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El arte neobabilónico

El arco y la bóveda son dos elementos constructivos utilizados ya por las civilizaciones que habitaron la antigua Mesopotamia. Las bóvedas, en realidad formadas por una serie de arcos colocados paralelamente, fueron empleadas desde el comienzo mismo de la arquitectura. Pero a pesar de su uso, todavía se está muy lejos de la aparición de la verdadera bóveda, de empuje y con clave, de tipo etrusco y romano.

Avenida procesional (Babilonia). Las murallas y las paredes de los edificios oficiales se construían en tierra sobre cimientos triples de piedra, flanqueadas por torres de plano cuadrado. Las calles se trazaban linealmente, orientadas hacia cada uno de los puntos cardinales para aprovechar al máximo la luz del sol y obtener así una mejor visibilidad de los quehaceres diarios de los ciudadanos.
A pesar de que no desempeñaron ningún papel protagonista en la arquitectura monumental, las civilizaciones mesopotámicas usaron varios tipos de bóvedas, aunque la falsa bóveda, formada de ladrillos que sobresalían hacia dentro, fue la más utilizada.

Se conocía la bóveda, pero las columnas se utilizaron relativamente poco, prefiriéndose las pilastras y las paredes para sostener los techos de los edificios. La forma entrecruzada de verticales y horizontales fue una característica común en estas civilizaciones, motivo por el cual el uso de la bóveda carecía de importancia. En realidad, no se produjo una utilización sistemática de estos elementos constructivos. Su empleo no llegó a crear estructuras monumentales, sino que permaneció debajo de la tierra, escondida, sin ser visible. Nunca tuvieron una proyección exterior en los edificios mesopotámicos. Básicamente su empleo se reducía a estructuras interiores o secundarias y no para una arquitectura monumental. La bóveda nunca fue acentuada exteriormente ni siquiera hecha visible. Permaneció debajo de la tierra.

Como se concedía poco valor al espacio interior, estas formas básicas de abovedamiento recibían un uso secundario, sin presentar una intencionalidad propia.

Murallas (Babilonia). En el sector sur de la ciudad se erigía el palacio de Nabucodonosor, protegido por una de las fortificaciones urbanas más antiguas que se conocen. Redescubiertas a principios del siglo XX por el arqueólogo Robert Koldewey, entre otros muchos hallazgos de las ruinas de Babilonia se pudieron localizar el templo escalonado de Marduk, identificado como la Torre de Babel que cita la Biblia, así como los balcones en los que cultivaron los legendarios Jardines Colgantes, considerados una de las siete maravillas del mundo antiguo.
Esta falta de interés por el aspecto externo se aprecia claramente en los famosos Jardines Colgantes, pertenecientes a la Babilonia de Nabucodonosor II, que reinó durante los siglos VII y VI a.C., en el período conocido como neobabilónico. Su largo reinado se caracterizó no sólo por innumerables campañas militares, sino también por sus construcciones. Ya los testimonios más antiguos, como el del historiador griego Heródoto, del siglo V a.C., demuestran lo esplendoroso de la ciudad. El autor griego, maravillado, había escrito como "No hay ninguna otra ciudad que se le aproxime en magnificencia". 

Efectivamente, Nabucodonosor II llevó a su apogeo el poderío del Imperio neobabilónico, caracterizado por un breve período de esplendor, magnificencia y riqueza. Es el momento de la reconstrucción de la ciudad de Babilonia. Nabucodonosor hizo de su capital un centro de edificios riquísimos, entre ellos el famoso templo de Marduk con el altísimo zigurat, o sus espectaculares Jardines Colgantes. Y otros muchos bellísimos edificios de los cuales sus habitantes estaban muy orgullosos.

Entre esas obras destacan por el uso que se hace del arco y la bóveda, los Jardines Colgantes. Babilonia fue conocida en todo Oriente por sus exóticos Jardines, terminados hacia el 600 a.C. y destruidos en el 482.

León de ladrillo esmaltado (Musée du Louvre, París). A lo largo de toda la avenida procesional que atraviesa la ciudad de Babilonia se representaron hasta ciento veinte leones que ornaban el trayecto desde la puerta de lshtar hasta el gran zigurat. Cada uno de ellos muestra las fauces abiertas, mide más de dos metros y está policromado en blanco, rojo y amarillo.
Formaban parte del palacio imperial, y constituían todo un alarde arquitectónico. Las bóvedas de cañón utilizadas en estos jardines hacían la función de subestructura, es decir, hacían de cimientos invisibles. Este uso demuestra pues la falta de interés por el aspecto externo.

