⇦ Puertas de Bronce de la catedral de Hildesheim, en Baja Sajonia. Hacia el año 1015, el obispo Bernward de esta ciudad encargó un par de puertas de bronce, que contenían dieciséis paneles esculpidos con temas de la caída y redención del ser humano.
De estos países del norte y del nordeste de Europa, sólo Germania produjo en abundancia obras importantes de escultura y pintura durante el período románico, aunque no faltan destellos de bellísima labra figurativa realizada en piedra, en Inglaterra, como dos estatuas que figuran en la primera catedral de York. En los países alemanes no hallamos únicamente en las fachadas la ornamentación geométrica de las catedrales inglesas, sino que las puertas están revestidas de figuras de santos y apóstoles. Desde fines del siglo XI, la escultura alemana fue reconquistando poco a poco la potencia de expresión y una gran habilidad en disponer los pliegues de los ropajes. Las iglesias se enriquecen con monumentos sepulcrales y lápidas figuradas.
Ya más tarde, a principios del siglo XIII, los escultores alemanes reciben el influjo de las grandes escuelas que se formaban en la construcción de las catedrales góticas francesas, como Chartres, y participan en algo de esta gran fuerza representativa de los grandes escultores góticos del otro lado del Rin. Pero en Germania las formas de los portales siguen siendo de medio punto; tanto la puerta vieja de la catedral de Estrasburgo, de tipo bien alemán, como la de Bamberg, y la Puerta Áurea de Friburgo, son también puramente románicas.
No sólo en piedra y mármoles, sino también en metal, se labraron en Alemania obras bellísimas durante el período románico. Las más famosas, y con razón, son las Puertas de bronce que el ya mencionado abad Bernward hizo fundir para su iglesia de San Miguel de Hildesheim a principios del siglo XI. Si no se conocieran sus antecedentes en las obras carolingias, sería imposible admitir que los relieves que decoran las puertas de Hildesheim fueran del tiempo de que datan. Desde aquel momento, que es como un punto de partida, el arte de fundición alemán va en constante progreso, especialmente en objetos litúrgicos, algunos de los cuales son geniales pequeñas obras maestras; pilas bautismales, lámparas, candelabros, incensarios y cálices se llenan de figurillas de todas clases que se enmarañan con follajes y troncos de vid ya en la cuenca del Rin, ya en las del Mosela y del Mosa, en la actual Bélgica.
Adoración de los Reyes y bautismo de Cristo de Nicolás de Verdún, en la catedral de Colonia (Renania Septentrionai-Westflia). Fragmento central del arca llamada de los Reyes Magos, obra de orfebrería realizada, aproximadamente, entre 1185 y 1200.
Los orífices funden también arcas maravillosas de oro y plata para guardar las reliquias de los santos patronos de cada ciudad. La mayor, y acaso también la más bella, es el arca llamada de los Reyes Magos, en la catedral de Colonia, que tiene la forma de una gran iglesia, con dos pisos de arquillos, bajo cada uno de los cuales hay una figurilla de bulto entero.
Es de finales del siglo XII y obra de Nicolás de Verdún, orífice extraordinario que influyó en el arte renano y el mosano a la vez. Junto con el arte de fundición los orífices empleaban el repujado, fabricando relicarios en forma de iglesia, de busto o de brazos milagrosos y altares de plata y frontales engastados en gemas y esmaltes.
En el arte del metal repujado, la obra maestra románica es el frontal de oro de la catedral de Basilea, que hoy se guarda en el Museo de Cluny, de París. Dentro de cinco hornacinas repujadas hay las figuras en bajo relieve del Redentor, con el globo en la mano, y dos ángeles a un lado, y otro ángel y San Benito en las arcuaciones del otro. La influencia bizantina resulta bien manifiesta: los ángeles, como chambelanes, llevan el bastón o batuta de los arcángeles de la iglesia griega. La presencia de San Benito se explica por suponer que el frontal de Basilea fue regalado por el emperador Enrique II, que había curado por intercesión del santo.
⇦ Relieve de Daniel en el foso de los leones (Annenkapelle, catedral de Worms). En muchos casos, los relieves de las iglesias románicas representan escenas del Antiguo Testamento siguiendo, además, la tradición siríaca de enmarcar los personajes bajo arcadas.
El tratado de las artes de esta época, llamado Schedula diversarum artium, del monje Teófilo, proporciona también muchas indicaciones sobre la metalurgia, con algunos consejos de orden práctico para la fabricación de toda clase de objetos, desde los cálices y candelabros para las iglesias hasta las espuelas y los frenos para los caballos. Durante la época románica, los esmaltes no consiguieron la difusión comercial que alcanzaban y alcanzarían los franceses, pero los esmaltes de Colonia, de pastas más brillantes que los de Limoges, aunque menos ricos de color, fueron estimados por los grandes conocedores. En el arte de tallar marfiles se continuó la tradición carolingia de las cubiertas de libros, piezas de ajedrez, etc. Por otra parte, se conservan algunos ejemplares tallados en marfil de narval, que atestiguan una tradición anglosajona de este estilo de tallas en Gran Bretaña.
