Michel Angelo, scultore florentino, así firmaba. Este gigante,
solitario y extraño, era florentino. De Giotto a Miguel Ángel mediaron dos
siglos de suave belleza toscana, de nobles y exquisitas creaciones. Parecía que
ninguna persona podía romper aquel encanto. Masaccio,
el único que, en su país, vio la belleza real de las cosas, moría cuando apenas
había empezado su carrera. De pronto aparece un titán en medio del idílico
ambiente artístico de Florencia: lo que era un suave adagio se convierte en tempestuoso finale.
⇨ El esclavo de Miguel Angel (Musée du Louvre, París). El genio de Miguel Angel plasmó aquí una de sus obras más cargadas de emotividad. El esclavo, quizás el alma humana, presa de sus pasiones y miedos, parece intentar romper las invisibles cadenas de su condena.
Hoy no es posible forjarse ilusiones acerca del carácter y el genio de Miguel Ángel. Se conocen perfectamente su persona y sus actos; se tienen sus cartas: las que él escribiera y las que recibió; nada ilustra tanto como esta correspondencia para que pueda entenderse completamente su espíritu. Carácter duro, de trato difícil, sus más caros amigos y parientes tenían que andar con sumo cuidado para no irritarle. “Dais miedo a todo el mundo, hasta al propio Papa”, le escribe su amigo más íntimo, Sebastiano del Piombo. Es inútil que Miguel Ángel proteste y trate de excusarse en la respuesta: sus cartas le denuncian; a su padre y a sus hermanos unas veces les colma de caricias, y otras, amargado por sus propios dolores, les contesta bruscamente, como despidiéndolos para siempre.
Solo, sin nadie, hace su camino;
el largo camino de su travagliata vita.
Es como un Beethoven, a quien, además de sus propias miserias y fatigas
artísticas, se le cargara a cuestas un mundo de errores ajenos y tuviera que
purgar los pecados de todo un siglo. ¿Qué culpa tenía él de que Bramante dejara
en ruinas el viejo templo de San Pedro, sin haber trazado definitivamente el
plan de la iglesia nueva del Vaticano? ¿Por qué había de ser la víctima de la
vanidad de los papas, inconstantes en sus deseos, pero atentos a la misma idea
de explotar su genio, de hacerle trabajar sin descanso, para procurarse también
ellos, con sus obras maravillosas, la inmortalidad?
⇦ La Madona de Brujas de Miguel Ángel (Iglesia de Notre-Dame de Brujas). En esta composición llena de toda la belleza y la sensibilidad de las que era capaz el artista, aparece un Niño algo mayor y vigoroso de lo habitual en este tipo de imágenes.
Miguel Ángel no puede atender a tantos encargos, y al fin toma ya por sistema el dejar las obras sin concluir. ¡Cuántas veces desfallece su gran ánimo, sobre todo en los días difíciles de la dirección de las obras de San Pedro!../’Si pudiera morir de dolor y de vergüenza, ya no estaría vivo”, dice, lleno de desesperación, en una de sus cartas. Esto es lo que hace hoy estimar tan particularmente a Miguel Ángel; era un misántropo, pero sus dolores, sus tormentos, tenían por origen la conciencia del propio deber.
Miguel Ángel no puede atender a tantos encargos, y al fin toma ya por sistema el dejar las obras sin concluir. ¡Cuántas veces desfallece su gran ánimo, sobre todo en los días difíciles de la dirección de las obras de San Pedro!../’Si pudiera morir de dolor y de vergüenza, ya no estaría vivo”, dice, lleno de desesperación, en una de sus cartas. Esto es lo que hace hoy estimar tan particularmente a Miguel Ángel; era un misántropo, pero sus dolores, sus tormentos, tenían por origen la conciencia del propio deber.
¡El arte, dura carga, terrible
facultad que le obliga con los hombres! Así pasa exasperado por el mundo,
insultando a veces a las gentes, como cuenta la anécdota que le ocurrió cierto
día, al encontrarse con Leonardo por la calle, a quien echó en cara sus errores
en forma del todo inconveniente. Leonardo y Miguel Ángel eran demasiado grandes
para entenderse.
No faltan los datos biográficos,
pero sucede con estos grandes genios que siempre se desearía saber más. El
principal elemento de juicio son sus obras, conservadas aún en su mayor parte,
esculturas y pinturas; la correspondencia, reunida por un sobrino, que
convirtió su casa en un santuario dedicado a su recuerdo, y sus versos; porque
Miguel Ángel, especialmente en sus últimos años, se dejó dominar por un extraño
estro poético. Propiamente biografías suyas contemporáneas no se redactaron más
que dos: la que incluyó Vasari en su libro, y otra, que es la fundamental,
escrita por un tal Ascanio Condivi, de la cual Vasari copió muchos párrafos
casi al pie de la letra. La biografía de Condivi se publicó en vida de Miguel
Ángel; el gran artista parece haber corregido el texto, o por lo menos lo
conocía, antes de publicarse. En ella resplandece la más absoluta veracidad.
