San Bernardo de Claraval nació en el castillo de Fontaine, cerca de Dijon, en el año 1090 y murió en Clairvaux en 1153. La vida del que fuera fundador y primer abad de Clairvaux resulta fundamental para comprender la expansión de la Orden cisterciense por toda Europa, que tanta influencia habría de tener en los siglos posteriores en el curso de la historia del Viejo Continente.
Sabidas son las reglas principales de la Orden cisterciense, que debe guiarse por la austeridad y la vida sencilla. Pero San Bernardo supo manejar también con gran eficacia los hilos que controlaban el importante poder que residía en el papado de Roma. Para ello, a la muerte del papa Honorio II, y cuando habían sido elegidos dos pontífices, apoyó a Inocencio II sobre Anacleto II.
Ello le permitió lograr una influencia decisiva sobre el pontificado de este papa. Entre otras cosas, le ayudó a expandir sin dificultades la Orden cisterciense por toda Europa y, asimismo, fortalecer la Orden de los Caballeros Templarios, cuyos estatutos le habían sido encargados redactar.
A pesar de la gran importancia de la vida de San Bernardo, no se conservan retratos, en el sentido más estricto de la palabra, de este notable personaje. Tras su muerte se han realizado numerosas representaciones del mismo, como la llevada a cabo por Murillo, en la que suele aparecer como abad mitrado de la Orden del Císter con hábito blanco y cruz abacial.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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