La
Gioconda es quizás la obra de arte
que más reproducciones ha generado, la que ha tenido una mayor explotación
mediática y un primordial protagonismo como referencia cultural.
La
versión más difundida acerca de la identidad de la modelo utilizada por
Leonardo da Vinci pertenece a los documentos del biógrafo Giorgio Vasari, según
los cuales, el cuadro fue un encargo del adinerado florentino Francesco di
Bartolommeo di Zanobi, Marqués del Giocondo, casado en 1495 con Madonna Elisa,
hija del napolitano Antonio María di Noldo Gherardini. Cuando la obra fue
exhibida por primera vez, se pensó que aportaba una nueva dimensión de realidad
a la pintura. Según Vasari, “La boca, unida a los tonos carnosos del rostro por
el rojo de los labios, parecía carne viva antes que pintura… Fijando la mirada
en la garganta podría jurarse que le latía el pulso…”.
La
pose informal y distendida de la modelo fue una de las innovaciones del
retrato, comparados con él, los anteriores parecen envarados y artificiales. La
modelo aparece aquí plácidamente sentada en un sillón, con un singular paisaje
de fondo que, observado con atención revela dos paisajes. El horizonte de la
derecha ofrece una vista de pájaro sobre el conjunto y no es posible enlazarlo
con el de la izquierda, cuya línea de visión se encuentra a inferior altura. El
punto de encuentro entre ambos paisajes está oculto detrás de la cabeza de la
modelo. La única señal de presencia humana de este fondo son los caminos y el
acueducto: sugiere, no obstante, las fuerzas elementales de la naturaleza.
Leonardo
ha aplicado la técnica del sfumato,
que consiste en la difuminación de los contornos de la figura. Los rizos sobre
el hombro derecho de la Mona Lisa se
funden con los afloramientos rocosos -a los que Leonardo recurrió como tema en
otras obras-, como los traslúcidos pliegues del chai que cubre su hombro
izquierdo se prolongan sobre las líneas del acueducto. La pintura adquiere así
un efecto tridimensional y produce una sensación de movimiento, lo que confiere
a la obra su inquietante sensación de vida.
La
enigmática sonrisa de la Gioconda ha
suscitado incontables análisis, tanto técnicos como psicológicos. Uno la
relaciona a “los dos fondos” antes mencionados: el de la izquierda arrastra la
mirada hacia abajo, y el de la derecha hacia arriba, produciendo un forcejeo
visual que se articula en la mitad del cuadro y hace que el ojo vea en las
comisuras de los labios ese célebre atisbo de sonrisa. Sigmund Freud dijo que
“la sonrisa de la Gioconda despertó
en el artista el recuerdo de la madre de sus primeros años infantiles”.
Muchos
expertos consideran especialmente las manos. De un modelado perfecto, su
relajamiento subraya la majestuosa calma de la modelo. El brazo apoyado en la
silla, casi paralelo al plano del cuadro, acentúa el leve giro de la cabeza y
el torso.
Una
de las explicaciones acerca de la carencia de cejas dice que Leonardo las pintó
al final, sobre pintura ya seca, y que su primer restaurador usó un disolvente
inapropiado borrándolas para siempre.
La
Gioconda es un pequeño óleo sobre
madera pintado entre 1503 y 1506, mide sólo 77 x 53 cm. y se encuentra en el
Musée du Louvre, París.
Fuente:
Historia del Arte. Editorial Salvat.
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