Punto al Arte: El Barroco en la arquitectura

El Barroco en la arquitectura

Ya en algunos de los edificios de Francisco de Mora, pueden observarse asimetrías y leves elementos de  pintoresquismo, que no dejan de aparecer sorprendentes en un fiel seguidor de Herrera.

La importancia que antes se atribuía, en relación con la introducción del Barroco, al caballero italiano Crescenzi, que intervino en el Panteón de los Reyes de El Escorial, se halla hoy muy mermada; en el proyecto tuvo más parte Juan Gómez de Mora, discípulo y sobrino de Herrera. Crescenzi se limitó a cuidar de su decoración. Otra figura significativa del momento fue Alonso Carbonell, autor del Palacio del Buen Retiro (1631-1633) y de su sala de baile ("Casón") construida por él en 1638. De todas formas, en estas obras, el Barroco se reduce al enriquecimiento de las superficies. Promediado el siglo, será Andalucía la región española donde se concibe y realiza en "barroco" de un modo más original.

Fachada principal de la Catedral de Granada de Alonso Cano. Dispuesta a modo de arco triunfal, consta de tres calles divididas en dos cuerpos por una cornisa horizontal y cubiertas con arcos de medio punto, cuyas pilastras tienen medal lones en el lugar del capitel. La decoración culmina en el jarrón de azucenas.

Portada de la iglesia parroquial de Vinaroz atribuida a Juan Bautista Viñes. Obra de finales del siglo XVII, presenta una fantástica cornisa que descansa sobre recargadas ménsulas.




⇨ Portada de la iglesia de la Santa Majestad de Caldes de Montbui de P. Rupin y P. Sorel l. Es una obra característica del barroco catalán por su mezcla de equilibrio y de fantasía decorativa. 



La fachada de la catedral de Granada, del polifacético Alonso Cano, que fue aprobada por el Cabildo en 1667 (el año de la muerte del insigne escultor y pintor), no es más que un testimonio destacado de ese barroquismo andaluz que se manifiesta en las plantas y, sobre todo, las fachadas de multitud de templos, y especialmente en su decorado interior.

Pero el Barroco, durante la segunda mitad del siglo florecía en Murcia y en Valencia. En esta ciudad con ejemplos tan claros como la torre hexagonal de Santa Catalina, de Juan Bautista Viñes, construida en 1688-1705, cuyos estribos angulares, en los que se apoya tan esbelta y grácil estructura, se transforman en columnas enroscadas (salomónicas) a la altura del piso quinto. En la misma Valencia hay que citar el presbiterio de la catedral, obra de remodelación barroca de un interior gótico, realizada en 1674-1682. Su autor, Juan Bautista Pérez, que había estado en Italia, consiguió con esta obra un camuflaje perfecto del espacio medieval. Las bóvedas gó­ticas desaparecen bajo los adornos barrocos y las columnas salomónicas.

Fachada de la catedral de Valencia. Fue comenzada en 1703 por Conrado Rudolf, quien hubo de abandonar la obra para seguir a su señor, el derrotado archiduque Carlos. La prosiguió Francisco Vergara el Viejo, autor asimismo de las dos hornacinas con estatuas, dispuestas entre seis columnas corintias. Para disimular el espacio angosto, esta fachada se recurva hábilmente y consigue, gracias al dinamismo de las formas, un aspecto grandioso y soberbio. 


Pórtico Real de la Quintana de José Peña de Toro (catedral de Santiago de Compostela). Fue realizado entre 1658 y 1 666 por este arquitecto, introductor del Barroco en Galicia. A pesar de la profusa decoración, este pórtico, situado en una esquina del crucero y actuando como una pantalla de piedra que oculta la cabecera románica del templo, ofrece un esquema estructural clásico, típicamente renacentista.  

