos y sombras profundas, escorzos acumulados por
un titán neurótico, percepciones de un mundo supraterrestre. Hay que ir allí
para conocer al Tintoretto, pintor moderno, repentista admirado de Rembrandt y Velázquez,
el maestro de un joven, recién llegado de Creta, que sería conocido después con
el nombre de El Greco. El Tintoretto y el Greco, he aquí dos hombres que enlazan dos
escuelas y explican cómo el arte italiano llamado del Renacimiento, en su
última etapa, se injerta en espíritu en otra tierra y otra sangre. Cuanto más
se conocen las circunstancias de la producción artística, mejor se ve que la
naturaleza, en el mundo del espíritu, tampoco suele obrar a saltos.
Es imposible describir aquí ni
aun las más importantes pinturas del Tintoretto, como hemos hecho con las de
otros maestros. Realmente, del Tintoretto no se recuerdan sus obras una por
una, sino su estilo, su luz y su modo de agrupar la composición. A veces se
contiene a sí mismo, procurando ser correcto y académico, como en las bellas
composiciones del antecolegio, en el Palacio Ducal, que casi parecen del
Veronés. En otras, manteniéndose aún dentro de la normalidad, agita ya las
figuras con una convulsión radiante de formas tempestuosas. Así, por ejemplo,
es interesante comparar la Assumpta,
tan veneciana, de Tiziano, con la del Tintoretto.
⇨ Retrato de un hombre joven de Lorenzo Lotto (Palacio Barberini, Roma),. La insinuación melancólica, la expresión incierta, quizá como de sorpresa; el color frío, que contrasta con el cálido colorido de Tiziano, hacen de este retrato una pequeña pieza maestra. Fue precisamente en este género donde sobre todo destacó este pintor, al que Berenson llamaba "el psicólogo".
Pero cuando el Tintoretto se
encuentra, por decirlo así, solo consigo mismo, como en Santa María dell’Orto o
en la Scuola di San Rocco, olvida el
aire terrestre y la luz natural e ilumina sus figuras por medio de rayos
oblicuos que vienen a caer envueltos en la sombra. Entonces es cuando el mágico
furioso hace prodigios: en la Cena de vastas dimensiones que pintó para San
Jorge il Maggiore, todo el ambiente de la Sala está lleno de nubes luminosas,
entre las cuales apenas se adivinan los ángeles; el Señor derrama luz, otras
luces salen de la cabeza de los Apóstoles, una lámpara quiere dar también su
luz artificial, pero humana, a la escena… Y todo resulta tan real, que el
observador se pregunta qué mundo es aquél y a qué paraje sobrenatural ha sido
transportado.
Hacia el ocaso de su vida, el
Tintoretto recibió el encargo de pintar la escena del Juicio Final para el palacio de los Dux, haciendo un cuadro de
quince metros de largo por diez de alto, que es la mayor pintura sobre lienzo
del mundo entero. Es una obra estupenda con centenares de figuras, y tan
alejada de todas las tradiciones que ha sido siempre considerada como una pura
excentricidad por los ingenios mesurados y académicos. Venecia la admiró al
acabar de pintarse, y aún hoy asombra también a quienes la contemplan. Sólo un
genio ardiente y dinámico podía haber atacado el problema de un modo tan
colosal. Parecía que después de Miguel Ángel nadie podía pintar ya la escena
del Juicio. Tintoretto gana a Miguel Ángel, si no en sentimiento y profundidad,
al menos por la agitación y número de las figuras. Da una impresión de la
humanidad, complicada y variada, que no se encuentra en la gigantomaquia de
Miguel Ángel.
El Juicio Final fue la última obra del Tintoretto, que murió en 1594,
a la edad de setenta y seis años, de la peste, y fue enterrado en Santa María
dell’Orto, al lado de su hija Marietta, que a su vez había sido uno de sus más
destacados ayudantes y gozó de fama como retratista y cantante.
Dama que descubre el pecho de Tintoretto (Museo del Prado, Madrid). El trato del rostro es perfecto y su belleza queda realzada por el aderezo y el velo. Las suaves tonalidades gris perla describen posiblemente los encantos de la cortesana Verónica Franco.