Fuente de Neptuno de Bartolomeo Ammannati (Florencia). En este detalle de la famosa figura de bronce que alberga la plaza de la Señoría se aprecia el trabajo de los músculos y los nervios de los cuerpos, que se muestran siempre en tensión.
⇦ El esclavo de Miguel Ángel (Musée du Louvre, París) El polifacético artista italiano realizó varias versiones de este mismo tema, en el que se ha querido ver una referencia al platonismo, en el sentido de que el hombre, consciente de su imperfección, sólo será libre y perfecto en el mundo platónico de las ideas.
Condivi era también un espíritu sencillo, digno, incapaz de disimular ni exagerar los hechos. Hijo de un propietario rural acomodado, Condivi marchó a Roma en su juventud y allí intentó iniciarse en el arte bajo los consejos de Miguel Ángel. La muerte de su padre le obligó a regresar a sus tierras para cuidar del patrimonio, y entonces, con la nostalgia de su vocación truncada, compuso Condivi la biografía de su maestro, enlazándola con los recuerdos de las conversaciones que con él había sostenido en Roma. Vasari, como ya hemos dicho, se aprovechó del librito de Condivi; todos los demás escritores de la vida de Miguel Ángel tendrán que ir a beber en aquella primera fuente. De ella puede decirse que es la única de primera mano.
Condivi era también un espíritu sencillo, digno, incapaz de disimular ni exagerar los hechos. Hijo de un propietario rural acomodado, Condivi marchó a Roma en su juventud y allí intentó iniciarse en el arte bajo los consejos de Miguel Ángel. La muerte de su padre le obligó a regresar a sus tierras para cuidar del patrimonio, y entonces, con la nostalgia de su vocación truncada, compuso Condivi la biografía de su maestro, enlazándola con los recuerdos de las conversaciones que con él había sostenido en Roma. Vasari, como ya hemos dicho, se aprovechó del librito de Condivi; todos los demás escritores de la vida de Miguel Ángel tendrán que ir a beber en aquella primera fuente. De ella puede decirse que es la única de primera mano.
Otro libro también contemporáneo,
menos importante, por el que algo nuevo se puede conocer de los pensamientos de
Miguel Ángel, es el que publicó un discreto hidalgo portugués, Francisco de
Holanda, que había ido a Roma por encargo del rey Juan III de Portugal y que
acaso por su condición de diplomático extranjero fue admitido en la intimidad
de los coloquios de arte que sostenían Victoria Colonna y Miguel Ángel. Con
todos estos datos, cartas, biografías y poesías, y los documentos de archivos,
resulta hoy fácil reconstruir sin grandes errores la vida de Miguel Ángel.
Condivi lo describe como de
estatura mediana, ancho de espaldas, aunque ligero en sus movimientos; los ojos
claros, de color cerúleo; la nariz aplastada por un golpe recibido en su
juventud (parece ser que esa deformación fue debida a un puñetazo del escultor
Pietro Torrigiano, dado en el calor de una discusión). El padre de Miguel Ángel
era castellano de Chiusi, en Casentino. Allí nació Miguel, y allí transcurrió
su infancia. Trasladado su padre a Florencia, pasó el hijo al taller del pintor
Granacci, pero su verdadera escuela fue el jardín de los Médicis, donde éstos
habían reunido mármoles antiguos e instalado una especie de academia para los
jóvenes que manifestaban aptitudes para el arte.
La Piedad de Miguel Angel (San Pedro del Vaticano). Es la única escultura firmada por el escultor. En la cinta que cruza el pecho de la Virgen, escribió: "Michael Angelus Bonarotus florentinus faciebat". La Virgen, extremadamente joven, no mira a Cristo, sino que con su cabeza inclinada, con el gesto de su mano izquierda (inspirada seguramente en el Cristo de Leonardo de la Santa Cena de Milán) acepta en silencio la voluntad divina. Este grupo, realizado quizá para el mausoleo del cardenal Bilheres, entre 1496 y 1501, continúa la tradición florentina y es un claro ejemplo de lo que Miguel Angel definía como "arte de quitar y no de añadir".
⇦ Baco de Miguel Ángel (Museo del Bargello, Florencia). La primera obra monumental del italiano fue esta infrecuente incursión por parte de Miguel Ángel en los temas paganos. En la imagen, se aprecia la voluptuosidad y extasiado gozo de la mitológica figura.