El ardor constructivo barroco se extiende hacia Cataluña. En Vinaroz, provincia de Castellón, la portada de la iglesia, construida al parecer también por Viñes, en 1698-1705, sorprende por su llamativa cornisa mixtilínea apoyada sobre ménsulas, y por los estípites que figuran en el segundo piso, detalles que no volverán a verse hasta veinte años más tarde en el barroco andaluz. Ligeramente anterior es la original portada de la iglesia de Caldes de Montbui, provincia de Barcelona, obra de P. Rupin y P. Sorell, en la que se utilizan dos agrupaciones triples de columnas salomónicas decoradas con zarcillos y racimos de vid. En la ciudad de Barcelona, la iglesia de Belén (1680-1732), obra de Josep Juli, conserva sus ricos exteriores de piedra afortunadamente intactos. Así son visibles ciertos pormenores borrominescos, como los bordes de ventana volutados.

⇦ Retablo de la iglesia de San Esteban de José de Churriguera, en Salamanca. Realizado en 1 693, Es una pieza magna que resume el barroco hispano con su horror a la lógica clásica, el gusto por la profusión de adorno y los dorados, el ritmo dinámico de las formas curvadas y el expresionismo a ultranza de la escultura, que se integra a modo de pintura en relieve.



Pero la auténtica aportación del barroco romano, borrominesco y berniniano, será la ruptura del plano en las fachadas, su composición mediante superficies cóncavas y convexas. Ello sucede por primera vez en España en la fachada principal de la catedral de Valencia, iniciada en 1703 por Conrado Rudolf, un alemán que había estudiado en París y Roma, y que partió de Valencia en 1707 dejando terminado sólo el piso bajo de esta fachada. El resto fue continuado, siguiendo su proyecto, por F. Stolf y Francisco Vergara, y terminado en 1740. Lo tardío de esta última fecha hace que en su decoración aparezcan elementos escultóricos típicamente rococó, como el grupo de ángeles adorando el nombre de María que figura sobre la puerta. Pero las superficies cóncavas y convexas proyectadas por Rudolf son puramente barrocas.

Fachada oeste de la catedral de Santiago de Compostela de Fernando Casas y Novoa. También llamada fachada del Obradoiro, se alza dinámica y majestuosa como una escenografía soberbia. El proyecto se debe al arquitecto gal lego que la construyó entre 1738 y 1 750. En el conjunto escultórico, que da a la piedra esa eté rea impresión de calado, trabajaron diversos escultores de la región gallega.

Otro gran centro de creación arquitectónica barroca fue Zaragoza, con la construcción del templo  del Pilar, que fue iniciada hacia 1675 por el zaragozano Felipe Sánchez, pero en cuyo proyecto introdujo cambios considerables completamente barrocos -y no precisamente "borroministas" como se dijo- Francisco de Herrera el Mozo, a partir de 1680. El santuario, como es sabido, no se completó hasta mediados del siglo XVIII en sentido ya neoclásico, pero por su aspecto es un monumento barroco completamente típico.


⇨ Portada del hospicio de San Fernando en Madrid, de Pedro de Ribera. La espléndida portada que domina la fachada de este edificio, realizada en la década de 1720 y hoy Museo Municipal de la ciudad, es un alarde de decoración en la que el autor dio rienda suelta a su capacidad creativa dividiendo la composición de la fachada en tres partes.



Menos español es (por el autor de su proyecto, un italiano: Carlo Fontana) el santuario de Loyola. Una faceta avanzada del barroco español se muestra, en ese templo, en su exorno exterior que se debe a uno de los Churriguera, Joaquín.

Pero la gran" gesta" de la arquitectura barroca española había de consistir en el remozamiento (o revestimiento) de otro antiquísimo centro de devoción: la transformación de la basílica románica de Santiago. Es una realización asimismo tardía, aunque su preparación se inició ya a mediados del siglo XVII. En 1658-1666 el arquitecto Peña de Toro construyó el Pórtico Real de la Quintana, en una esquina del crucero de la catedral, con el que se iniciaron las obras de remodelación de este templo. Pese al extraordinario recargamiento decorativo de este Pórtico, único elemento barroquizante del mismo, sus lí­ neas constructivas obedecen todavía a los esquemas  más clásicos del Renacimiento. La magnífica y monumental fachada barroca del Obradoiro, la principal del templo, obra del gran arquitecto gallego Fernando Casas y Novoa, aunque estudiada años antes, no se empezó a realizar hasta 1738.

