En la necrópolis de Gizeh o
Giza, junto a la antigua Menfis, hay varias sepulturas faraónicas, pero sólo
tres de ellas son famosas: las de los faraones, que los griegos llamaron con
sus nombres helenizados Keops, Kefrén y Micerinos (los verdaderos nombres
egipcios son respectivamente Khufu, Khafra y Men-Kau-Ra).
Las pirámides se encuentran sólo en el área
geográfica del Bajo Egipto, en los alrededores de la antigua capital. Cuando la
corte se trasladó a Tebas se construyeron aún algunas pirámides, pero pronto se
adoptó el sistema de excavar las sepulturas en la roca. Por consiguiente, las
pirámides no son más que el modelo de tumba real típica del Antiguo Imperio, y
siempre tienen la misma inclinación o pendiente; si algunas de ellas aparecen
diferentes, es porque no fueron terminadas por completo.
Herodoto dice haber visto pirámides rematadas con la estatua sentada del faraón, y así supone que terminaría inicialmente la pirámide de Keops, la cual había sido ya devastada por la acción del tiempo cuando él visitó Egipto. Pero es de creer que Herodoto confundiera estas ideas; las pirámides no tienen señales de haber sostenido figuras de ninguna especie, y serían poco adecuadas sus formas para ello. Algunas, como la del faraón Micerinos, presentan todavía un hermoso revestimiento de grandes bloques de piedra dura. Más probable es que las hiladas de este revestimiento formaran fajas de distintos colores, como supone Plinio, con la última piedra terminal dorada, como lo era el piramidón que remata los obeliscos en los monumentos de épocas posteriores.
Los corredores que conducen a la cámara
sepulcral son, en las pirámides, de una acabada perfección y a veces en forma
de bóveda. Pero tanto las cámaras sepulcrales como los pasadizos que conducen a
ellas, y los templos funerarios al pie de las pirámides, son de paredes lisas,
sin molduras, adornos, ni pinturas, como corresponde al sepulcro del adoptado
hijo o encarnación de Ra. Ni siquiera inscripciones con jeroglíficos se
encuentran en las pirámides de la IV Dinastía, las mayores de la época, en que
la devoción por Ra debió de ser exclusiva en la corte.
Las mastabas y las pirámides, los dos tipos
de sepulcro de las primeras dinastías, tienen la misma cámara sepulcral,
escondida en el interior del monumento. Al principio se pensó si la pirámide no
sería una mastaba colosal, con las paredes más inclinadas y acabando en
vértice.
La cámara funeraria está también, en las
pirámides, enclavada en la roca viva, debajo del monumento y su acceso se halla
tan disimulado como ha sido posible. Lo que parecía constituir una diferencia
esencial era que la mastaba tenía una habitación superior, la morada del doble, donde vivía el alma del difunto y
donde éste figuraba pintado y reproducido en escultura. El desarrollo de esta
misma idea se ha podido reconocer también en las pirámides.
No hay que ser un especialista para darse
cuenta del trabajo inmenso que representa la construcción de una pirámide. La
mayor de las tres pirámides de Gizeh, la de Keops, ocupa una superficie de
48.000 metros cuadrados y se eleva hasta 146 metros de altura. Las fotografías
no permiten apreciar la enormidad de tal masa de piedra, pues hay que verlas
realmente para comprender por qué los antiguos consideraban las pirámides como
la primera de las siete maravillas del mundo. Herodoto, en su visita en el
siglo V a.C., ya notó que algunos de los bloques de piedra empleados en la
pirámide de Keops eran de dimensiones descomunales. Efectivamente, el paramento
exterior es de hiladas de más de un metro de altura. Las juntas son tan exactas
que no hay manera de introducir la hoja de un cuchillo entre dos de estos
colosales bloques de granito.
La altura e inclinación de las pirámides
revela un conocimiento del misterioso problema de la relación entre el cuadrado
y el círculo. Este problema, que apasionó a los antiguos, sólo puede resolverse
por el conocimiento del número ∏ (3,1416) que expresa la relación entre el
radio de la circunferencia y su longitud. Los egipcios lo conocían, puesto que
la altura de las pirámides es exactamente el radio de un círculo cuya
circunferencia fuese igual al perímetro de la base. Esto da la inclinación
uniforme a las caras de todas las pirámides de 51 grados 51 minutos, a la que
se ha hecho antes referencia.
Pero, ¿de qué manera conseguían los egipcios
transportar y levantar tantos miles de toneladas de piedra? La respuesta a esta
pregunta no coincide con ninguna de las hipótesis que antiguamente se habían
aventurado. Un dibujo descubierto en la tumba de Tuthotep, en El Berscheh, que,
aun cuando es posterior a la época de las pirámides de Gizeh, data
aproximadamente del año 2000 a.C. muestra con la mayor precisión de qué modo
procedían. Representa el transporte de una estatua colosal por el procedimiento
más primitivo y más difícil: ciento setenta y dos hombres tiran de la estatua
colocada sobre un trineo. No había, por lo tanto, secreto alguno; únicamente el
esfuerzo encarnizado de todo un grupo humano. Aun cuando los egipcios no
conocían ninguna de las ventajas de la mecánica moderna, poseían una cualidad
de la que actualmente se carece: una paciencia a toda prueba.
