Es un hecho. A partir de la II Guerra Mundial, el arte naif
no ha cesado de aumentar de importancia. Definitivamente, se ha acomodado al
gusto, a las costumbres y a la historia de la época. Forma parte del arte
contemporáneo al mismo tiempo que el fauvismo, el cubismo, el surrealismo y las
diversas formas del arte no-figurativo.
En el transcurso de los últimos años, en países muy diferentes por su cultura y su organización política, se le han dedicado grandes exposiciones. Publicaciones periódicas se orientan al estudio de esta forma de expresión, como es el caso de "Insita", boletín de arte ínsitic, de Bratislava. La bibliografía es cada vez más rica. Por doquier hay galerías que se especializan en la venta de cuadros naifs.
Tormenta tropical con un tigre de Henri Rousseau (National Gallery, Londres). Ningún pintor del siglo xx personifica la pintura naif como este artista, admirado en su época por Toulouse-Lautrec, Picasso y Matisse. Describió escenas fantásticas como si fueran la más vulgar realidad. Éste es uno de sus mejores logros compositivos.
Aficionados apasionados recorren suburbios y pueblos con la esperanza de "descubrir" a algún nuevo naif, antes de que entre en el circuito del comercio y de la fama. Los coleccionistas son ya innumerables en todos los países. En resumen, para precisar esta casi universalidad, es obligado recordar el título de una exposición capital, organizada en París en 1964, bajo la dirección de Jean Cassou: El mundo de los "naifs", puesto que, en las diversas acepciones del término, se trata exactamente de un "mundo".
No hay que olvidar, por otra parte, el shock experimentado tras contemplar en París, en 1937, el conjunto titulado Les Maîtres populaíres de la Réalíté. No agrupaba más que a diez naifs, pero de los más indiscutibles, alrededor de Henri Rousseau. Esta exposición llegaba oportunamente. Un año antes, Francia había visto desfilar a las masas entusiastas del Frente Popular, en el que unían las masas obreras y los intelectuales. La fórmula Pan, Paz y Libertad, que ondeaba en sus estandartes, por encima de un mar de hombres, velamen de un navío hacia un puerto deseado, exaltaba en mucha gente la nostalgia de verdades simples, pero generadoras de un lirismo nacido del corazón y de la razón. El espíritu del pueblo se encontraba magnificado por una especie de fe en su nobleza y su profundidad. El hecho de que ciertos pintores de la exposición fueran de origen plebeyo y de condición proletaria añadía al "milagro" de su talento la comprensión de su mensaje. Una savia natural irrigaba sus creaciones, como la savia de los desfiles y de las manifestaciones populares irrigaba las plazas y las calles de las ciudades egoístas.
La guerra de Henri Rousseau (Musée d'Orsay, París). Pintada en 1894, es una de las más importantes obras por su fantasía, inspirada quizás en la lectura de Jarry, y tamb1én una de sus más grandes telas (114 x 195 cm). La leyenda dice: "Pasa aterradora sembrando desesperación, llanto y ruina".
Ya se estaba lejos de las reacciones insultantes provocadas por la primera retrospectiva de Henri Rousseau en el Salon des Indépendents, en 1911 y más lejos aún de las que suscitó la segunda, en 1912, organizada con la ayuda de un crítico excepcional Félix Fénéon, por un hombre cuyo nombre debería inscribirse con letras de oro al principio de todo estudio dedicado al arte naif Wilhelm Uhde, ya que no sólo fue un "descubridor" inspirado, sino además un esteticista capaz de comprender las diversas formas de arte (su colección comprendía, además de las obras de los naifs, otras de Braque, Gris y Picasso) y tenía por encima de todo, alma, corazón.
Quizá sean estas últimas cualidades las que le hicieron dar a los naifs el nombre de "pintores de corazón sagrado", denominación que abandonó más tarde, debido a cierto misticismo y al recuerdo de los primitivos de la Edad Media europea. Por otra parte, se constata aquí una de las ambigüedades propias del arte naif que revelan los diversos nombres que se le dieron y que se le continúan dando.