Casas y Novoa es la gran figura final de la tradición puramente barroca del siglo XVII. Antes que él, cronológicamente, se sitúa la actividad de los miembros de una familia de arquitectos de origen catalán, los Churriguera, arraigada ya hacia 1650 en Madrid. José Churriguera es la figura principal de la familia, en quien se ha querido ver la iniciación de la fase más exagerada del barroquismo, aunque no resulte en modo alguno cierto. Nacido en Madrid, en 1665, a los veintisiete años se trasladó a Salamanca con su hermano Joaquín, autor allí de la fachada del Colegio de Calatrava y de la cúpula de la Catedral Nueva. El año siguiente de su llegada, en 1693, José Churriguera realizaba el gran retablo barroco de la iglesia de San Esteban, magnifico ejemplo de rica imaginación en la combinación de detalles. Además de las doradas columnas salomónicas, el espacio se ve enriquecido por elementos curvados que dan relieve al panel central y por imitaciones doradas de tapices ornados con borlas.

Fachada del Ayuntamiento de Salamanca de Andrés García Quiñones. Edificio cuya fachada, pese a los tres pisos subrayados por cornisas horizontales, no pierde su ritmo vertical gracias a la escultórica espadaña de tres vanos.

De José (o José Benito, como en realidad se llamó), no es casi nada de toda la obra arquitectónica que se le venía atribuyendo, de modo que no es Churriguera el creador del "churriguerismo"; su sobrino Alberto es, en cambio, el autor de la magnífica Plaza Mayor salmantina, tan clásica por la simplicidad de sus líneas, iniciada en 1728, y que no se completó hasta 1755 con la fachada del Ayuntamiento, que no es obra de ninguno de los Churriguera sino de Andrés García de Quiñones.

Resulta muy explicable que las críticas de los corifeos del neoclasicismo al estilo" churrigueresco" arreciaran particularmente alrededor de las obras del madrileño Pedro de Ribera y de sus seguidores, a causa del exacerbamiento que en ellas muestra el adorno. Tal exageración se concreta, sin embargo, sobre todo en las portadas. Nacido en 1683, Pedro de Ribera sucedió, en 1726, a Ardemans como "maestro mayor" del Ayuntamiento de Madrid. En la fina iglesia de la Virgen del Puerto se comportó de un modo tradicionalista, y en lo ornamental se conformó al estilo "llano". Donde se manifiesta su exuberancia, en lo que realizó en Madrid, es en la fachada de San Cayetano (hoy parroquia de San Millán) y en la riquísima portada que preside la fachada del antiguo Hospicio, hoy Museo Municipal, así como en la del Cuartel del Conde Duque, ejecutadas ambas entre 1720 y 1730.

Sacnstía del monasterio de la Cartuja de Granada supuestamente de José de Bada. Realizada hacia 1727, se trata de una de las decoraciones más extraordinarias de la última fase del barroco español. Las formas curvas y convexas se combinan con el dinamismo de la línea quebrada; los filetes de estuco y las rebuscadas molduras contribuyen a crear un clima de tremenda voluptuosidad. Desde la iglesia puede verse esta sacristía como si el espacio se transparentara.

Relacionado con la tendencia (aunque no con el estilo) de Ribera se halla el famoso Transparente de la catedral de Toledo, obra firmada por Narciso Tomé en 1726, y que por su continua ondulación de líneas cabe incluir ya dentro de lo" rococó".

Otra clase de superabundancia de exorno se da, en pleno siglo XVIII, en el interior de la sacristía de la Cartuja de Granada. El proyecto del edificio se atribuye al arquitecto Francisco Hurtado; en cambio, no hay certeza acerca de quién fue el autor de aquella fastuosa decoración de estucos. Se ha atribuido a Diego Antonio Díaz, arquitecto andaluz de comienzos del XVIII, pero según otra autorizada opinión sería de José de Bada.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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