Punto al Arte: Las artes menores

Las artes menores

Por lo que respecta a la cerámica, su supeditación a Grecia, aun siendo muy considerable, no fue total. Durante el siglo XVIII y gran parte del XIX los llamados vasos etruscos que se descubrían en la Toscana y en la Campania gozaron de una fama que, en realidad, correspondía a ceramistas griegos. Hacia mediados del siglo XIX tal equívoco quedó deshecho. Pero es innegable que los vasos griegos, importados durante siglos a Etruria en grandes cantidades, contribuyeron, por su parte, al desarrollo en el país de una interesante cerámica decorada que pretende ser réplica de la griega. Se distingue, dentro de esta cerámica de imitación, influencias chipriotas o radias en el siglo VI a. C.; después, la de ejemplares típicamente corintios. Más tarde, en el siglo V, buen número de vasos con decoración de figuras negras fueron producto de varias fábricas locales, y lo mismo cabe decir de aquellos ejemplares que presentan figuras de coloración roja sobre fondo negro, cuyo principal centro de elaboración estuvo, al parecer, situado en Faleria.

Danzarina, fresco procedente de Tarquinia. Esta figura femenina tocada con el tutulus y calzada con los puntiagudos calceirepandi, va vestida con una túnica transparente y sobre los hombros lleva un largo manto que le llega casi a los pies. La figura sigue la costumbre de origen egipcio de representar la cabeza y los miembros de perfil y el busto de frente. Mueve sus largas manos impulsada por una corriente marina.



La imitación es entonces de modelos atenienses, y el carácter etrusco se manifiesta, en tales cráteras, hidrias y variedad de copas, por el mayor vigor expresivo de los dibujos y una más acentuada esquematización de los adornos. Pero aparte de todo esto, los etruscos contaron con una modalidad de cerámica que fue íntegramente suya y que suele englobarse bajo la voz genérica italiana de bucchero.

La constituyen copas y vasijas de extraordinaria lisura. Su color es negro, más o menos intenso y lustroso, y las formas imitan las propias de las vasijas de bronce o plata. Hay dos variedades, el bucchero sottile, de paredes muy delgadas y con decoración incisa derivada de un repertorio de tipo oriental, y el bucchero pesante, de paredes gruesas y con decoración mediante estampado de moldes.

Flautista de la Tumba de los Leopardos. La voz aguda de la doble flauta era acompañamiento indispensable en la vida pública y privada de Etruria. A su son se honraba a los dioses, se combatía, se amasaba el pan y se cazaban el ciervo y el verraco. El flautista -subulo en etrusco- parece haber ejercido un extraño poder y su fama traspasó las fronteras. Con el manto de firme trazo apoyando el desembarazado gesto, sus enormes manos ágiles en torno a la flauta, alegra en la muerte, como lo hiciera en vida, el banquete de sus nobles y pálidos señores.



La elaboración de vasijas metálicas adornadas con repujado es otro capítulo importante del arte etrusco. La situla o vasija de forma troncocónica. que se usó para el agua lustral (constituyendo una especie de acetre que es común a todas las culturas itálicas de la Edad del Hierro) alcanzó en Etruria gran difusión, y hoy se conoce una serie de estas vasijas de bronce de los siglos VI y V a.C., ornamentadas mediante zonas superpuestas y que revisten a veces valor documental.      

La Cista Ficoroni (Museo de Villa Giulia) está considerada como obra maestra del género. El cuerpo de la cista, sostenido por tres patas de león, aparece enteramente decorado con escenas del mito de los Argonautas, finamente grabadas sobre un fondo animado por hábiles toques paisajísticos. El autor, Novius Plautius -cuyo nombre aparece en la tapa, bajo la figura de Dionisos sostenido por dos sátiros-, se revela como un gran artista, poseedor de todos los recursos del grabado. 



El grabado metálico realizado a buril fue también muy importante en la elaboración de cistas o cajas cilíndricas con pies y con tapadera. Sus asas las constituyen grupos de miniaturas de bronce de graciosa factura. Tales cistas son del siglo IV a.C. en adelante, y se grabaron con asuntos mitológicos noblemente diseñados. Algunas han sido halladas en Palestrina, colonia etrusca al sur de Roma. También el grabado se empleó con mucha brillantez en el adorno de dorsos de espejos circulares.

Asa de una cista formada por un Sátiro arrastrando a una ménade (Museo Británico, Londres). Es un bronce procedente de Santa María de Capua Vetere. Las cistas son cajas de forma cilíndrica con un pie y una tapadera. Las esculturas se concentran normalmente en las asas. En este caso son dos figuras antropomorfas con un cuidadoso estudio anatómico.



La orfebrería, o más precisamente, la joyería etrusca, es una de las más brillantes de la antigüedad. En los siglos VII al V, los etruscos emplearon casi constantemente un método de ornamentación que les fue privativo y que se basó en decorar la lámina de oro, ya martillada, mediante una combinación de la filigrana y la técnica de la granulación. Esta técnica consistía en reducir el oro a diminutas bolitas esféricas que, mediante un procedimiento que se desconoce, se lograba adherir fuertemente a la plancha. Con tales minúsculas bolitas se trazaron adornos y figuras (perros, pájaros, esfinges, leones, etc.).

En algunos de los joyeles el contraste entre el repujado figurativo y este tipo de adorno consiguió resultados de gran efectismo, como puede verse, por ejemplo, en el pinjante áureo con cara de un dios barbudo y bicorne que forma parte de un famoso aderezo hoy conservado en el Museo del Louvre. Sin embargo, con el transcurso de los años esta técnica se perdió y se adoptó la de componer los joyeles con piezas de metal repujado que se enlazaban mediante charnelas.

Pie y reverso de un espejo (Colección Dutuit). El genio etrusco se manifestó especialmente en los pequeños objetos. Sus orfebres, habilísimos en la técnica del grabado y la granulación -que consiste en reducir el oro a bolas minúsculas y soldarlas una a una- produjeron joyas exquisitas y espléndidos espejos de bronce, una de cuyas caras aparecía bruñida y decorada la otra.
En resumen, el arte etrusco no produjo ninguna obra monumental que revista aquel valor extremado que se han encontrado en otras civilizaciones. No edificaron templos colosales ni dejaron grandes sepulturas que destacasen externamente por su monumentalidad. Rama desgajada de la cultura jónica griega, fueron asimilando, en realidad, otras peculiaridades del gran arte de Grecia, así como, desde su asentamiento en Italia, habían aceptado algunos aspectos de las civilizaciones de los antiguos moradores del país. Así pudieron orientar, con su cultura, basada principalmente en la vieja tradición del Oriente, el nacimiento del arte de la nueva madre de pueblos: la Urbe romana.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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