La boda de Henri Rousseau (Musée de l'Orangerie, París). En este grupo familiar, la novia parece suspendida en el aire y, del perro, en primer plano, sólo se destacan los ojos. El grupo está enmarcado por unos árboles estilizados que, junto con el césped florido forman el escenario natural de la composición.
La expresión "pintores
domingueros" ha terminado por desaparecer. Pintar durante el reposo dominical
no lleva consigo, ipso facto, la
ingenuidad. La mayor parte de los grandes naifs prosiguieron continuamente su
obra, por lo menos tanto como pudieron. La única justificación de estos
términos residía en su valor de imagen: ciertas pinturas de los naifs
proporcionaron un sentimiento de placer comparable al de los días no atosigados
por necesidades y obligaciones.
Tampoco son más satisfactorias las calificaciones de "pintores instintivos", o "primitivos modernos". Sin negar la función considerable del instinto que preside la creación de los naifs, ¿se pretenderá que poseen esta característica en exclusividad, y que los maestros clásicos carecen de ella? "El instinto de pintar me vino en mí juventud -escribe Delacroix- y desde entonces nunca me ha fallado." ¡Se encuentra, pues, al pintor de Femmes d'Alger entre los naifs! Si quiere darse a entender por "instintivos" que éstos no han pasado en absoluto por la Escuela, que están indemnes de las enseñanzas de las academias, que frecuentar museos y grandes ejemplos fue en ellos excepcional, entonces se está en las cercanías de una verdad, pero, ¿no valdría más llamarles "autodidactos"? El autodidactismo es, en efecto, uno de los primeros rasgos del arte naif, pero en la medida en que puede ser total, lo que no es exacto en el caso de Henri Rousseau, inspirado, como ha señalado André Malraux, en el arte decorativo del Segundo Imperio.
La gitana dormida de Henri Rousseau (Museo de Arte Moderno, Nueva York). Realizado en 1897, el autor, con su típico candor, lo describe así: "Una negra vagabunda, tañedora de mandolina, con la jarra al lado ... duerme profundamente ... Un león que pasa por casualidad la olfatea sin hacerle daño".
En cuanto a "primitivos
modernos", parece una definición resultante de un abuso de la noción de
primitivismo, empleada para designar el arte de los pueblos alejados en el
espacio y en el tiempo, considerados como si llevaran una forma de vida
arcaica, grave error en sí, ya que su cultura, tal como aseguran actualmente las
ciencias humanas, no está en función de estos criterios, sino de"
otra" concepción de la vida, de los orígenes del mundo y de lo sagrado.
¿Qué sentido habría que atribuir a la frase de Cézanne:
"Soy el primitivo del camino que he encontrado"? Todo creador de
nuevas formas es, a su modo, un"primitivo".
Si se han criticado los diversos nombres dados al arte naif no es sin intención. Semejante crítica permite ya precisarla, aunque sea de manera indirecta. La ambigüedad que la rodea disminuye con el examen de la palabra "ingenuidad", de lo que contiene y encubre.
La acepción, según la cual "ingenuidad" designa una forma de credulidad nacida de la ignorancia o de la idiotez, no puede ser tenida en consideración. Más de una obra de los naifs actuales se produce como consecuencia de una inteligencia de la vida. En cambio, el diccionario de Littré ayuda a precisar el concepto y la realidad cuando define así a la ingenuidad: "simplicidad natural y graciosa con la que una cosa se expresa o representa, calidad de quien habla sin artificio y de quien obedece a una franqueza natural". Un poco más, y el resultado hubiera sido una primera definición del arte de todos los pintores.
Mi pueblo Hadol en los Vosgos de Louis Vivin (Museo Rade, Castillo Reinbek). Lo más destacable de los cuadros de este artista es la inmovilidad de las edificaciones que representa y la perspectiva que, como en esta obra pintada cuando tenía veinticuatro años, no dan profundidad al paisaje.
