La
escultura ibérica se caracteriza genéricamente por la influencia recibida del
mundo escultórico fenicio y del Mediterráneo oriental, claro está, regida por
las necesidades propias de los indígenas de la Península. Se han encontrado
numerosas muestras de estatuillas realizadas de piedra y metal, así como
relieves escultóricos, que facilitan la definición de la imaginería y las
técnicas escultóricas íberas.
Un núcleo de vital importancia para entender
esta técnica artística es el de Pozo Moro, fechado entre el 500 y el 400 a .C. Este lugar era
atravesado por una importante vía de comunicación entre las regiones del
sudeste y de la Meseta y explicaría la influencia mediterránea que recibió este
reborde de la
Meseta. Actualmente , la mayor parte de las construcciones
están derruidas a causa de una mala cimentación, pero las gentes continuaron
haciendo sus sepulturas alrededor del terreno hasta varios siglos después.
En el interior de lo que debería de ser una
torre cuadrada se hallaron las cenizas de la pira funeraria, pertenencias y
joyas, pero la gran mayoría de objetos y relieves no pudieron ser encontrados,
ya que seguramente fueron expoliados o reaprovechados. Se descubrieron los
restos de seis leones esculpidos en piedra que muestran una gran simplicidad
esquemática de los rasgos, adaptación de un prototipo oriental; la piedra
surcada por incisiones profundas que otorgaban plasticidad al animal, etc. Las
formas de figuras aladas y flores de los relieves conectan estas esculturas con
la iconografía de los marfiles egiptizantes de los fenicios. Las
representaciones de animales resultaban nuevas en el arte ibérico, y por tanto
no es erróneo asociarlas con prototipos orientales muy concretos y conocidos:
los animales de las tumbas de Ur, reproducidos tiempos después en los
ortostatos de Tell Halaf.
Podría decirse que, partiendo de los
estímulos de un arte oriental, se estuviese formando una escuela que
materializaba multitud de relatos reales o fantásticos, familiares y algunos
nuevos.
La imaginería monstruosa y terrorífica era
aceptada como otro fenómeno más de su realidad, aunque cabe resaltar que el
nivel de sus escultores era aún muy rudimentario.
Las esculturas más primitivas del arte
ibérico no tratan la figura humana, sino que tienen un claro empeño en
describir formas de animales: leones, toros, esfinges, la cierva de Caudete, la
Bicha de Balazote, guardianes mágicos de tumbas, templos y mansiones ... Son,
en general, animales que vigilan los santuarios y lugares destacados de la vida
íbera, por lo que tienen siempre un aspecto sobrio y atento. En un periodo
anterior, seguramente el escultor trabajaba sobre madera, y de esta técnica se
recoge una cierta manera de tallar la piedra mediante planos duros con aristas
y biseles, más cercana a la técnica de un carpintero que de un escultor de
piedra.
El material de toda la escultura de piedra
ibérica es una caliza, que abundaba en la región levantina y andaluza, de grano
grueso y muy blanda, de manera que podía ser trabajada con una simple navaja.
Estas piezas tienen grabadas las huellas de los instrumentos de trabajo del
escultor: cuchillos, cinceles, martillos, y en las grandes esculturas, el
cincel y la media caña.
Existió también una cierta influencia de la
cultura griega a través de la ciudad de Focea que puede hallarse en ciertos
rasgos estilizados de los rostros de esculturas como la de la Dama de Elche, o
en los peinados de estas damas que recuerdan la manera arcaica de las kórai. Los ojos oblicuos, la prominencia
del globo ocular, una cierta expresión de rigidez en el rostro y el
esquematismo del dibujo del cabello, serán características de esta escultura
íbera que evocan las formas foceas. La esfinge de Agost y la esfinge en relieve
de El Salobral respiran la majestad y confianza del arte clásico preliminar.
Estas esculturas más refinadas convivirán con otras de carácter más rústico,
como es el caso de la estatua de un Aqueloo, el dios-toro de cabeza humana
popularmente conocido como la Bicha de Balazote.
⇨ Figurita (Museo Arqueológico, Barcelona). Esta pequeña
escultura procede del Santuario de la Luz, en Murcia. Las esculturas ibéricas
se caracterizan, entre otras cosas, por no estar realizadas en materiales duros
como el mármol, sino que están hechas en piedra arenisca. Los escultores íberos
sólo tomaron algunos modelos de la escultura griega arcaica y de comienzos de
la clásica, pero sólo a grandes rasgos.
Otro conjunto escultórico de gran interés es
el de Porcuna, dentro del cual se encuentran el toro antes mencionado y un
interesante grupo de un animal y una herma conocido como el Oso de Porcuna. El
conjunto debió de pertenecer a un mausoleo de gran lujo en el que participaron
escultores de primera línea. Se caracteriza por ser de gran calidad y
homogeneidad, formando parte todas las piezas de una idea estética de
globalidad, de la que hoy en día no se conservan más que algunos fragmentos.
Las piezas eran labradas minuciosamente, con una gran preocupación descriptiva
por detalles como el ropaje y las armas, y, en el caso de los animales, son
expresados como criaturas salvajes muy diferentes en su actitud a los leones de
Pozo Moro. Tampoco tienen una de las características típicas de la escultura
primitiva que era convertir en ornamento todo lo orgánico.