Cuando Mariette exploró un edificio arcaico
de la necrópolis de Gizeh, le dio el nombre, mantenido hasta hoy, de templo de la Esfinge; fue considerado
enseguida como un templo de la época de las pirámides y, por consiguiente, de
las primeras dinastías, aunque independiente de los sepulcros faraónicos. Se
encuentra emplazado a un lado de la gran esfinge, de ahí su nombre, y estaba
construido de grandes losas de granito, labradas regularmente, con el techo
sostenido por pilares, que dividen su planta en varias naves. En un extremo, en
el fondo de un pozo, Mariette encontró varias estatuas mutiladas del faraón
Kefrén o Khafra, pero no advirtió que aquel edificio estaba relacionado con la
pirámide de Kefrén y que era el templo del culto faraónico.
En la actualidad, para los egiptólogos el
llamado templo de la Esfinge no es más que una dependencia del sepulcro del
faraón en su morada exterior accesible, a semejanza de la cámara superior de
las mastabas. Todas las pirámides tienen este segundo elemento esencial del
edificio; además del túmulus con su cripta, que es la pirámide, hay un segundo
sepulcro, habitación del doble, que
se encuentra al pie mismo de todas ellas, donde están sus estatuas. Un tercer
elemento ha sido reconocido en el conjunto monumental de las pirámides, como ya
era de esperar, dado el carácter religioso de los faraones, y éste es el templo
para el culto popular del soberano, divinizado después de su muerte.
La teoría de las pirámides propone, para el
sistema monumental del sepulcro de un faraón de las primeras dinastías, estos
tres edificios indispensables: 1º, el túmulo para el sarcófago, o pirámide
propiamente dicha, con su cámara funeraria y una pendiente apropiada para la
ascensión a Ra; 2º, el sepulcro exterior, habitación para el doble, donde se le encuentra reproducido
en escultura, como sucedía también en las mastabas; y, 3º, el templo para el
culto del monarca divinizado, que acostumbra a estar un poco más lejos y unido
a la pirámide por una avenida monumental, a la cual los griegos llamaban dromos. Los arqueólogos alemanes
exploraron cerca de Abusir un conjunto completo de estas sepulturas reales con
los tres elementos, pertenecientes a la V Dinastía. La reconstrucción de
Borchardt da el aspecto general que debían de presentar los edificios reunidos;
se ven las pirámides con sus templos al pie para el doble y su segundo templo, ya cerca del río, para el culto público.
La colosal figura de la esfinge, de cabeza
humana y cuerpo de león, de 70 metros de longitud y 20 metros de altura, se
levanta junto a las pirámides de Gizeh. Para labrarla, aprovecharon un
montículo de caliza de la llanura, que se completó con grandes bloques, pero
las arenas del desierto la cubren en su mayor parte, escondiendo un santuario
que en la época romana se improvisó en el seno del monstruo.
La verdadera significación de esta figura
durante mucho tiempo ha sido un enigma. En un pricipio se creyó que estaría
dedicada a Harmakhis, o el Sol de levante, porque la cabeza mira hacia Oriente;
actualmente se cree que representa al faraón Kefrén, junto a cuya pirámide se
encuentra. Una inscripción, ya tardía, prueba que por lo menos mil años después
se creía que la esfinge representaba a este faraón. Las terribles mutilaciones
que ha sufrido y que tanto preocupan a los restauradores, agrandan todavía más
sus ojos, fijos, abiertos, que escrutan la aurora de un horizonte más lejano
que nuestro horizonte terrestre. Esta mirada lejana del monstruo esculpido
hacia el año 2800 a.C., clavada en el horizonte por donde sale el sol, ha
motivado que el romanticismo moderno se haya complacido en ver en esta
gigantesca escultura el misterio de las grandes preguntas sin respuesta. El
manto que la esfinge lleva en la cabeza es el klaft, que ostentan siempre las estatuas reales de los faraones.
En la actualidad se pueden considerar como
monumentos religiosos los templos adyacentes a las pirámides, que son, en
cierto modo, los antecesores de los grandes templos tebanos de las dinastías
sucesivas. Constan de un patio anterior, una sala para el culto privado de los
sacerdotes que cuidan del edificio funerario y además otra sala reservada para
el dios, cuyo acceso está vedado y donde no entran más que los sucesores
directos del monarca. Los templos para el culto popular, asentados ya algo más
lejos del túmulo, en el valle, tienen también una sala sostenida mediante
columnas.
Todos los elementos característicos del
templo egipcio que se encontrarán después en los grandes templos tebanos se
encuentran ya en estos santuarios del primer Imperio. En los templos de las
pirámides de Abusir, las columnas están formadas por tallos de loto, con el
capitel constituido por una flor cerrada. Otros semejan tallos de papiros
reunidos y palmas, y las basas de las columnas son siempre pequeñas o no existen.
En cuanto a la arquitectura civil, las
escenas pintadas y relieves que cubren las paredes de las mastabas enseñan que
las casas particulares estaban hechas con madera y cañas, y esteras de colores.
A menudo, los relieves en piedra reproducen las formas de estas construcciones
ligeras, que debían de cubrir el suelo de Egipto; los pies derechos ensamblan
con las piezas horizontales, y las pinturas acaban de completar el realismo con
los tonos vivos y calientes en que figuran estar pintadas las esteras.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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