Simplicidad, franqueza,
ambas "naturales... ". Habrá que constatar que estos rasgos no son
absoluta mente selectivos y que se encuentran en otras formas sin
elaborar: el arte de la infancia y el arte popular, lo que obliga entonces a
distinguirlos del arte naif. Los coloreados dibujos infantiles también llaman mucho
la atención. Encantan a los adultos. Pero el arte de la infancia muere con
ella. Apenas el niño entra en la adolescencia, deja ya de imitar a los ''mayores"
y se dedica a "frasear", como decía Nerval, desolado, cuando volvía a
encontrar una canción infantil que antes le gustaba. La creación de los naifs
prosigue a lo largo de toda una existencia. No se limita a una de sus edades. Y
casi siempre va acompañada por la consciencia del acto de pintar.
Es también lo que la diferencia de las creaciones debidas a los psicópatas y enfermos mentales. Por enérgica que sea la revelación del subconsciente en un Morris Hirschfield, esas obsesiones sexuales toman forma en obras de por sí conscientes. Si bien existió delirio místico en el caso de Séraphine Louis, a finales de su vida, los naifs atestiguan en general un claro examen de la realidad, o, mejor, una especie de" contabilidad" que les lleva a la precisión y les induce a representar, con una nitidez de colegial, el pavimento de las calles, las piedras de los monumentos y las hojas de los árboles. Como alguien se asombrara al ver, en una pintura que representaba a un velero, obra del encantador Louis Roy, antiguo tonelero de La Rochelle, cabezas como cortadas y sabiamente alineadas en las vergas, el pintor le contestó: "Hay tantas como miembros tiene la dotación, me he informado". Además, es gracias a esta atención prestada a la realidad que el arte naif da base a sus visiones, sus sueños y sus ensueños.
⇦ Escena callejera de René Rimbert (Colección privada). En este cuadro pintado en 1972 se hace evidente una de las preferencias del artista, que era pintar las calles de su barrio parisiense de SaintSulpice. El amor por su entorno ciudadano y la poesía con que lo expresa en sus obras son unas de las características más destacadas de este autor.
Se está lejos de
considerar por eso que se trate de "realismo", y la expresión
maestros populares de la realidad constituía también una aproximación de
laxitud excesiva. El adjetivo ligaba demasiado a los naifs con el arte popular
propiamente dicho. Por más evidente que sea el valor de este último, reposa
sobre una base de recetas artesanas y tradicionales que limitan a pesar de todo
la expresión individual. Los objetos coloreados o esculpidos y las insignias
pintadas tienen una finalidad colectiva, funcional. Este carácter utilitario,
si bien no impide logros a menudo admirables, debe respetar un repertorio de
signos.
No obstante, la frontera entre el arte popular y el arte naif se hace imprecisa en el caso de las pinturas que decoran ciertos vehículos, como por ejemplo las carretas de Turquía o de Sicilia, y que representan paisajes, como también ocurre con los armarios de Austria o de Polonia. Igualmente, la pintura milagrera que simboliza con buen gusto las catástrofes y milagros, imaginería referida al destino conjurado, pertenece, exactamente igual que las pinturas sobre vidrio de santos o de flores y las estatuillas votivas, a esa zona indecisa que el arte naif podría anexionarse, sin por esto confundirse con ella. Más valdría entonces hablar de arte del artesanado, sin ninguna intención peyorativa.
El gusto por las imágenes simplificadas, no sometidas a las reglas de la perspectiva heredadas del Renacimiento, espontáneamente expresivas como las de Epinal, no data de hoy. Su necesidad, para no remontarse demasiado lejos, se hizo patente para algunos artistas del pasado siglo. Cuando Gauguin residió por primera vez en Bretaña, en 1886, tuvo la revelación de esta necesidad al contemplar las estatuas de las parroquias y de los calvarios. Fue allí donde rompió las amarras que le ligaban al impresionismo. Y comunicó a Van Gogh su descubrimiento. Desde cierto punto de vista, la célebre Visión después del sermón, de 1885, es una pintura naif, como lo fueron algunas telas realizadas por los amigos de Arles, intentando ambos recobrar el ritmo y la grandeza de las imágenes populares. La estancia de Gauguin en Oceanía no contradijo esta búsqueda de símbolos inmediatos. Pudiera decirse que fue un introductor al arte naif y quizás algunos hubieran sido menos sensibles a la obra de Rousseau si no hubiesen visto la suya.
