Poco queda hoy en la misma Antioquía que nos dé testimonio real de aquella iglesia famosa; pero en la extensa área de sus alrededores abundan los monumentos semidestruidos, y más al interior se levantan ciudades enteras e infinidad de iglesias rurales y monasterios. El primer estudio sobre estos monumentos fue el libro del conde Melchor de Vogüé referente a la Siria Central, el cual dio a conocer en 1876 un sinnúmero de edificios que se encuentran entre Antioquía y el desierto.
Esta región intermedia había sido colonizada por los sucesores de Alejandro y floreció sobre todo en la época romana. Con la conquista árabe la Siria Central debió de quedar casi deshabitada, ya que las poblaciones cristianas se refugiaron en las grandes ciudades bizantinas del litoral. Se encuentran, pues, en el desierto de roca viva las poblaciones casi intactas; a veces, según expresión del conde de Vogüé, el viajero cree hallarse en una verdadera Pompeya cristiana: de tal suerte alcanza a sorprender la vida y costumbres de los primitivos habitantes de aquellas ruinas.
Casa de AI-Barah, en Siria. Detalle del dintel del pórtico de la casa, que muestra una decoración de estilo bizantino del siglo VI.
Algunas sirven todavía de hospedería o refugio en el desierto; otras están más destruidas, pero fácilmente se adivina su disposición. Tal es, por ejemplo, la casa de Al-Barah, con su pórtico de entrada, su gran sala de recepción, el comedor anexo y las dependencias, con el pequeño templo a lo lejos. Los materiales con que se construyeron estos edificios favorecen su conservación. Siria ofrece pródigamente canteras de piedra caliza. En cambio, la madera es muy escasa; por esto cada elemento de construcción está cerrado con bóvedas, cuyo uso repetido lleva a inventar siempre nuevos sistemas de cubiertas.
La gran innovación empieza al dividir los cañones cilíndricos de las bóvedas en varios segmentos por medio de arcos paralelos. Para cerramiento de los espacios intermedios que dejan estos arcos o costillas, se colocan, apoyándose sobre ellos, grandes losas de piedra en sentido longitudinal. De aquí que el peso de la cubierta se descomponga sobre los arcos, y que baste con engrosar la pared en sus apoyos para contrarrestar su empuje. Este sistema, de incalculables consecuencias para el arte de la construcción, parece que fue conocido ya por los arquitectos romanos, que lo aplicaron en algunos monumentos occidentales de la última época; pero lo que era excepcional en Occidente es frecuentísimo en Siria, y, aunque la invención tenga origen romano, su empleo metódico y racional no se halla hasta las construcciones cristianas de Oriente.
Baptisterio del monasterio de San Simeón, en Deir Semaan. Las ruinas del inmenso monasterio construido por los discípulos de san Simeón el Estilita, después de su muerte en el año 470, se encuentran en el desierto y es lo que queda del convento más importante de Siria del siglo VI.
Muchos de los edificios de Siria tienen planta octogonal para sostener una cúpula; pero, cuando la planta es de configuración cuadrada, la manera de cubrir los espacios con una cúpula esférica consiste en pasar de la planta cuadrada de la sala a la sección circular de la cúpula con el auxilio de unas superficies curvas intermedias, que se llaman trompas y pechinas. La invención de las trompas de ángulo parece haberse realizado primero en Persia; pero, además, en Siria se presenta frecuentemente la otra solución para el mismo problema de pasar de una planta cuadrada a otra circular, que es la de unas superficies esféricas de gran radio llamadas pechinas, sistema que se había usado muy ocasionalmente en la construcción romana.
Además, en Siria se han encontrado vastas ruinas de lo que fueron inmensos monasterios. El más importante era el gran monasterio de San Simeón el Estilita, hoy una masa imponente de ruinas en medio del desierto. Los árabes le llaman el Qal’at Simaan o castillo de Simeón, porque el recuerdo del santo anacoreta se ha perpetuado entre los beduinos. Los discípulos del Estilita, construyeron después de su muerte, hacia 470, un grandioso monasterio con cuatro espaciosas iglesias, de tres naves cada una de ellas, cuyas fachadas daban a un octógono central donde se levantaba la preciada columna, reliquia del santo.
