La entrega y boda de la princesa
se celebra en la isla de los Faisanes, en el Bidasoa, en la frontera entre
Francia y España. Diego Velázquez, como Aposentador Mayor, ha de ocuparse del
arreglo de la parte española, entre otros menesteres, así como de la preparación
de los alojamientos de Felipe IV y sus acompañantes en las etapas del viaje de
ida y vuelta. Y al regresar a Madrid le esperan las cuentas de los gastos del viaje.
Estas fatigas, asimismo acompañadas de alguna infección, provocan una
enfermedad. Palomino escribe: "Comenzó a sentir grandes angustias y
fatigas en el estómago y el corazón.", y, al tener noticias de la gravedad
del caso, el rey mandó para confortar a su pintor a don Alfonso Pérez de Guzmán
el Bueno, arzobispo de Tiro y patriarca de las Indias.
⇦ Busto de Felipe IV de Velázquez (Kunsthistorisches Museum, Viena). De este famoso cuadro existen otras versiones en el Museo del Prado, en Bilbao y en Ginebra, de las cuales se diferencia por el collar del Toisón de Oro, que aquéllas no poseen. La autenticidad de este retrato se basa en que fue el propio rey quien lo envió a Leopoldo Guillermo de Austria. Velázquez captó la blancura rosácea de la tez, el rubio cabello, el aire blando, resignado y digno del monarca, y trató estos rasgos con una técnica casi impresionista, contrastándolos patéticamente sobre el fondo.
Tras la administración de los
Sacramentos y otorgar poderes para testar en su nombre a su amigo el grefier del Alcázar, Gaspar de
Fuensalida, Diego Velázquez falleció el día 6 de agosto de 1660, a los 62 años
de edad aproximadamente.
La lección de Velázquez es
recogida por los dos grandes pintores con que concluye el Siglo de Oro de la
pintura española: Juan Carreña de Miranda y Claudio Coello, que en su Sagrada Forma de El Escorial se alza
casi a la altura de su modelo. Quien mejor asimiló la técnica
"protoimpresionista" de Velázquez fue su yerno Juan Bautista del
Mazo, pero le faltaba la seguridad de dibujo y su composición, cuidadísima: el
ruso Alpatov ha demostrado que en la de Las
Meninas fue empleada constantemente la "regla de oro" o
"divina proporción" del matemático italiano Luca Pacioli. Por eso,
los cuadros de Mazo, tan semejantes de factura a los de su suegro, suelen ser
menos firmes. Y el mejor, La familia del
pintor (hacia 1659; Kunsthistorisches Museum, Viena), permite ver, en su
fondo, en un gran aposento iluminado por una gran ventana alta, a Velázquez
trabajando en el último retrato de la infanta Margarita.
Príncipe Felipe Próspero de Velázquez (Kunsthistorisches Museum, Viena). Realizado en 1659 cuando el niño, que habría de morir a los cuatro, contaba sólo dos años. Cuelgan del traje numerosos amuletos que no consiguieron conjurar el mal que había de segar su destino. El rostro dulce e inteligente resalta dramáticamente contra el fondo negro de la estancia, en la que sólo el perrillo pone una nota alegre.
La carrera de Velázquez, ni muy
larga ni demasiado abundante en obras (se le atribuyen con certeza poco más de
un centenar de cuadros), es trascendental en la historia del arte: puede
decirse que desde sus pinturas sevillanas de 1620 a las madrileñas de la década
de 1650-1660 recorre una distancia de varios siglos: la que va de Caravaggio a los impresionistas. De los claroscuros entrecortados de aquél pasó a la
atmósfera luminosa, vibrante, de éstos, a una luz que inunda sus cuadros y que
parece la misma del espacio real. De aquellos bodegones inmóviles pasa a la más
atrevida expresión del movimiento en la rueda y manos de Las Hilanderas.
De la pesadez estatuaria pasa a
un arte en que todo es visual, con exactitud de pupila. De una técnica espesa y
lisa, como la de Pacheco, pasa a la mayor libertad de pincel, a sus
"manchas distantes", a su "manera inacabada".
Él basa los valores alegóricos,
simbólicos o ejemplares que su época exige a las artes en una ejecución de tan
rara sencillez, que hoy puede conducir a errar sobre ellos y creer que no son
más que "pintura-pintura", algo que se basta y justifica por su misma
existencia artística, sin necesidad de referencias externas.
En el fondo, esa facilidad
aparente oculta un hondo misterio: y esas transparentes Meninas constituye el cuadro más extraño del mundo. Él baraja, en
fin, las categorías de los preceptistas, hace bodegones que son cuadros sacros,
retratos que son composiciones, paisajes que son historias ... Él lleva el
retrato a un callejón sin salida de perfección técnica y de negación de su
propia esencia. Y tanta es la exactitud del dibujo y color que se reconoce al
momento lo más importante, esa expresión que Velázquez no se propone acentuar,
ese misterio del alma al que no parece asomarse.
Pintor en apariencia fácil, es,
como no ignoran los pintores y los estudiosos, el más difícilmente explicable;
y de su biografía, burocráticamente establecida sin género de duda, y de su
vida tranquila y fácil, de hombre respetuoso, obediente, flemático y "normal",
no podría deducirse la exigencia y novedad de un arte que, aparentando respetar
temas y fórmulas, se aparta por completo de todo lo anterior.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.