Desnudo con los brazos en alto de Camille Bombois (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Este cuadro fue pintado en 1925 por este artista, hijo de un marinero, que tuvo una vida agitada. Fue sucesivamente, y entre otras muchas cosas, campeón de lucha, boxeador de circo y mozo impresor. En 1922, a los 39 años, expuso por primera vez en la calle y fue "descubierto" allí por los aficionados al arte. Su colorido fresco y un innato sentido del espacio dan interés a su obra, que refleja los diferentes personajes y los variados ambientes en los que transcurrió su vida.
En Rousseau parece
resumirse todo el arte naif. Él es el padre, el fiador de una aventura
artística cuya responsabilidad no es seguro que hubiera reivindicado. Desde su
nacimiento, en 1844, en Laval (donde nació más tarde el excelente Jules
Lefranc), de padre hojalatero, hasta su muerte en París, en 1910, arrostró
dificultades y pesares: la prisión por causa de un pequeño robo y de un mal
negocio al que fue arrastrado, la muerte de sus padres, dos veces viudo, una
decepción amorosa y la incomprensión de la mayoría. Pero tuvo también motivos
de dicha: estaba acompañado, algunos le defendían, sus telas acababan por
venderse, poetas y escritores frecuen taban sus veladas, Picasso
organizó una fiesta en su honor, etc. Sufrió desdichas, pero no "la"
desdicha, y muchos se han equivocado al disfrazarle de pintor maldito, como
otros al hacer de él una especie de San Francisco de Asís de la pintura,
multiplicando el número de sus fioretti.
La verdad acerca de él la cuenta él mismo en un breve párrafo escrito de su puño y letra en 1895: "... sólo después de muy duras pruebas logró hacerse conocer por un buen número de artistas que le rodeaban. Se ha perfeccionado cada vez más en el estilo original que ha adoptado y pasa por haberse convertido en uno de nuestros mejores pintores realistas ... Forma parte de los Indépendents desde hace ya mucho, y piensa que debe darse completa libertad de producción al iniciador, cuyo pensamiento se eleva en lo hermoso y en el bien".
Fiesta de la liberación de París de André Bauchant (Museo Nacional de Arte Moderno, París). El autor, que era un horticultor que disfrutaba trasladando al lienzo sus visiones, realizó esta obra en 1945. Pintó bucólicamente no sólo las flores, pájaros y árboles de su ambiente, sino que se atrevió con grandes composiciones de tema mitológico o de historia. El color claro, la ausencia de sombra, el primitivismo de las figuras dan un sentido fantástico a esta composición altamente poética.
En el transcurso de los últimos años, en países muy diferentes por su cultura y su organización política, se le han dedicado grandes exposiciones. Publicaciones periódicas se orientan al estudio de esta forma de expresión, como es el caso de "Insita", boletín de arte ínsitic, de Bratislava. La bibliografía es cada vez más rica. Por doquier hay galerías que se especializan en la venta de cuadros naifs.
Aficionados apasionados recorren suburbios y pueblos con la esperanza de "descubrir" a algún nuevo naif, antes de que entre en el circuito del comercio y de la fama. Los coleccionistas son ya innumerables en todos los países. En resumen, para precisar esta casi universalidad, es obligado recordar el título de una exposición capital, organizada en París en 1964, bajo la dirección de Jean Cassou: El mundo de los "naifs", puesto que, en las diversas acepciones del término, se trata exactamente de un "mundo".