Monasterio de San Simeón, en Deir Semaan. Una de las partes que se mantiene en pie del edificio, que los árabes llamaban Qal'at Simaan o castillo de Simón, es este muro columnado orientado al sudoeste.
Basílica del monasterio de San Simeón en Deir Semaan. Las ruinas de la basílica, que los árabes llaman Kharab Shems, dan una idea de la importancia que tuvo en su momento este monasterio.
Patio octogonal de la iglesia del monasterio de San Simeón en Deir Semaan. En el centro se observa la base de la columna del Estilita sobra la que Simeón, el santo anacoreta, oró durante largos años.
⇨ Columna esculpida en Deir Semaan. Entre las ruinas del monasterio de San Simeón se halla esta columna decorada de una de sus iglesias. La ornamentación es una de las características básicas del arte bizantino.
Un viajero bizantino de principios del siglo VI vio el monasterio ya concluido y lo describe de tal suerte, que hoy se puede reconocer aún en las ruinas las distintas partes de que constaba. Este edificio tiene un notable interés por su decoración de elementos arquitectónicos empleados como ornamentación: arcos ciegos, columnas adosadas, ménsulas y otros variados temas que posteriormente usarán como decoración los artífices de las arquitecturas románica y bizantina.
Los frisos y molduras decoradas del monasterio de Qal’at Simaan se han comparado a las decoraciones del palacio de Diocleciano en Split (Croacia), también conocido en Occidente por el nombre italiano de Spalato, del siglo III, por tanto anterior a la construcción de estos edificios de la Siria Central.
Así pues, resultaría que treinta años antes de la fundación de Constantinopla, cuando Diocleciano construía su palacio en Dalmacia y sus termas en Roma, la arquitectura imperial evolucionaba en la misma tendencia que más tarde tuvo definitiva perfección en los monumentos de Siria. No obstante su anterioridad, cabe la duda de si los edificios de la época de Diocleciano no podían haber sido dirigidos por arquitectos asiáticos y sus decoradores ser obreros importados de Siria.
Monasterio de Turmanin, en Siria. Los restos del depósito de agua se encuentran al pie de las ruinas del monasterio.
Parece algo temerario insistir: el palacio de Split y las termas de Diocleciano en Roma son más antiguos y hasta de mayor monumentalidad; pero en cuanto a la decoración escultórica, las dudas ya no son posibles: en el palacio de Split las formas vegetales aparecen interpretadas con el estilo seco y espinoso de Oriente, más geométrico que el de la antigua decoración romana.
En el conjunto de Qal’at Simaan se encuentran las ruinas de la basílica de Kharab Shems, construida en el siglo V, y en la misma región del norte de Siria despliegan su sentido de la monumentalidad, con un vocabulario formal que encontraremos siete siglos más tarde en el románico de Occidente, las basílicas de Turmanin y de Qalb Luzeh.
Al primer libro de Melchor de Vogüé sucedió, con intervalo de veinte años, la obra colosal de Brünow, titulada Provintia Arabia. Este era el nombre genérico con que los romanos designaban las varias regiones de Siria, en el extremo oriental de su Imperio. Los viajes y el libro de Brünow tuvieron por objeto estudiar, no sólo los monumentos cristianos, sino también los campos de las legiones, las vías militares, los teatros y basílicas que la administración romana se había esforzado en edificar para establecer en el desierto una población adicta que la defendiera de las invasiones de los reyes partos.
Basílica de Qalb Luzeh. Construida en Siria hacia el año 500, las ruinas de la basílica, vistas desde el sudeste, muestran las técnicas estructurales utilizadas en la época.
El perpetuo campo de batalla del Imperio romano que fue el Éufrates estaba salpicado de recintos militares, con murallas defendidas por torres, y casi paralelamente, señalando la frontera, se levantaban los castillos de los reyezuelos partos, desafiando a los latinos con la suntuosidad decorativa de sus estilos orientales.
⇦ Ábside y cúpula central de la iglesia del Santo Sepulcro. Es una reconstrucción no fiel al original que fue destruida por incendios y alterada por las malas restauraciones.
