No se tienen noticias de qué
acontecimientos políticos fueron la causa del hundimiento del Imperio Antiguo.
Lo cierto es que al terminar la VI Dinastía desapareció prácticamente el poder
central de los faraones de Menfis y se entra en un período anárquico, que dura
un siglo y medio, que los egiptólogos conocen con el nombre de Primer Período
Intermedio. La nobleza feudal y el poder aislado de las ciudades se reparten el
país en un movimiento histórico que recuerda a la Edad Media europea y que ha
hecho hablar de una "Edad Media egipcia".
⇦ Retrato
del faraón Sesostris III (Museo de Luxor, Egipto). Este retrato
de Sesostris III (1878-1840 a.C.), es considerado una obra maestra del arte del
Imperio Medio. Los rasgos del faraón aparecen más humanos y alejados del
hieratismo que impone su divinización.
Al llegar la que se llama XI Dinastía, se
restablece de nuevo la autoridad real por una usurpación de los príncipes de
Tebas, en el Alto Egipto. Debió de ser hacia el 2000 a.C., y fue Mentuhotep II
el príncipe tebano que restableció la estabilidad política y adoptó el título
de Unificador de las Dos Tierras, o sea de los dos Egiptos.
Para entonces muchas cosas habían cambiado.
El pueblo egipcio fue psicológicamente afectado por tan largo período de
disturbios y su confianza en la estabilidad inmutable del mundo había sido
golpeada con gran dureza. Todo ello se refleja directa mente en el arte del
Imperio Medio, en el que a la pasión por la Muerte sucede un amable tono menor,
una poesía de la vida cotidiana que procura, al contrario, adoptar una
melancólica posición de olvidar el pasado y aprovechar el presente.
⇦ Estatua
de Sesostris I, joven
(Museo Egipcio, El Cairo). En el Imperio Medio, las estatuas funerarias que en
el Antiguo Imperio habían estado protegidas por las sombras de los nichos salen
a plena luz. Este faraón de la XII Dinastía adopta aquí un aire solemne, pero
su mirada es suave e irradia una melancolía que poco tiene que ver con el
hieratismo del Antiguo Imperio.
La expresión del rostro de los faraones de
este período pierde la majestuosa inmutabilidad antigua y se hace más
simpática, impregnada de cierta tristeza. Las diversas expediciones de
exploración al Alto Egipto, donde Mentuhotep II engrandeció su capital de
Tebas, ciudad que continuaron embelleciendo todos sus sucesores, nos han
proporcionado maravillosos retratos de los Amenemhet y de Los Sesostris de la
XII Dinastía. Tienen un estilo inconfundible. Conservando los rasgos peculiares
de la fisonomía de cada uno, están como envueltos en una atmósfera de tristeza
y desolación que los hace extrañamente interesantes. Parece como si adivinaran que
aquella restauración imperial tenía que ser ahogada por la terrible invasión de
los hiksos que liquidó el Imperio Medio hacia el1700 a.C.
El Sesostris I joven del Museo de El Cairo
tiene una mueca fina que revela a un melancólico; este temperamento se
manifiesta más en su otro retrato, ya anciano, que conserva el Metropolitan
Museum de Nueva York. Lo mismo sucede con el rostro de ojos salientes y boca
fuertemente cerrada, que hace un gesto amargo, del rey Amenemhet III, del Museo
de Bruselas. Este estado de espíritu es visible incluso en la maravillosa
esfinge de granito rosa del Museo del Louvre. El cuerpo de león y la majestad
del klaft sobre la cabeza no le
quitan su tensión angustiada. Por cierto, que esta esfinge lleva los sellos de
un invasor hikso, el rey Apopi, que así pretendió usurpar una representación
faraónica de la XII Dinastía.
Pero, además de los acontecimientos
políticos, hubo otras circunstancias que contribuyeron a dar este carácter tan
particular a las esculturas del Imperio Medio. Entre ellas jugó un papel de
singular importancia un nuevo desarrollo religioso. Ya se ha dicho antes que
durante el Antiguo Imperio el culto al dios solar Ra gozó casi de un monopolio,
especialmente entre los faraones y grandes personajes de las V y VI Dinastías.
Pero durante el Imperio Medio, una nueva devoción, relacionada con el culto de
Osiris, fue ganando un creciente prestigio como interpretación popular del
destino humano. Osiris es el mito del dios que muere y resucita, es una
divinidad subterránea, como la fertilidad de la tierra, que -frente a la religión
de Ra- promete una inmortalidad abstracta que debe haber influido en el estado
de espíritu que tanto afectó a la escultura del Imperio Medio.
Esfinge
de granito rosa (Musée du Louvre, París). La gran esfinge de
Amenemhet II procedente de Tanis muestra una majestuosidad vigilante y expresa
por su tamaño el poder siempre alerta del faraón.
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⇦ Estatua
del canciller Nakhti (Musée du Louvre, París). A fines del III
milenio a.C. y durante el lmperio Medio la escultura tallada en madera
sustituye a la esculpida en granito o piedra caliza de Tura.