Dicho jardín, que todavía hoy se conserva algo transformado, está cerca del convento de San Marcos. Allí acudía Lorenzo de Médicis a platicar con sus artistas protegidos. Pronto Miguel Ángel llamó la atención de su mecenas al esculpir una cabeza de fauno; y adivinando aquél las excepcionales facultades del muchacho, que entonces sólo tenía quince años, llamó a su padre para ofrecerle algún destino a cambio del joven, que lo pedía para sí. El padre fue empleado en las aduanas y Miguel estuvo dos años en casa de los Médicis, tratado como un hijo. “Lorenzo de Médicis -dice Condivi- lo llamaba varias veces al día para enseñarle joyas, medallas y corniolas antiguas, para formar su gusto y buen juicio”. A propuesta de Poliziano, uno de los humanistas amigos de Lorenzo, hizo Miguel Ángel un relieve con la batalla de los centauros, que en su vejez todavía recordaba con orgullo, diciendo, al verlo, que le dolía no haberse dedicado exclusivamente al arte de la escultura. Aquel mármol debía de recordarle también su juventud, los cortos y bellos días de su aprendizaje al lado de Lorenzo el Magnífico.
Dicho jardín, que todavía hoy se conserva algo transformado, está cerca del convento de San Marcos. Allí acudía Lorenzo de Médicis a platicar con sus artistas protegidos. Pronto Miguel Ángel llamó la atención de su mecenas al esculpir una cabeza de fauno; y adivinando aquél las excepcionales facultades del muchacho, que entonces sólo tenía quince años, llamó a su padre para ofrecerle algún destino a cambio del joven, que lo pedía para sí. El padre fue empleado en las aduanas y Miguel estuvo dos años en casa de los Médicis, tratado como un hijo. “Lorenzo de Médicis -dice Condivi- lo llamaba varias veces al día para enseñarle joyas, medallas y corniolas antiguas, para formar su gusto y buen juicio”. A propuesta de Poliziano, uno de los humanistas amigos de Lorenzo, hizo Miguel Ángel un relieve con la batalla de los centauros, que en su vejez todavía recordaba con orgullo, diciendo, al verlo, que le dolía no haberse dedicado exclusivamente al arte de la escultura. Aquel mármol debía de recordarle también su juventud, los cortos y bellos días de su aprendizaje al lado de Lorenzo el Magnífico.
Poco después de la muerte de
Lorenzo comienza realmente la vida de Miguel Ángel, con sus tempestades y
dolores. Temiendo por anticipado la revolución que había de expulsar a los
Médicis de Florencia, marchó a Bolonia en 1494, donde esculpió un ángel para
completar el conjunto de la urna de Santo Domingo de Guzmán.
Regresado a Florencia por corto
tiempo, pronto salió de ella para Roma por primera vez, y durante esta estancia
en la Ciudad Eterna, entre 1496 y 1501, labró el grupo marmóreo de la Piedad, que después de varias
traslaciones está hoy en una capilla del Vaticano. Este grupo es de maravillosa
belleza. Miguel Ángel, celoso de su obra, labró su nombre en la cinta que cruza
el pecho de la Virgen. Hablando un día a Condivi sobre la juventud de esta
Divina Madre, dijo las siguientes palabras, que aquél consigna textualmente:
“La Madre tenía que ser joven, más joven que el Hijo, para demostrarse eternamente
Virgen; mientras que el Hijo, incorporado a nuestra naturaleza humana, debía
aparecer como otro hombre cualquiera en sus despojos mortales”.
Relieve de la Batalla de los Centauros de Miguel Ángel (Casa Buonarroti, Florencia). En este relieve, una de las obras. según se cuenta, más apreciadas por el autor, sobresale el detallado esculpido de los cuerpos, enfrascados en un feroz combate.
Todo el grupo está admirablemente
compuesto dentro de su silueta de mármol. Miguel Ángel hacía gala de que no hay
ningún concepto o idea que un buen artista no pueda circunscribir en un bloque
de piedra. Con esto se define escultor, y en una carta a Varchi (el que hubo de
pronunciar su oración fúnebre), escrita en su vejez, defiende todavía la
escultura contra los que suponían que era menos noble que la pintura: “por más
que, como vos decís, si las cosas que tienen un mismo fin son la misma cosa, pintura
y escultura serán también idénticas”. Esto nos dará una idea de cómo
platicaban, cómo platonizaban de arte, Miguel Ángel y sus amigos.
⇦ David de Miguel Angel (Museo del Bargello, Florencia). En este David, menos monumental que el que se expone en el Museo de la Academia, Miguel Angel parece querer inclinarse por mostrar una mayor sensibilidad y delicadeza que energía y orgullo.
De qué manera circunscribe Miguel Ángel sus asuntos en un mármol se puede ver en sus grupos, donde las figuras parecen acurrucarse en el bloque, dándole forma en lugar de tomarla de él, y sobre todo en los difíciles problemas de los tondos o medallones. Un gigantesco problema de este género se le presentaría a su regreso de Roma, cuando los administradores de la catedral de Florencia le encargaron que sacara el mayor provecho posible de un gran bloque de mármol abandonado, que había sido medio destruido por las tentativas de otro escultor.