⇦ Relieve procedente de Osuna (Museo Arqueológico Nacional, Madrid). Representa a un guerrero ibérico provisto de casco, escudo alargado y falcata. Los relieves de Osuna configuraron un cambio hacia una época de transición entre los siglos III al II a.C., y se observan en ellos transformaciones plásticas hacia una evolución de influencia romana.
Resulta obligado hacer también mención del
conjunto de exvotos del Cigarralejo, en Murcia, donde se ubicó un santuario
posiblemente destinado a deidades que protegían la raza equina, o a los
relieves procedentes de Osuna, que configuraron ya un cambio evidente hacia una
época de transición entre los siglos III al I a.C., y en la que ya se observan
transformaciones plásticas hacia una evolución de influencia romana.
Pero, sin duda alguna, la obra más famosa de
la escultura ibérica es la
llamada Dama de Elche, descubierta en 1897, y gracias a la
cual el arte ibérico es conocido mundialmente. Esta estatua simboliza toda la
cultura íbera, como si ella sola fuera capaz de caracterizar las esencias de su
mundo; quizás ésta sea una opinión en extremo superficial, pero es cierto que
es la pieza más valorada y célebre de su época.
Hasta la aparición de la Dama de Baza, la
Dama de Elche, fechada en el siglo VI a.C., se consideraba la obra cumbre de
este arte. Ambas son una versión semita de la Ishtar babilónica, diosa
protectora de la fecundidad, de los animales, del hombre y de la vida en sus
más variados aspectos. Traída a Occidente por los fenicios, fue muy venerada
entre íberos y turdetanos, como lo indican otras estatullas de diosas, entre
las que destaca la Dama de la Galera (Granada), del siglo VII a.C. A esta
protectora de la fecundidad se la representó varias veces alada en la cerámica
de Elche, sola o acompañada de caballos, de diversos animales o de motivos
vegetales, como Astarté en el Oriente.
La Dama de Elche acusa influencia griega en
diversos elementos: los rodetes para recoger el cabello también han sido encontrados
en algunas terracotas áticas del siglo VI a. C.; la distribución del ropaje
sobre el cuerpo recuerda los mantos de terracota de Rodas, hallados en
Baleares, y la ejecución del rostro está realizada al estilo griego, con un
gran realismo y encanto hierático. Todos los amuletos que lleva sobre el pecho
son de origen fenicio y aparecen ya en los collares de la Aliseda (Cáceres),
obra de artistas indígenas que trabajaban hacia el 600 a . C., y que se repiten
en la Dama de Baza y en otros exvotos de piedra y bronce. Precisamente esta
mezcla de elementos de diversa procedencia es una característica básica del
arte íbero.
La Dama de Elche era muy probablemente una
escultura sedente, pero le falta toda la mitad inferior de la pieza. El hueco que se
puede observar en la espalda tenía como función guardar las cenizas del
difunto, al igual que el de la Dama de Baza. En Elche trabajó, a finales del
siglo V y durante el siguiente, un taller de escultores que han dado piezas de
gran calidad y finura, aunque muy mal conservadas.
La Dama de Baza (siglo IV a.C.) es una obra
más provinciana que la de
Elche , de ejecución menos fina en facciones y manos, y muy
recargada de joyas. Algunos elementos de su atuendo, como los vestidos, son
indígenas y recuerdan los mantos de varios colores de las nativas. El trono en
que se asienta es de origen griego y también tiene influencias etruscas por el
hecho de que se utilizara como urna.
El Cerro de los Santos y Llano de
Consolación son otros dos santuarios que parece que inauguraron el declive de
la influencia griega y que se imponen libres de imposiciones extrañas. Son
piezas de gran esquematismo formal y de aspecto muy primitivo.
Otra de las técnicas utilizadas por los
íberos fue la de los bronces votivos: estatuillas de hombres, animales y
mujeres cuyo tamaño oscila entre 4 y 12 centímetros ,
realizadas sobre metal. Se ejecutaban con la técnica de la cera perdida, y la
utilización del metal parece muy lógica si se recuerda que disponían de grandes
cantidades de bronce. Entre las desembocaduras del Ebro y del Guadiana se
conoce una treintena de localidades en las que han· aparecido bronces, de los
cuales pueden ser destacados los santuarios de la provincia de Jaén, el Collado
de los Jardines, Despeñaperros, Castillar de Santisteban y, sobre todo, Nuestra
Señora de la Luz, donde se encontraron diversas piezas que representan jinetes.
De este mismo material se realizaban armas
que tenían como finalidad ser objetos destinados a las ceremonias o actos
funerarios, como las "falcatas", que, llenas de ornamentos e
incrustaciones de metales preciosos, tenían forma de sable ibérico. Con esta
técnica se realizaron también joyas de enorme belleza y páteras provistas de
una decoración muy rica, producto de una curiosa síntesis entre elementos
griegos y otros de carácter indígena.
Fuente: Historia del Arte. Editorial Salvat.
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