En Alemania, la pintura decorativa alcanza durante el período románico un desarrollo muy importante. Desde la mitad del siglo XI los monjes de Reichenau gozaban merecida fama de pintores murales. Su prestigio se mantuvo durante más de tres generaciones de artistas. Sus primeras obras se conservan en la capilla de San Silvestre de Goldbach y en las basílicas de Oberzell y de Niederzell, una y otra en la propia isla de Reichenau, en el lago de Constanza. En otra pintura de Burgfelden, los temas alusivos a la parábola de la Samaritana incluyen además un caso sucedido en el año 1001, esto es, la muerte violenta de los caballeros de Zollern, lo que les da cierto valor de tentativa de representación de un tema histórico. En otra obra de la escuela de Reichenau vemos la gran composición del Juicio Final interpretada con una eficacia dramática hasta entonces desconocida en la región renana. Las relaciones que seguramente debían de sostener los benedictinos de Reichenau con la casa matriz de Montecassino, en Italia, pueden explicar cierta influencia de los decoradores italianos.
Frontal de altar de la catedral de Basilea (Museo de Cluny, París). Soberbio trabajo de orfebrería, una filigrana en oro con incrustaciones de perlas y piedras preciosas, que representa varias imágenes de santos, enmarcados por arcadas.
Otra escuela de decoración románica floreció en la región de Colonia, otra en Westfalia, otra en Sajonia. Especial importancia revisten las pinturas murales del monasterio de Prüfening, cercano a Ratisbona (Regensburg). En general, por toda Alemania los monumentos religiosos y civiles del período románico se engalanaron con los vivos colores de los frescos, y si no había espacio o recursos para grandes composiciones figuradas, por lo menos se pintaban fajas de entrelazados y cenefas que seguían las curvas de los arcos al igual que el plano de las impostas.
Pero las obras capitales de la pintura decorativa germánica de los siglos románicos son las prodigiosas miniaturas de los códices, que suelen tener en su primera página una gran composición con la imagen del poseedor (como la célebre miniatura, de hacia 985, con el retrato del emperador Otón II en su trono, que conserva el Museo Conde de Chantilly) y numerosas miniaturas intercaladas en las restantes. Las representaciones se caracterizan por el naturalismo de los gestos, por su fuerza de expresión y por su elegancia y belleza.
⇨ Rey (Museo Británico, Londres). Pieza de marfil de narval del llamado Ajedrez de la isla de Lewis, que pertenece a la colección de 78 piezas halladas en esa isla, de las cuales once están en el Museo Nacional de Edimburgo.
Sobre todo al principio (fines del siglo X y comienzos del XI) la escuela de miniatura de la corte de los Otónidas produce las obras más importantes de la pintura occidental en esta época románica. Los emperadores y sus grandes vasallos, los obispos y los príncipes de la corte, habían viajado por Italia y mantenían relaciones constantes con Bizancio. Además, la tradición carolingia no se había interrumpido como en Francia. Algunos códices de este primer período románico parecen resucitar las técnicas y los estilos clásicos. La fama del scriptorium de Reichenau, por ejemplo, fue tan extraordinaria, que el papa Gregorio V pidió a cambio de ciertos privilegios que solicitaba la abadía, algunos de sus manuscritos litúrgicos.
Entre los códices probablemente realizados en Reichenau se cuentan el Evangeliario de Otón III, de hacia el año 1000, que se guarda en Munich, y el extraordinario Libro de Pericopios de Enrique II, realizado entre 1002 y 1004, antes de que este príncipe fuera coronado emperador, y ofrecido por él a la catedral de Bamberg. Las figuras en ellos representadas adquieren un trascen-dentalismo sublime, colocadas sobre fondos de oro centelleante o de luminoso púrpura que producen una extraña impresión de vacío lleno de misterio. Solamente al entrar el siglo XII la miniatura alemana empieza a complacerse en el enfático realismo, un tanto caricaturesco, que será la característica predominante de la pintura germánica de las épocas posteriores.
⇦ Retrato de Otón II (Museo Condé, Chantilly). La miniatura románica germánica revela parecidos valores de monumentalismo y serenidad a los de la arquitectura. En Reichenau radicó la escuela más importante y activa. Todo detalle superfluo desaparece, la línea crea una expresividad intensa sobre fondos de oro neutro y sobrio.
En Inglaterra, las construcciones normandas, llenas de motivos geométricos de decoración, esculpidos, no dejan mucho lugar para los frescos. Al pasar a la Gran Bretaña, la mayoría de los barones normandos que siguieron al duque Guillermo en la conquista llevaron sus libros de devoción, sus biblias, misales y libros de horas. Incluso atravesarían el canal artistas escultores y pintores, que serían bien recibidos por los nobles franceses enriquecidos con los despojos de los príncipes sajones. Entonces empieza en Inglaterra una nueva escuela de miniatura que perdura hasta el fin de la Edad Media. El estilo es, sin embargo, típicamente inglés; y es siempre discernible un manuscrito inglés de otro francés o normando. Los colores son más pálidos, hay ciertos amarillos y verdes de tradición irlandesa. El dibujo ofrece un concepto de la elegancia y el refinamiento que no coincide con el que campea en los manuscritos franceses.
En una palabra, la miniatura románica que se cultiva en Inglaterra conserva algunas reminiscencias célticas sumamente bien definidas y destinadas a una evolución por completo independiente. Lo demuestran el Pontifical del arzobispo Roberto, realizado en Winchester a fines del siglo X, y el Sacramentario de Robert de Jumiéges, regalado al monasterio normando de Jumiéges por el arzobispo de Canterbury (1006-1023). Las miniaturas del primero -sobre todo- someten los temas a una furia decorativa que contrasta violentamente con la serenidad contemplativa de las miniaturas continentales.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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