Leonardo
dejó una multitud de discípulos, aunque ninguno digno de ser el sucesor de tan
gran maestro. Algunos de ellos comprendieron algo de su genio; otros no
hicieron más que imitar su estilo, vulgarizando los tonos oscuros y misteriosos
de sus cuadros, reproduciendo con afectación los gestos delicados de su tipo
femenino. Vasari
consigna una idea de lo absorbente que debió de ser la personalidad de Leonardo
para sus discípulos: como el pintor no tenía otras relaciones y carecía de
familia, sentía un afecto extraño por los jóvenes que, atraídos por sus
genialidades, acudían a su alrededor.
⇦ Flora de
Francesco de Melzi (Museo del Ermitage, San Petersburgo). El autor fue uno de
los discí pulos de Leonardo, de quien heredó sus dibujos y escritos.
Uno de ellos, Francesco de
Melzi, que en el tiempo de Leonardo era
bellísimo muchacho, fue su albacea y heredero de sus escritos, según dice
Vasari. Otros fueron Andrea Salai y Boltraffio,
además de Luini,
quienes, por otra parte, a veces no adoptaron el tono grave de Leonardo más que
en los retratos.
De todos estos discípulos de
Leonardo, el que ha alcanzado mayor reputación es Bernardino Luini (hacia 1480-1532), acaso nacido en el pueblo de
Luino, cerca del lago Mayor; él se firma Lovinus, y toda su actividad se
desplegó en Lombardía. Durante mucho tiempo, Luini ha sido considerado un
pintor dulzón, un vulgarizador sentimental de la concepción pictórica de Leonardo.
Y, sin embargo, con su sensatez lombarda, con su sentido profundo de la vida y
de la naturaleza, con su habilidad para expresarse de forma muy concreta, Luini
es el máximo representante en el norte de Italia del gusto típico del segundo
Renacimiento, el del siglo XVI.
Luini tiene, además, cierto
carácter "arcaico", bien dibujado, de artista adherido a la tierra,
que le ha hecho ser apreciado por los críticos de tiempos posteriores. Pintó
muchas Vírgenes, todas con un gesto de piedad cariñosa que ha sido muy estimada
por los aficionados del presente; a veces a cada lado de la Virgen hay algún
santo con el mismo aspecto placentero. Todas sus figuras tienen un gesto
lánguido, algo monótono, pero a menudo llega a producir tipos verdaderamente
bellos como las famosas Madona de la
Manzana (hoy en Berlín) y Madona del
Rosal (en la Pinacoteca Brera de Milán), pintada aproximadamente en 1525.
Vasari transmite junto al elogio la noticia
de unos frescos suyos, sobre las Metamorfosis
de Ovidio, que pintó en su casa de Milán. Un reflejo de lo que serían las
pinturas de Luini sobre asuntos paganos lo dan los frescos que de la villa
Pelucca han sido trasladados a la Pinacoteca Brera de Milán, con graciosas
representaciones de ninfas y divinidades antiguas. Otro grupo de frescos de
Luini existe aún en la iglesia de Saronno, en Lombardía, donde repitió los
antiguos temas giottescos de la vida de la Virgen, pero con gracia moderna.
⇦ La
Caridad Romana de Bernardino Luini
(Museo Stibbert, Florencia). Obra alegórica, de encantadora ingenuidad, que
ejemplifica la aportación de este pintor lombardo, gran colorista, entregado de
una forma fundamental a la temática religiosa, a un asunto romano: la hija que
alimenta a su padre prisionero.
Después de la serie de
Saronno, Luini pintó en la iglesia de San Mauricio de Milán, hacia 1530, otro
grupo de escenas al fresco con asuntos de la Leyenda de Santa Catalina de Alejandría, que se prestaban más a
desplegar su inventiva. Uno de estos frescos es su obra maestra. Figura el instante
en que los ángeles, llevándose por los aires el cuerpo de la virgen mártir de
Alejandría, van a depositarlo en el sepulcro abierto para ella en el convento
del monte Sinaí. El convento bizantino del Sinaí había tenido mucha fama
durante toda la Edad Media, por conservar las reliquias de Santa Catalina; los
peregrinos que visitaban los Santos Lugares se desviaban de su camino para
hacer aquella escala.
En el fresco de Luini no hay
nada que indique el Sinaí ni el convento: no hay más que tres ángeles volando
que sostienen el cuerpo de la santa, rígido ya, aunque para ellos de peso muy
liviano. Solícitos descienden de lo alto con su preciosa carga envuelta en un
manto para depositarla en un sarcófago romano abierto, que tiene un relieve en grisaille con dos tritones. El contraste
del tono gris del sarcófago con los ropajes de vivos colores de los ángeles es
de un bellísimo efecto.