No hay que olvidar, por otra parte, el shock experimentado tras contemplar en París, en 1937, el conjunto titulado Les Maîtres populaíres de la Réalíté. No agrupaba más que a diez naifs, pero de los más indiscutibles, alrededor de Henri Rousseau. Esta exposición llegaba oportunamente. Un año antes, Francia había visto desfilar a las masas entusiastas del Frente Popular, en el que unían las masas obreras y los intelectuales. La fórmula Pan, Paz y Libertad, que ondeaba en sus estandartes, por encima de un mar de hombres, velamen de un navío hacia un puerto deseado, exaltaba en mucha gente la nostalgia de verdades simples, pero generadoras de un lirismo nacido del corazón y de la razón. El espíritu del pueblo se encontraba magnificado por una especie de fe en su nobleza y su profundidad. El hecho de que ciertos pintores de la exposición fueran de origen plebeyo y de condición proletaria añadía al "milagro" de su talento la comprensión de su mensaje. Una savia natural irrigaba sus creaciones, como la savia de los desfiles y de las manifestaciones populares irrigaba las plazas y las calles de las ciudades egoístas.
La guerra de Henri Rousseau (Musée d'Orsay, París). Pintada en 1894, es una de las más importantes obras por su fantasía, inspirada quizás en la lectura de Jarry, y tamb1én una de sus más grandes telas (114 x 195 cm). La leyenda dice: "Pasa aterradora sembrando desesperación, llanto y ruina".
Ya se estaba lejos de las reacciones insultantes provocadas por la primera retrospectiva de Henri Rousseau en el Salon des Indépendents, en 1911 y más lejos aún de las que suscitó la segunda, en 1912, organizada con la ayuda de un crítico excepcional Félix Fénéon, por un hombre cuyo nombre debería inscribirse con letras de oro al principio de todo estudio dedicado al arte naif Wilhelm Uhde, ya que no sólo fue un "descubridor" inspirado, sino además un esteticista capaz de comprender las diversas formas de arte (su colección comprendía, además de las obras de los naifs, otras de Braque, Gris y Picasso) y tenía por encima de todo, alma, corazón.
Quizá sean estas últimas cualidades las que le hicieron dar a los naifs el nombre de "pintores de corazón sagrado", denominación que abandonó más tarde, debido a cierto misticismo y al recuerdo de los primitivos de la Edad Media europea. Por otra parte, se constata aquí una de las ambigüedades propias del arte naif que revelan los diversos nombres que se le dieron y que se le continúan dando.
La boda de Henri Rousseau (Musée de l'Orangerie, París). En este grupo familiar, la novia parece suspendida en el aire y, del perro, en primer plano, sólo se destacan los ojos. El grupo está enmarcado por unos árboles estilizados que, junto con el césped florido forman el escenario natural de la composición.
Tampoco son más satisfactorias las calificaciones de "pintores instintivos", o "primitivos modernos". Sin negar la función considerable del instinto que preside la creación de los naifs, ¿se pretenderá que poseen esta característica en exclusividad, y que los maestros clásicos carecen de ella? "El instinto de pintar me vino en mí juventud -escribe Delacroix- y desde entonces nunca me ha fallado." ¡Se encuentra, pues, al pintor de Femmes d'Alger entre los naifs! Si quiere darse a entender por "instintivos" que éstos no han pasado en absoluto por la Escuela, que están indemnes de las enseñanzas de las academias, que frecuentar museos y grandes ejemplos fue en ellos excepcional, entonces se está en las cercanías de una verdad, pero, ¿no valdría más llamarles "autodidactos"? El autodidactismo es, en efecto, uno de los primeros rasgos del arte naif, pero en la medida en que puede ser total, lo que no es exacto en el caso de Henri Rousseau, inspirado, como ha señalado André Malraux, en el arte decorativo del Segundo Imperio.
La gitana dormida de Henri Rousseau (Museo de Arte Moderno, Nueva York). Realizado en 1897, el autor, con su típico candor, lo describe así: "Una negra vagabunda, tañedora de mandolina, con la jarra al lado ... duerme profundamente ... Un león que pasa por casualidad la olfatea sin hacerle daño".