De qué manera circunscribe Miguel Ángel sus asuntos en un mármol se puede ver en sus grupos, donde las figuras parecen acurrucarse en el bloque, dándole forma en lugar de tomarla de él, y sobre todo en los difíciles problemas de los tondos o medallones. Un gigantesco problema de este género se le presentaría a su regreso de Roma, cuando los administradores de la catedral de Florencia le encargaron que sacara el mayor provecho posible de un gran bloque de mármol abandonado, que había sido medio destruido por las tentativas de otro escultor.
Miguel Ángel hizo salir de
aquella piedra el David, que es la
apoteosis de su obra juvenil. Duró este trabajo más de dos años. El 14 de mayo
de 1504 fue trasladada la estatua desde su taller, detrás de la catedral, al
sitio en que estuvo hasta hace poco, en la entrada del Palacio de la Señoría.
De allí, donde en la actualidad
queda sólo una copia, ha pasado el original al Museo de la Academia.
El cardenal Della Rovere, vuelto
de nuevo a Roma y elegido entonces Papa con el nombre de Julio II, encargó a
Miguel Ángel la obra de su sepultura, que tenía que ser el tormento de toda la
vida del gran escultor, la tragedia del
sepolcro, como dice Condivi. Julio II, violento en todo y extremado, quería
una sepultura gigantesca, de suerte que por algún tiempo se pensó en colocarla
en el centro de la iglesia empezada por Bramante, en el propio lugar donde está
el sepulcro de San Pedro.
Sepultura del papa Julio II de Miguel Angel (Iglesia de San Pietro in Vincoli, Roma). En el centro de la imagen, abajo, aparece la famosa estatua de Moisés. Seguramente, a cada golpe de cincel Miguel Angel se arrepentía de haber aceptado ese proyecto, que había de robarle tanto tiempo y energía. A ambos lados del Moisés aparecen Raquel, la vida activa, y Lea, la vida contemplativa.
Moisés de Miguel Angel (Iglesia de San Pietro in Vincoli, Roma). Una de las obras más célebres, pieza fundamental del monumento funerario a Julio II, obra con la que el escultor hubo de batallar a lo largo de cuarenta años. Se ha considerado un autorretrato idealizado y también un símbolo de los elementos que componen el cosmos. La barba simboliza el agua y el cabello las llamas del fuego.
⇨ Moisés de Miguel Angel (Iglesia de San Pietro in Vincoli, Roma). Este detalle muestra la cabeza de Moisés en una expresión de sana ira frente a las bajezas de la vida terrena, un contenido orgullo. Quizá por ello se haya visto en esta obra un autorretrato del propio escultor, si bien se ha interpretado asimismo como un retrato del papa Julio 11, a cuyo mausoleo fue destinado. La expresividad de este rostro, su "terribilita", hubiera bastado para que Delacroix lanzara su famosa frase, que todavía no ha perdido vigencia: "Con Miguel Angel se inicia ya ... el arte moderno".
Más tarde aceptó un proyecto menos ambicioso, según el cual su sepultura sería una especie de monumento rectangular, pero adosado al muro, proyectando sólo tres fachadas. Condivi da las medidas y los particulares de este primer proyecto de Miguel Ángel. El cuerpo saliente del sepulcro tendría una fachada de frente, la menor, donde estaría la puerta para entrar en la cámara sepulcral. En las fachadas laterales, de doble longitud, habría nichos con estatuas de virtudes con otras de prisioneros, de las que Miguel Ángel sólo llegó a ejecutar dos, las cuales se encuentran actualmente en el Louvre. En lo alto del monumento sepulcral, en el centro, se colocarían dos ángeles sosteniendo un simulacro funerario y cuatro profetas sentados en los ángulos.
Más tarde aceptó un proyecto menos ambicioso, según el cual su sepultura sería una especie de monumento rectangular, pero adosado al muro, proyectando sólo tres fachadas. Condivi da las medidas y los particulares de este primer proyecto de Miguel Ángel. El cuerpo saliente del sepulcro tendría una fachada de frente, la menor, donde estaría la puerta para entrar en la cámara sepulcral. En las fachadas laterales, de doble longitud, habría nichos con estatuas de virtudes con otras de prisioneros, de las que Miguel Ángel sólo llegó a ejecutar dos, las cuales se encuentran actualmente en el Louvre. En lo alto del monumento sepulcral, en el centro, se colocarían dos ángeles sosteniendo un simulacro funerario y cuatro profetas sentados en los ángulos.
⇨ Lea, escultura del sepulcro del papa Julio II, de Miguel Angel (Iglesia de San Pietro in Vincoli, Roma). Esta figura, símbolo de la vida contemplativa, se encuentra al lado de la escultura de Moisés, en el monumento funerario construido en honor al Papa. La escultura fue iniciada por el artista pero acabada por uno de sus colaboradores.