Fue Koldewey, el arqueólogo alemán, quien encontró estas construcciones abovedadas que tanto llamaron la atención por estar construidas en piedra, en lugar de ladrillo. En cambio, la arquitectura mesopotámica no utilizó casi bien la piedra, pues este tipo de material es escaso o inexistente en la región. Conocemos bien esta nueva Babilonia de los siglos VII al VI a.C., gracias a los trabajos gigantescos del alemán Koldewey. En ninguna parte, en ningún lugar del mundo, los excavadores encontraron tales dificultades. Mientras que normalmente basta excavar a dos, tres o seis metros, Koldewey tuvo que remover masas de tierra de doce y a menudo de veinticuatro metros de altura, y esto durante diecisiete años, sin descanso. El primer objetivo que se fijó Koldewey fue la muralla descrita por Heródoto.

Lo que encontró prueba que las informaciones del historiador griego no eran exageradas: la muralla estaba formada por dos muros paralelos de ladrillo, de más de siete metros de anchura, y el espacio de doce metros que los separaba había sido rellenado de tierra en toda su altura. Además, una torre a cada cincuenta metros reforzaba el recinto. Koldewey calculó que debía haber un conjunto de trescientas cincuenta torres, lo que constituye la mayor obra de fortificación nunca vista.

Todas estas cifras dan idea de la gran capital que protegía tal muralla. Para resumir, hay que referirse a los tres hallazgos más importantes de Koldewey: un palacio junto a una puerta, una avenida y una torre sagrada o zigurat.

Bajorrelieve del Salón del Trono de Nabucodonosor II (Vorderasiatisches Museum, Berlín). La decoración de los aposentos reales repite las representaciones seriales de los leones que adornan la avenida procesional de Babilonia, con dibujos de columnas, cenefas y árboles pintados sobre ladrillo que intentan imitar un espacio vegetal amplio y abierto al aire libre.
 
Toro sagrado de lshtar (Museo de Babilonia). Este relieve realizado sobre cerámica policroma procede del riquísimo conjunto ornamental de la puerta de lshtar. El toro representaba un símbolo de renacimiento, de fertilidad y de fecundidad, ofreciendo una bienvenida esperanzadora de prosperidad a todos los visitantes de la ciudad.

El palacio era una verdadera ciudad que Nabucodonosor no cesó de engrandecer hasta el fin de su reinado; pero las excavaciones no han proporcionado objetos artísticos porque Babilonia fue saqueada durante siglos por los árabes. La fachada principal daba sobre la avenida procesional a la que nos referiremos en seguida; allí se abría el vestíbulo, con sus salas de guardia, que comunicaba inmediatamente con el primero de los tres grandes patios del palacio. Grandes puertas monumentales enlazaban entre sí los tres patios, el último de los cuales venía a ser una antesala del salón del trono. Esta era la cámara mayor del gigantesco edificio y medía 52 metros de largo por 17 de ancho. Sus paredes, en el sentido de la longitud, tienen un espesor de 6 metros, lo que hace pensar que sostenían una bóveda, pues se hace difícil pensar que Nabucodonosor hubiera podido procurarse vigas de más de diecisiete metros. El tercer patio debía servir para ceremonias, como sugiere su rica decoración mural de cerámica vidriada que reviste las cuatro paredes como un permanente tapiz de maravillosos dibujos verdes y azules, de un esplendor frío, extraño, bárbaro. También el gran Palacio que Nabucodonosor II construyó, y que no cesó de engrandecer hasta su muerte, contenía, según parece, la bóveda. Ésta debió sustentarse sobre las paredes de la cámara mayor del edificio, que medían 52 metros de largo por unos 17 metros de ancho, con un espesor de 6 metros de longitud.

Príncipe Nabucodonosor II (Museo de Babilonia). Atribuido como retrato del soberano cuando aún era joven, este fresco del palacio real de Babilonia pone de manifiesto el supremo conocimiento técnico de los pintores murales neobabilónicos, detallando con minuciosidad cada uno de los ornamentos del carro, el retorcimiento de las riendas y los músculos de las patas y el sexo de los caballos. 