Si se han criticado los diversos nombres dados al arte naif no es sin intención. Semejante crítica permite ya precisarla, aunque sea de manera indirecta. La ambigüedad que la rodea disminuye con el examen de la palabra "ingenuidad", de lo que contiene y encubre.
La acepción, según la cual "ingenuidad" designa una forma de credulidad nacida de la ignorancia o de la idiotez, no puede ser tenida en consideración. Más de una obra de los naifs actuales se produce como consecuencia de una inteligencia de la vida. En cambio, el diccionario de Littré ayuda a precisar el concepto y la realidad cuando define así a la ingenuidad: "simplicidad natural y graciosa con la que una cosa se expresa o representa, calidad de quien habla sin artificio y de quien obedece a una franqueza natural". Un poco más, y el resultado hubiera sido una primera definición del arte de todos los pintores.
Mi pueblo Hadol en los Vosgos de Louis Vivin (Museo Rade, Castillo Reinbek). Lo más destacable de los cuadros de este artista es la inmovilidad de las edificaciones que representa y la perspectiva que, como en esta obra pintada cuando tenía veinticuatro años, no dan profundidad al paisaje.
Es también lo que la diferencia de las creaciones debidas a los psicópatas y enfermos mentales. Por enérgica que sea la revelación del subconsciente en un Morris Hirschfield, esas obsesiones sexuales toman forma en obras de por sí conscientes. Si bien existió delirio místico en el caso de Séraphine Louis, a finales de su vida, los naifs atestiguan en general un claro examen de la realidad, o, mejor, una especie de" contabilidad" que les lleva a la precisión y les induce a representar, con una nitidez de colegial, el pavimento de las calles, las piedras de los monumentos y las hojas de los árboles. Como alguien se asombrara al ver, en una pintura que representaba a un velero, obra del encantador Louis Roy, antiguo tonelero de La Rochelle, cabezas como cortadas y sabiamente alineadas en las vergas, el pintor le contestó: "Hay tantas como miembros tiene la dotación, me he informado". Además, es gracias a esta atención prestada a la realidad que el arte naif da base a sus visiones, sus sueños y sus ensueños.
⇦ Escena callejera de René Rimbert (Colección privada). En este cuadro pintado en 1972 se hace evidente una de las preferencias del artista, que era pintar las calles de su barrio parisiense de SaintSulpice. El amor por su entorno ciudadano y la poesía con que lo expresa en sus obras son unas de las características más destacadas de este autor.
No obstante, la frontera entre el arte popular y el arte naif se hace imprecisa en el caso de las pinturas que decoran ciertos vehículos, como por ejemplo las carretas de Turquía o de Sicilia, y que representan paisajes, como también ocurre con los armarios de Austria o de Polonia. Igualmente, la pintura milagrera que simboliza con buen gusto las catástrofes y milagros, imaginería referida al destino conjurado, pertenece, exactamente igual que las pinturas sobre vidrio de santos o de flores y las estatuillas votivas, a esa zona indecisa que el arte naif podría anexionarse, sin por esto confundirse con ella. Más valdría entonces hablar de arte del artesanado, sin ninguna intención peyorativa.
El gusto por las imágenes simplificadas, no sometidas a las reglas de la perspectiva heredadas del Renacimiento, espontáneamente expresivas como las de Epinal, no data de hoy. Su necesidad, para no remontarse demasiado lejos, se hizo patente para algunos artistas del pasado siglo. Cuando Gauguin residió por primera vez en Bretaña, en 1886, tuvo la revelación de esta necesidad al contemplar las estatuas de las parroquias y de los calvarios. Fue allí donde rompió las amarras que le ligaban al impresionismo. Y comunicó a Van Gogh su descubrimiento. Desde cierto punto de vista, la célebre Visión después del sermón, de 1885, es una pintura naif, como lo fueron algunas telas realizadas por los amigos de Arles, intentando ambos recobrar el ritmo y la grandeza de las imágenes populares. La estancia de Gauguin en Oceanía no contradijo esta búsqueda de símbolos inmediatos. Pudiera decirse que fue un introductor al arte naif y quizás algunos hubieran sido menos sensibles a la obra de Rousseau si no hubiesen visto la suya.