Uno de ellos es el famoso Moisés, la única estatua de Miguel Ángel que había de adornar la sepultura definitiva de Julio II.
Uno de ellos es el famoso Moisés, la única estatua de Miguel Ángel que había de adornar la sepultura definitiva de Julio II.
Pronto la burocracia papal tenía
que desilusionar su alma sincera, algo primitiva. De regreso en Roma, los
mármoles, que por mar le habían precedido, llenaban ya, aguardándole, una gran
extensión del muelle. Quiso en seguida Miguel Ángel cumplir sus compromisos y
pagar los fletes, y para ello surgieron ya dificultades. Después los pagos se
hicieron cada vez más difíciles, hasta que, por último, habiéndose presentado
varias veces para cobrar lo prometido, le fue negada la entrada en la cámara
pontificia. Furioso, decidió partir de Roma, y tomando la posta para ir más de
prisa, por temor a que el Papa mandara emisarios para detenerle, no paró hasta
Poggibonsi, en tierra ya de los florentinos.
⇨ Raquel, escultura del sepulcro del papa Julio II, de Miguel Angel (Iglesia de San Pietro in Vincoli, Roma). Esta escultura de Raquel, símbolo de la vida activa, que parece implorar que la dejen acudir al lado de Jacob, quien, asombrado por su belleza, la quería como esposa.
En noviembre del mismo año 1506,
el Papa y el escultor se reconciliaban en Bolonia, pero Julio II, con sus
propios encargos, era el primero en demorar la obra de su sepultura.
Primero le encargó una estatua de
bronce para Bolonia, en la que Miguel Ángel perdió dos años, porque muy pronto
hubieron de destruirla los boloñeses. Después, por imposición también de Julio
II, emprendió la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina, en la que había
de emplear cuatro años, y así se iba demorando la ejecución del sepulcro.
Los papas que sucedieron a Julio
II, sobre todo los dos Médicis, León X y Clemente VII, encariñados también con
proyectos de obras nuevas personales, se comprende que no habrían de tomarse
gran interés por el sepulcro de su antecesor, que forzosamente había de
distraer a Miguel Ángel de otros encargos.
Por su parte, los ejecutores
testamentarios de Julio II importunaban a Miguel Ángel para que cumpliera sus
compromisos en la obra. Eran personajes influyentes, y el escultor estaba
comprometido con ellos por contratos formales. Bajo León X parece que tuvo
algunos años de respiro, y durante este tiempo terminó el Moisés (hacia 1515-1516). Después, como los nuevos encargos no le
permitían ocuparse ya en la sepultura de Julio II, los Papas obligaron
paulatinamente a los albaceas del pontífice difunto a contentarse con un
proyecto cada vez más reducido.
A la izquierda, Juliano de Médicis, "il divino" y, a la derecha, Lorenzo de Médicis, "il pensieroso", duques respectivamente de Nemours y de Urbino (Capilla Medicea, Iglesia de San Lorenzo, Florencia). Miguel Angel dispuso que ambos mirasen hacia la Virgen y los situó por encima de las f1guras alegóricas como indicando que habían triunfado sobre la muerte. Este conjunto escultórico, simétricamente dispuesto, se ha considerado como la obra maestra de escultura de Miguel Angel.
Por fin, al cabo de treinta años,
en 1542, se fijó el plan definitivo; el sepulcro, en lugar de ser un monumento
proyectado fuera del muro, lleno de estatuas y alegorías, sería una simple
pared decorada sólo con tres estatuas realizadas por Miguel Ángel: el Moisés y las figuras de Lea y Raquel.
La fachada de San Lorenzo,
iglesia construida por Brunelleschi en Florencia, fue proyectada por Miguel
Ángel para León X, y acabó también muy mal, pues ni llegó a comenzarse, y las
fatigas para reunir los mármoles de Carrara resultaron inútiles; el edificio se
halla todavía desprovisto de fachada en nuestros días. Miguel Ángel, en una de
sus cartas, describe los peligros de hacer descender las grandes moles de lo
alto de la montaña, operación que él, como todo lo suyo, dirigía personalmente.
La Aurora de Miguel Ángel. Una de las esculturas de la tumba de Lorenzo de Médicis en la Capilla Medicea de la Iglesia de San Lorenzo, Florencia. En esta hermosa sibila, Miguel Ángel logró expresar el esfuerzo por desperezarse del sueño en una figura eminentemente pasiva. Todo en esta capilla funeraria se integra en una unidad: los mausoleos en la arquitectura, la escultura a su vez en los mausoleos.