En las pocas estatuas retrato que se conservan
de esta época, hay una aureola de tristeza que a veces se refleja en los
rostros con una mueca de sollozo reprimido. Hasta las que están impávidas
tienen como una parálisis enfermiza de gestos. Los retratos funerarios de
grandes personajes como el sumo sacerdote Ankh-Reku, del Museo Británico, y el
canciller Nakhti, del Louvre, parecen de gentes que llegaran del reino de Osiris
tan aterrados por lo que han padecido en vida como por lo que van a encontrar
después de muertos.
Lo mismo puede decirse de Amenemhet, del
Museo del Louvre, que se titula a sí mismo nada menos que "jefe de los
profetas de Shedit". Es posible que este sea el secreto de la belleza del
arte del Imperio Medio: su expresión cohibida, unas veces, y, otras, dolorosa.
Sin embargo, la dificultad, cada vez mayor,
de esculpir figuras exentas, obligó a producir estelas en relieve, que iban
colocadas en la antesala del sepulcro y sustituían las estatuas de las primeras
dinastías. Estas maravillosas estelas responden siempre al mismo tipo: el
difunto está representado recibiendo las ofrendas, solo o acompañado de su
esposa e hijos. Enfrente, los sucesores o parientes practican el rito mágico
que espiritualiza los alimentos que le acompañarán en la tumba. El difunto
extiende la diestra en gesto de recibir gustoso los manjares que le traen los
parientes, mientras las mujeres aspiran el perfume de la flor de loto.
Respecto al estilo, los relieves del Imperio
Medio revelan un importante cambio en la técnica. Mientras los relieves de las
mastabas del Antiguo Imperio salían por entero del plano del fondo y tenían un
delicado modelado, estas estelas tienen las figuras frecuentemente hundidas por
debajo del plano del fondo. Con ello se consigue casi una doble silueta: la del
contorno blanco, que marca la luz en los rebordes de la talla, y la de Las
sombras negras del plano más saliente.
Estatua
de Amenemhet III (Musée du Louvre,
París). El faraón
perteneciente a la XII dinas-
tía, Amenemhet III fue quien
construyó la
pirámide y el templo
funerario del Fayum.
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A primera vista, se diría que esta técnica
del "relieve hundido" deriva del deseo de ahorrarse trabajo, puesto
que ha de ser más fácil excavar en la superficie sólo el espacio ocupado por
las figuras que no excavar todo el fondo y dejar que únicamente sobresalgan
éstas. Pero Lo que llevó a rehundir en la superficie de la piedra los relieves
del Imperio Medio fue el sutil placer de ver la línea doblemente acentuada con
la doble silueta del blanco y del negro. Se diría que con ello se obtiene el
efecto de un grabado al acero, y no es extraño que estos relieves hayan sido
calificados de relieves "tipográficos".
En ocasiones, las figuras eran coloreadas -en
tono rojo oscuro los hombres y rosado pálido las mujeres- como se puede ver en
la estela del tesorero Mereu, del Museo Egipcio de Turín. Los perfiles
exquisitos de los cuerpos, de líneas deliberadamente alargadas, parecen dibujos
más que relieves. Todavía hoy transmiten el encanto de las gráciles y esbeltas
figuras femeninas blancas de la estela del intendente Nakhti (Louvre), y de las
suntuosamente coloreadas de la tumba de Djehuty-hetep (Museo de El Cairo),
enfundadas en sus túnicas ceñidas sobre el cuerpo y con su provocador escote a
la moda de la época.
Otra serie de figuras típicas del Imperio
Medio son los llamados "modelos" o "maquetas" y las figuras
de sirvientas o esclavas con las que se enterraban los grandes señores. Son
piezas de madera que, en el caso de algunos "modelos", representan
moradas enteras. En otros, granjas y talleres; la carpintería, el matadero, el
granero o la panadería del señor feudal con todos sus siervos trabajando en las
mismas tareas en que se ocupaban en vida. Cuando el difunto era un gran general
se depositaba en su tumba una compañía de soldados de madera pintada, en
miniatura.
Grande es también el placer que proporcionan
las grandes y esbeltas figuras de las sirvientas, portadoras de ofrendas, como
la famosa del Louvre, que pertenece a la XII Dinastía. Son graciosas y
elegantes, de una belleza que parece más moderna que la de las canéforas
griegas que llevaban en la cabeza, como ellas, la canasta de flores y frutas.
El final del Imperio Medio viene determinado
por la invasión de los hiksos, un pueblo semita, procedente del desierto de
Arabia, que invadió el Bajo Egipto hacia el 1700 a.C. Estos bárbaros, armados
con espadas y lanzas de hierro y utilizando carros, dominaron el delta durante
casi un siglo y medio. Los faraones les pagaban tributo desde su capital de
Tebas, en el lejano Sur. Pero el 1580, Ahmosis, fundador de la XVIII Dinastía,
los expulsó hacia Palestina. Con ello terminaba el Segundo Período Intermedio y
se iniciaba la larga etapa que recibe el nombre de Imperio Nuevo.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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