El Renacimiento italiano
entró en el período de su madurez a partir de los primeros años del siglo XVI.
Con este hecho se inaugura una nueva etapa en la Historia del Arte, no sólo en
Italia, sino de Europa entera. Desde aquel momento, el arte europeo ofrece una
extraordinaria cohesión; evolucionará, conocerá alternativas, pero sus
características no se disgregarán definitivamente hasta ya entrado el siglo
XIX.
Autorretrato de Rafael (Gallería
degli
Uffizi, Florencia). Obra rea-
lizada
en 1506, cuando sólo tenía
23
años y ya estaba consolidado
como
un talentoso pintor.
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Cuando se estudia el
Renacimiento italiano cuatrocentista, principalmente florentino, resuena a
menudo el nombre de Roma como una obsesión lejana para todos los espíritus. Masaccio,
Brunelleschi
y Donatello habían visitado Roma para ver sus mirabilia.
Llenos de curiosidad recorrieron las ruinas, y pudieron contemplar mármoles y
bóvedas de antiguos monumentos romanos. Pero en la segunda mitad del siglo XV,
las cosas cambiaron con rapidez; los artistas florentinos no acudían ya a Roma
como viajeros estudiosos, sino llamados por los pontífices para atender a las
obras de decoración y embellecimiento que emprendían en la vieja capital. Sin
embargo, Leonardo
de Vinci, el héroe de las nuevas investigaciones que llevaron a la pintura
desde la armonización y colocación de las cosas a la fusión de las mismas con
el ambiente, residió pocos meses en Roma, muy tardíamente, y no se tiene
noticia de que realizase allí ninguna obra suya.
Este artista genial que vivió a caballo
entre dos siglos, el XV y el XVI, primer espíritu moderno atormentado por los
problemas de la técnica, intelectual al que todo interesaba, con un infatigable
deseo de saber nunca satisfecho, murió a los setenta y cinco años, en 1519.
Después de una vida trabajosísima, dejaba sólo poco más de media docena de
obras completamente terminadas.
Fuente: Historia del arte.
Editorial Salvat
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