En cambio, mejor suerte tuvo el
proyecto del segundo papa Médicis: la sepultura común de sus antepasados en una
sacristía del propio San Lorenzo; pues si bien tampoco llegó a terminarla
Miguel Ángel con el plan propuesto, esculpió dos de las sepulturas y una
Virgen, reuniéndose en conjunto allí siete estatuas, acaso las más perfectas
del gran escultor. El Papa quería cuatro sepulcros, uno en cada paramento de la
capilla cuadrada; la Virgen que ahora está en una pared, entre los santos Cosme
y Damián, debía ocupar el centro, sobre un altar.
La Noche de Miguel Angel (tumba de Juliano de Médicis, Capilla Medicea, Iglesia de San Lorenzo, Florencia). La figura parece recogerse buscando con desesperación en el sueño la paz como el más directo símbolo de la muerte. La impresión de fatiga se expresa plásticamente mediante este cuerpo femenino deformado por maternidades numerosas. La capilla está dividida en tres zonas: la inferior, con los sepulcros, representa el reino de los muertos; la esfera intermedia representa la vida terrena; los lunetas y la cúpula llena de luz simbolizan la esfera celeste.
⇨ La Noche de Miguel Angel, detalle (tumba de Juliano de Médicis, Capilla Medicea, Iglesia de San Lorenzo, Florencia). El agotamiento de esta figura, que representa la Noche, se hace patente en este detalle del rostro. Miguel Angel hace apoyar la cabeza en un gesto de cansancio y esculpe una expresión que sugiere abatimiento.
Habiendo sido ya el viejo Cosme y sus hijos sepultados honrosamente en una tumba ejecutada por Verrocchio, los Médicis que Clemente VII quería glorificar con un sepulcro eran Lorenzo el Magnífico, padre de León X, y Juliano, hermano de Lorenzo, padre del propio papa Clemente. Estos dos pertenecían a la generación que podríamos llamar heroica o gloriosa de los Médicis, y para ellos seguramente Miguel Ángel hubiera ejecutado sus sepulcros muy gustoso, pues no podía olvidar la hospitalidad que recibió de ellos cuando niño y las lecciones y el cariño de Lorenzo el Magnífico, su primer protector. Pero el Papa quería además otras dos sepulturas para otros dos Médicis, llamados también Lorenzo y Juliano, aunque indignos sucesores de los primeros, y éstas fueron las que Miguel Ángel tuvo que ejecutar entonces, precisamente cuando los Médicis estaban combatiendo contra Florencia, o por lo menos contra lo que quedaba aún de honorable en la vieja ciudad, a la que el maestro pertenecía.
Habiendo sido ya el viejo Cosme y sus hijos sepultados honrosamente en una tumba ejecutada por Verrocchio, los Médicis que Clemente VII quería glorificar con un sepulcro eran Lorenzo el Magnífico, padre de León X, y Juliano, hermano de Lorenzo, padre del propio papa Clemente. Estos dos pertenecían a la generación que podríamos llamar heroica o gloriosa de los Médicis, y para ellos seguramente Miguel Ángel hubiera ejecutado sus sepulcros muy gustoso, pues no podía olvidar la hospitalidad que recibió de ellos cuando niño y las lecciones y el cariño de Lorenzo el Magnífico, su primer protector. Pero el Papa quería además otras dos sepulturas para otros dos Médicis, llamados también Lorenzo y Juliano, aunque indignos sucesores de los primeros, y éstas fueron las que Miguel Ángel tuvo que ejecutar entonces, precisamente cuando los Médicis estaban combatiendo contra Florencia, o por lo menos contra lo que quedaba aún de honorable en la vieja ciudad, a la que el maestro pertenecía.
Vasari
describe pomposamente, como no podía menos, dado su cargo de artista áulico,
estos dos personajes: “El uno, el pensativo (il pensieroso) duque Lorenzo, con semblante de sabiduría, medita,
cruzadas las piernas de modo admirable; el otro, el duque Juliano, alza la
cabeza fiera, los ojos y el perfil divinos”.
Debajo de cada uno de estos retratos están los sarcófagos, con una tapa curva,
donde se apoyan recostadas las alegorías del Día y la Noche, del Alba y del
Ocaso, como para dar idea del curso del tiempo, que arrastra a la eternidad. La
Noche parece que duerme, a manera de una giganta cansada que reposa.”En esta
piedra -escribió Carlos Strozzi- duerme la vida; tócala, si lo dudas, y
empezará a hablarte”
El Día de Miguel Ángel (tumba de Juliano de Médicis, iglesia de San Lorenzo, Florencia) expresa la desesperación extrema. Es posible que Miguel Ángel decidiera no acabar este rostro para mantener un contraste sobrecogedor con el cuerpo de modo que la luz, al jugar con las trazas del cincel, aumentara aún la expresión de sufrimiento. Ello le acerca enormemente a las nuevas vías de sensibilidad que ha abierto la escultura actual.
