El espíritu de lo que se ha denominado arte románico se difundió con rapidez por todo el occidente de Europa, desde mediados del siglo XI. Respondía a un anhelo religioso y cultural que era profundamente unitario, y cuya intensidad la revela el mismo gran despliegue internacional que alcanzó el nuevo estilo en seguida; pero no fue una innovación artística que no admitiera variedades. Si al penetrar en España pudo adquirir ciertos particularismos, ello fue debido, no sólo a que los territorios peninsulares -empeñados en una absorbente empresa de repoblación y reconquista- se hallasen en condiciones político-sociales que diferían, sino también a los modos diversos como se verificó su penetración.
Una vía fue la de Cataluña, donde el románico se sobrepuso a una anterior arquitectura de trazas carolingias. Otra penetración se verificó a través del primer núcleo pirenaico aragonés. Finalmente, cruzando Navarra, se encaminó por Castilla a León, y hacia el noroeste de la Península, hacia su finis terrae, a impulsos de la fama europea de que gozaba el sepulcro del apóstol San Jaime, San Yago, que la piedad popular situó en Galicia.
Arca de las Reliquias (Colegiata de San Isidoro, León). Pieza donada por los reyes Fernando y Sancha que, junto con el crucifijo, constituye uno de los primeros testimonios de la penetración de la plástica románica en los reinos de Castilla y León en el siglo XI.
La implantación del estilo románico en León fue favorecida por la entrada de la nueva dinastía de Sancho el Fuerte de Navarra, que sucedió en el país a la antigua asturiano-leonesa. A los reyes don Fernando I y doña Sancha, su esposa, y a sus inmediatos sucesores, continuadores de la magnífica actividad suntuaria de la antigua dinastía asturiana, que tantas joyas importantes había dejado en Oviedo, se deben objetos de arte aplicado famosos, especialmente el bello crucifijo en marfil en cuya base consta que fue donado por aquellos reyes, el Arca de las Reliquias, otro importante crucifijo conservado hoy en León, amén de lujosos ejemplares de orfebrería religiosa.
Aquellos reyes impulsaron, junto a su corte, un taller de eboraria que produjo magníficos ejemplares, y completaron asimismo, a mediados del siglo XI, la reedificación del templo leonés dedicado a San Juan Bautista y San Pelayo de Córdoba, iniciado por Alfonso V, para que tuviera el rango de monasterio real y de enterramiento de la dinastía. El imponente edificio tiene, en su parte norte, su famosa cripta, ideada a modo de nártex y destinada a panteón real, con gruesas columnas y pilares, y sólidas bóvedas bajas. Sobre estos antecedentes prosiguió desde 1072, bajo doña Urraca, la edificación de la gran basílica aneja, que dio la pauta al románico leonés posterior.
Monasterio de Santo Domingo de Silos, en Burgos. No se halla situado en la ruta de Santiago, sino en una solitaria zona al sudeste de Burgos. Su claustro, construido entre finales del siglo XI y el siglo XII, es una de las joyas del románico hispano por sus relieves y capiteles de complejas composiciones y por la técnica escultórica, excepcional en su época.
No hay dudas respecto al papel decisivo que ejercieron en todo eso las peregrinaciones a Galicia, que, por la calzada francígena, seguían la ruta antes indicada. La catedral misma de Santiago nació, por supuesto, al amparo de estas peregrinaciones, y lleva la marca de su espíritu internacional. Fue reedificada varias veces durante el período románico, y es difícil, por no decir imposible, precisar de qué estilo fueron las iglesias anteriores a la actual. La primera, del tiempo de Alfonso el Casto, acaso fuera un monumento de gran simplicidad, abovedado como los de Oviedo. La segunda iglesia, del reinado de Alfonso el Magno, pudo ser ya de estilo mozárabe, aunque no hay constancia. Después probablemente fue reedificada dos veces, siempre con mayor suntuosidad, en el período románico. La razzia de Almanzor, realizada en 997, debió de exigir una reparación antes de la construcción de la iglesia románica actual. Se construyó entre los años 1075 y 1124, y es evidente que para su planta se tuvieron en cuenta modelos franceses.