Desnudo con los brazos en alto de Camille Bombois (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Este cuadro fue pintado en 1925 por este artista, hijo de un marinero, que tuvo una vida agitada. Fue sucesivamente, y entre otras muchas cosas, campeón de lucha, boxeador de circo y mozo impresor. En 1922, a los 39 años, expuso por primera vez en la calle y fue "descubierto" allí por los aficionados al arte. Su colorido fresco y un innato sentido del espacio dan interés a su obra, que refleja los diferentes personajes y los variados ambientes en los que transcurrió su vida.
La verdad acerca de él la cuenta él mismo en un breve párrafo escrito de su puño y letra en 1895: "... sólo después de muy duras pruebas logró hacerse conocer por un buen número de artistas que le rodeaban. Se ha perfeccionado cada vez más en el estilo original que ha adoptado y pasa por haberse convertido en uno de nuestros mejores pintores realistas ... Forma parte de los Indépendents desde hace ya mucho, y piensa que debe darse completa libertad de producción al iniciador, cuyo pensamiento se eleva en lo hermoso y en el bien".
Fiesta de la liberación de París de André Bauchant (Museo Nacional de Arte Moderno, París). El autor, que era un horticultor que disfrutaba trasladando al lienzo sus visiones, realizó esta obra en 1945. Pintó bucólicamente no sólo las flores, pájaros y árboles de su ambiente, sino que se atrevió con grandes composiciones de tema mitológico o de historia. El color claro, la ausencia de sombra, el primitivismo de las figuras dan un sentido fantástico a esta composición altamente poética.
Encabezando este párrafo estaba su nombre, y debajo, “pintor", ya que quiso serlo con todas sus fuerzas. No pintó como"canta el pájaro", sino como un gran pintor. Si fuera preciso dar un solo ejemplo de su riqueza espiritual y de su genio elegiríamos La gitana dormida, pintado en 1897. Esta fecha tiene importancia particular. Dos años después, Georges Braque empezaba como aprendiz con su padre y Jacques Villon grababa sus primeras planchas. En 1900, Picasso llegaba a París. Aún estamos lejos de Las Señoritas de Aviñón, de 1906-1907. Lejos también de los comienzos del cubismo, si se prefiere.
Ahora bien, si se consideran la mandolina y la jarra, que se encuentran en la parte baja y a la derecha de la obra de Rousseau, y la organización general de los planos del ropaje, ¿cómo no ver ahí las investigaciones estructurales propias de las primeras obras cubistas? El regreso a la forma y sobre todo la consideración del objeto, la elaboración de un espacio específico, son rasgos que se dan ya en La gitana. La "naturaleza muerta" que figura en la parte baja anuncia a las que luego pintaron Braque y Picasso antes del cubismo analítico.
Flores de André Bauchant (Museo ToulouseLautrec, Albí). Una de las características de la pintura naif es la precisión detallista en el dibujo de los temas que representa. En esta obra pintada en 1948, se advierte, además, la desproporción entre el tema central, el ramo de flores, y los árboles del ambiente que lo rodea.
¿Qué decir del "sentimiento" general? Nace de esta extraña luz que inunda la obra. Claridad lunar, pero aún mucho más claridad del sueño, como si el sueño de la gitana, por una especie de ósmosis, se hiciera de todos. Aquí todo pertenece a lo fantástico, la ropa que parece vestir a la dormida con un arco iris, la fiera pensativa, la borla final de cuya cola sirve de espejo a la luna, y el desierto amansándose para que los nómadas duerman. El cuadro se impone con la evidencia irrefutable de las imágenes poéticas y, por otra parte, reúne realidades desunidas, el desierto y el agua, la fiera y el ser humano, la música y el silencio. Si la forma es ya cubista, la imagen es ya surrealista.
