El
arco y la bóveda son dos elementos constructivos utilizados ya por las
civilizaciones que habitaron la antigua Mesopotamia. Las bóvedas, en realidad
formadas por una serie de arcos colocados paralelamente, fueron empleadas desde
el comienzo mismo de la arquitectura. Pero a pesar de su uso, todavía se está
muy lejos de la aparición de la verdadera bóveda, de empuje y con clave, de
tipo etrusco y romano.
A pesar de que no desempeñaron ningún
papel protagonista en la arquitectura monumental, las civilizaciones mesopotámicas
usaron varios tipos de bóvedas, aunque la falsa bóveda, formada de ladrillos
que sobresalían hacia dentro, fue la más utilizada.
Se conocía la bóveda, pero las columnas
se utilizaron relativamente poco, prefiriéndose las pilastras y las paredes
para sostener los techos de los edificios. La forma entrecruzada de verticales
y horizontales fue una característica común en estas civilizaciones, motivo por
el cual el uso de la bóveda carecía de importancia. En realidad, no se produjo
una utilización sistemática de estos elementos constructivos. Su empleo no
llegó a crear estructuras monumentales, sino que permaneció debajo de la
tierra, escondida, sin ser visible. Nunca tuvieron una proyección exterior en
los edificios mesopotámicos. Básicamente su empleo se reducía a estructuras
interiores o secundarias y no para una arquitectura monumental. La bóveda nunca
fue acentuada exteriormente ni siquiera hecha visible. Permaneció debajo de la
tierra.
Como se concedía poco valor al espacio
interior, estas formas básicas de abovedamiento recibían un uso secundario, sin
presentar una intencionalidad propia.
Esta falta de interés por el aspecto
externo se aprecia claramente en los famosos Jardines Colgantes, pertenecientes a la Babilonia de Nabucodonosor
II, que reinó durante los siglos VII y VI a.C., en el período conocido como
neobabilónico. Su largo reinado se caracterizó no sólo por innumerables
campañas militares, sino también por sus construcciones. Ya los testimonios más
antiguos, como el del historiador griego Heródoto, del siglo V a.C., demuestran
lo esplendoroso de la ciudad. El autor griego, maravillado, había escrito como
"No hay ninguna otra ciudad que se le aproxime en magnificencia".
Efectivamente, Nabucodonosor II llevó a
su apogeo el poderío del Imperio neobabilónico, caracterizado por un breve
período de esplendor, magnificencia y riqueza. Es el momento de la
reconstrucción de la ciudad de Babilonia. Nabucodonosor hizo de su capital un
centro de edificios riquísimos, entre ellos el famoso templo de Marduk con el
altísimo zigurat, o sus espectaculares Jardines
Colgantes. Y otros muchos bellísimos edificios de los cuales sus habitantes
estaban muy orgullosos.
Entre esas obras destacan por el uso que
se hace del arco y la bóveda, los Jardines Colgantes. Babilonia fue conocida en
todo Oriente por sus exóticos Jardines, terminados hacia el 600 a.C. y
destruidos en el 482.
Formaban parte del palacio imperial, y
constituían todo un alarde arquitectónico. Las bóvedas de cañón utilizadas en
estos jardines hacían la función de subestructura, es decir, hacían de
cimientos invisibles. Este uso demuestra pues la falta de interés por el
aspecto externo.
Fue Koldewey, el arqueólogo alemán,
quien encontró estas construcciones abovedadas que tanto llamaron la atención
por estar construidas en piedra, en lugar de ladrillo. En cambio, la
arquitectura mesopotámica no utilizó casi bien la piedra, pues este tipo de
material es escaso o inexistente en la región. Conocemos bien esta nueva
Babilonia de los siglos VII al VI a.C., gracias a los trabajos gigantescos del
alemán Koldewey. En ninguna parte, en ningún lugar del mundo, los excavadores
encontraron tales dificultades. Mientras que normalmente basta excavar a dos,
tres o seis metros, Koldewey tuvo que remover masas de tierra de doce y a
menudo de veinticuatro metros de altura, y esto durante diecisiete años, sin
descanso. El primer objetivo que se fijó Koldewey fue la muralla descrita por
Heródoto.
Lo que encontró prueba que las
informaciones del historiador griego no eran exageradas: la muralla estaba
formada por dos muros paralelos de ladrillo, de más de siete metros de anchura,
y el espacio de doce metros que los separaba había sido rellenado de tierra en
toda su altura. Además, una torre a cada cincuenta metros reforzaba el recinto.
Koldewey calculó que debía haber un conjunto de trescientas cincuenta torres,
lo que constituye la mayor obra de fortificación nunca vista.
Todas estas cifras dan idea de la gran
capital que protegía tal muralla. Para resumir, hay que referirse a los tres
hallazgos más importantes de Koldewey: un palacio junto a una puerta, una
avenida y una torre sagrada o zigurat.
Toro sagrado de lshtar
(Museo de Babilonia). Este relieve realizado sobre cerámica policroma procede
del riquísimo conjunto ornamental de la puerta de lshtar. El toro representaba
un símbolo de renacimiento, de fertilidad y de fecundidad, ofreciendo una
bienvenida esperanzadora de prosperidad a todos los visitantes de la ciudad.
