Punto al Arte: El genio de Velázquez

El genio de Velázquez

El año 1581 el rey de España Felipe II fue reconocido rey de Portugal. Tal situación de unión de ambos reinos habría de durar hasta que, en 1640, Portugal se levantó contra España, alcanzando su independencia definitiva. Entre esas fechas, política y cultura fueron, hasta cierto punto, comunes en los dos países.


⇦ Mariana de Austria (Kunsthistorisches Museum, Viena). La segunda esposa de Felipe IV, y sobrina suya, que casó con el monarca a los quince años, ofrece aquí un parecido nada sorprendente con su esposo. Parece que la primera versión de este retrato es la que posee el museo del Prado (otras versiones también en el Louvre y en el museo de Kansas), que acaso fuera una versión de taller, pero consta que fue enviada al archiduque Leopoldo Guillermo en 1653. Mariana tendría entonces unos veinte años, a pesar de que el complicado peinado que tan perfectamente se corresponde desde un punto de vista formal con el aparatoso traje, hace que parezca bastante mayor. Todo, desde el cortinaje hasta la silla en que apoya su mano distinguida, contribuye a crear ese ambiente regio que la convierte en un ser absolutamente por encima de los demás.



Durante este período, no pocos portugueses pasaron a España, huyendo a veces de investigaciones excesivamente detallistas sobre la ortodoxia de sus antepasados. Se ignora por qué razones cierto Diego Rodríguez de Silva, vecino de Oporto, y su esposa, Juana Rodríguez, dejaron esa ciudad, hacia 1581, para establecerse en Sevilla. Parece ser que Diego y su hijo Juan fueron, en Sevilla, Familiares del Santo Oficio de la Inquisición. En 1597 casó Juan con Jerónima Velázquez, de padres sevillanos, y dos años después nació el primer hijo de ese matrimonio, a quien fue impuesto el nombre de Diego: Diego Rodríguez de Silva Velázquez Rodríguez Buen-Rostro y de Zayas, o, para simplificar, como hará él tomando el apellido materno (costumbre portuguesa que también seguirá Murillo), Diego Velázquez, o, como lo llamarán en la corte," el Sevillano".

Dos años después que Diego nació Juan, que se había de dedicar, como él, a la pintura, oficio tenido entre caballeros por manual y, por ende, vil. Y el niño Diego ingresó como aprendiz en el taller de un célebre pintor de Sevilla, Francisco Pacheco, a los once años de edad.

Pacheco era pintor mediano, aunque famoso. Será "alcalde" del gremio de pintores, y como tal examinará a Velázquez, en 1617, para darle el título de "maestro" que le autorizaba a ejercer la pintura; el otro miembro de ese jurado sería el pintor Juan de U ceda, con la hija del cual casará Alonso Cano, condiscípulo y amigo de Velázquez, y éste casará con la de Pacheco, siguiendo la costumbre de transmitir los secretos y fórmulas de taller al hijo o yerno, costumbre que respetará más tarde Velázquez al casar a su hija Francisca con su propio discípulo Juan Bautista Martínez del Mazo. Más que como pintor Pacheco ha pasado a la historia como autor del libro Arte de la Pintura, en el que brinda noticias sobre su yerno y discípulo.

El uso de modelo natural es una novedad propia de academias modernas de la época. Pacheco era de los que consideraban el dibujo como elemento fundamental de la pintura; de ello se resiente su propia obra, más dibujada que pintada, y en esos principios educó a Diego.

La educación de Velázquez, aunque se benefició del estudio del natural, se ha realizado en unos términos que, además de subordinar el colorido al dibujo, clasifican los géneros pictóricos en altos (las composiciones "inventadas", religiosas, históricas, fabulosas o alegóricas) y bajos (paisajes, floreros, bodegones y, hasta cierto punto, retratos, esto es, cosas "imitadas" o copiadas). La nobleza de la pintura, tema tan debatido en el siglo XVII, reside en que es intelectual, más que manual. Siempre paradójico, el joven Velázquez se coloca entre los partidarios de la imitación y se entusiasma con el gusto atrevido hasta lo revolucionario que aportan a Sevilla los cuadros (originales, copias o estampas) de Caravaggio. En sus composiciones religiosas adopta un tono muy naturalista, tan caravaggiesco que a veces es difícil distinguir esas obras de los bodegones con personajes.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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