Sin duda Rousseau, que gustaba de los símbolos simples, pintó ahí una metáfora. ¿La gitana sueña con un león o éste se halla realmente cerca de ella? Importa poco. ¡La imagen podría tener un subtítulo como "La potencia de los sueños" o "La inocencia preserva de los peligros"! Rousseau" pensaba "sus te las. No se ha dejado de sentir el encanto que emana del canapé rojo sobre el que, entre fauna y selva, yace Yadwigha. Es un naif, más por su "pensamiento" que por su forma de pintar (la de un maestro).
El árbol del Paraíso de Séraphine Louis (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Obra realizada en 1929 por esta artista, a quien Uhde descubrió cuando era su criada, quien, sin ninguna instrucción, pintaba por puro placer en un estado como de éxtasis. Se desconoce cómo consiguió los colores que no han perdido su espectacular vivacidad. Quizás el rasgo más sobresaliente de su obra no sea sin embargo el color, sino el sentido rítmico. Séraphine perdió la razón en 1930 y murió en un asilo.
Lo usual es reunir a su alrededor a personalidades que le ignoraron. Louis Vivin (1861-1936) ha proporcionado una visión del mundo que atestigua una pureza que era la suya propia. Las iglesias y las casas que pinta son de una monumental inmovilidad, y reconstruidas piedra por piedra parecen recobrar su primera juventud. Su obra es la imagen de una soledad modesta y recogida. ¡Cuán diferente es la de Camille Bombois (nacido en 1883)! Tras de la decantación de Vivin, su obra representa la afirmación maciza de los seres y de las cosas. Bombois fue mozo de granja, luchador de circo, obrero del metro de París y peón en una imprenta, pero no por esto vamos a hacer el comentario fácil de que conoce la consistencia de la materia y ofrece su equivalente pictórico. Para él, la perspectiva existe, pero como una forma vivida del espacio. Sus Desnudos exaltan el poder de la feminidad y hacen pensar en las Madres esteatopígicas de la prehistoria. Toda su fuerza reside en la precisión y energía del dibujo, que confiere a figuras planas su relieve y su estatura.
AndréBauchant (1873-1958) se pintó a sí mismo delante de un parterre de flores, como jardinero que era. Y se definió en algunas líneas: "Documentado por varias obras de Historia, tanto francesas como extranjeras, me sentí atraído por esos viejos restos antiguos (las ruinas y curiosidades de las ciudades... ). Mis telas preferidas son: Pericles justificando el empleo del dinero del pueblo, la Batalla de las Termópilas, la Proclamación de la Independencia americana, etc.". En resumen, Bauchant introdujo la historia y la mitología en el arte naif. ¿Cómo no pensar en Giotto (que antes fue pastor) delante de sus composiciones, tan simples y tan tiernas?
Árbol de Séraphine Louis (Hamburger Kunsthalle, Hamburgo). Es racionalmente incomprensible cómo esta artista, sin ningún estudio ni un ambiente propicio para pintar, espontáneamente pudiera llegar a realizar obras como la que se reproduce. La composición y el uso de los colores habla de un mundo interior que Séraphine supo expresar intensamente.
Séraphine Louis (1864-1942) pertenece al dominio de lo milagroso. Fue descubierta por Wilhelm Uhde, en cuya casa trabajaba como sirvienta, y nadie hablaría mejor de ella: "Con los más modestos elementos, flores, hojas, árboles y agua corriente, ha creado con medios atrevidísimos que son una conquista personal suya, una obra grandiosa que, solitaria y orgullosa, ignora sus sublimes predecesores y por tanto no puede citarlos como testigos: los rosetones de las catedrales medievales y las tapicerías góticas". Sus "ramilletes" los pintó Séraphine para colocarlos sobre algún altar invisible y para darse a sí misma una imagen del cielo y del paraíso.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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