Uno de los ángulos del palacio se apoyaba en la famosa Puerta de Ishtar, hoy reconstruida en el Museo de Berlín, donde se inicia la avenida procesional. Allí fue donde Koldewey encontró unas construcciones abovedadas que llamaron la atención desde el primer momento porque estaban construidas en piedra, y no en ladrillo como toda la ciudad, y porque se encontró también un pozo con señales de haber tenido una máquina elevadora de agua semejante a una noria. Todos los antiguos textos que hablan de Babilonia dicen que en el único lugar en que se empleó la piedra fue en los jardines colgantes. Heródoto, siempre aficionado a fantasear, dedica un largo párrafo a estos jardines que los griegos consideraban una de las siete maravillas del mundo. Después de una cuidadosa compulsación de los textos antiguos y de una detenida exploración arqueológica, Koldewey pudo afirmar que las construcciones abovedadas del ángulo más cercano a la Puerta de Ishtar eran realmente la base de sustentación de los admirados Jardines Colgantes de Babilonia.

Puerta de lshtar (Babilonia). La ciudad estaba severamente fortificada por una primera muralla de ladrillos de 8 m de ancho y 18 km de largo, y rodeada por una profunda fosa tras un segundo muro defensivo de 7 m de ancho. Sólo se podía acceder cruzando varias puertas, siendo la más grande la puerta doble consagrada a la diosa del amor. Esta entrada fue revestida de azulejos con representaciones de toros y dragones mitológicos.
 
Ruinas de los Jardines Colgantes (Babilonia). A orillas del río Éufrates se hallan los restos de lo que fueron los majestuosos jardines de Semíramis, considerados una de las siete maravillas del mundo antiguo. Según cuentan los historiadores de la Grecia clásica fueron construidos por orden del rey Nabucodonosor alrededor del año 600 a.C. para satisfacer los deseos de su esposa. Originalmente los jardines se cultivaron sobre una base piramidal escalonada que imitaba la forma de un monte natural, y se regaban continuamente por medio de un mecanismo de ingeniería hidráulica.

Los textos antiguos que hablan de Babilonia comentan que en el único sitio donde se utilizó la piedra fueron en estos Jardines Colgantes, citados por Heródoto, y confirmados por el mismo Koldewey.

Para terminar, hay que hacer referencia al zigurat de Babilonia o Torre de Babel, llamada en las inscripciones neo babilónicas E-temen-an-ki ("casa de los cimientos del cielo y de la tierra"). Era una torre escalonada de siete pisos, coronada por un templo situado en la cima, a 90 metros de altura.

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 Zigurat E-temen-an-ki (Babilonia). La culminación de la arquitectura religiosa mesopotámica es el templo de Marduk confundido en el Antiguo Testamento con la Torre de Babel. Heródoto, en su libro de Historia, la describía con sus puertas de bronce, su construcción a modo de alcázar y con estadios superpuestos uno sobre el otro hasta alcanzar la altura de ocho torres consecutivas. Arriba se encontraba la capilla y, dentro, una cama magníficamente dispuesta junto a una mesa de oro, una hermosa habitación privada para el dios y la única mujer nativa que tuviera el privilegio de ser escogida por los sacerdotes del templo, según los escritos del historiador latino. 



Los cimientos excavados por Koldewey formaban un cuadrado también de 90 metros de lado. La altura del primer piso era de 33 metros. Koldewey calculó que debieron emplearse ochenta y cinco millones de ladrillos para levantar esta construcción gigantesca cuya masa dominaba todo el paisaje.

Cuando Babilonia fue conquistada por Ciro el año 539 a.C., el monarca persa respetó esta construcción, fascinado por sus proporciones colosales. Heródoto que visitó Babilonia hacia el año 458 a.C., hizo una descripción tan detallada de la torre que cabe suponer que todavía se encontraba en perfecto estado. Pero Alejandro Magno ya la encontró en ruinas cuando pasó por Babilonia a su regreso de la India; Estrabón cuenta que -sugestionado también por aquellos restos monumentales- puso a trabajar diez mil hombres de su ejército en la extracción de los escombros.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat

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