Éxtasis de Santa Catalina de Antonio Bazzi (Iglesia de Santo Domingo, Siena).
Fresco que muestra el desvanecimiento místico de la santa en los brazos de sus
compañeras al recibir los estigmas.
|
⇦ Detalle
del Descenso de Jesús al Limbo de
Antonio Bazzi (Academia de Bellas Artes, Siena). Conocido por el apodo de el
Sodoma, el pintor supo plasmar la delicada belleza de Eva y la ternura de su
expresivo rostro con gran maestría, talento que significaría la renovación de
las escuelas de Siena y Umbría.
Pero cuando se siente con
toda la plenitud de sus fuerzas, ¡qué facilidad tan extraordinaria para la
creación de temas originales! En Siena, donde se estableció en 1501, sería
comprendido el Sodoma mejor que en ninguna otra parte: allí casó y allí murió
en 1549. Siena era por tradición la ciudad del lujo excesivo y refinado. El
artista recompensó a su nueva patria de la adopción que le otorgaba con
pinturas admirables: sus frescos de la iglesia de Santo Domingo, sobre todo el
famoso Éxtasis de Santa Catalina,
desmayada en los brazos de sus compañeras. En lo alto aparece el Divino esposo,
cuya visión ocasiona el rapto de la monja, y acaso la figura de Cristo sea
inferior al resto de la pintura; pero en la santa desmayada, ¡qué abandono, qué
manera tan acertada de expresar, con la parálisis de los sentidos, el sentimiento
de su corazón lleno de amor!
Otra figura de Cristo en la columna, de la Academia de
Siena, con un torso hercúleo, pero inclinado en flexión gallarda y con rara
expresión en la mirada, constituye verdaderamente el tipo paralelo al de la
santa desmayada; son las dos figuras del Sodoma que se recuerdan con más
insistencia. No obstante, este artista, cuya sensibilidad parece agotarse antes
de acabar una pintura, tuvo constancia para pintar una serie de veintiséis
frescos con la Vida de San Benito en
el claustro del convento de Monte Oliveto. Vasari cuenta varias anécdotas de la
vida del pintor en el claustro. Estos frescos son, como todas las obras del
Sodoma, dechado de bellezas y de vulgares caídas. Allí se representó a sí mismo
en uno de los frescos, todavía joven, con una espada teatral, largos cabellos y
cubierto con una capa, seguido de unos perrillos, una marmota y un pato, como
uno de los excéntricos decadentistas del siglo anterior que hicieron los mismos
alardes de esteticismo que el Sodoma, aunque con menos arte, naturalmente.
Para una cofradía de Siena
pintó también un San Sebastián, acaso
su obra maestra. Aquí el Sodoma no tiene dificultades de composición: un cuerpo
desnudo, de una belleza andrógina, ligeramente doblado en un martirio que
parece de sensualidad. El santo aparece como un Ganímedes o un Hylas moderno en
esta obra que conserva la Galería Pitti de Florencia. Por fin, el Sodoma pasó a
Roma en 1508, llamado por el banquero Agustín Chigi, administrador del Papa,
casi ministro de la hacienda pontificia. Chigi se llevó consigo al pintor
lombardo para que trabajara en el Vaticano, y su éxito allí fue absoluto. El
Sodoma residió en Roma hasta 1513, y el propio Rafael se retrató con él como su
principal colaborador.
Pero si en las estancias del Vaticano desaparece el Sodoma, eclipsado por Rafael, en cambio, en otra obra suya, pintada también en Roma por encargo especial de Agustín Chigi, es donde mejor se puede apreciar el estilo del pintor lombardo. Chigi, que habitaba el palacio de la Cancillería, cedido por el Papa, Chigi, deseoso seguramente de que el pintor lombardo no hiciera más que una simple ilustración gráfica de los párrafos de Luciano. Pero el Sodoma no era hombre para reducirse a representar los preliminares de una boda como estaban pintados en el cuadro de Etión. En el original antiguo eran admiradas la compostura y modestia de Roxana, mientras que en el fresco del Sodoma la princesa tiene una actitud más libre: se desata la túnica del hombro para entregarse al héroe, mientras en el suelo juegan los amorcillos con las armas del conquistador.
Más tarde Rafael y sus
discípulos decoraron aún el pórtico inferior de la Farnesina con escenas del mito de Psiquis, pero respetaron, como
obras maestras insuperables, los frescos del Sodoma. Es un carácter inquietante
y difícil de comprender el de este hombre, que hacía viajes para ir a las
carreras de caballos, que tenía afición a la quiromancia, a quien el Papa hizo
caballero de la Orden de Cristo y el emperador Carlos nombró conde palatino,
que fue el maestro idóneo para Rafael y que, sin embargo, se firmaba con el
apodo de Sodoma.
Fuente: Historia del Arte.
Editorial Salvat.