Brancusi, Arp y Moore, cubistas y constructivistas; González
y los Pevsner; Calder; si lo que se expone puede parecer que destaca
privilegiadamente a estos precursores, ha sido para hacer comprender mejor la
evolución de la noción de escultura a través de los que la han despojado hasta
los huesos para renovar sus bases.
⇨ La tempestad de Germaine Richier (Museo Nacional de Arte Moderno, París). Obra realizada entre 1947 y 1948 por esta escultora francesa, una creación convulsa, que parece concebir el ser humano como un monstruo y lo sitúa en el contexto terriblemente dramá tico de una aportación escultórica teñida de surrealismo.
Pero otros maestros de la misma generación, insensibles a estos cambios,
han continuado creando obras originales con una fidelidad relativa a la
figuración, a la alusión, al símbolo, y han ejercido su influencia. Este es el
caso de Germaine Richier (1904-1959). En una especie de confusión de los
reinos, su Montaña (1956) mezcla órganos a raíces, su Fuente empieza en mujer y
termina en ánfora, su Saltamontes tiene cabeza humana. La factura
baudelairiana, visceral, descamada, de estos cuerpos que parecen no poder
terminarse más que en la ironía o el cataclismo (el Huracán, la Tauromaquia, la
Hidra, el Pentáculo), alejará durante mucho tiempo a los temperamentos
sensibles hasta el escándalo de el Cristo de Assy (1950) y más allá. El clima
se distenderá en los últimos años con los "plomos de fondo pintado"
(la Peonza, la Escalera), delgadas figuras que se destacan sobre un horizonte
abstracto solicitado a los pintores Vieira Da Silva, Hartung o Zao Wuo Ki.
La figuración humana ha revestido en otros artistas de la primera mitad de
este siglo aspectos menos cargados de sobreentendidos. El alemán Lehm-brück
expresó su melancolía en desnudos masculinos de actitudes postradas, estiradas
hasta lo inverosímil y sin embargo de una anatomía escrupulosa, prenda de una
viva admiración por Rodin.
No es extraño que el gusto por las formas naturales siga profundamente enraizado en el suelo que produjo Donatello y Cellini. El milanés Marino Marini (Pistoia, 1901-Milán, 1980), es la figura que encabeza el realismo dramático. Sus célebres Jinetes enlazan el espíritu etrusco a un arte moderno concebido como una especie de alucinación superior a partir de elementos verdaderos. Arturo Martini (1889-1947), en su naturalismo visionario se nutre de una vehemente reprobación de las tendencias modernas; lo peor y lo mejor se mezclan (Mujer nadando bajo el agua, Mármol, 1941). Manzú (1908-1991), también es un independiente, poco inclinado a las discusiones de
Caballo de Marino Marini (Colección Gianni Mattioli, Milán). Bronce realizado en 1939 por este escultor figurativo, fiel a su tema favorito del jinete y del caballo. Su inspiración arranca del arte arcaico y especialmente de la escultura china, pero también se encuentran en ella ecos de las estatuas ecuestres realizadas por los escultores góticos del norte de Italia.
La sed (hombre que bebe) de Arturo Martini (Galería Nacional de Arte Moderno, Roma). Obra de 1935 realizada por este artista que ejerció una profunda influencia en escultores italianos como Manzu y Marini.
⇦ Cardenal de Manzu (Colección particular). Giacomo Manzoni, más conocido por Manzu, está considerado como el mejor escultor italiano de la segunda mitad del siglo XX. La obra que se reproduce aquí forma parte de una serie sobre el tema del "cardenal" que desarrolló hacia los años cuarenta.
Otro artista, de superior personalidad y mucho más difícil de describir,
puede ser relacionado con la tradición representativa, aunque hay que subrayar
inmediatamente la extremada originalidad de su posición, consistente en el
hecho de que la figuración, en él, se analiza mucho más como una problemática
que en función de los criterios habituales de interpretación, de estilo, etc.
Se trata de Alberto Giacometti, nacido en Suiza, en los Grisones, en 1901, y
fallecido en 1966.
En Giacometti todo es convencional: desde su técnica (el modelado
preparatorio de la fundición en bronce) hasta su tema obsesivo (el ser humano)
y su visión, excepto él mismo, que fue cubista y surrealista. Sin duda es por
esta razón por lo que su arte es tan frecuentemente incomprendido. ¿Qué
relación tienen con el hombre estas cabezas reducidas a un perfil vaciado y
estas siluetas limitadas a una pura vertical?
Para comprenderlo es necesario penetrar en la intención profunda del
escultor, en su lacinante leit motiv: "captar el conjunto de una
figura". Se trataría de un programa que no tendría nada de extraordinario
si Giacometti no pretendiese representar la figura humana "tal como se
ofrece a la mirada, independientemente del conocimiento intelectual,
experimental, cultural, que tenemos de ella". Se trata, como se puede ver,
de un objetivo exactamente contrario al del cubismo. Una cabeza o una manzana,
si nunca hubiésemos dado la vuelta en torno a ellas, las veríamos planas.
Giacometti, por tanto, las hace planas.Y si nos acercamos a ellas, el detalle
nos impide ver el conjunto, acaparando tiránicamente nuestra mirada. Esta
contradicción óptica es lo que retiene la atención .del autor del Hombre andando
(1949) y de la Mujer de la carretilla.
Las obras de Giacometti no quieren ser otra cosa que ensayos,
aproximaciones. Son obras que desmaterializan (e incluso desmemorizan) el
volumen, que aparece roído desde el exterior, como un residuo de yeso o de bronce
devorado por la mirada, en el extremo opuesto a la sensualidad táctil de Maillol o de Arp.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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