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La Serenísima República de Venecia

Investidura de Giovanni Bembo como dogo o "dux" de Vene-

cia (Palacio Ducal, Venecia), por Domenico Tintoretto.
La Serenísima República de Venecia era, en este siglo XVI que se está tratando, un estado próspero que basaba su economía fundamentalmente en las transacciones comerciales, en particular en lo que atañía a obras de arte, objetos de vidrio y cerámica. Por esta razón, necesitaba mantener a toda costa sus acuerdos comerciales con Bizancio, y, también por ello, en el seno de las instituciones de la República las luchas por el poder eran tan furibundas como en la Roma de los Médicis.

Para entender la existencia de esta Serenísima República hay que remontarse a la crisis de la Baja Edad Media, que en Italia, entre otras consecuencias, llevó a la formación de varias ciudades estado -Venecia, Milán, Florencia, Estados Pontificios y Nápoles- que rivalizaban por ampliar sus fronteras y sus redes comerciales.

Venecia era, por tanto, un escenario idóneo para las luchas de poder. De este modo, desde el siglo XIII, sobre todo, las conspiraciones tramadas por una oligarquía cada vez más poderosa amenazaban con vaciar de contenido las instituciones.

Por ejemplo, el Consejo de los Diez, una institución casi rescatada de la noche de los tiempos y dominada por las familias más poderosas, se arrogó buena parte del poder del Senado y desde el primer momento fue reacia a cualquier suerte de reforma que pudiera amenazar su poder recién conquistado. El dogo, máximo dirigente del estado, era designado por este consejo, pero estaba condicionado por los favores que debía pagar por su elección.

Pero los principales enemigos de la República estaban en el exterior. Tras una exitosa campaña de expansión, Venecia hizo uso de la diplomacia para buscar el apoyo de otros reinos cristianos y combatir al Imperio otomano, pero, finalmente, hubo de rendirse al sultán Mehmet II y perdió su privilegiada posición comercial con Bizancio. De este modo, hacia fines del siglo XVIII, la Serenísima República de Venecia ya no era sino una pálida sombra de lo que había llegado a ser.


Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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