Tintoretto, creador de tantos
mundos imaginarios, de tantos personajes fantásticos, fue un retratista que se
empeñó en interpretar con rigurosa exactitud la fisonomía de hombres reales. La
mayoría de los retratos del Tintoretto son de hombres de edad madura, ancianos,
patricios, magistrados, senadores de la Serenísima República de Venecia. Sólo
se conservan dos retratos de mujer suyos, ambos en el Museo del Prado, que
parecen de dos hermanas. En uno de ellos, la dama exhibe el pecho haciendo
alarde del mismo. Hay cierto candor en esa manifestación de ser consciente de
lo que constituye un atractivo de su persona. Ridolfi también transmite la
información, apasionante, de que Tintoretto pintó también los retratos de unos
embajadores japoneses, pero desgraciadamente se han perdido.
Desposorios místicos de Santa Catalina de Lorenzo Lotto (Alta Pinakothek, Mun1ch). Obra pintada poco después de 1500, que trata el tema según la iconografía medieval y se basa en el esquema tranquilo de un triángulo equilátero.
Contemporáneamente a estos
insignes maestros, desde los días de Giorgione hasta fines de siglo, pintaron en Venecia otros artistas excelentes que, por
comparación con los que se acaba de comentar, aparecen a manera de astros de
segunda magnitud, pero que, si se considera con atención este fenómeno de la
evolución de la pintura veneciana del Cinquecento, estuvieron dotados de grande
y personal talento. Uno de ellos fue Lorenzo Lotto, quien, aunque se había formado en Venecia, hubo de trabajar
principalmente en Roma. Nacido en 1480, conservó Lotto toda su vida un espíritu
joven y sentimental. Seguramente a causa de ello parece haberse injertado en su
alma algo de la finura estética de Giorgione. Viajó este artista largos años,
pintando y aprendiendo. En Roma, vio como la escuela de Rafael imponía sus
fórmulas académicas; en las provincias del Adriático observó el raro fenómeno
de belleza de los cuadros de Correggio…
Cuando, en 1529, Lotto regresó a
Venecia, era demasiado viejo y tenía sobrada experiencia para dejarse seducir
por cualquier otro artista. Así es que los triunfos de Tiziano, que estaba
entonces en el apogeo de su fama, no pudieron desviarle de su camino; pero a
quien Lotto no pudo olvidar jamás es a Correggio, y así fue como, por él, entró
en la escuela veneciana algo del gran sentimentalismo y de la poética vibración
cromática del maestro de Parma, y ello se revela plenamente, muchas veces, en
sus magníficos retratos. La ternura de sentimientos de la pintura de Lorenzo
Lotto es un reflejo de su infinita bondad, de su resistencia a la adversidad en
la vida y de la mansedumbre que en él admiraron sus contemporáneos.
Desposorios místicos de Santa Catalina de Lorenzo Lotto (Academia de Carrara, Bergamo). En esta otra versión del mismo tema, de 1523, la composición es equilibrada y las figuras se disponen en una línea oblicua que es un preludio del barroco. Lotto gustaba de las composiciones extrañas, sens1bles y cuidadas.
⇨ El sastre de Giovanni Battista Moroni (National Gallery, Londres). Retrato que consigue una imagen natural y psicológica. Se dice que incluso Tiziano admiraba a Moroni como retratista, quizá por su pasión documentalista que le llevó a registrar incluso los más nimios personajes de la sociedad.
Incluso el diabólicamente malicioso Pietro Aretino, en una carta a Tiziano, que estaba entonces en Augsburgo pintando el retrato de Carlos V, dice que “Lotto era bueno como la misma bondad”. Ello no excluye, sin embargo, que -como todos los grandes introvertidos-junto a serias preocupaciones de moralista, Lotto muestre una admirable capacidad para apreciar detalles cómicos incluso en las escenas consideradas místicas y dramáticas. La larga y trabajada vida de este artista terminó el año 1556 en el santuario de Loreto, donde había entrado a servir como lego cuatro años antes.
