La escultura religiosa de
esa época, la imaginería policromada, ofrece una tendencia muy clara y general.
Se desentiende de los anteriores acentos de renacentismo, para realizar pura y
simplemente la calidad humana con acentos patéticos. Ello es característico de
la sensibilidad del Barroco, que huye de las formas clásicas, de invención
humana, y se emociona con las formas llameantes y las visiones de la muerte, la
miseria, el heroísmo y la
gloria. La transición de la muerte a la gloria está
representada por las escenas de martirio manchadas de sangre. Jamás se hizo una
escultura que de modo tan directo se dirija a promover y evocar el sentimiento.
Valladolid y Sevilla fueron sus dos grandes focos, aunque es típica de toda
España, que sentía entonces una emoción fervorosa ante las exultantes
manifestaciones externas de religiosidad.
Piedad de Gregorio Hernández (Museo Nacional de Escultura, Valladolid). Es una de las más bellas tallas de este escultor gal lego establecido en Valladolid, que puso su enorme realismo al servicio de la expresión del dolor; el elocuente ademán de la Virgen halla su contrapunto en el sereno dolor de Cristo.
⇨ La Fortaleza de Juan Martínez Montañés (Monasterio de los Jerónimos, Santiponce). Esta alegoría es una de las cuatro virtudes que figuran en el Retablo Mayor del monasterio. Llamado por sus contemporáneos "el dios de la madera ", fue sin duda uno de los grandes escultores barrocos. Montañés no se dejó arrastrar por el realismo expresionista, sino que trató de que su obra reflejara las características históricas y religiosas del personaje representado con toda propiedad.
El primero de tales escultores religiosos fue
Gregorio Hernández, gallego, nacido según algunos en Pontevedra, según otros en
Sarria, alrededor de 1566, y fallecido en 1636. Aunque su estilo deriva
remotamente de Juni, personaliza el ambiente de religiosidad exaltada de su
tiempo. Su primera obra conocida es el Cristo
yaciente, del monasterio de la Encarnación, en Madrid (1605); pero tallas
suyas no menos famosas son, además del magnífico relieve del Bautismo de Cristo (procedente de los
Carmelitas Calzados), el Cristo de la Luz,
su grupo de la Piedad, y la Dolorosa de la Santa Cruz , obras
hoy todas ellas en el Museo de Valladolid.
⇨ Inmaculada de Alonso Cano (Catedral de Granada). Pequeña y exquisita imagen de la Virgen que el imaginero real izó entre 1655 y 1656 para rematar el facistol de la catedral, también obra suya. Esta talla policromada constituye un hito en la evolución de la imaginería barroca de España.
Temperamento realista, es lástima que la estridencia de la policromía desluzca en ocasiones las excelencias de su gubia.
La cima de la escultura religiosa sevillana del
siglo XVII la ostenta un gran escultor que fue amigo de Velázquez, Juan
Martínez Montañés, nacido en 1568 en Alcalá la Real (Jaén), pero formado en
Sevilla. Entre sus crucifijos es famoso el que el arcediano Vázquez de Leca
regaló en 1614 a
la Cartuja de las Cuevas, y que se guarda hoy en la sacristía de los Cálices de
la catedral; otra imagen suya muy importante es el Nazareno, con la cruz a cuestas, el Señor de la
Pasión. Pero Montañés realizó otro tipo de obras en talla, como el retablo
de Santiponce, y, entre sus imágenes de la Virgen, sobresale su Concepción, de la catedral sevillana.
Discípulo de Montañés en la escultura, y en
pintura de Pacheco, maestro y
suegro de Velázquez, fue el granadino y polifacético Alonso Cano: arquitecto,
escultor y pintor. Nació en 1601 y murió en 1667; fue rigurosamente
contemporáneo de Velázquez y de Rembrandt.
⇦ San Francisco de Pedro de Mena (Catedral de Toledo). La imagen del santo es de un realismo impresionante. El rostro está iluminado por la beatitud, mientras el ascetismo está magníficamente logrado por la talla de su hábito monacal.
Hacia los cuarenta años se consagró, sobre todo en Madrid, a la pintura, y regresó a su patria chica en 1652. Quizá la visión de obras de arte, en la capital de España, habría madurado y aireado su talento, porque las esculturas posteriores a su estancia en Madrid muestran, en todo caso, una amplitud y una independencia de lo que anteriormente hiciera; por ejemplo, los magníficos bustos de Adán y Eva y la pequeña y deliciosa Inmaculada, en la catedral granadina. Se trata, en general, de pequeñas imágenes con las que crea tipos nuevos, con un equilibrio armónico entre el idealismo y el realismo. Por excepción en esta clase de artistas, esculpió también en piedra.
Discípulo de Cano fue Pedro
de Mena, granadino también, nacido en 1628. Mena entalló el coro de la catedral
de Málaga, para la que realizó el bello medallón en relieve de la Virgen con el Niño. Dos de sus mejores
estatuas son el famoso San Francisco,
que se conserva en el Tesoro de la catedral de Toledo, y la Magdalena Penitente (Museo de Valladolid), y es
autor de exquisitos bustos de la Dolorosa.
Tallista refinadísimo e inspirado fue también
Pedro Roldán, antequerano, pero que trabajó en Sevilla. Suyo es el magnífico
retablo mayor de la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla. Su hija
Luisa (apodada La Roldana) fue
tallista e imaginera con un estilo de graciosa feminidad.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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