⇦ Bruto de Miguel Ángel (Museo del Bargello, Florencia). En esta escultura el autor recupera todo el orgullo y la serenidad de los bustos de los personajes romanos más ilustres y consigue un retrato lleno de fuerza expresiva.
Miguel Ángel, como resumiendo sus tristezas de aquel siglo corrompido, habló por boca de la Noche en unos versos famosos de un soneto suyo a la estatua: “Grato me es el dormir, y más el ser de piedra -mientras el mal y la vergüenza dura. -El no ver, no sentir, es mi ventura, -no me despiertes, no; habla muy bajo”. El Día levanta por sobre el hombro la cabeza medio desbastada, como el halo del sol, cuyo contorno los ojos no distinguen de una manera fija.
Miguel Ángel, como resumiendo sus tristezas de aquel siglo corrompido, habló por boca de la Noche en unos versos famosos de un soneto suyo a la estatua: “Grato me es el dormir, y más el ser de piedra -mientras el mal y la vergüenza dura. -El no ver, no sentir, es mi ventura, -no me despiertes, no; habla muy bajo”. El Día levanta por sobre el hombro la cabeza medio desbastada, como el halo del sol, cuyo contorno los ojos no distinguen de una manera fija.
Estas sepulturas de los Médicis,
ejecutadas entre 1520 y 1534, son, indudablemente, la obra maestra de Miguel
Ángel. Después de ellas su espíritu aparece cada vez más atormentado por nuevos
encargos, que más bien son cargas, impropios de su carácter, como la pintura
del Juicio Final para la Capilla
Sixtina y las obras de San Pedro, y por la muerte de su único amor (al menos
conocido), de la famosísima Victoria Colonna, viuda del marqués de Pescara. De
las relaciones platónicas entre estos dos espíritus nobilísimos nos informan
sus cartas y los versos de Miguel Ángel, y, además, Condivi y el ya citado
libro del portugués Francisco de Holanda.
La Piedad de Miguel Ángel (catedral de Florencia). Realizada entre 1550 y 1555 para su propia tumba. Según parece, la cabeza de Nicodemo es un autorretrato. Desde la escultura helenística, jamás había sido expresado el estado de ánimo, el sentimiento íntimo con una intensidad tan vigorosa, tan definitiva.
Condivi, autorizado por Miguel
Ángel, se refirió a estas relaciones en los siguientes términos: “En particular
amó grandemente Miguel Ángel a la marquesa de Pescara, de cuyo divino espíritu
estaba enamorado, siendo en reciprocidad amado de ella entrañablemente (sviceratamente)… Ella, muchas veces,
desde Viterbo o de otros lugares adonde hubiese ido por deporte o veraneo,
regresó a Roma sólo para ver a Miguel Ángel; y él tanto amor le tenía, que a
menudo aseguraba que de nada se dolía tanto como de no haberle besado la
frente, como le besó la mano, cuando fue a verla en su lecho de muerte”.
⇦ Pietà Rondanini de Miguel Ángel (Castello Sforzesco de Milán). La Virgen sostiene a Cristo muerto.
Victoria Colonna murió en el año 1547. Miguel Ángel, que había de sobrevivirla dieciséis años, se conservó fiel a su memoria, inspirándose en ella para dar expansión a sus aficiones poéticas, que crecían con la vejez. Siempre había sido un gran lector de Dante; y ahora, muerto el único amor de su vida llena de trabajos, quedaría acompañado también con el recuerdo de su Beatriz. Este amor, ciertamente, parece haber sido elevado y puro; ambos eran ya de edad madura cuando se conocieron, y en ella alentaban los más altos ideales de religión y arte. Retirada en un monasterio de Viterbo la mayor parte del tiempo, Miguel Ángel la asediaba con cartas y versos que llegaron a alarmarla. Sin embargo, le contestaba amablemente. No cabe duda que en estas entrevistas los dos amantes -si es que así pueden ser llamados- hablarían más de religión que de arte, más del amor de Dios que de doctrinas estéticas.
Victoria Colonna murió en el año 1547. Miguel Ángel, que había de sobrevivirla dieciséis años, se conservó fiel a su memoria, inspirándose en ella para dar expansión a sus aficiones poéticas, que crecían con la vejez. Siempre había sido un gran lector de Dante; y ahora, muerto el único amor de su vida llena de trabajos, quedaría acompañado también con el recuerdo de su Beatriz. Este amor, ciertamente, parece haber sido elevado y puro; ambos eran ya de edad madura cuando se conocieron, y en ella alentaban los más altos ideales de religión y arte. Retirada en un monasterio de Viterbo la mayor parte del tiempo, Miguel Ángel la asediaba con cartas y versos que llegaron a alarmarla. Sin embargo, le contestaba amablemente. No cabe duda que en estas entrevistas los dos amantes -si es que así pueden ser llamados- hablarían más de religión que de arte, más del amor de Dios que de doctrinas estéticas.