Incluso el diabólicamente malicioso Pietro Aretino, en una carta a Tiziano, que estaba entonces en Augsburgo pintando el retrato de Carlos V, dice que “Lotto era bueno como la misma bondad”. Ello no excluye, sin embargo, que -como todos los grandes introvertidos-junto a serias preocupaciones de moralista, Lotto muestre una admirable capacidad para apreciar detalles cómicos incluso en las escenas consideradas místicas y dramáticas. La larga y trabajada vida de este artista terminó el año 1556 en el santuario de Loreto, donde había entrado a servir como lego cuatro años antes.
Otro pintor también nacido en
Bérgamo, como Lotto, pero más joven que él, fue el insuperable retratista Giambattista Moroni. Se tienen pocas referencias de su vida. Se ha dicho que Moroni
estudió en el taller de Tiziano, lo cual sólo se funda en la tradición,
corrientemente admitida, de haber alabado el Tiziano los retratos de Moroni,
diciendo que eran muy vivos o verdaderos: veri.
Y, en efecto, Moroni ha dejado una serie de retratos que tienen aún hoy vida
bien propia. En la mayoría de los museos más importantes de Europa, el
visitante versado en la contemplación de magistrales pinturas, después de
fatigarse la vista mirando cuadros,
se encuentra de repente con uno de estos hombres verdaderos, veri, de Moroni, que pasman por su
realidad.
En su vejez, Moroni fue tentado
con encargos a realizar composiciones religiosas y hasta se propuso pintar un Juicio Final en el cual estaba
trabajando cuando murió en 1578. Y no hay que decir que con estas pinturas
intelectuales sólo consiguió Moroni demostrar cómo pueden perjudicar a un
artista los deseos de doblegarse o de amoldarse a las exigencias del público.
A fines del siglo XVI, Venecia,
en el terreno del arte, parecía agotada por tanto esfuerzo, pero aún produciría
otra etapa brillante, desarrollándose durante el transcurso de otro período
fastuoso, el siglo XVIII, en pleno barroquismo.
Noé después del diluvio del Bassano (Museo del Prado, Madrid). Este artista llevó hasta sus últimas consecuencias la pintura de género iniciada por el Veronés. En este detalle del cuadro demuestra que el tema es un pretexto para presentar reun1do este grupo de animales, amigos fieles del hombre, con un color casi humano. Se ha dicho que la luminoSidad tenebrosa del Bassano presagia los hallazgos extraordinarios de la obra de Caravaggio.
Jacopo da Ponte, llamado el Bassano
(del lugar de su nacimiento), es quien cierra, en realidad, este ciclo de la
pintura véneta del siglo XVI. Influido por Tintoretto y Lotto, es jefe de una
subescuela local cuyos más destacados componentes fueron sus hijos Francesco y
Leandro, cuyas características son el especial tratamiento de la luz y la
sombra y la reiteración de sus temas bucólicos de pastores y bestias,
presentados con decidido naturalismo. Tal fue la importancia que adquirieron
estos elementos en sus obras, que acabaron por ser la única excusa para su
pintura. Así realizaron series de las cuatro estaciones, de los trabajos del
campo, de la entrada de Noé en el arca, etc. Se percibe, además, que pusieron
empeño en recordar el aroma del heno, de los árboles; el olor de las bestias,
su pelaje, etc.
Su naturalismo, ese materialismo
provocador fue ásperamente criticado por los románticos del siglo XIX.
Théophile Gautier, por ejemplo, dice en su Viaje
a Italia que le horrorizan los cuadros de los Bassano y los califica de
“aburrida pintura de pacotilla”. Hoy nuestra opinión ha cambiado profundamente.
Los Bassano representan la tendencia de aquella época en literatura y hasta en
música: ya no se escribían grandes epopeyas como el Orlando Furioso-, a fines del siglo XVI lo que se leía era la Arcadia, de Sannazaro, cuya primera
edición se imprimió precisamente en Venecia. Los Bassano tuvieron el valor de
ser rústicos autores de églogas.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario.