Punto al Arte: Escultura y artes del metal

Escultura y artes del metal

La escultura ibérica se caracteriza genéricamente por la influencia recibida del mundo escultórico fenicio y del Mediterráneo oriental, claro está, regida por las necesidades propias de los indígenas de la Península. Se han encontrado numerosas muestras de estatuillas realizadas de piedra y metal, así como relieves escultóricos, que facilitan la definición de la imaginería y las técnicas escultóricas íberas.

Bronces del Santuario de la Luz (Museo Arqueológico, Madrid) Estas dos figurillas del santuario murciano son exvotos de tamaño reducido, de 8 y 10 cm, realizados en bronce. Los detalles anatómicos o del vestido se realizaron mediante cincelete o buril. Para realizarlos, muchas veces se utilizó una aleación de metales, cobre, estaño y plomo. Los ritos de protección son evidentes, sobre todo en la figura que ofrece la mano. 
Un núcleo de vital importancia para entender esta técnica artística es el de Pozo Moro, fechado entre el 500 y el 400 a.C. Este lugar era atravesado por una importante vía de comunicación entre las regiones del sudeste y de la Meseta y explicaría la influencia mediterránea que recibió este reborde de la Meseta. Actualmente, la mayor parte de las construcciones están derruidas a causa de una mala cimentación, pero las gentes continuaron haciendo sus sepulturas alrededor del terreno hasta varios siglos después.

Toro de Porcuna (Museo Provincial, Jaén). Este toro procedente de Porcuna fue esculpido en piedra caliza blanquecina, sentado sobre un pedestal, con la cabeza baja y las patas dobladas bajo el cuerpo. Tiene dos agujeros en al zona de los cuernos, lo que hace suponer que los llevaba postizos. El contorno de los ojos, las costillas y la crin están indicados mediante finas incisiones paralelas. 
En el interior de lo que debería de ser una torre cuadrada se hallaron las cenizas de la pira funeraria, pertenencias y joyas, pero la gran mayoría de objetos y relieves no pudieron ser encontrados, ya que seguramente fueron expoliados o reaprovechados. Se descubrieron los restos de seis leones esculpidos en piedra que muestran una gran simplicidad esquemática de los rasgos, adaptación de un prototipo oriental; la piedra surcada por incisiones profundas que otorgaban plasticidad al animal, etc. Las formas de figuras aladas y flores de los relieves conectan estas esculturas con la iconografía de los marfiles egiptizantes de los fenicios. Las representaciones de animales resultaban nuevas en el arte ibérico, y por tanto no es erróneo asociarlas con prototipos orientales muy concretos y conocidos: los animales de las tumbas de Ur, reproducidos tiempos después en los ortostatos de Tell Halaf.

Bicha de Balazote (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Una de las características de la escultura ibérica es la utilización de una caliza de grano grueso y muy blanda, que podía ser trabajada muy fácilmente. Esta escultura, es un dios-toro de cabeza humana que formaba parte de un monumento arquitectónico y seguramente ejercería un papel protector en las tumbas.
Podría decirse que, partiendo de los estímulos de un arte oriental, se estuviese formando una escuela que materializaba multitud de relatos reales o fantásticos, familiares y algunos nuevos.

La imaginería monstruosa y terrorífica era aceptada como otro fenómeno más de su realidad, aunque cabe resaltar que el nivel de sus escultores era aún muy rudimentario.

Las esculturas más primitivas del arte ibérico no tratan la figura humana, sino que tienen un claro empeño en describir formas de animales: leones, toros, esfinges, la cierva de Caudete, la Bicha de Ba­lazote, guardianes mágicos de tumbas, templos y mansiones ... Son, en general, animales que vigilan los santuarios y lugares destacados de la vida íbera, por lo que tienen siempre un aspecto sobrio y atento. En un periodo anterior, seguramente el escultor trabajaba sobre madera, y de esta técnica se recoge una cierta manera de tallar la piedra mediante planos duros con aristas y biseles, más cercana a la técnica de un carpintero que de un escultor de piedra.

Divinidad de alabastro encontrada en la necrópolis ibérica de Galera, en Granada. Entre sus manos sostiene un cuenco y está custodiada por dos esfinges; el conjunto destaca por su sobria severidad. Estas pequeñas esculturas estaban destinadas a preservar los lugares sagrados de los íberos. Las representaciones de animales mitológicos en el arte ibérico probablemente se debieron al influjo previo que sobre él ejerció el arte oriental, cuya iconografía reflejaba con fidelidad toda la imaginería monstruosa y terrorífica nacida de multitud de relatos, reales o fantásticos, y cuya presencia aceptaban como un elemento más de su realidad.
El material de toda la escultura de piedra ibérica es una caliza, que abundaba en la región levantina y andaluza, de grano grueso y muy blanda, de manera que podía ser trabajada con una simple navaja. Estas piezas tienen grabadas las huellas de los instrumentos de trabajo del escultor: cuchillos, cinceles, martillos, y en las grandes esculturas, el cincel y la media caña.

Existió también una cierta influencia de la cultura griega a través de la ciudad de Focea que puede hallarse en ciertos rasgos estilizados de los rostros de esculturas como la de la Dama de Elche, o en los peinados de estas damas que recuerdan la manera arcaica de las kórai. Los ojos oblicuos, la prominencia del globo ocular, una cierta expresión de rigidez en el rostro y el esquematismo del dibujo del cabello, serán características de esta escultura íbera que evocan las formas foceas. La esfinge de Agost y la esfinge en relieve de El Salobral respiran la majestad y confianza del arte clásico preliminar. Estas esculturas más refinadas convivirán con otras de carácter más rústico, como es el caso de la estatua de un Aqueloo, el dios-toro de cabeza humana popularmente conocido como la Bicha de Balazote.

Figurita (Museo Arqueológico, Barcelona). Esta pequeña escultura procede del Santuario de la Luz, en Murcia. Las esculturas ibéricas se caracterizan, entre otras cosas, por no estar realizadas en materiales duros como el mármol, sino que están hechas en piedra arenisca. Los escultores íberos sólo tomaron algunos modelos de la escultura griega arcaica y de comienzos de la clásica, pero sólo a grandes rasgos



Otro conjunto escultórico de gran interés es el de Porcuna, dentro del cual se encuentran el toro antes mencionado y un interesante grupo de un animal y una herma conocido como el Oso de Porcuna. El conjunto debió de pertenecer a un mausoleo de gran lujo en el que participaron escultores de primera línea. Se caracteriza por ser de gran calidad y homogeneidad, formando parte todas las piezas de una idea estética de globalidad, de la que hoy en día no se conservan más que algunos fragmentos. Las piezas eran labradas minuciosamente, con una gran preocupación descriptiva por detalles como el ropaje y las armas, y, en el caso de los animales, son expresados como criaturas salvajes muy diferentes en su actitud a los leones de Pozo Moro. Tampoco tienen una de las características típicas de la escultura primitiva que era convertir en ornamento todo lo orgánico.

 Relieve procedente de Osuna (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Representa a un guerrero ibérico provisto de casco, escudo alargado y falcata. Los relieves de Osuna configuraron un cambio hacia una época de transición entre los siglos III al II a.C., y se observan en ellos transformaciones plásticas hacia una evolución de influencia romana.



Resulta obligado hacer también mención del conjunto de exvotos del Cigarralejo, en Murcia, donde se ubicó un santuario posiblemente destinado a deidades que protegían la raza equina, o a los relieves procedentes de Osuna, que configuraron ya un cambio evidente hacia una época de transición entre los siglos III al I a.C., y en la que ya se observan transformaciones plásticas hacia una evolución de influencia romana.

La Dama de Elche (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Obra capital del arte ibérico, se ha considerado una versión de la diosa Tanit, equivalente a la diosa Astarté, traída por los fenicios a Occidente. De influencia griega son algunos elementos, como la distribución del ropaje sobre el cuerpo y la majestuosidad de su rostro.
Pero, sin duda alguna, la obra más famosa de la escultura ibérica es la llamada Dama de Elche, descubierta en 1897, y gracias a la cual el arte ibérico es conocido mundialmente. Esta estatua simboliza toda la cultura íbera, como si ella sola fuera capaz de caracterizar las esencias de su mundo; quizás ésta sea una opinión en extremo superficial, pero es cierto que es la pieza más valorada y célebre de su época.

Dama de Baza (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Esta gran escultura estaba destinada a albergar, posiblemente, los restos funerarios de una mujer. Se puede observar en un lado del trono alado, el osario. Es una escultura en piedra, estucada y policromada, en la que se representa una mujer con la vestimenta típica de los íberos, el vestido de diferentes capas, el manto de la cabeza a los pies y numerosas joyas, tanto en el cuello, como las manos y la cabeza. 
Hasta la aparición de la Dama de Baza, la Dama de Elche, fechada en el siglo VI a.C., se consideraba la obra cumbre de este arte. Ambas son una versión semita de la Ishtar babilónica, diosa protectora de la fecundidad, de los animales, del hombre y de la vida en sus más variados aspectos. Traída a Occidente por los fenicios, fue muy venerada entre íberos y turdetanos, como lo indican otras estatullas de diosas, entre las que destaca la Dama de la Galera (Granada), del siglo VII a.C. A esta protectora de la fecundidad se la representó varias veces alada en la cerámica de Elche, sola o acompañada de caballos, de diversos animales o de motivos vegetales, como Astarté en el Oriente.

La Dama de Elche acusa influencia griega en diversos elementos: los rodetes para recoger el cabello también han sido encontrados en algunas terracotas áticas del siglo VI a. C.; la distribución del ropaje sobre el cuerpo recuerda los mantos de terracota de Rodas, hallados en Baleares, y la ejecución del rostro está realizada al estilo griego, con un gran realismo y encanto hierático. Todos los amuletos que lleva sobre el pecho son de origen fenicio y aparecen ya en los collares de la Aliseda (Cáceres), obra de artistas indígenas que trabajaban hacia el 600 a. C., y que se repiten en la Dama de Baza y en otros exvotos de piedra y bronce. Precisamente esta mezcla de elementos de diversa procedencia es una característica básica del arte íbero.

Figurillas de bronce (Museo de Prehistoria, Valencia). Proceden del Santuario de Despeñaperros. Estas tres figurillas presentan diferentes tipologías de las estatuillas encontradas en los yacimientos arqueológicos. La primera es una representación masculina de forma bastante hierática; la central es una figura masculina que ofrece las manos en señal de protección; y, la última, es una esquemática representación de una figura femenina con un manto.
La Dama de Elche era muy probablemente una escultura sedente, pero le falta toda la mitad inferior de la pieza. El hueco que se puede observar en la espalda tenía como función guardar las cenizas del difunto, al igual que el de la Dama de Baza. En Elche trabajó, a finales del siglo V y durante el siguiente, un taller de escultores que han dado piezas de gran calidad y finura, aunque muy mal conservadas.

La Dama de Baza (siglo IV a.C.) es una obra más provinciana que la de Elche, de ejecución menos fina en facciones y manos, y muy recargada de joyas. Algunos elementos de su atuendo, como los vestidos, son indígenas y recuerdan los mantos de varios colores de las nativas. El trono en que se asienta es de origen griego y también tiene influencias etruscas por el hecho de que se utilizara como urna.

El Cerro de los Santos y Llano de Consolación son otros dos santuarios que parece que inauguraron el declive de la influencia griega y que se imponen libres de imposiciones extrañas. Son piezas de gran esquematismo formal y de aspecto muy primitivo.

Falcata ibérica (Museo Arqueológico, Barcelona). El bronce se utilizó en la fabricación de armas destinadas especialmente a ceremonias o actos funerarios, como esta falcata. Muchas de ellas estaban decoradas con incrustaciones de metales preciosos.
Otra de las técnicas utilizadas por los íberos fue la de los bronces votivos: estatuillas de hombres, animales y mujeres cuyo tamaño oscila entre 4 y 12 centímetros, realizadas sobre metal. Se ejecutaban con la técnica de la cera perdida, y la utilización del metal parece muy lógica si se recuerda que disponían de grandes cantidades de bronce. Entre las desembocaduras del Ebro y del Guadiana se conoce una treintena de localidades en las que han· aparecido bronces, de los cuales pueden ser destacados los santuarios de la provincia de Jaén, el Collado de los Jardines, Despeñaperros, Castillar de Santisteban y, sobre todo, Nuestra Señora de la Luz, donde se encontraron diversas piezas que representan jinetes.

De este mismo material se realizaban armas que tenían como finalidad ser objetos destinados a las ceremonias o actos funerarios, como las "falcatas", que, llenas de ornamentos e incrustaciones de metales preciosos, tenían forma de sable ibérico. Con esta técnica se realizaron también joyas de enorme belleza y páteras provistas de una decoración muy rica, producto de una curiosa síntesis entre elementos griegos y otros de carácter indígena.

Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.

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