Tres elementos estuvieron allí en prolongado contacto: los cristianos de Siria, que se extendían hasta los límites del desierto; los campamentos romanos de las legiones, que los defendían, y los castillos partos, que los enfrentaban. Los tres grupos se comunicaron sus gustos y procedimientos constructivos. Ahora, pues, ya no nos extrañará que las formas de las cúpulas persas hayan llegado a Siria y de allí pasado a Bizancio, ni que los relieves y la decoración de los estilos cristianos demuestren conocer las fantasías de los entrelazados y las cálidas complicaciones decorativas de Oriente.
Resulta perfectamente comprobado, pues, que el Oriente romano fermentaba con entusiasmo creador en los primeros siglos de la Era cristiana. Obras de arte y artistas llegaban profusamente hasta la misma Roma, pero los centros capitales eran Efeso, Seleucia, Antioquía, Jerusalén, Bosra y Palmira en el desierto.
En una de las muchas ruinas de esta época que existen en Siria, las de la ciudad de Madaba, puede verse en el suelo de una iglesia un mosaico geográfico, con la visión en perspectiva de toda esta tierra cristiana llena de ciudades. La forma de Jerusalén es elíptica, rodeada de murallas con torres; una calle ancha, porticada, va de un extremo a otro; debe de ser la Vía Recta de los peregrinos, que empezaba en la puerta llamada aún de Damasco.
En esta calle se ve un edificio levantado sobre gradas, con tres puertas, que debe de ser la iglesia del Santo Sepulcro. Otra vía que forma ángulo, con pórtico sólo a un lado, debe de ser la Vía Dolorosa.
Monasterio de San Antonio de Zafarana. Exterior del monasterio copto construido a mediados del siglo IV, que refleja la entrada y difusión del cristianismo en Egipto. |
El grupo de edificios cristianos edificados en Jerusalén por orden de Constantino y bajo la vigilancia personal de su madre Santa Elena fueron reproducidos más o menos exactamente en mosaicos y marfiles. El templo del Santo Sepulcro construido por Constantino estaba en un recinto rectangular rodeado de pórticos y hospederías. En el centro había dos edificios: uno de planta latina, basilical, llamado el Martirión porque se suponía edificado sobre la roca del Calvario, y otro de planta circular encima del lugar del Sepulcro, que se imaginaba vecino al del Gólgota.
Este segundo edificio, llamado Anastasis porque del Sepulcro bajó Jesús al Hades o Seno de Abra-ham, era ya típicamente oriental. La tumba estaba en una gruta, en el centro, debajo de una cúpula sostenida por doce columnas. Destruido el templo del Sepulcro por incendios y restauraciones, actualmente está convertido en una absurda iglesia con capillas para todas las sectas cristianas; pero todavía se distinguen las formas de templo circular y de basílica acumuladas en un solo edificio.
En lo alto del monte de los Olivos edificaron también Constantino y Santa Elena una gran iglesia en el lugar tradicional de la Ascensión. Era un edificio asimismo de planta poligonal y que debía de semejarse a la catedral dorada de Antioquía. Los monumentos de Jerusalén, admirados por los peregrinos, fueron descritos en los relatos de sus viajes, lo cual originó imitaciones con pobres materiales en las naciones del Occidente latino.
El otro centro fundamental de producción artística en los primeros tiempos del cristianismo fue el viejo Egipto. Alejandría mantenía con Roma relaciones más íntimas acaso que las capitales de Asia. Al parecer, algunos objetos de arte suntuario cristiano hallados en Occidente, fueron producidos en Alejandría, recogiendo las últimas inspiraciones del arte helenístico, que en esta ciudad tuvo un centro principal. Pero, para encontrar en Egipto edificios cristianos con estilo propio, hay que remontarse hasta el arte llamado copto, de los monjes famosos de la Tebaida. La palabra copto deriva del árabe Qubt, forma corrompida del griego Aigyptios (egipcio).
Egipto permaneció adicto a sus antiguos conceptos religiosos hasta el siglo III; y su conversión al cristianismo parece que fue más por rebeldía al Imperio romano que por convicción piadosa. Asimismo, Egipto dio principio a la vida monástica, que primero se propagó por Oriente y después por el Occidente latino. Antonio y Pablo, con su discípulo Macario, se consideran los grandes fundadores del monaquismo cristiano. Los cenobios coptos de la regla de Schenudi son los antecesores de los monasterios de benedictinos y basilios en Occidente y Oriente.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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