El palacio era una verdadera ciudad que
Nabucodonosor no cesó de engrandecer hasta el fin de su reinado; pero las
excavaciones no han proporcionado objetos artísticos porque Babilonia fue
saqueada durante siglos por los árabes. La fachada principal daba sobre la
avenida procesional a la que nos referiremos en seguida; allí se abría el
vestíbulo, con sus salas de guardia, que comunicaba inmediatamente con el
primero de los tres grandes patios del palacio. Grandes puertas monumentales
enlazaban entre sí los tres patios, el último de los cuales venía a ser una
antesala del salón del trono. Esta era la cámara mayor del gigantesco edificio
y medía 52 metros de largo por 17 de ancho. Sus paredes, en el sentido de la
longitud, tienen un espesor de 6 metros, lo que hace pensar que sostenían una
bóveda, pues se hace difícil pensar que Nabucodonosor hubiera podido procurarse
vigas de más de diecisiete metros. El tercer patio debía servir para
ceremonias, como sugiere su rica decoración mural de cerámica vidriada que
reviste las cuatro paredes como un permanente tapiz de maravillosos dibujos
verdes y azules, de un esplendor frío, extraño, bárbaro. También el gran
Palacio que Nabucodonosor II construyó, y que no cesó de engrandecer hasta su
muerte, contenía, según parece, la bóveda. Ésta debió sustentarse sobre las
paredes de la cámara mayor del edificio, que medían 52 metros de largo por unos
17 metros de ancho, con un espesor de 6 metros de longitud.
⇐Príncipe Nabucodonosor II
(Museo de Babilonia). Atribuido como retrato del soberano cuando aún era joven,
este fresco del palacio real de Babilonia pone de manifiesto el supremo
conocimiento técnico de los pintores murales neobabilónicos, detallando con
minuciosidad cada uno de los ornamentos del carro, el retorcimiento de las
riendas y los músculos de las patas y el sexo de los caballos.
Uno de los ángulos del palacio se
apoyaba en la famosa Puerta de Ishtar, hoy reconstruida en el Museo de Berlín,
donde se inicia la avenida procesional. Allí fue donde Koldewey encontró unas
construcciones abovedadas que llamaron la atención desde el primer momento
porque estaban construidas en piedra, y no en ladrillo como toda la ciudad, y
porque se encontró también un pozo con señales de haber tenido una máquina
elevadora de agua semejante a una noria. Todos los antiguos textos que hablan
de Babilonia dicen que en el único lugar en que se empleó la piedra fue en los
jardines colgantes. Heródoto, siempre aficionado a fantasear, dedica un largo
párrafo a estos jardines que los griegos consideraban una de las siete
maravillas del mundo. Después de una cuidadosa compulsación de los textos
antiguos y de una detenida exploración arqueológica, Koldewey pudo afirmar que
las construcciones abovedadas del ángulo más cercano a la Puerta de Ishtar eran
realmente la base de sustentación de los admirados Jardines Colgantes de
Babilonia.
Ruinas de los Jardines
Colgantes (Babilonia). A orillas del río Éufrates se hallan los
restos de lo que fueron los majestuosos jardines de Semíramis, considerados una
de las siete maravillas del mundo antiguo. Según cuentan los historiadores de
la Grecia clásica fueron construidos por orden del rey Nabucodonosor alrededor
del año 600 a.C. para satisfacer los deseos de su esposa. Originalmente los
jardines se cultivaron sobre una base piramidal escalonada que imitaba la forma
de un monte natural, y se regaban continuamente por medio de un mecanismo de
ingeniería hidráulica.
Los textos antiguos que hablan de
Babilonia comentan que en el único sitio donde se utilizó la piedra fueron en
estos Jardines Colgantes, citados por Heródoto, y confirmados por el mismo
Koldewey.
Para terminar, hay que hacer referencia
al zigurat de Babilonia o Torre de Babel, llamada en las inscripciones neo
babilónicas E-temen-an-ki ("casa
de los cimientos del cielo y de la tierra"). Era una torre escalonada de
siete pisos, coronada por un templo situado en la cima, a 90 metros de altura.
Añadir leyenda |
⇨ Zigurat E-temen-an-ki⇒
(Babilonia). La culminación de la arquitectura religiosa mesopotámica es el
templo de Marduk confundido en el Antiguo Testamento con la Torre de Babel.
Heródoto, en su libro de Historia, la describía con sus puertas de bronce, su
construcción a modo de alcázar y con estadios superpuestos uno sobre el otro
hasta alcanzar la altura de ocho torres consecutivas. Arriba se encontraba la
capilla y, dentro, una cama magníficamente dispuesta junto a una mesa de oro,
una hermosa habitación privada para el dios y la única mujer nativa que tuviera
el privilegio de ser escogida por los sacerdotes del templo, según los escritos
del historiador latino.
Los cimientos excavados por Koldewey
formaban un cuadrado también de 90 metros de lado. La altura del primer piso
era de 33 metros. Koldewey calculó que debieron emplearse ochenta y cinco
millones de ladrillos para levantar esta construcción gigantesca cuya masa
dominaba todo el paisaje.
Cuando Babilonia fue conquistada por
Ciro el año 539 a.C., el monarca persa respetó esta construcción, fascinado por
sus proporciones colosales. Heródoto que visitó Babilonia hacia el año 458
a.C., hizo una descripción tan detallada de la torre que cabe suponer que
todavía se encontraba en perfecto estado. Pero Alejandro Magno ya la encontró en
ruinas cuando pasó por Babilonia a su regreso de la India; Estrabón cuenta que
-sugestionado también por aquellos restos monumentales- puso a trabajar diez
mil hombres de su ejército en la extracción de los escombros.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat
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