Tanto
si la pintura era aplicada sobre piedra, como sobre la muna (tapia), o incluso sobre madera, el artesano recubría
previamente la superficie con una capa de "estuco", hecho de cal
blanca, que los arqueólogos a menudo denominan en su argot: "enlucido de yeso". Como se ha visto, hacía un
dibujo de color rojo (raras veces, blanco), y el trazo leve a veces era
corregido con el pincel nervioso y de admirable precisión del maestro, que
utilizaba pintura negra. El negro era de humo o de carbón (el hollín resultaba
muy frágil y se adhería bastante mal a los soportes). El blanco venía dado por
la caliza o por el yeso pulverizado (carbonato de calcio); el amarillo
anaranjado procedía de los ocres que, todavía hoy; siembran la superficie del gebel, en particular en la orilla
izquierda de Tebas. El amarillo puro era un oropimente (trisulfito de
arsénico). La malaquita y la azurita proporcionaban respectivamente los
pigmentos verdes y azules: muy pronto fueron sustituidas por una pasta de
vidrio en polvo, obtenida a partir del cobalto, para los azules, y de óxido de
cobre en especial para los verdes, mezclada con caliza y cuarzo triturados, a
los que se añadía carbonato de sosa natural (esta preparación se empleó para la
pintura del busto de Nefertiti). En cuanto a los rojos profundos y violentos,
sólo el óxido de hierro podía proporcionar su intensidad.
Se necesitaba un aglutinante para que esas
mezclas pudiesen adherirse al soporte elegido. Para ello se preparaba una
solución con la que se conseguía una pintura al temple, a base de goma arábiga y clara de huevo, una especie de
cola a la que se echaba agua en pequeña cantidad. Se ha podido descubrir el
empleo, a partir de la
XVIII Dinastía , de cera de abejas que, más tarde, se
convertirá en el elemento esencial de las célebres pinturas a la encáustica,
denominadas "del Fayum", en las que los retratos de momias, cuyo
objetivo último era decorar la parte superior del sarcófago antropoide,
constituyeron el lazo de unión esencial entre la evocación pictórica en color
egipcia y el concepto occidental del retrato.
En cuanto al pincel, como ya se ha indicado,
estaba hecho con caña (juncus maritimus)
machacada en uno de sus extremos. Entraba en la composición de las brochas,
mezclada con hierba halfa y finas
nervaduras de hojas de palmera. Estas brochas eran utilizadas para poder
extender los colores en superficies bastante extensas.
Los pintores preparaban los colores dentro
de conchas marinas. Las paletas de los escribas, que contenían de ocho a diez
cavidades para colores, eran empleadas para la iluminación de los papiros
funerarios.
Durante casi toda la civilización egipcia
faraónica queda demostrado que el arte de la pintura está, por encima de todo,
al servicio del colorido ritual, impuesto por una religión que regula la vida
de los hombres y que tiene, como fin, ponerlos en relación con el cosmos, al
cual quedarán integrados, después de su paso por la tierra, si han sabido
mantenerse en armonía con la
Ley. En caso contrario, estaban condenados a la más completa
aniquilación. Por consiguiente, aquel colorido debe ser lo más exacto posible y
reconstituir el elemento necesario. De la misma manera, el material empleado
por el arquitecto está en función de la significación y del papel que juega
cada parte del edificio.
Relieve del templo
de
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El umbral de basalto es el humus del que
brota lo que una tierra, rica en sustancias divinas, proporcionará al hombre
para su existencia material. En consecuencia, las columnas que todavía parecen
brotar del suelo debían evocar las plantas. En el Antiguo Imperio, magníficos
fustes de granito rosa simulaban troncos de palmera. El capitel llevaba unas
marcas de colores que permitían distinguir las hojas y las flores. El techo, lo
que los occidentales denominan la bóveda celeste, para el egipcio casi siempre
es el firmamento plano, tal como él imaginaba el cielo, si bien es un cielo
que, en la penumbra de la sala hipóstila, permitirá adivinar unas estrellas con
cinco puntas rojas, amarillas o negras, conforme deban aparecer en una
determinada sala del templo o en una estancia del hipogeo.
Mural de una tumba
de Tebas (Museo
Arqueológico, Florencia). Preparación del momificado para la ceremonia de
purificación y tratamiento del cadáver.
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Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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