Ya en el terreno de la escultura,
la dinastía de los Coustou y los Lemoyne, con otra familia de escultores
(originaria de Amberes), los Slodtz, llenan con sus bustos la primera mitad del
siglo; son retratos todavía enfáticos. Lo mismo cabe decir de dos escultores
hermanos, los Adam, loreneses. Mas se insinúa al propio tiempo una reacción, en
sentido clásico, que atenúa el énfasis, en Edme Bouchardon (1698-1762), autor
en París, de la Fuente de las Estaciones de la rue Grenelle. De mucha mayor
independencia de estilo hizo gala el escultor J.-B. Pigalle (1714-1785), que
trabajó para la Pompadour y fue retratista admirable de personajes de la vida
intelectual; importante en su monumento sepulcral del mariscal Mauricio de
Sajonia, en Santo Tomás de Estrasburgo, y su estatua de "Voltaire
desnudo" denofa un fuerte naturalismo inspirado en procedimientos propios
de la estatuaria antigua. Otros, como Jacques Caffieri (1678-1755) y Augustin
Pajou (1730-1809) -este escultor de madame
Du Barry-, encaman una tradición del retrato amable que recuerda un poco la
sensualidad de las pinturas de Boucher.
⇨ Psiquis abandonada de Augustin Pajou (Musée du Louvre, París). Realizada en mármol, esta escultura es la mejor obra del autor, que ha imprimido al rostro del personaje el sentimiento de angustia y dolor con gran realismo.
Mucho mayor importancia reviste
el arte de Étienne Falconet (1716-1791), quien realizó trabajos para madame de Pompadour y modelos para la
fábrica de porcelanas de Sevres, que pasó a dirigir. Marchó a Rusia, donde
realizó, en San Petersburgo, el original monumento allí erigido a Pedro el
Grande, y antes, en 1761, publicó unas útiles Rejlexions sur la Sculpture que nos ayudan a aproximarnos mucho
mejor a su obra.
Por su parte, Jean-Antoine Houdon
(1741-1828) es otro gran escultor del siglo. Habiendo obtenido en 1761 el
Premio de Roma, en Italia completó su formación, no sólo copiando los
ejemplares antiguos, sino atendiendo directamente a los modelos naturales. Su
obra es de gran calado y es digno reconocerle que el retrato con él realizó un
gran avance. Ningún escultor de este tiempo que se está examinando logró, como
él, poner tanta vivacidad en la mirada de sus bustos, deseo constante de todos
estos autores de retratos escultóricos que siempre se · quedaban en el intento
de llevar a cabo la imagen que perseguían. Su busto de Mirabeau, realizado ya a
fines del siglo (1798), es representativo de esta preocupación. Modeló otros
muchos, de Gluck, Voltaire, Franklin, etc. Y en 1785 partió para Estados
Unidos, a fin de hacer el de Washington.
En pintura y escultura Francia se
situaba, así, a la cabeza de las naciones europeas. Llegaba aquella situación
en un momento en que el arte pictórico se había eclipsado casi por completo en
Holanda, que había dado grandes pintores en los siglos precedentes, y en Italia
resplandecía únicamente gracias a algunas figuras aisladas, muy importantes
pero que no lograban conformar una impresión de grupo, corriente o generación,
mientras que en España pocos eran los talentos pictóricos verdaderamente
notables, excepción hecha (claro está) del caso de Goya, cuya importancia
acabaría, durante el siglo XIX, por rebasar las fronteras de su patria e
irradiar directo influjo en la pintura francesa de dicha centuria. Sólo con los
franceses rivalizaban entonces los retratistas de la escuela inglesa.
También en el grabado y las artes
del libro, Francia pasó al primer lugar durante el siglo XVIII. La "talla
dulce" fue el procedimiento más generalizado. Los grabadores apellidados
Cochin (padre e hijo) se cuentan entre los artistas que más se distinguen en el
grabado de ilustración, junto con H. Gravelot (1699-1773) y Augustin de
Saint-Aubin. Este último y J. Moreau el Joven (1741-1814) son quizá los que más
alto prestigio alcanzaron en el arte de la estampa grabada.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.
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