Victoria Colonna parece haber
contribuido mucho, con su vida y su muerte, a desarrollar la fiebre mística que
acometió al escultor en los años de su larga vejez, haciéndole despreciar y aun
casi odiar su arte. Pero la idea de la muerte le preocupa y pide a Dios que le
llene sólo de amor divino. Sobre todo le atormentan los errores del arte:
“Llegado ya al final de esta vida mía…, / de la que hice al arte ídolo y
monarca, / conozco bien cuánto en error vivía… / ¡No más pintar, ni esculpir,
ni condenarme, / el alma vuela hacia el amor divino, / que abrió en cruz los
brazos por salvarme!” y, efectivamente, durante los diecisiete primeros años
que siguieron a su traslado a Roma en 1533, de donde ya no saldría hasta su
muerte -excepto una breve fuga en 1556, ante el avance del ejército español-,
no se conoce más que la realización de una sola escultura: el busto de Bruto (Museo del Bargello, Florencia),
esculpido hacia 1537.
No obstante, aquella fuerza
creadora que le permitía concentrar en un mármol los más elevados pensamientos,
trabajaba todavía dentro de su alma en su larga y solitaria vejez.
Cuando Condivi publicó su
historia, estaba Miguel Ángel esculpiendo un grupo de la Piedad en que se había retratado a sí mismo representando a
Nicodemo. Este es un grupo de cuatro figuras -dice Condivi-, mayores del
natural, pero sería imposible describir la belleza y sentimiento de cada una de
ellas, sobre todo la atribulada Madre.
Parece que Miguel Ángel labró
aquel grupo, entre 1550 y 1555, para que fuese colocado sobre su sepultura;
pero disgustado de esta reincidencia
artística, acabó por dejarlo sin concluir y aun llegó a romperlo en
pedazos.
Vasari explica cómo, restaurado
por Tiberio Calcagni, amigo de Miguel Ángel -que acaso debió rehacer
completamente la figura de la Magdalena-, este grupo de la Piedad estuvo por algún tiempo en una villa de Pierantonio Bandini
hasta que fue trasladado a Florencia. Su colocación en la catedral o Duomo,
donde se halla actualmente, data sólo de 1722. Esta “Pietà del Duomo” no parece haber sido la única que desbastó Miguel
Ángel. Poco posterior debe ser la llamada “Pietà
Palestrina” (Museo de la Academia, Florencia), casi deshecha por la tensión
del sufrimiento físico y espiritual. En sus últimos años, “las espinas y clavos
en una y otra mano…, la sangre que lavó nuestro pecado” son su única
contemplación y esperanza a medida que va haciéndose más viejo.
Pietà Palestrina de Miguel Ángel (Museo de la Academia, Florencia). Es difícil encontrar otra obra en la que la desesperación haya sido retratada con tanto acierto.
Entre las esculturas encontradas
en su casa, al hacer el inventario después de su muerte, hay otra, la más
trágica y misteriosa de todas las obras de Miguel Ángel: la llamada "Pietà Rondaníni", actualmente
conservada en el Castello Sforzesco de Milán, grupo en el que las dos figuras
verticales (la Madre de pie sosteniendo al Hijo muerto) componen un conjunto
atormentado y conmovedor como ningún otro.
Todos los suyos le habían
precedido en el sepulcro: sus hermanos, sus protectores, su amada, su fiel
criado, como también sus amigos y enemigos; se había quedado solo, pero hasta
la última hora se mantuvo fuerte y lleno de voluntad. Sus últimos días son los
de un titán que se acaba. Trabajó todo el sábado, y el domingo, no recordando
que lo fuese, quería ir a trabajar. El lunes, 15 de febrero, le acometió la
fiebre, y sintiendo la cabeza pesada, quería probar de despejarla montando a
caballo, como tenía por costumbre cada tarde; pero el frío y la debilidad se lo
impidieron, y así volvió a sentarse cerca del fuego, donde estaba mejor que en
la cama. Tres días después moría, el18 de febrero de 1564; contaba casi noventa
años.
Su sobrino llegó de Florencia
cuando ya estaba su cuerpo depositado sobre un catafalco en la iglesia de los
Santos Apóstoles, y con la excusa de haber recibido instrucciones del difunto,
envió, de noche, casi a escondidas, sus mortales despojos a Florencia, para no
llamar la atención del pueblo de Roma, que no quería que se lo llevaran.
En Florencia se le hicieron
exequias solemnes en San Lorenzo, y Vasari proyectó el mausoleo que para él se
labró y edificó en la iglesia de Santa Croce. Vasari, que describe estas
exequias, en las cuales tuvo parte principalísima, consigna los nombres de los
cuatro más egregios artistas de Florencia en aquel entonces, escogidos para
disponer el funeral y sepultura: Cellini
y Ammannati, escultores, y Bronzino
y Vasari, pintores.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.