La Gare Saint-Lazare proporcionó en 1877 un excelente argumento para
que Monet desplegara su naturaleza impresionista y, una vez más, ofendiera a
los críticos. Se trata, para empezar, de una escena cotidiana desarrollada,
podría decirse, al aire libre. Luego, la atmósfera vaporosa apoyada en un cielo
turbio confiere un carácter de difusión al ambiente. Esto permite suponer que
más que el sujeto en sí -es decir, la estación de tren- es el poder de la luz
filtrándose a través del techo acristalado y el volumen que confieren a las
nubes de vapor elevándose, las siluetas de las maquinas emergiendo de la
confusión, los elementos que han captado la atención del artista.
En cuanto a la composición del
cuadro, es importante recordar que, a menudo, Monet elaboraba sus trabajos con
la ayuda de mitades sucesivas. En esta pintura aprovecha la carpintería
metálica del hangar para distribuir las luces y las sombras hasta un cuarto del
escenario. El pintor, además, ha otorgado a la marquesina, perfectamente
centrada, el largo de la mitad del cuadro, y ha situado a la locomotora casi en
el centro del lienzo. Con el propósito de ajustar correctamente los cuartos de
la derecha y la izquierda, Monet pinta respectivamente un vagón y un
ferroviario.
Para la creación de esta obra,
que forma parte de una serie, el artista pasó varias jornadas con su caballete
instalado en el andén de la Gare de Saint-Lazare. En la actualidad podemos
apreciar la belleza resultante en el Musée d’Orsay, en París.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.