Hasta es posible que de allende los Pirineos llegaran los arquitectos Roberto y Bernardo, aunque este último podría identificarse con Bernardo Gutiérrez, tesorero del obispo Diego Gelmírez, que impulsaba la construcción a principios del siglo XII, porque Gutiérrez había dirigido las obras de un acueducto. Los documentos mencionan, además, que Roberto y Bernardo disponían de cincuenta canteros o alhamíes. En pocos años construyeron una iglesia que a su vez inspiró muchos edificios en España y hasta en Francia. La gran iglesia de San Saturnino de Toulouse es muy parecida en disposición y estructura al santuario de Compostela, y es algo posterior. Tiene cinco naves, mientras que la de Santiago sólo tres.
La última piedra se colocó en 1122 o 1124, pero el cierre de la portada occidental data de 1128, y la catedral no se consagraría definitivamente hasta mucho más tarde, en el 1211.
Colegiata de Santa María la Mayor, en Toro (Zamora). Fechada entre los siglos XII y XIII, es indiscutible el carácter oriental de la torre, que recuerda ciertos modelos sicilianos y que sirvió de pauta a la famosa Torre del Gallo de la catedral Vieja de Salamanca, mucho más esbelta y labrada.
Su planta de cruz latina se compone de tres naves, con cabecera que contiene la capilla central, semicircular, reseguida por girola. Su alzado destaca por la esbeltez de proporciones; las bóvedas son de cañón en la nave central y de arista en las laterales y su mayor novedad constructiva, impuesta por la enorme y continua afluencia de peregrinos visitantes, la ofrece el triforio que corre sobre las naves centrales y la girola, dando así vuelta a todo el templo. Es un edificio que no revela titubeos respecto a los problemas que presentara su edificación. Sus antecedentes son San Hilario de Poitiers, San Marcial de Limoges y Saint-Benoît-sur-Loire.
A través de los comentarios de un peregrino francés, Aymeric Picaud, el Codex Calixtinus (hacia 1140), da los nombres de los maestros constructores. El primero, Bernardo el Viejo, es el que tenía a su servicio 50 canteros. El maestro Esteban dirigió la obra entre 1101 y 1127, en que abandonó Santiago para ir a dirigir la catedral de Pamplona; quizá fuese hijo suyo su sucesor, Bernardo el Joven.
No sólo en tierras leonesas, sino también en Castilla, abundan las iglesias derivadas de la basílica de Santiago. Son edificios macizos, de gran nobleza de formas, a menudo con profuso adorno esculpido y con pórticos laterales. En el crucero, las bóvedas son de arista, o tienen cúpulas que generalmente una torre octogonal disimula. Tan sólo la catedral vieja de Salamanca, la Colegiata de Toro y la catedral de Zamora tienen cúpulas extradosadas, de airosa silueta. Al objeto de enlazar su forma en el crucero de las naves, estas cúpulas están flanqueadas de torrecillas, que en realidad les sirven de contrafuertes.
La catedral de Zamora constituye un caso excepcional en el románico de España. Comenzada el año 1151, se terminó en 1174 y la construyó, sin duda alguna, un maestro extranjero. Lo genial de su talento aparece, precisamente, en la sabia disposición que supo dar a su cúpula, a modo de linterna que en el crucero del templo cabalga sobre pechinas. Era una solución típica de la arquitectura bizantina: sobre las pechinas se aplica el tambor con serie circular de ventanas seguidas. Tal carácter de orientalismo trasciende a la decoración exterior de la cúpula, con sus cuatro torrecillas y los pequeños y agudos frontones intercalados entre ellas; los cupulinos bulbiformes que coronan esas pequeñas torres acaban de subrayar el efecto de intenso orientalismo que alienta en todo ello.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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